/ lunes 17 de agosto de 2020

Tiempos de Democracia | Del México desigual

Un Sistema Nacional de Salud al modo de los países europeos no es una meta inalcanzable. Las inadmisibles insuficiencias del actual reclaman un rediseño a fondo que iguale a los mexicanos en el disfrute cabal de su derecho a una salud de calidad

La emergencia sanitaria ha descubierto diferencias inaceptables entre seres que pertenecen a esa especie que con ampulosa suficiencia llamamos humana, perdiendo de vista el sentido profundo del término. La gente que no ve esas desigualdades y no se conmisera del semejante que las padece, o tiene helado el corazón o es un explotador. Existen también personas -de todo hay en la viña del Señor- que, advirtiéndolas, se niegan reconocerlas, bien porque forman parte de la red de intereses que las genera, bien porque mantienen algún grado de complicidad o compromiso con ellos. Y hay quienes, educados en la idea de que las disparidades sociales y económicas entre seres humanos son consustanciales al orden superior por el que fuimos creados, asumen con naturalidad ese anómalo status. Así iba transcurriendo la vida en nuestro México del alma, regido por un sistema que consentía las desigualdades y aún las fomentaba. Mas hete aquí que, de improviso, se nos presentó el Covid-19 para lanzarnos a la cara las inequidades prevalentes en esta sociedad, urgida de cambiar un avieso modelo de desarrollo que toleró e incluso propició tan discriminatoria e irregular situación. Cambiarlo digo, por uno distinto que corrija desviaciones y convierta en realidad -entre muchas cosas pendientes- el derecho ciudadano a una salud universal de calidad. Coincido punto por punto con aquellos pensadores que sostienen, a partir del histórico parteaguas que nos marcó la pandemia, que sería moral y éticamente injustificable aplazar la construcción de una nueva estructura social basada en la justicia y la igualdad.

Datos fríos

Acuciosas averiguaciones -una hecha por el Dr. Héctor Hdez. Bringas del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, y otra por Mario Romero Zavala publicada por la revista Nexos- alertan de los estragos diferenciados que causa el Covid-19 en los distintos estratos de la pirámide poblacional del país. La primera, la de Hdez. Bringas, confirma lo que se intuía; faltaba empero precisar la proporción distinta en que el virus cobra vidas según se pertenece a clases socioeconómicas altas o a bajas. Vea usted, estimado lector: la tasa de mortalidad en hospitales privados es del 4.5%, y en los públicos, del 19.1% en el IMSS y del 17.2% en el ISSSTE. En esta cuenta no entran de 18 a 20 millones de personas sin derecho a los servicios que las instituciones referidas brindan a sus asegurados. En otro nivel se hallan los institutos nacionales de salud -Enfermedades Respiratorias, Cardiología y Nutrición- y los hospitales dependientes de los gobiernos estatales que, conforme a los estudios citados, registran una mortandad del 6%, cifra algo más apegada a los promedios internacionales. No hace falta aclarar qué pacientes son las que se tratan en los de paga, que sólo atiende al 10 % del total de contagiados en la República, y cuáles en los gratuitos, a los que acude el restante 90% de los infectados. La segunda indagatoria, la de Romero Zavala en Nexos, avisa que tras cotejar en el Registro Civil de la CDMX las actas de defunción contabilizadas en los meses transcurridos del presente año y comparar sus números con los de los años precedentes, detectó un alarmante exceso de fallecimientos que oscila, según el mes, entre un 64 a un 69%, lo que arrojaría cifras muy superiores a las que reporta el sector salud oficial.

Agravantes

Hay otros factores que acentúan las diferencias, a todas luces impropias de un país civilizado como se supone es el nuestro. Uno es la escolaridad pues se ha detectado una relación estrecha entre los niveles avanzados de instrucción académica en los pacientes con la provisión de una mejor calidad de los servicios médicos. En palabras llanas: quien paga su estancia en hospitales de alto standing tiene más probabilidades de salir bien librado de la enfermedad que los que no pueden hacerlo. Y si al bajo grado educativo le agregamos una deficiente nutrición, una vivienda pequeña y pobre que hacina a sus habitantes y los lleva a la promiscuidad, una colección de daños orgánicos previos derivados de patologías mal cuidadas y peor medicadas y, como colofón, una información imprecisa y contradictoria cuando no incorrecta de las medidas que deben tomarse a la aparición de los primeros síntomas del Covid-19, habremos trazado un cuadro que suele conducir a la muerte. Ese conjunto de circunstancias, sumadas a las deficiencias de los servicios públicos de salud mexicanos, explican porqué, en el IMSS, por cada cinco personas ingresadas una concluye con su deceso, mientras que en los privados la proporción disminuye a sólo un fallecimiento por cada veinticinco ingresos.

Objetivo

De este alegato no debe concluirse que la salud de la población deba quedar en manos privadas, habida cuenta que ha probado ser más eficiente que la pública. No, esa no es la solución: sin excluir al circuito de hospitales particulares, lo que necesita México es un Sistema Nacional de Salud, financiado por el estado, capaz de cubrir los requerimientos pensionarios y de salud preventiva y curativa de todos los mexicanos sin excepción que se constituya en factor social igualador y que anule las intolerables diferencias de la actualidad. Para allegar los recursos que se precisan para la colosal tarea hará falta una nueva política contributiva que obligue absolutamente a todos los ciudadanos a cumplir -en cuanto la economía se recupere- con las obligaciones fiscales que imponga la ley y siempre de acuerdo a los ingresos de cada uno. Llevará tiempo, pero se podrá lograr. Otras naciones lo han hecho… ¿México por qué no?

Un Sistema Nacional de Salud al modo de los países europeos no es una meta inalcanzable. Las inadmisibles insuficiencias del actual reclaman un rediseño a fondo que iguale a los mexicanos en el disfrute cabal de su derecho a una salud de calidad

La emergencia sanitaria ha descubierto diferencias inaceptables entre seres que pertenecen a esa especie que con ampulosa suficiencia llamamos humana, perdiendo de vista el sentido profundo del término. La gente que no ve esas desigualdades y no se conmisera del semejante que las padece, o tiene helado el corazón o es un explotador. Existen también personas -de todo hay en la viña del Señor- que, advirtiéndolas, se niegan reconocerlas, bien porque forman parte de la red de intereses que las genera, bien porque mantienen algún grado de complicidad o compromiso con ellos. Y hay quienes, educados en la idea de que las disparidades sociales y económicas entre seres humanos son consustanciales al orden superior por el que fuimos creados, asumen con naturalidad ese anómalo status. Así iba transcurriendo la vida en nuestro México del alma, regido por un sistema que consentía las desigualdades y aún las fomentaba. Mas hete aquí que, de improviso, se nos presentó el Covid-19 para lanzarnos a la cara las inequidades prevalentes en esta sociedad, urgida de cambiar un avieso modelo de desarrollo que toleró e incluso propició tan discriminatoria e irregular situación. Cambiarlo digo, por uno distinto que corrija desviaciones y convierta en realidad -entre muchas cosas pendientes- el derecho ciudadano a una salud universal de calidad. Coincido punto por punto con aquellos pensadores que sostienen, a partir del histórico parteaguas que nos marcó la pandemia, que sería moral y éticamente injustificable aplazar la construcción de una nueva estructura social basada en la justicia y la igualdad.

Datos fríos

Acuciosas averiguaciones -una hecha por el Dr. Héctor Hdez. Bringas del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, y otra por Mario Romero Zavala publicada por la revista Nexos- alertan de los estragos diferenciados que causa el Covid-19 en los distintos estratos de la pirámide poblacional del país. La primera, la de Hdez. Bringas, confirma lo que se intuía; faltaba empero precisar la proporción distinta en que el virus cobra vidas según se pertenece a clases socioeconómicas altas o a bajas. Vea usted, estimado lector: la tasa de mortalidad en hospitales privados es del 4.5%, y en los públicos, del 19.1% en el IMSS y del 17.2% en el ISSSTE. En esta cuenta no entran de 18 a 20 millones de personas sin derecho a los servicios que las instituciones referidas brindan a sus asegurados. En otro nivel se hallan los institutos nacionales de salud -Enfermedades Respiratorias, Cardiología y Nutrición- y los hospitales dependientes de los gobiernos estatales que, conforme a los estudios citados, registran una mortandad del 6%, cifra algo más apegada a los promedios internacionales. No hace falta aclarar qué pacientes son las que se tratan en los de paga, que sólo atiende al 10 % del total de contagiados en la República, y cuáles en los gratuitos, a los que acude el restante 90% de los infectados. La segunda indagatoria, la de Romero Zavala en Nexos, avisa que tras cotejar en el Registro Civil de la CDMX las actas de defunción contabilizadas en los meses transcurridos del presente año y comparar sus números con los de los años precedentes, detectó un alarmante exceso de fallecimientos que oscila, según el mes, entre un 64 a un 69%, lo que arrojaría cifras muy superiores a las que reporta el sector salud oficial.

Agravantes

Hay otros factores que acentúan las diferencias, a todas luces impropias de un país civilizado como se supone es el nuestro. Uno es la escolaridad pues se ha detectado una relación estrecha entre los niveles avanzados de instrucción académica en los pacientes con la provisión de una mejor calidad de los servicios médicos. En palabras llanas: quien paga su estancia en hospitales de alto standing tiene más probabilidades de salir bien librado de la enfermedad que los que no pueden hacerlo. Y si al bajo grado educativo le agregamos una deficiente nutrición, una vivienda pequeña y pobre que hacina a sus habitantes y los lleva a la promiscuidad, una colección de daños orgánicos previos derivados de patologías mal cuidadas y peor medicadas y, como colofón, una información imprecisa y contradictoria cuando no incorrecta de las medidas que deben tomarse a la aparición de los primeros síntomas del Covid-19, habremos trazado un cuadro que suele conducir a la muerte. Ese conjunto de circunstancias, sumadas a las deficiencias de los servicios públicos de salud mexicanos, explican porqué, en el IMSS, por cada cinco personas ingresadas una concluye con su deceso, mientras que en los privados la proporción disminuye a sólo un fallecimiento por cada veinticinco ingresos.

Objetivo

De este alegato no debe concluirse que la salud de la población deba quedar en manos privadas, habida cuenta que ha probado ser más eficiente que la pública. No, esa no es la solución: sin excluir al circuito de hospitales particulares, lo que necesita México es un Sistema Nacional de Salud, financiado por el estado, capaz de cubrir los requerimientos pensionarios y de salud preventiva y curativa de todos los mexicanos sin excepción que se constituya en factor social igualador y que anule las intolerables diferencias de la actualidad. Para allegar los recursos que se precisan para la colosal tarea hará falta una nueva política contributiva que obligue absolutamente a todos los ciudadanos a cumplir -en cuanto la economía se recupere- con las obligaciones fiscales que imponga la ley y siempre de acuerdo a los ingresos de cada uno. Llevará tiempo, pero se podrá lograr. Otras naciones lo han hecho… ¿México por qué no?