/ lunes 5 de julio de 2021

Tiempos de Democracia | El PRI, principio y fin

En apretada síntesis le expongo, estimado lector, mi opinión de cómo fue, y a qué personajes atribuyo, el nacimiento, el apogeo y la decadencia del Partido Revolucionario Institucional, el instituto político que guió los destinos de México por casi un siglo

Existen -dicen- muchas maneras de pasar a mejor vida; empero, la elegida por el PRI es la peor de todas cuantas es posible imaginar.

El simple hecho de que la escritura de las páginas finales de la existencia del otrora poderosísimo partido esté a cargo de Alito y de Ulises Ruiz es indicativo del ínfimo nivel al que cayó el tricolor, una formación política que a lo largo de su dilatada historia vio pasar por sus filas a personajes de gran dimensión y calidad, y a las que debemos las instituciones que rigen la vida de México.

Pese a haber tenido un desempeño terriblemente desigual y en muchos sentidos injusto, preciso es reconocer que el PRI dio a los mexicanos casi un siglo de paz constructiva luego de los primeros cien años de su convulsa etapa independiente.

“…sueño con el pasado que añoro…”

Merced a una inalterada línea de disciplina interna y de control político sobre cualquier forma de disidencia, bajo sus tres distintas denominaciones -PNR, PRM y PRI- el partido llevó consecutivamente a la Presidencia de la República -desde 1924 hasta el 2000- a quince de sus militantes. Calles, Portes Gil, Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez, Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo son los nombres de una ininterrumpida y larguísima sucesión de mandatarios priístas, rota por el breve pero socialmente poco significativo intermedio de dos olvidables sexenios panistas -el de Fox y el de Calderón-, y reanudada con Peña Nieto, su último y quizá menos representativo eslabón.

”…el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá…”

Fueron setenta y cinco años en que los gobiernos postrevolucionarios supieron acomodarse a la mutante geopolítica internacional -dos guerras mundiales y un entorno latinoamericano inestable y violento- al tiempo que, en lo interno, consolidaban un sistema político -la llamada dictadura perfecta- que propició un crecimiento económico regionalmente diferenciado pero, a final de cuentas, generador de una riqueza que, por ineptitud y corrupción, no se distribuyó de forma racional y justa.

Por otra parte, el petróleo fue el sostén financiero de una hacienda pública que pudo soportar errores, caprichos y excesos de un presidencialismo de corte cuasi imperial sometido, eso sí, al cumplimiento de un principio intocable que explica la longevidad del régimen: la no reelección.

“…si arrastre por este mundo la vergüenza de haber sido …”

Diríase que los citados son los claros de la ejecutoria de un partido que enmarcó la vida de México durante prácticamente todo el siglo XX. Mas esta historia estaría trunca sin mencionar sus obscuros, que los hay, y son abundantes.

Vea usted, amigo lector: la secuenciación ordenada de los sexenios priístas se explica no sólo por la disciplina del PRI sino, también y sobre todo, por su intolerancia frente a todo esbozo de oposición -la trágica represión estudiantil del 68 ilustra el dicho- y por su afán de exterminar a grupos que, ante la cerrazón del sistema, optaban por la rebeldía.

La Guerra Sucia emprendida por el Ejércitocontra ellos, v.gr. en Guerrero, incluyó detenciones ilegales, desapariciones forzadas, ejecuciones sumarias, torturas físicas y sicológicas, etc.

“…y el dolor de ya no ser…”

No fue sino hasta que la Reforma Política de 1977 entreabrió la puerta a las oposiciones cuando la competencia se trasladó a la arena electoral.

Sin embargo, la apertura que auspició el registro formal de fuerzas políticas que vivieron por décadas en la clandestinidad forzada tuvo como contrapartida la institucionalización del fraude como vía para asegurar las victorias del sistema.

Tiempos fueron aquellos en que votar al partido que aún hoy ostenta en su emblema los colores de la bandera se valoraba como un servicio a la Patria.

El asalto a las casillas era habitual en los comicios mexicanos, así como las incontables trampas de que se valían los mapaches oficialistas para repletar las urnas de sufragios falsos… con la complacencia cómplice de las autoridades.

“…ahora, cuesta abajo en mi rodada…”

No obstante las restricciones e impedimentos existentes, la ciudadanía ha participado en dos insurrecciones electorales que bien merecen el calificativo de parteaguas históricos.

El levantamiento de 1988 tambaleó al priato y el de 2018 le dio el golpe de gracia. El triunfo del Frente Democrático Nacional no se concretó porque el régimen recurrió a todo para evitarlo; en cambio, la victoria del Movimiento de Regeneración Nacional ni siquiera intentó impedirla, apabullado por la avalancha de votos adversos que se le vino encima y por lo avanzado de la corrupción que lo carcomía. Treinta años mediaron entre ambos eventos; la diferencia en su resultado final radicó en que las gestiones opositoras forzaron la construcción de un piso electoral más parejo y equitativo.

“…las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar…”

El PRI, en tanto partido de media tabla, sobrevivirá cumpliendo roles secundarios en el teatro de la política nacional. Pero al que si le tocarán su réquiem definitivo es al sistema del cual el tricolor fue pieza principal.

Su último episodio se está simbólicamente dirimiendo -forma es fondo- en la barandilla de un ministerio público que conocerá de la reyerta sostenida en las inmediaciones del edificio del partido en la capital entre dos pandillas de golpeadores, armados con palos, a las órdenes, la una, de Ulises Ruiz, ex gobernador de Oaxaca, y la otra, de gente al servicio de Alejandro Moreno, alias Alito, ex gobernador de Campeche y actual presidente nacional del PRI. A esos sótanos de la vileza política ha descendido el instituto que gobernó México por tantos años.

Hitos y personajes

En el modelaje de esa monografía priísta tan llena de luces y sombras distingo a tres visionarios que a su vez determinaron los tres hitos más trascendentales de la compleja trayectoria del partido. El primero es su fundación y el diseño de su sostenibilidad, obras las dos de Plutarco Elías Calles.

El segundo es la reforma de Jesús Reyes Heroles, que ensanchó los cauces de la vida política al reconocer a la oposición su derecho a competir electoralmente por el poder, medida que detuvo la deriva del país hacia escenarios inciertos.

Y el tercero lo atribuyo a Porfirio Muñoz Ledo que, aliado con distintos líderes opositores y en diferentes fases de largas, difíciles y enconadas negociaciones con el gobierno de Zedillo consiguió:

  • 1) quitarle la organización y el control de los comicios y ponerlo en manos de ciudadanos independientes
  • 2) la reforma de 1996, que facilitó un año después la alternancia en el Poder Legislativo y,

en el 2000, la tan esperada en el Poder Ejecutivo, punto de partida del fin del viejo régimen.

En apretada síntesis le expongo, estimado lector, mi opinión de cómo fue, y a qué personajes atribuyo, el nacimiento, el apogeo y la decadencia del Partido Revolucionario Institucional, el instituto político que guió los destinos de México por casi un siglo

Existen -dicen- muchas maneras de pasar a mejor vida; empero, la elegida por el PRI es la peor de todas cuantas es posible imaginar.

El simple hecho de que la escritura de las páginas finales de la existencia del otrora poderosísimo partido esté a cargo de Alito y de Ulises Ruiz es indicativo del ínfimo nivel al que cayó el tricolor, una formación política que a lo largo de su dilatada historia vio pasar por sus filas a personajes de gran dimensión y calidad, y a las que debemos las instituciones que rigen la vida de México.

Pese a haber tenido un desempeño terriblemente desigual y en muchos sentidos injusto, preciso es reconocer que el PRI dio a los mexicanos casi un siglo de paz constructiva luego de los primeros cien años de su convulsa etapa independiente.

“…sueño con el pasado que añoro…”

Merced a una inalterada línea de disciplina interna y de control político sobre cualquier forma de disidencia, bajo sus tres distintas denominaciones -PNR, PRM y PRI- el partido llevó consecutivamente a la Presidencia de la República -desde 1924 hasta el 2000- a quince de sus militantes. Calles, Portes Gil, Ortiz Rubio, Abelardo Rodríguez, Cárdenas, Ávila Camacho, Alemán, Ruiz Cortines, López Mateos, Díaz Ordaz, Echeverría, López Portillo, De la Madrid, Salinas y Zedillo son los nombres de una ininterrumpida y larguísima sucesión de mandatarios priístas, rota por el breve pero socialmente poco significativo intermedio de dos olvidables sexenios panistas -el de Fox y el de Calderón-, y reanudada con Peña Nieto, su último y quizá menos representativo eslabón.

”…el tiempo viejo que lloro y que nunca volverá…”

Fueron setenta y cinco años en que los gobiernos postrevolucionarios supieron acomodarse a la mutante geopolítica internacional -dos guerras mundiales y un entorno latinoamericano inestable y violento- al tiempo que, en lo interno, consolidaban un sistema político -la llamada dictadura perfecta- que propició un crecimiento económico regionalmente diferenciado pero, a final de cuentas, generador de una riqueza que, por ineptitud y corrupción, no se distribuyó de forma racional y justa.

Por otra parte, el petróleo fue el sostén financiero de una hacienda pública que pudo soportar errores, caprichos y excesos de un presidencialismo de corte cuasi imperial sometido, eso sí, al cumplimiento de un principio intocable que explica la longevidad del régimen: la no reelección.

“…si arrastre por este mundo la vergüenza de haber sido …”

Diríase que los citados son los claros de la ejecutoria de un partido que enmarcó la vida de México durante prácticamente todo el siglo XX. Mas esta historia estaría trunca sin mencionar sus obscuros, que los hay, y son abundantes.

Vea usted, amigo lector: la secuenciación ordenada de los sexenios priístas se explica no sólo por la disciplina del PRI sino, también y sobre todo, por su intolerancia frente a todo esbozo de oposición -la trágica represión estudiantil del 68 ilustra el dicho- y por su afán de exterminar a grupos que, ante la cerrazón del sistema, optaban por la rebeldía.

La Guerra Sucia emprendida por el Ejércitocontra ellos, v.gr. en Guerrero, incluyó detenciones ilegales, desapariciones forzadas, ejecuciones sumarias, torturas físicas y sicológicas, etc.

“…y el dolor de ya no ser…”

No fue sino hasta que la Reforma Política de 1977 entreabrió la puerta a las oposiciones cuando la competencia se trasladó a la arena electoral.

Sin embargo, la apertura que auspició el registro formal de fuerzas políticas que vivieron por décadas en la clandestinidad forzada tuvo como contrapartida la institucionalización del fraude como vía para asegurar las victorias del sistema.

Tiempos fueron aquellos en que votar al partido que aún hoy ostenta en su emblema los colores de la bandera se valoraba como un servicio a la Patria.

El asalto a las casillas era habitual en los comicios mexicanos, así como las incontables trampas de que se valían los mapaches oficialistas para repletar las urnas de sufragios falsos… con la complacencia cómplice de las autoridades.

“…ahora, cuesta abajo en mi rodada…”

No obstante las restricciones e impedimentos existentes, la ciudadanía ha participado en dos insurrecciones electorales que bien merecen el calificativo de parteaguas históricos.

El levantamiento de 1988 tambaleó al priato y el de 2018 le dio el golpe de gracia. El triunfo del Frente Democrático Nacional no se concretó porque el régimen recurrió a todo para evitarlo; en cambio, la victoria del Movimiento de Regeneración Nacional ni siquiera intentó impedirla, apabullado por la avalancha de votos adversos que se le vino encima y por lo avanzado de la corrupción que lo carcomía. Treinta años mediaron entre ambos eventos; la diferencia en su resultado final radicó en que las gestiones opositoras forzaron la construcción de un piso electoral más parejo y equitativo.

“…las ilusiones pasadas yo no las puedo arrancar…”

El PRI, en tanto partido de media tabla, sobrevivirá cumpliendo roles secundarios en el teatro de la política nacional. Pero al que si le tocarán su réquiem definitivo es al sistema del cual el tricolor fue pieza principal.

Su último episodio se está simbólicamente dirimiendo -forma es fondo- en la barandilla de un ministerio público que conocerá de la reyerta sostenida en las inmediaciones del edificio del partido en la capital entre dos pandillas de golpeadores, armados con palos, a las órdenes, la una, de Ulises Ruiz, ex gobernador de Oaxaca, y la otra, de gente al servicio de Alejandro Moreno, alias Alito, ex gobernador de Campeche y actual presidente nacional del PRI. A esos sótanos de la vileza política ha descendido el instituto que gobernó México por tantos años.

Hitos y personajes

En el modelaje de esa monografía priísta tan llena de luces y sombras distingo a tres visionarios que a su vez determinaron los tres hitos más trascendentales de la compleja trayectoria del partido. El primero es su fundación y el diseño de su sostenibilidad, obras las dos de Plutarco Elías Calles.

El segundo es la reforma de Jesús Reyes Heroles, que ensanchó los cauces de la vida política al reconocer a la oposición su derecho a competir electoralmente por el poder, medida que detuvo la deriva del país hacia escenarios inciertos.

Y el tercero lo atribuyo a Porfirio Muñoz Ledo que, aliado con distintos líderes opositores y en diferentes fases de largas, difíciles y enconadas negociaciones con el gobierno de Zedillo consiguió:

  • 1) quitarle la organización y el control de los comicios y ponerlo en manos de ciudadanos independientes
  • 2) la reforma de 1996, que facilitó un año después la alternancia en el Poder Legislativo y,

en el 2000, la tan esperada en el Poder Ejecutivo, punto de partida del fin del viejo régimen.