/ lunes 13 de abril de 2020

Tiempos de democracia | Días difíciles

Las adversidades que viviremos las siguientes semanas van a exigir la aplicación de medidas que no a todos gustarán. Para vencer a la emergencia sanitaria, la ciudadanía deberá aportar disciplina y entereza, y el gobierno serenidad, firmeza y lucidez

Han pasado apenas cien días desde que el gobierno de la República Popular China avisó a la Organización Mundial de la Salud -la OMS- de la existencia de una variante del CoronaVirus (el Covid-19) resistente a todos los antivirales conocidos. Preocupaba que, con devastadora letalidad, se estaba esparciendo velozmente por la provincia de Wuhan. De entonces aquí, amigo lector, el mundo ha cambiado. La reacción de los liderazgos de las naciones-estado, tardía en lo general, osciló entre la desconfianza, la incredulidad y la estupidez. Despectivos y sobrados, varios de ellos minusvaloraron la experiencia china, así como las drásticas medidas de contención adoptadas por su gobierno, “…las más ágiles, ambiciosas, y agresivas de la historia…”, según la OMS. Pese a los exhortos de reputados expertos en epidemiología, la comunidad internacional demoró en asumir en su real magnitud el potencial destructivo del nuevo patógeno respiratorio. La consecuencia: el Covid-19 empezó a propagarse por el orbe, sin mirar barreras ni fronteras.

El panorama real

Esa centena dramática, anunciadora de grandes y mayores desdichas para la humanidad, nos ha legado toda una serie de dolorosas enseñanzas. La primera: no tenemos, ni la tendremos pronto, cura ni vacuna alguna contra el mal. Tampoco conocemos ningún procedimiento que evite que la enfermedad devenga en el fallecimiento del afectado; los recuperados -lo subrayo- lo han sido merced a que sus propias defensas inmunológicas vencieron al virus. Los respiradores mecánicos, es cierto, han rescatado pacientes cuando atraviesan por la etapa más difícil del proceso infeccioso; empero, ni son infalibles ni hay sistema sanitario en el mundo que disponga de los suficientes para atender el arribo simultáneo a las instalaciones hospitalarias de urgencia de un número ingente de personas en estado crítico.

Descuidos costosos e irresponsables

La segunda experiencia que nos deja lo acontecido en los países azotados por el Covid-19 es que la celeridad de su propagación depende de la oportunidad con que cada gobierno se decide a decretar la cuarentena de la población. Estados Unidos -cuyo ignorante y fatuo mandatario desoyó las primeras alarmas- está ya a la punta del registro del número de muertos por nación. La sandez de Trump puede costarle el próximo noviembre una reelección que daba por segura. En el Reino Unido, la indiferencia de su primer ministro Johnson lo tiene en terapia intensiva, y a su pareja embarazada, en observación. Y en México está por verse el costo que tendremos que pagar por las chanzas con que el presidente López Obrador violentó todo sentido común, provocando con su conducta pública que el mal ejemplo lo imitara la gente, haciendo caso omiso de indicaciones universalmente consensadas. Considerando que hay en puerta una consulta revocatoria del mandato, su mal calculado desenfado no parece haber sido una decisión acertada.

Trágicas diferencias sociales

La tercera lección es que el confinamiento riguroso de los ciudadanos en sus casas es la precaución que más seguridad otorga a quienes la observan de no ser un eslabón más en la cadena fatal de contagios. Conscientes estamos de que un aislamiento de tan extrema severidad es una disposición difícil de cumplir para cualquier persona, pero es de imposible cumplimiento para quienes a diario salen a la calle a buscarse el propio sustento y el de su familia. Ese amplísimo sector de la población que se ubica mayoritariamente en el mundo del subdesarrollo, tendrá que optar -si gobierno y sociedad no los auxilia- entre una segura muerte por inanición u otra -estadísticamente más improbable- por infección del virus. Así de claro, y así de descarnadamente cruel. A los que forman parte de ese inmenso ejército sólo les queda respetar la sana distancia -cuando puedan-, usar tapabocas -si les dan-, lavarse las manos -si tienen agua y jabón-, y acudir a los servicios de salud si manifiestan síntomas de enfermedad. Y nada más.

Tlaxcala ante la crisis

Debido a que no han sido iguales los criterios empleados por los gobiernos para definir sus estrategias vs. el Covid-19, así como para seguir su evolución estadística, es imposible hacer comparaciones puntuales ni adoptar las mismas pautas. Y como la causa de los decesos además puede confundirse con otros padecimientos con síntomas similares, ni siquiera ese número es indicador fiable. No obstante, los datos con que se cuenta son suficientes para saber que México -y otras naciones de parecida condición a la nuestra- están en la inminencia del crecimiento de los contagios y, por ende, de sus mortales consecuencias. Sabemos también que no contamos con los elementos, instalaciones y controles que disponen China, Corea, Italia, España, Francia, Alemania, el Reino Unido y Estados Unidos, por sólo citar a los países que ya han lidiado con las fases más duras de la epidemia. Para Tlaxcala, y en particular para Marco Mena su gobernador, será sin duda el mayor reto que su administración haya enfrentado y el que pondrá a prueba sus conocimientos en materia precisamente de Gestión de Crisis. Aunque ya tomó decisiones con una anticipación reconocible que revela su experiencia en esta clase de asuntos, creo que las exigencias perentorias e inaplazables que a buen seguro planteará la emergencia sanitaria en los próximos días obligará a revisar los supuestos con los que fueron diseñados planes y programas del ejercicio en curso. Se acercan, amigo lector, días difíciles para todos.

Para Tlaxcala, y en particular para Marco Mena su gobernador, será sin duda el mayor reto que su administración haya enfrentado y el que pondrá a prueba sus conocimientos en materia precisamente de Gestión de Crisis.


Las adversidades que viviremos las siguientes semanas van a exigir la aplicación de medidas que no a todos gustarán. Para vencer a la emergencia sanitaria, la ciudadanía deberá aportar disciplina y entereza, y el gobierno serenidad, firmeza y lucidez

Han pasado apenas cien días desde que el gobierno de la República Popular China avisó a la Organización Mundial de la Salud -la OMS- de la existencia de una variante del CoronaVirus (el Covid-19) resistente a todos los antivirales conocidos. Preocupaba que, con devastadora letalidad, se estaba esparciendo velozmente por la provincia de Wuhan. De entonces aquí, amigo lector, el mundo ha cambiado. La reacción de los liderazgos de las naciones-estado, tardía en lo general, osciló entre la desconfianza, la incredulidad y la estupidez. Despectivos y sobrados, varios de ellos minusvaloraron la experiencia china, así como las drásticas medidas de contención adoptadas por su gobierno, “…las más ágiles, ambiciosas, y agresivas de la historia…”, según la OMS. Pese a los exhortos de reputados expertos en epidemiología, la comunidad internacional demoró en asumir en su real magnitud el potencial destructivo del nuevo patógeno respiratorio. La consecuencia: el Covid-19 empezó a propagarse por el orbe, sin mirar barreras ni fronteras.

El panorama real

Esa centena dramática, anunciadora de grandes y mayores desdichas para la humanidad, nos ha legado toda una serie de dolorosas enseñanzas. La primera: no tenemos, ni la tendremos pronto, cura ni vacuna alguna contra el mal. Tampoco conocemos ningún procedimiento que evite que la enfermedad devenga en el fallecimiento del afectado; los recuperados -lo subrayo- lo han sido merced a que sus propias defensas inmunológicas vencieron al virus. Los respiradores mecánicos, es cierto, han rescatado pacientes cuando atraviesan por la etapa más difícil del proceso infeccioso; empero, ni son infalibles ni hay sistema sanitario en el mundo que disponga de los suficientes para atender el arribo simultáneo a las instalaciones hospitalarias de urgencia de un número ingente de personas en estado crítico.

Descuidos costosos e irresponsables

La segunda experiencia que nos deja lo acontecido en los países azotados por el Covid-19 es que la celeridad de su propagación depende de la oportunidad con que cada gobierno se decide a decretar la cuarentena de la población. Estados Unidos -cuyo ignorante y fatuo mandatario desoyó las primeras alarmas- está ya a la punta del registro del número de muertos por nación. La sandez de Trump puede costarle el próximo noviembre una reelección que daba por segura. En el Reino Unido, la indiferencia de su primer ministro Johnson lo tiene en terapia intensiva, y a su pareja embarazada, en observación. Y en México está por verse el costo que tendremos que pagar por las chanzas con que el presidente López Obrador violentó todo sentido común, provocando con su conducta pública que el mal ejemplo lo imitara la gente, haciendo caso omiso de indicaciones universalmente consensadas. Considerando que hay en puerta una consulta revocatoria del mandato, su mal calculado desenfado no parece haber sido una decisión acertada.

Trágicas diferencias sociales

La tercera lección es que el confinamiento riguroso de los ciudadanos en sus casas es la precaución que más seguridad otorga a quienes la observan de no ser un eslabón más en la cadena fatal de contagios. Conscientes estamos de que un aislamiento de tan extrema severidad es una disposición difícil de cumplir para cualquier persona, pero es de imposible cumplimiento para quienes a diario salen a la calle a buscarse el propio sustento y el de su familia. Ese amplísimo sector de la población que se ubica mayoritariamente en el mundo del subdesarrollo, tendrá que optar -si gobierno y sociedad no los auxilia- entre una segura muerte por inanición u otra -estadísticamente más improbable- por infección del virus. Así de claro, y así de descarnadamente cruel. A los que forman parte de ese inmenso ejército sólo les queda respetar la sana distancia -cuando puedan-, usar tapabocas -si les dan-, lavarse las manos -si tienen agua y jabón-, y acudir a los servicios de salud si manifiestan síntomas de enfermedad. Y nada más.

Tlaxcala ante la crisis

Debido a que no han sido iguales los criterios empleados por los gobiernos para definir sus estrategias vs. el Covid-19, así como para seguir su evolución estadística, es imposible hacer comparaciones puntuales ni adoptar las mismas pautas. Y como la causa de los decesos además puede confundirse con otros padecimientos con síntomas similares, ni siquiera ese número es indicador fiable. No obstante, los datos con que se cuenta son suficientes para saber que México -y otras naciones de parecida condición a la nuestra- están en la inminencia del crecimiento de los contagios y, por ende, de sus mortales consecuencias. Sabemos también que no contamos con los elementos, instalaciones y controles que disponen China, Corea, Italia, España, Francia, Alemania, el Reino Unido y Estados Unidos, por sólo citar a los países que ya han lidiado con las fases más duras de la epidemia. Para Tlaxcala, y en particular para Marco Mena su gobernador, será sin duda el mayor reto que su administración haya enfrentado y el que pondrá a prueba sus conocimientos en materia precisamente de Gestión de Crisis. Aunque ya tomó decisiones con una anticipación reconocible que revela su experiencia en esta clase de asuntos, creo que las exigencias perentorias e inaplazables que a buen seguro planteará la emergencia sanitaria en los próximos días obligará a revisar los supuestos con los que fueron diseñados planes y programas del ejercicio en curso. Se acercan, amigo lector, días difíciles para todos.

Para Tlaxcala, y en particular para Marco Mena su gobernador, será sin duda el mayor reto que su administración haya enfrentado y el que pondrá a prueba sus conocimientos en materia precisamente de Gestión de Crisis.