/ lunes 22 de junio de 2020

Tiempos de Democracia | De los porqués del disenso con el presidente

En la equivocada disección que hace entre mexicanos liberales y conservadores, López Obrador mete en el mismo saco a los críticos de su gobierno que, como este opinador, profesan la fe progresista con tanta o más firmeza que el propio presidente

Tras marcar distancias con quienes practicamos la crítica de buena fe sin más propósito que señalar desviaciones que pudieran poner en riesgo sus planes transformadores, López Obrador ha intensificado su estrategia de acoso contra los que -desde distintas tribunas- ejercemos el derecho a expresarnos con libertad. El pasado lunes escribí que las diferencias que el presidente mantiene con los liberales de izquierda son causadas "…por sus modos, no por sus fines…". Sí, amigo lector, lo ratifico: por los modos atropellados como está implementando sus fines de igualdad, justicia y honestidad, loables objetivos que sin reservas compartimos. La divergencia reside en la manera cómo trata de alcanzarlos, sin consideración ninguna con las personas y las instituciones que afecta. Despojados de su retórica engañosa, sus procedimientos revelan con total nitidez su estilo vertical, personalista, caprichoso, autoritario, vertical y obsesivamente centralizado de gobernar, estilo que -hay que decirlo- transita por caminos opuestos a los del ideal democrático que profesa este opinador. Por lo demás ya se sabe que quien se suma a su cruzada a favor de los pobres tiene por fuerza que renunciar al pensamiento propio y comulgar sin condiciones con las reglas de su peculiar juego. Las decisiones emanadas de su liderazgo no admiten la discrepancia; tanto es así que todo aquel que osa, no digo a contradecirlas sino tan sólo a matizarlas, "…con toda libertad pueden decidir no trabajar en el gobierno…". Se trata de una gentil invitación al uso de la 4T que, en palabras de uso común, equivale al despido fulminante.

El México de "los otros datos"

López Obrador está empeñado en construir su propio y particular mundo virtual, sin importarle poco ni mucho que la realidad lo contradiga. Difunde cifras que solo él cree e inventa adversarios y conjuras inexistentes. Pero por más que se esfuerza tratando de darles vida, esos enemigos y esos complots no van más allá de su imaginación. Así, sin opositores de verdad, el presidente se aburre confinado en su escritorio, observando nervioso cómo pasa el tiempo que él necesita para mantener viva su leyenda de luchador incansable. Ansía volver a las polvosas brechas de la Patria que tanto y tan bien conoce para, reanudado el contacto directo con su gente, atenuar el daño seguro que sufrirá su fama de milagroso dador de bienes cuando ocurra el naufragio que los especialistas auguran a los proyectos macros de su Cuarta Transformación. Le inquieta, además y sobre todo, que le sean exigidas responsabilidades si: 1) la pandemia del Coronavirus prosigue su curva ascendente, los contagios se multiplican y crece el número de bajas y si, 2) el desempleo, el hambre y la violencia se desbordan por las calles de las ciudades. Antes de que llegue ese escenario, Andrés Manuel quiere ir al suyo, a su medio natural, a la arena electoral donde pueda protagonizar una confrontación política que reavive el decaído ánimo de sus seguidores, haciendoles olvidar su cantado fracaso como administrador de la cosa pública. Mas para ello precisa de rivales corpóreos que le ofrezcan verdadera resistencia, no sólo de etéreos molinos de viento contra los que verbalmente guerrea hace meses, con riesgo de venir por tierra como le pasara a aquel Caballero de la Triste Figura de la fantasía cervantina. Por eso polariza, amenaza, divide y miente, zahiriendo a todo el que le pasa por delante. Le urge adelantar los tiempos para así poder medirse con antagonistas que signifiquen un real peligro para su gobierno. Pero no los haya, porque simple y sencillamente no existen desde que aniquilara a los últimos aquel 1º de julio de hace dos años. Si a fuerza de propaganda lograra crear esa figura y si, de ribete, llevara a los tribunales de justicia a un pez realmente gordo -un ex presidente por ejemplo- entonces sus alicaídos amlovers harían a un lado una verdad que crece incesante ante los ojos de todos los mexicanos pensantes: el enemigo de López Obrador no es otro que López Obrador con sus obnubiladas desmesuras.

Campaña adelantada

Fiado en la incondicionalidad de sus muy amplias bases sociales, el presidente tratará de dar a los comicios del 1º de junio del 2021 un carácter eminentemente plebiscitario. Si logra que la campaña tenga a su persona como principal tema, la estrategia seguramente le rendirá buenos dividendos. Calcula además que, si inicia su labor proselitista un año antes de la fecha programada para la cita en las urnas, la opinión pública centrará su atención en el proceso electoral, lo que le permitirá dedicarse, no a gobernar cual sería su obligación, sino a realizar tareas a favor de Morena y, muy especialmente, de sus candidatos a San Lázaro. Su objetivo es obvio: preservar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados Federal que le resultó fundamental para sacar adelante prácticamente todas sus iniciativas en el primer trienio de su sexenio. La apuesta de Andrés Manuel es que, hecha como ya está la gente al desasosiego derivado de la inseguridad crónica que padece el país, se distraiga con el fragor característico de las lides electorales locales y acabe encajando, en paz y sin disturbios, la desgracia que trajo la pandemia y el consecuente daño económico que vino asociado a ella. Toda su confianza está pues depositada en que los programas asistencialistas implementados por su gobierno coadyuven eficazmente a obtener buenos números en la elección y así mantener el control que ejerce sobre los poderes del Estado. Y aunque no se pueden disociar por completo del resto de las elecciones, las de las gubernaturas le preocupan menos, habida cuenta que, para torcerles el brazo a los mandatarios estatales, le basta y sobra con el manejo discrecional del presupuesto que él personalmente diseña desde Palacio.

En la equivocada disección que hace entre mexicanos liberales y conservadores, López Obrador mete en el mismo saco a los críticos de su gobierno que, como este opinador, profesan la fe progresista con tanta o más firmeza que el propio presidente

Tras marcar distancias con quienes practicamos la crítica de buena fe sin más propósito que señalar desviaciones que pudieran poner en riesgo sus planes transformadores, López Obrador ha intensificado su estrategia de acoso contra los que -desde distintas tribunas- ejercemos el derecho a expresarnos con libertad. El pasado lunes escribí que las diferencias que el presidente mantiene con los liberales de izquierda son causadas "…por sus modos, no por sus fines…". Sí, amigo lector, lo ratifico: por los modos atropellados como está implementando sus fines de igualdad, justicia y honestidad, loables objetivos que sin reservas compartimos. La divergencia reside en la manera cómo trata de alcanzarlos, sin consideración ninguna con las personas y las instituciones que afecta. Despojados de su retórica engañosa, sus procedimientos revelan con total nitidez su estilo vertical, personalista, caprichoso, autoritario, vertical y obsesivamente centralizado de gobernar, estilo que -hay que decirlo- transita por caminos opuestos a los del ideal democrático que profesa este opinador. Por lo demás ya se sabe que quien se suma a su cruzada a favor de los pobres tiene por fuerza que renunciar al pensamiento propio y comulgar sin condiciones con las reglas de su peculiar juego. Las decisiones emanadas de su liderazgo no admiten la discrepancia; tanto es así que todo aquel que osa, no digo a contradecirlas sino tan sólo a matizarlas, "…con toda libertad pueden decidir no trabajar en el gobierno…". Se trata de una gentil invitación al uso de la 4T que, en palabras de uso común, equivale al despido fulminante.

El México de "los otros datos"

López Obrador está empeñado en construir su propio y particular mundo virtual, sin importarle poco ni mucho que la realidad lo contradiga. Difunde cifras que solo él cree e inventa adversarios y conjuras inexistentes. Pero por más que se esfuerza tratando de darles vida, esos enemigos y esos complots no van más allá de su imaginación. Así, sin opositores de verdad, el presidente se aburre confinado en su escritorio, observando nervioso cómo pasa el tiempo que él necesita para mantener viva su leyenda de luchador incansable. Ansía volver a las polvosas brechas de la Patria que tanto y tan bien conoce para, reanudado el contacto directo con su gente, atenuar el daño seguro que sufrirá su fama de milagroso dador de bienes cuando ocurra el naufragio que los especialistas auguran a los proyectos macros de su Cuarta Transformación. Le inquieta, además y sobre todo, que le sean exigidas responsabilidades si: 1) la pandemia del Coronavirus prosigue su curva ascendente, los contagios se multiplican y crece el número de bajas y si, 2) el desempleo, el hambre y la violencia se desbordan por las calles de las ciudades. Antes de que llegue ese escenario, Andrés Manuel quiere ir al suyo, a su medio natural, a la arena electoral donde pueda protagonizar una confrontación política que reavive el decaído ánimo de sus seguidores, haciendoles olvidar su cantado fracaso como administrador de la cosa pública. Mas para ello precisa de rivales corpóreos que le ofrezcan verdadera resistencia, no sólo de etéreos molinos de viento contra los que verbalmente guerrea hace meses, con riesgo de venir por tierra como le pasara a aquel Caballero de la Triste Figura de la fantasía cervantina. Por eso polariza, amenaza, divide y miente, zahiriendo a todo el que le pasa por delante. Le urge adelantar los tiempos para así poder medirse con antagonistas que signifiquen un real peligro para su gobierno. Pero no los haya, porque simple y sencillamente no existen desde que aniquilara a los últimos aquel 1º de julio de hace dos años. Si a fuerza de propaganda lograra crear esa figura y si, de ribete, llevara a los tribunales de justicia a un pez realmente gordo -un ex presidente por ejemplo- entonces sus alicaídos amlovers harían a un lado una verdad que crece incesante ante los ojos de todos los mexicanos pensantes: el enemigo de López Obrador no es otro que López Obrador con sus obnubiladas desmesuras.

Campaña adelantada

Fiado en la incondicionalidad de sus muy amplias bases sociales, el presidente tratará de dar a los comicios del 1º de junio del 2021 un carácter eminentemente plebiscitario. Si logra que la campaña tenga a su persona como principal tema, la estrategia seguramente le rendirá buenos dividendos. Calcula además que, si inicia su labor proselitista un año antes de la fecha programada para la cita en las urnas, la opinión pública centrará su atención en el proceso electoral, lo que le permitirá dedicarse, no a gobernar cual sería su obligación, sino a realizar tareas a favor de Morena y, muy especialmente, de sus candidatos a San Lázaro. Su objetivo es obvio: preservar la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados Federal que le resultó fundamental para sacar adelante prácticamente todas sus iniciativas en el primer trienio de su sexenio. La apuesta de Andrés Manuel es que, hecha como ya está la gente al desasosiego derivado de la inseguridad crónica que padece el país, se distraiga con el fragor característico de las lides electorales locales y acabe encajando, en paz y sin disturbios, la desgracia que trajo la pandemia y el consecuente daño económico que vino asociado a ella. Toda su confianza está pues depositada en que los programas asistencialistas implementados por su gobierno coadyuven eficazmente a obtener buenos números en la elección y así mantener el control que ejerce sobre los poderes del Estado. Y aunque no se pueden disociar por completo del resto de las elecciones, las de las gubernaturas le preocupan menos, habida cuenta que, para torcerles el brazo a los mandatarios estatales, le basta y sobra con el manejo discrecional del presupuesto que él personalmente diseña desde Palacio.