/ lunes 8 de noviembre de 2021

Tiempos de Democracia | Del azaroso camino rumbo al “cambio verdadero” Parte 1

El tránsito de un patrón de desarrollo económico a otro que parte de premisas diferentes y tiene muy distintas metas sociales, precisa de tiempo y mucha prudencia para evitar que derive hacia la inestabilidad política y el desgobierno.

En el 2018 -año de elección presidencial- hasta las mentes más conservadoras del país advertían que, de seguirse con el modelo neoliberal al uso, la desigualdad rebasaría la mítica tolerancia de nuestro pueblo.

La interpretación que sin ningún matiz dieron los cinco últimos gobiernos -priístas o panistas, para el caso es igual- al dogma del economista norteamericano Milton Friedman no hizo sino profundizar la brecha que ya existía entre los estratos de la diferenciada sociedad mexicana, dejando abonado el terreno para que el discurso antisistema de López Obrador triunfara de forma arrolladora en las urnas.

Su holgada victoria le otorgó el margen de maniobra que necesitaba para llevar al cabo la prometida transformación del régimen político, social y económico de México, la cual, para muchos, era ya inaplazable.

De la obligada sustitución de un sistema caduco

Los gobiernos postrevolucionarios nacionalistas, de Cárdenas a López Portillo, hicieron las veces de mediadores entre el capital y el trabajo, sin perjuicio de ser al mismo tiempo partícipes de la economía como patrones en diversas industrias.

La suma del empresariado privado y el gubernamental arrojó saldos positivos por décadas; empero, al dar señales de agotamiento, a partir de De la Madrid se adoptó otro esquema al que dio en llamársele neoliberal que ya operaba en Estados Unidos y Reino Unido.

El modelo exigía limitar la función del estado, privatizar sus empresas, abrir fronteras al paso de mercancías, abolir controles cambiarios, atraer inversiones sin mirar ideologías y suscribir acuerdos de libre comercio. Y ofrecía que la riqueza permearía sus beneficios a todos los niveles de la escala social.

Del fracaso del nuevo modelo

Bastaron treinta años para probar que, en México, el neoliberalismo incentivó la corrupción y potenció la desigualdad. Corregir el rumbo era imperativo y López Obrador, determinado a realizar los cambios necesarios, procedió primero a demostrar que con nadie compartiría el poder, y luego, que acabaría con todo lo que oliese a manejos turbios.

Para extirpar los tejidos malignos no se valió de cirugías finas sino de tajos gruesos. Cargó contra todo, sin consideraciones ni distingos, privando de apoyos incluso a sectores que los precisaban. Obligó a pagar impuestos a los gerifaltes del dinero, subió el salario mínimo un 44% en términos reales, y está desarrollando el empobrecido sureste del país y fortaleciendo sus programas asistenciales en cuya eficacia cree ciegamente. Y tiene de su lado a las fuerzas armadas.

Transformación de tintes jacobinos

Son pocas las instituciones y los organismos autónomos que no han sufrido los embates controladores del presidente. El desmontaje de las viejas estructuras va, ese sí, muy adelantado, pero preocupa y mucho que todavía no se atisbe con claridad con qué habrá de sustituirlas.

Los indicios disponibles sugieren que el nuevo diseño orgánico del estado tendrá un carácter esencialmente centralista y autocrático, basado en la figura imprescindible de un líder carismático y popular obstinado en manejar, a su voluntad y sin contrapesos, la vida de la nación.

¿Por cuánto tiempo? ¿por sólo seis años? Las preguntas se amontonan, las dudas se multiplican y los temores de que el discurso polarizante de López Obrador desemboque en un escenario política, social y económicamente insostenible crecen día con día.

¿Continuidad plural y democrática… o “maximato” en ciernes?

El presidente no tiene al frente ningún adversario político. Su enemigo a vencer no es la oposición sino el tiempo, y su mayor desafío es hallar la fórmula que asegure la continuidad del proyecto.

Sabe que apenas deje Palacio Nacional la 4T se desdibujará y, en pocos años, se diluirá en el recuerdo colectivo como una anécdota más de las muchas que pueblan el convulso acontecer de un país acostumbrado a la retórica insustancial de sus políticos.

Cierto: en un trienio se ha hecho mucho por darle vida a la renovación ofrecida: se modificaron leyes obsoletas y se promulgaron nuevas, tantas que ya cuesta trabajo reconocer el viejo marco legal. Mas nada hay que le garantice la irreversibilidad de esos avances…, nada excepto que per se o por interpósita persona continúe indefinidamente ejerciendo el poder.

Sin un proyecto acabado… ¡sucesión adelantada!

López Obrador debe haberse convencido -si no es que siempre lo estuvo- que un sexenio es plazo insuficiente para dar por acabada una obra social de envergadura equiparable a la que, según él, tuvieron la Independencia, la Reforma y la Revolución.

A la Cuarta Transformación le faltan muchas horas de trabajo, muchas metas por concretar y muchas brumas por disipar para alcanzar la longevidad histórica a que aspira. Por eso es muy prematuro especular acerca de quienes pueden ser los posibles continuadores de un proyecto de semejante trascendencia que aún está distante de lograr su consolidación, máxime cuando su guía y conductor lo retoca a diario, agregándole elementos divisivos y pendencieros que conflictúan y obscurecen la esperanza de construir entre todos un México más justo y mejor.

Disonancias y contrasentidos del lopezobradorismo

Es en el interior del gobierno del tabasqueño donde surgen sus mayores contradicciones.

Acabar con la corrupción y la impunidad de los demás sin atacar la de sus cercanos resta credibilidad a su prédica moralizante, contaminada de antagonismos y fobias imposibles de conciliar con la entendible ambición de sus nobles enunciados sociales.

El tránsito de un patrón de desarrollo económico a otro que parte de premisas diferentes y tiene muy distintas metas sociales, precisa de tiempo y mucha prudencia para evitar que derive hacia la inestabilidad política y el desgobierno.

En el 2018 -año de elección presidencial- hasta las mentes más conservadoras del país advertían que, de seguirse con el modelo neoliberal al uso, la desigualdad rebasaría la mítica tolerancia de nuestro pueblo.

La interpretación que sin ningún matiz dieron los cinco últimos gobiernos -priístas o panistas, para el caso es igual- al dogma del economista norteamericano Milton Friedman no hizo sino profundizar la brecha que ya existía entre los estratos de la diferenciada sociedad mexicana, dejando abonado el terreno para que el discurso antisistema de López Obrador triunfara de forma arrolladora en las urnas.

Su holgada victoria le otorgó el margen de maniobra que necesitaba para llevar al cabo la prometida transformación del régimen político, social y económico de México, la cual, para muchos, era ya inaplazable.

De la obligada sustitución de un sistema caduco

Los gobiernos postrevolucionarios nacionalistas, de Cárdenas a López Portillo, hicieron las veces de mediadores entre el capital y el trabajo, sin perjuicio de ser al mismo tiempo partícipes de la economía como patrones en diversas industrias.

La suma del empresariado privado y el gubernamental arrojó saldos positivos por décadas; empero, al dar señales de agotamiento, a partir de De la Madrid se adoptó otro esquema al que dio en llamársele neoliberal que ya operaba en Estados Unidos y Reino Unido.

El modelo exigía limitar la función del estado, privatizar sus empresas, abrir fronteras al paso de mercancías, abolir controles cambiarios, atraer inversiones sin mirar ideologías y suscribir acuerdos de libre comercio. Y ofrecía que la riqueza permearía sus beneficios a todos los niveles de la escala social.

Del fracaso del nuevo modelo

Bastaron treinta años para probar que, en México, el neoliberalismo incentivó la corrupción y potenció la desigualdad. Corregir el rumbo era imperativo y López Obrador, determinado a realizar los cambios necesarios, procedió primero a demostrar que con nadie compartiría el poder, y luego, que acabaría con todo lo que oliese a manejos turbios.

Para extirpar los tejidos malignos no se valió de cirugías finas sino de tajos gruesos. Cargó contra todo, sin consideraciones ni distingos, privando de apoyos incluso a sectores que los precisaban. Obligó a pagar impuestos a los gerifaltes del dinero, subió el salario mínimo un 44% en términos reales, y está desarrollando el empobrecido sureste del país y fortaleciendo sus programas asistenciales en cuya eficacia cree ciegamente. Y tiene de su lado a las fuerzas armadas.

Transformación de tintes jacobinos

Son pocas las instituciones y los organismos autónomos que no han sufrido los embates controladores del presidente. El desmontaje de las viejas estructuras va, ese sí, muy adelantado, pero preocupa y mucho que todavía no se atisbe con claridad con qué habrá de sustituirlas.

Los indicios disponibles sugieren que el nuevo diseño orgánico del estado tendrá un carácter esencialmente centralista y autocrático, basado en la figura imprescindible de un líder carismático y popular obstinado en manejar, a su voluntad y sin contrapesos, la vida de la nación.

¿Por cuánto tiempo? ¿por sólo seis años? Las preguntas se amontonan, las dudas se multiplican y los temores de que el discurso polarizante de López Obrador desemboque en un escenario política, social y económicamente insostenible crecen día con día.

¿Continuidad plural y democrática… o “maximato” en ciernes?

El presidente no tiene al frente ningún adversario político. Su enemigo a vencer no es la oposición sino el tiempo, y su mayor desafío es hallar la fórmula que asegure la continuidad del proyecto.

Sabe que apenas deje Palacio Nacional la 4T se desdibujará y, en pocos años, se diluirá en el recuerdo colectivo como una anécdota más de las muchas que pueblan el convulso acontecer de un país acostumbrado a la retórica insustancial de sus políticos.

Cierto: en un trienio se ha hecho mucho por darle vida a la renovación ofrecida: se modificaron leyes obsoletas y se promulgaron nuevas, tantas que ya cuesta trabajo reconocer el viejo marco legal. Mas nada hay que le garantice la irreversibilidad de esos avances…, nada excepto que per se o por interpósita persona continúe indefinidamente ejerciendo el poder.

Sin un proyecto acabado… ¡sucesión adelantada!

López Obrador debe haberse convencido -si no es que siempre lo estuvo- que un sexenio es plazo insuficiente para dar por acabada una obra social de envergadura equiparable a la que, según él, tuvieron la Independencia, la Reforma y la Revolución.

A la Cuarta Transformación le faltan muchas horas de trabajo, muchas metas por concretar y muchas brumas por disipar para alcanzar la longevidad histórica a que aspira. Por eso es muy prematuro especular acerca de quienes pueden ser los posibles continuadores de un proyecto de semejante trascendencia que aún está distante de lograr su consolidación, máxime cuando su guía y conductor lo retoca a diario, agregándole elementos divisivos y pendencieros que conflictúan y obscurecen la esperanza de construir entre todos un México más justo y mejor.

Disonancias y contrasentidos del lopezobradorismo

Es en el interior del gobierno del tabasqueño donde surgen sus mayores contradicciones.

Acabar con la corrupción y la impunidad de los demás sin atacar la de sus cercanos resta credibilidad a su prédica moralizante, contaminada de antagonismos y fobias imposibles de conciliar con la entendible ambición de sus nobles enunciados sociales.