/ lunes 15 de agosto de 2022

Tiempos de Democracia | En demanda de certezas

Si hace cuarenta años un político superficial y frívolo pudo decir que gobernó a Tlaxcala con sólo “pulque y saliva”, en la actualidad ya no aplica esa degradatoria receta. En esta época, con un presidente de la República que a diario alienta al pueblo a alzar su voz, quienes fueron electos con su voto no podrán eludir el cumplimiento de sus ofertas.

Ha de reconocerse que, para efectos de realización de nuevas iniciativas, la gestión de Lorena Cuéllar está sufriendo de la misma o similar escasez de dinero que padecen muchas otras entidades de la república.

Se trata, como todos sabemos, de una generalizada y severa penuria presupuestal derivada de la “pobreza franciscana” que implementó el gobierno federal a fin de asegurar los fondos que precisan las obras más emblemáticas del sexenio lopezobradorista y, sobre todo, los que requieren los programas sociales de los que -hay que decirlo- Tlaxcala es beneficiaria. El punto es que los márgenes de maniobra de la mandataria son significativamente estrechos y la obligan a optimizar los pocos recursos disponibles, supliendo su escasez con imaginación, talento político, transparencia y buena administración.

En este sentido no puede dejar de señalarse que la gobernadora no observase discreción y congruencia en su reciente e innecesaria escapada a Nueva York, al hacerse acompañar de familiares y volar en clase de lujo, en marcado contraste con los usos y costumbres instaurados por el mismo presidente. Ha pasado ya demasiado tiempo sin ningún desmentido oficial de la versión periodística que informó de los detalles de un viaje que se pretendió simular como de trabajo cuando, de no probarse lo contrario, sólo fue de recreo y esparcimiento y, además, gravó la hacienda estatal.

Argucias e intrascendencias de pronta caducidad

La austeridad republicana es una realidad y a ella, se entiende, todo el morenismo debería ajustarse. Pero aún en ese restrictivo escenario, hay derecho a preguntar qué ha hecho Lorena Cuéllar en el año que está por cumplir en el poder, además de atribuirse como suyos logros del gobierno federal u obras del estatal que la precedió.

Poca cosa, digo yo, más allá de suscribir innumerables e inocuos convenios de colaboración, acuerdos de entendimiento, pactos de coordinación, etc., etc., y de realzar con su risueña presencia ceremonias de cierre o inicio de cursos escolares, inauguraciones y clausuras de todo tipo de eventos, entrega de reconocimientos y premios estatales, encuentros de profesionistas, conmemoraciones cívicas, aniversarios de agrupaciones, banderazos de salida, primeras piedras, cortes de listón de establecimientos de ocio nocturno, sembrado de arbolitos, entrega de tarjetas, vales de descuento, anuncio de hipotéticas universidades e imaginarias escuelas para aeronautas, amén de un extenso listado de actos sin incidencia real e inmediata sobre el devenir de la comunidad pero que, eso sí, vinieron acompañados de un caudal abundantísimo de bien cuidadas fotografías que sugieren la existencia de una proclividad al culto hacia su persona.

Se acabó el tiempo de prometer… y empieza el de realizar

Lorena Cuéllar apenas está por cumplir una sexta parte de su mandato y hay que darle espacio y tiempo para que viva, desde todos los ángulos posibles, su personal experiencia al frente del Ejecutivo Estatal. Son pocos los meses transcurridos como para formularle reclamos pero son los suficientes para advertirle de desviaciones y prácticas que, si hay voluntad de su parte, pueden corregirse. El cambio que plantea la Cuarta Transformación no admite la repetición de errores del pasado, so pena de contradecir sus principios básicos.

Por lo pronto entregó una carpeta con proyectos -¿cuáles, cuantos?- al presidente en solicitud de apoyo para su concreción. Inquieta sin embargo observar la ausencia de planes propios para estimular el desarrollo de la entidad, hoy en riesgo de estancarse cuando se agote la inercia de crecimiento positivo que llegó a tener el periodo anterior. En este primer año, amigo lector, todo apunta a que la apuesta de la mandataria es a la mala memoria de la gente, a la inocencia de la oposición y a la falta de seguimiento de las ofertas de su gobierno por parte de una comunicación mediática fiada en su mayoría a la dudosa veracidad de encuestas que carecen de la más elemental metodología.

Bien están esos argumentos en el difícil arranque de una nueva administración, pero no valen como política sostenida para todo un sexenio. A final de cuentas, lo que importa es saber qué proporción de ese vacuo palabrerío se traduce en realizaciones concretas, susceptibles de medirse y comprobarse; lo demás se lo llevará el viento y no representará más que la pérdida de un tiempo precioso y finito. Y de confirmarse la postergación del habitual informe anual de labores, reservas y dudas continuarán in crescendo.

De la solidaridad de una izquierda bien entendida

México estaba urgido -y de igual manera Tlaxcala- de un enfoque político que, sin ambages ni titubeos, orientara sus afanes a acortar la sideral distancia que separa a los mexicanos menesterosos de los pudientes. A falta de una reforma fiscal progresista, concebida y aplicada con espíritu redistributivo, López Obrador discurrió programas de apoyo social que, si bien es cierto consumen parte sustantiva del potencial financiero de su gobierno, también es verdad que están contribuyendo a paliar esas diferencias, en tanto que ayudan a mejorar la economía popular y han servido para amortiguar los efectos de la crisis pandémica y, ahora, como protección contra la mordiente inflación. En ese empeño, los mandatarios estatales afines al ideario del presidente, más que exigir nuevos y mayores respaldos económicos, tendrían que estarse preguntando de qué forma pueden cubrir los flancos que la administración federal ha dejado sin atender en aras de ir convirtiendo en hechos las políticas transformadoras de largo plazo de la Cuarta Transformación.


Si hace cuarenta años un político superficial y frívolo pudo decir que gobernó a Tlaxcala con sólo “pulque y saliva”, en la actualidad ya no aplica esa degradatoria receta. En esta época, con un presidente de la República que a diario alienta al pueblo a alzar su voz, quienes fueron electos con su voto no podrán eludir el cumplimiento de sus ofertas.

Ha de reconocerse que, para efectos de realización de nuevas iniciativas, la gestión de Lorena Cuéllar está sufriendo de la misma o similar escasez de dinero que padecen muchas otras entidades de la república.

Se trata, como todos sabemos, de una generalizada y severa penuria presupuestal derivada de la “pobreza franciscana” que implementó el gobierno federal a fin de asegurar los fondos que precisan las obras más emblemáticas del sexenio lopezobradorista y, sobre todo, los que requieren los programas sociales de los que -hay que decirlo- Tlaxcala es beneficiaria. El punto es que los márgenes de maniobra de la mandataria son significativamente estrechos y la obligan a optimizar los pocos recursos disponibles, supliendo su escasez con imaginación, talento político, transparencia y buena administración.

En este sentido no puede dejar de señalarse que la gobernadora no observase discreción y congruencia en su reciente e innecesaria escapada a Nueva York, al hacerse acompañar de familiares y volar en clase de lujo, en marcado contraste con los usos y costumbres instaurados por el mismo presidente. Ha pasado ya demasiado tiempo sin ningún desmentido oficial de la versión periodística que informó de los detalles de un viaje que se pretendió simular como de trabajo cuando, de no probarse lo contrario, sólo fue de recreo y esparcimiento y, además, gravó la hacienda estatal.

Argucias e intrascendencias de pronta caducidad

La austeridad republicana es una realidad y a ella, se entiende, todo el morenismo debería ajustarse. Pero aún en ese restrictivo escenario, hay derecho a preguntar qué ha hecho Lorena Cuéllar en el año que está por cumplir en el poder, además de atribuirse como suyos logros del gobierno federal u obras del estatal que la precedió.

Poca cosa, digo yo, más allá de suscribir innumerables e inocuos convenios de colaboración, acuerdos de entendimiento, pactos de coordinación, etc., etc., y de realzar con su risueña presencia ceremonias de cierre o inicio de cursos escolares, inauguraciones y clausuras de todo tipo de eventos, entrega de reconocimientos y premios estatales, encuentros de profesionistas, conmemoraciones cívicas, aniversarios de agrupaciones, banderazos de salida, primeras piedras, cortes de listón de establecimientos de ocio nocturno, sembrado de arbolitos, entrega de tarjetas, vales de descuento, anuncio de hipotéticas universidades e imaginarias escuelas para aeronautas, amén de un extenso listado de actos sin incidencia real e inmediata sobre el devenir de la comunidad pero que, eso sí, vinieron acompañados de un caudal abundantísimo de bien cuidadas fotografías que sugieren la existencia de una proclividad al culto hacia su persona.

Se acabó el tiempo de prometer… y empieza el de realizar

Lorena Cuéllar apenas está por cumplir una sexta parte de su mandato y hay que darle espacio y tiempo para que viva, desde todos los ángulos posibles, su personal experiencia al frente del Ejecutivo Estatal. Son pocos los meses transcurridos como para formularle reclamos pero son los suficientes para advertirle de desviaciones y prácticas que, si hay voluntad de su parte, pueden corregirse. El cambio que plantea la Cuarta Transformación no admite la repetición de errores del pasado, so pena de contradecir sus principios básicos.

Por lo pronto entregó una carpeta con proyectos -¿cuáles, cuantos?- al presidente en solicitud de apoyo para su concreción. Inquieta sin embargo observar la ausencia de planes propios para estimular el desarrollo de la entidad, hoy en riesgo de estancarse cuando se agote la inercia de crecimiento positivo que llegó a tener el periodo anterior. En este primer año, amigo lector, todo apunta a que la apuesta de la mandataria es a la mala memoria de la gente, a la inocencia de la oposición y a la falta de seguimiento de las ofertas de su gobierno por parte de una comunicación mediática fiada en su mayoría a la dudosa veracidad de encuestas que carecen de la más elemental metodología.

Bien están esos argumentos en el difícil arranque de una nueva administración, pero no valen como política sostenida para todo un sexenio. A final de cuentas, lo que importa es saber qué proporción de ese vacuo palabrerío se traduce en realizaciones concretas, susceptibles de medirse y comprobarse; lo demás se lo llevará el viento y no representará más que la pérdida de un tiempo precioso y finito. Y de confirmarse la postergación del habitual informe anual de labores, reservas y dudas continuarán in crescendo.

De la solidaridad de una izquierda bien entendida

México estaba urgido -y de igual manera Tlaxcala- de un enfoque político que, sin ambages ni titubeos, orientara sus afanes a acortar la sideral distancia que separa a los mexicanos menesterosos de los pudientes. A falta de una reforma fiscal progresista, concebida y aplicada con espíritu redistributivo, López Obrador discurrió programas de apoyo social que, si bien es cierto consumen parte sustantiva del potencial financiero de su gobierno, también es verdad que están contribuyendo a paliar esas diferencias, en tanto que ayudan a mejorar la economía popular y han servido para amortiguar los efectos de la crisis pandémica y, ahora, como protección contra la mordiente inflación. En ese empeño, los mandatarios estatales afines al ideario del presidente, más que exigir nuevos y mayores respaldos económicos, tendrían que estarse preguntando de qué forma pueden cubrir los flancos que la administración federal ha dejado sin atender en aras de ir convirtiendo en hechos las políticas transformadoras de largo plazo de la Cuarta Transformación.