/ lunes 27 de septiembre de 2021

Tiempos de Democracia | El desbordado fenómeno de la migración mundial

El caso de Haití hoy acapara los focos. Antes fueron las caravanas mesoamericanas a USA y las muchedumbres africanas a Europa. No hay alambradas ni muros que los disuada en su afán por acceder a una vida digna y segura.

Encoge el corazón contemplar las imágenes que dan noticia de la conmovedora odisea que viven hombres, mujeres y niños que migran por todo el mundo, huyendo de la violencia, el desempleo, el hambre, la enfermedad y la muerte.

Las visiones más recientes que nos proporciona la televisión son de familias haitianas que pasan semanas enteras en la frontera sur de México, deambulando alrededor de oficinas donde les exigen documentos que obviamente no tienen.

Son grupos humanos pauperizados que, antes de toparse con la burocracia migratoria, cruzaron mares y ríos en lanchas o a nado y que, andando, han recorrido cientos de kilómetros por sendas, caminos rurales y carreteras a través de selvas y montañas, durmiendo al raso y sufriendo temperaturas extremas con la esperanza de conseguir un salvoconducto que nunca les será expedido.

Persuadidos de la inutilidad de su espera, tratan de burlar las vallas que elementos del Instituto Nacional de Migración y de la Policía Federal interponen a su paso, a sabiendas de que, si consiguen eludir su vigilancia aún les faltará por recorrer tres tantos más de la ruta que dejaron atrás, venciendo iguales o peores obstáculos, perseguidos y acosados por la Guardia Nacional en su nueva función de órgano represor y expuestos a la extorsión de profesionales de la trata de personas y/o a su secuestro por bandas criminales.

Los que nada tienen… van a todas sin medir riesgos

En esa situación de absoluto desamparo los migrantes -sean hondureños, salvadoreños, guatemaltecos o haitianos- tienen que elegir entre jugarse la vida trepando al techo de trenes de carga, viajar hacinados en la caja cerrada de un vehículo de transporte de mercancías que viaje a ciudades del norte de la República o desandar sus pasos para volver derrotados a la tierra que les vio nacer.

Si deciden seguir tienen por delante un peregrinaje que puede prolongarse meses, con el peligro siempre presente de padecer más vejaciones, desprecios, humillaciones, maltratos y hasta violaciones, tan sólo para que, al término de su desventurado periplo, se den de cara con una apretada fila de agentes que les cierran el paso a la tierra prometida.

¿Qué les queda entonces? ¿malvivir en campamentos improvisados en suelo mexicano? ¿o cruzar de cualquier modo la frontera, sea escalando el muro de acero, vadeando el Rio Bravo o aventurándose por el desierto? Los que en su desesperación prueban cualquiera de esas alternativas tienen una alta probabilidad de acabar ante los oficiales de la USA Guardia Patrol, el fuete de los genízaros montados de la policía texana o, peor aún, una bala disparada por milicias armadas de ultraderecha.

Y si pasan esa primera línea de defensa y son detenidos por la autoridad federal norteamericana, lo que sigue para esos seres castigados por la desgracia es su inmediata deportación -en avión en el caso de los haitianos- a sus países de origen, los más pobres de América.

Infortunios políticos y adversidades naturales. El caso haitiano.

Ex colonia francesa hasta 1804, a Haití se le tiene por una tierra abandonada a su suerte y dejada de la mano de Dios. Comparte la isla La Española con la República Dominicana, nación con la que, desde el advenimiento de ambas a la vida independiente, ha vivido en perpetua tensión.

Políticamente, Haití padeció el siglo pasado la feroz dictadura de la dinastía Duvalier (Françoise, Papá Doc -1957 a 1971- y Jean Claude, Baby Doc -1971 a 1986-). Padre e hijo gobernaron de forma opresora y brutal, hundiendo a su pueblo en el fanatismo, la práctica del vudú, la ignorancia y el miedo.

La pervivencia de ese siniestro régimen se debió -como la de tantos otros en la región- a que Estados Unidos trató a los Duvalier con la misma simpatía y respaldo que siempre le prodigó a Trujillo, el sanguinario tirano dominicano y a la nefasta saga de los Somoza en Nicaragua. La tolerancia de Washington hacia las dictaduras centroamericanas y caribeñas se reafirmó aún más en virtud de que todas se asumieron anticomunistas cuando, en Cuba, Fidel Castro se empeñaba en implantar el socialismo.

El caso es que, pese al tiempo transcurrido, el signo de la democracia post-duvalierista en Haití ha sido la inestabilidad: el 7 de julio pasado asesinaron a su presidente Jovenel Moise y -cómo las desgracias no vienen solas- un mes después del magnicidio fue sacudido por sismo de magnitud 7.2 que nos hizo recordar el devastador de 2002. Y como si su gente no hubiera encajado suficientes penurias, dos días después les pegó el ciclón Grace, agudizando su miseria y acelerando sus planes de huida en pos de nuevos y mejores horizontes.

Los motivos del éxodo

Desigualdad, explotación, ignorancia, fundamentalismos religiosos, desastres naturales y conflictos por el control de territorios y sus riquezas, son algunos de los factores que explican los movimientos migratorios.

Desactivar las causas de esos descontrolados flujos humanos son, junto con las que están generando el cambio climático, los dos grandes problemas de nuestros tiempos. Y a su solución de fondo han de abocarse sin dilación todas las naciones del orbe.

ANTENA NACIONAL

Redadas de científicos en el esquema de seguridad interior de México

Es más fácil aprehender y encarcelar preventivamente a un grupo de científicos que a una organización de mafiosos, a un matemático que a un narco, a un físico que a un huachicolero.

Y mucho menos riesgoso. ¿Qué tal una “cuerda” de peligrosos investigadores a las Islas Marías, hoy convertidas en parque temático? ¡Con la 4T todo es posible!

El caso de Haití hoy acapara los focos. Antes fueron las caravanas mesoamericanas a USA y las muchedumbres africanas a Europa. No hay alambradas ni muros que los disuada en su afán por acceder a una vida digna y segura.

Encoge el corazón contemplar las imágenes que dan noticia de la conmovedora odisea que viven hombres, mujeres y niños que migran por todo el mundo, huyendo de la violencia, el desempleo, el hambre, la enfermedad y la muerte.

Las visiones más recientes que nos proporciona la televisión son de familias haitianas que pasan semanas enteras en la frontera sur de México, deambulando alrededor de oficinas donde les exigen documentos que obviamente no tienen.

Son grupos humanos pauperizados que, antes de toparse con la burocracia migratoria, cruzaron mares y ríos en lanchas o a nado y que, andando, han recorrido cientos de kilómetros por sendas, caminos rurales y carreteras a través de selvas y montañas, durmiendo al raso y sufriendo temperaturas extremas con la esperanza de conseguir un salvoconducto que nunca les será expedido.

Persuadidos de la inutilidad de su espera, tratan de burlar las vallas que elementos del Instituto Nacional de Migración y de la Policía Federal interponen a su paso, a sabiendas de que, si consiguen eludir su vigilancia aún les faltará por recorrer tres tantos más de la ruta que dejaron atrás, venciendo iguales o peores obstáculos, perseguidos y acosados por la Guardia Nacional en su nueva función de órgano represor y expuestos a la extorsión de profesionales de la trata de personas y/o a su secuestro por bandas criminales.

Los que nada tienen… van a todas sin medir riesgos

En esa situación de absoluto desamparo los migrantes -sean hondureños, salvadoreños, guatemaltecos o haitianos- tienen que elegir entre jugarse la vida trepando al techo de trenes de carga, viajar hacinados en la caja cerrada de un vehículo de transporte de mercancías que viaje a ciudades del norte de la República o desandar sus pasos para volver derrotados a la tierra que les vio nacer.

Si deciden seguir tienen por delante un peregrinaje que puede prolongarse meses, con el peligro siempre presente de padecer más vejaciones, desprecios, humillaciones, maltratos y hasta violaciones, tan sólo para que, al término de su desventurado periplo, se den de cara con una apretada fila de agentes que les cierran el paso a la tierra prometida.

¿Qué les queda entonces? ¿malvivir en campamentos improvisados en suelo mexicano? ¿o cruzar de cualquier modo la frontera, sea escalando el muro de acero, vadeando el Rio Bravo o aventurándose por el desierto? Los que en su desesperación prueban cualquiera de esas alternativas tienen una alta probabilidad de acabar ante los oficiales de la USA Guardia Patrol, el fuete de los genízaros montados de la policía texana o, peor aún, una bala disparada por milicias armadas de ultraderecha.

Y si pasan esa primera línea de defensa y son detenidos por la autoridad federal norteamericana, lo que sigue para esos seres castigados por la desgracia es su inmediata deportación -en avión en el caso de los haitianos- a sus países de origen, los más pobres de América.

Infortunios políticos y adversidades naturales. El caso haitiano.

Ex colonia francesa hasta 1804, a Haití se le tiene por una tierra abandonada a su suerte y dejada de la mano de Dios. Comparte la isla La Española con la República Dominicana, nación con la que, desde el advenimiento de ambas a la vida independiente, ha vivido en perpetua tensión.

Políticamente, Haití padeció el siglo pasado la feroz dictadura de la dinastía Duvalier (Françoise, Papá Doc -1957 a 1971- y Jean Claude, Baby Doc -1971 a 1986-). Padre e hijo gobernaron de forma opresora y brutal, hundiendo a su pueblo en el fanatismo, la práctica del vudú, la ignorancia y el miedo.

La pervivencia de ese siniestro régimen se debió -como la de tantos otros en la región- a que Estados Unidos trató a los Duvalier con la misma simpatía y respaldo que siempre le prodigó a Trujillo, el sanguinario tirano dominicano y a la nefasta saga de los Somoza en Nicaragua. La tolerancia de Washington hacia las dictaduras centroamericanas y caribeñas se reafirmó aún más en virtud de que todas se asumieron anticomunistas cuando, en Cuba, Fidel Castro se empeñaba en implantar el socialismo.

El caso es que, pese al tiempo transcurrido, el signo de la democracia post-duvalierista en Haití ha sido la inestabilidad: el 7 de julio pasado asesinaron a su presidente Jovenel Moise y -cómo las desgracias no vienen solas- un mes después del magnicidio fue sacudido por sismo de magnitud 7.2 que nos hizo recordar el devastador de 2002. Y como si su gente no hubiera encajado suficientes penurias, dos días después les pegó el ciclón Grace, agudizando su miseria y acelerando sus planes de huida en pos de nuevos y mejores horizontes.

Los motivos del éxodo

Desigualdad, explotación, ignorancia, fundamentalismos religiosos, desastres naturales y conflictos por el control de territorios y sus riquezas, son algunos de los factores que explican los movimientos migratorios.

Desactivar las causas de esos descontrolados flujos humanos son, junto con las que están generando el cambio climático, los dos grandes problemas de nuestros tiempos. Y a su solución de fondo han de abocarse sin dilación todas las naciones del orbe.

ANTENA NACIONAL

Redadas de científicos en el esquema de seguridad interior de México

Es más fácil aprehender y encarcelar preventivamente a un grupo de científicos que a una organización de mafiosos, a un matemático que a un narco, a un físico que a un huachicolero.

Y mucho menos riesgoso. ¿Qué tal una “cuerda” de peligrosos investigadores a las Islas Marías, hoy convertidas en parque temático? ¡Con la 4T todo es posible!