/ lunes 6 de julio de 2020

Tiempos de Democracia | El Dr. Hugo López Gatell

De alta complejidad es la función de comunicar socialmente las estrategias del Gobierno federal respecto de una pandemia de efectos letales que permanecerá largo tiempo entre nosotros. Y más aún con un jefe político como el presidente López Obrador

Los conocimientos del subsecretario de Salud Hugo López Gatell en materia de epidemiología son incuestionables, como inapelables fueron también sus primeras recomendaciones en relación con las líneas de conducta individuales y colectivas que debía seguir la ciudadanía en México para mejor defenderse del mortal virus que ya había atacado varias regiones de Asia, empezaba a hacerlo en Europa y se tenía la certeza que no tardaría en llegar a nuestro país. Dotado de una facilidad expresiva inhabitual en personas sin experiencia previa en medios de comunicación masiva, se valió de ellos para difundir eficazmente una campaña intensiva de concienciación comunitaria. Así, de la noche a la mañana, López Gatell convirtió su informe diario sobre la pandemia en una cita televisiva obligada para muchos connacionales, superando por momentos el rating de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador.

Antecedentes

Confieso que el personaje me interesó. Por sus orígenes, por su cercanía con personas afines y por la forma como entiende la situación de irritante desigualdad a que se llegó por la aplicación de modelos económicos con intereses opuestos a los de la población marginal del país. Esa es la razón -explicó recientemente- por la que en nuestro país coexisten dos sistemas de salud públicos, uno de excelencia y de renombre internacional que disfruta de amplio apoyo oficial, y otro depauperado, que apenas sobrevive al límite de sus recortadas posibilidades presupuestales. Aquel, el primero, que salva la cara a una clase gobernante sin conciencia de clase, atiende a gente perteneciente a -o recomendada por- las élites políticas, y cuenta con especialistas reconocidos y la más moderna equipación. Éste, el segundo, al que acuden los pobres, funciona de milagro, con médicos y enfermeras mal pagados que batallan para adaptarse a las siempre insatisfechas carencias de las instalaciones hospitalarias donde prestan sus servicios.

Arranque deslumbrante

Caracterizado desde los primeros días como la voz autorizada del régimen para los temas relacionados con la Covid-19, su autoridad científica y política creció al punto de opacar a miembros del gabinete de rango superior al suyo. Su capacidad persuasiva y sus explicaciones convincentes conquistaron el ánimo de las audiencias nacionales. No transcurría el primer mes de emergencia cuando ya medio México sabía que, para "aplanar" la curva de los contagios, era preciso guardar la sana distancia, quedarse en casa y lavarse concienzuda y repetidamente las manos. Mientras que Europa vivía episodios dantescos y el número de víctimas crecía sin control, en México se conseguía ralentizar la velocidad de los contagios, ganando un tiempo precioso que se empleó en ampliar las instalaciones hospitalarias disponibles y en equiparlas a toda prisa con lo que pudo hallarse en un mercado sobredemandado mundialmente.

El primer dislate

El éxito inicial de la estrategia de contención al avance del virus -del que muy prematuramente se vanaglorió López Obrador- puso de relieve las debilidades de un sistema de salud público insuficiente, decrépito y desatendido. Mas el punto a destacar es que, para no desmerecer del tono triunfalista de su jefe político, López Gatell tomó la ruta equivocada de justificar actitudes del mandatario que abiertamente contradecían las precauciones que recomendaba diaria y machaconamente a la ciudadanía. Andrés Manuel, fiel a su estilo, ignoró medidas restrictivas y reemprendió los viajes de promoción de sus proyectos y programas. Para una antología de frases lambisconas quedó aquella que acuñó López Gatell al afirmar que "…la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio…". Con ella nos hacía ver que a López Obrador había que darle una dimensión distinta a la que tenemos el resto de los mortales.

Cadena de equivocaciones

La cosa no quedó ahí; envanecido por su popularidad mediática, López Gatell, olvidó que la epidemiología no es ciencia exacta y se dio a predecir fechas de conclusión de la pandemia y bajas que produciría. Se fueron sucediendo los yerros… que todas las tardes a través de la televisión trataba de enmendar con gráficas inverosímiles y enredadas. Mas lo que minó su credibilidad irreparablemente fue el tapabocas, cuyo uso no recomendó e incluso desaconsejó por cuanto: 1) hacía que la gente, al sentirse protegida, descuidara la observancia de las demás medidas precautorias y, 2) se constituiría en reservorio de virus infectantes. Sin estar del todo alejadas de la verdad sus reservas, el hecho es que el mundo lo adoptó y hasta lo hizo obligatorio. Hoy día, sólo él, Amlo, Trump y Bolsonaro no se lo ponen.

Dudas fundadas

No hay elementos para afirmar que, por razones políticas, se hayan falseado las cifras de los fallecimientos. Quien lo sostenga deberá probarlo. Mas lo que sí se sabe es que hay muertes que, por suceder fuera de los hospitales, no se contabilizaron. Lo criticable es que, a sabiendas que el fenómeno ocurría y era importante, no se hiciera nada para investigarlo. Tuvo que ser hasta hace unos días que, apremiado nacional e internacionalmente, López Gatell por fin admitiera que los decesos acaecidos en CDMX tendrían que multiplicarse por tres para acercarnos a la mortandad real causada por la pandemia. Un cálculo análogo, supongo, habría que hacer para las demás entidades federativas.

De alta complejidad es la función de comunicar socialmente las estrategias del Gobierno federal respecto de una pandemia de efectos letales que permanecerá largo tiempo entre nosotros. Y más aún con un jefe político como el presidente López Obrador

Los conocimientos del subsecretario de Salud Hugo López Gatell en materia de epidemiología son incuestionables, como inapelables fueron también sus primeras recomendaciones en relación con las líneas de conducta individuales y colectivas que debía seguir la ciudadanía en México para mejor defenderse del mortal virus que ya había atacado varias regiones de Asia, empezaba a hacerlo en Europa y se tenía la certeza que no tardaría en llegar a nuestro país. Dotado de una facilidad expresiva inhabitual en personas sin experiencia previa en medios de comunicación masiva, se valió de ellos para difundir eficazmente una campaña intensiva de concienciación comunitaria. Así, de la noche a la mañana, López Gatell convirtió su informe diario sobre la pandemia en una cita televisiva obligada para muchos connacionales, superando por momentos el rating de las conferencias mañaneras del presidente López Obrador.

Antecedentes

Confieso que el personaje me interesó. Por sus orígenes, por su cercanía con personas afines y por la forma como entiende la situación de irritante desigualdad a que se llegó por la aplicación de modelos económicos con intereses opuestos a los de la población marginal del país. Esa es la razón -explicó recientemente- por la que en nuestro país coexisten dos sistemas de salud públicos, uno de excelencia y de renombre internacional que disfruta de amplio apoyo oficial, y otro depauperado, que apenas sobrevive al límite de sus recortadas posibilidades presupuestales. Aquel, el primero, que salva la cara a una clase gobernante sin conciencia de clase, atiende a gente perteneciente a -o recomendada por- las élites políticas, y cuenta con especialistas reconocidos y la más moderna equipación. Éste, el segundo, al que acuden los pobres, funciona de milagro, con médicos y enfermeras mal pagados que batallan para adaptarse a las siempre insatisfechas carencias de las instalaciones hospitalarias donde prestan sus servicios.

Arranque deslumbrante

Caracterizado desde los primeros días como la voz autorizada del régimen para los temas relacionados con la Covid-19, su autoridad científica y política creció al punto de opacar a miembros del gabinete de rango superior al suyo. Su capacidad persuasiva y sus explicaciones convincentes conquistaron el ánimo de las audiencias nacionales. No transcurría el primer mes de emergencia cuando ya medio México sabía que, para "aplanar" la curva de los contagios, era preciso guardar la sana distancia, quedarse en casa y lavarse concienzuda y repetidamente las manos. Mientras que Europa vivía episodios dantescos y el número de víctimas crecía sin control, en México se conseguía ralentizar la velocidad de los contagios, ganando un tiempo precioso que se empleó en ampliar las instalaciones hospitalarias disponibles y en equiparlas a toda prisa con lo que pudo hallarse en un mercado sobredemandado mundialmente.

El primer dislate

El éxito inicial de la estrategia de contención al avance del virus -del que muy prematuramente se vanaglorió López Obrador- puso de relieve las debilidades de un sistema de salud público insuficiente, decrépito y desatendido. Mas el punto a destacar es que, para no desmerecer del tono triunfalista de su jefe político, López Gatell tomó la ruta equivocada de justificar actitudes del mandatario que abiertamente contradecían las precauciones que recomendaba diaria y machaconamente a la ciudadanía. Andrés Manuel, fiel a su estilo, ignoró medidas restrictivas y reemprendió los viajes de promoción de sus proyectos y programas. Para una antología de frases lambisconas quedó aquella que acuñó López Gatell al afirmar que "…la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio…". Con ella nos hacía ver que a López Obrador había que darle una dimensión distinta a la que tenemos el resto de los mortales.

Cadena de equivocaciones

La cosa no quedó ahí; envanecido por su popularidad mediática, López Gatell, olvidó que la epidemiología no es ciencia exacta y se dio a predecir fechas de conclusión de la pandemia y bajas que produciría. Se fueron sucediendo los yerros… que todas las tardes a través de la televisión trataba de enmendar con gráficas inverosímiles y enredadas. Mas lo que minó su credibilidad irreparablemente fue el tapabocas, cuyo uso no recomendó e incluso desaconsejó por cuanto: 1) hacía que la gente, al sentirse protegida, descuidara la observancia de las demás medidas precautorias y, 2) se constituiría en reservorio de virus infectantes. Sin estar del todo alejadas de la verdad sus reservas, el hecho es que el mundo lo adoptó y hasta lo hizo obligatorio. Hoy día, sólo él, Amlo, Trump y Bolsonaro no se lo ponen.

Dudas fundadas

No hay elementos para afirmar que, por razones políticas, se hayan falseado las cifras de los fallecimientos. Quien lo sostenga deberá probarlo. Mas lo que sí se sabe es que hay muertes que, por suceder fuera de los hospitales, no se contabilizaron. Lo criticable es que, a sabiendas que el fenómeno ocurría y era importante, no se hiciera nada para investigarlo. Tuvo que ser hasta hace unos días que, apremiado nacional e internacionalmente, López Gatell por fin admitiera que los decesos acaecidos en CDMX tendrían que multiplicarse por tres para acercarnos a la mortandad real causada por la pandemia. Un cálculo análogo, supongo, habría que hacer para las demás entidades federativas.