/ lunes 3 de agosto de 2020

Tiempos de Democracia | Este es el presidente que tenemos… y este el país que gobierna

Más allá de su habitual letanía lindante con la demagogia, la ilusión y la realidad virtual, lo que el presidente López Obrador no nos ha revelado cuál es el final del camino por el que está llevando a México. Cabe incluso la posibilidad que él mismo lo ignore

Para entender la gestión de López Obrador no valen los parámetros que sirvieron para calificar la de sus antecesores. El propio presidente rechaza que el resultado de las acciones de su gobierno se valore con los indicadores que se usan para medir el desarrollo de un país, particularmente el que cuantifica su Producto Interno Bruto. Sostiene -no sin razón- que ese dato no está directamente vinculado al estado de bienestar y felicidad de la gente que, en última instancia, es la meta de todo buen gobierno. Habrá quien, ante lo que parece un despropósito, pase página, se cierre a escuchar argumentos y se plante en un antagonismo irreductible. La brecha entre ambas visiones de la economía se ahonda más con el discurso polarizante y agresivo del Ejecutivo. Así, en ausencia de un intercambio constructivo de ideas y puntos de vista que maticen las discrepancias, México corre el riesgo de abismarse en un clima de tensión creciente que eventualmente podría desembocar en enfrentamientos indeseables. La opinión de este escribidor es que los intransigentes de uno y otro lado deben considerar que: 1) López Obrador tiene un mandato, legal y legítimo, que ha de cumplir íntegramente, sujetándose en todo momento a las limitaciones y controles que la Constitución establece para el Poder que encabeza y, 2) que los reclamos de grupos sociales, gremiales, académicos o de cualquier otra índole con las políticas del presidente se tienen que conducir por los cauces previstos en la ley.

Un nuevo Contrato Social en ciernes

Si de un lado atendemos a lo que el mandatario asevera y, de otro, repasamos sus actos de gobierno, no queda duda ninguna de que, en efecto, el presidente edifica un régimen radicalmente distinto que carece de precedente en México y que rompe con viejos paradigmas. "…Ya no es igual…", repite con insistencia. De acuerdo: estamos ante un cambio verdadero, mas la pregunta cuya respuesta no conocemos es... ¿hacia dónde nos lleva? Sabemos lo que quedó atrás y no nos gustaba, pero… ¿cuál es ahora el puerto de destino? Nadie lo sabe… salvo él mismo. ¿Pretende acaso que la sociedad le otorgue poderes plenos? El punto es que, pese a la confrontación que sus planes transformadores mantienen con la realidad y con las adversas e imprevistas circunstancias que ha tenido que enfrentar, López Obrador no se ha movido un milímetro de sus planteamientos originales, cuya concreción obviamente se le facilitaría si dispusiera de un poder absoluto que la Constitución no prevé. No lo ha expresado pero, en los hechos, está poniendo sobre la mesa un nuevo contrato social que los mexicanos habremos de aceptar o rechazar en las dos citas sucesivas que tenemos con las urnas: la primera, en la elección del 2021 y, la segunda, en el referéndum revocatorio del 2022.

México, un país partido

Toca a la ciudadanía valorar la situación con justeza y equilibrio emocional para, llegado el momento, emitir el sufragio con conocimiento de causa. No es tarea fácil, dadas las invectivas y provocaciones que desde el Ejecutivo profiere continuamente su titular y que, por virtud o desgracia, han permeado todos los niveles de la pirámide social. La polarización y la consiguiente división que genera es contagiosa y nos afecta a todos. Rompe lazos familiares y tensa amistades. Nadie es indiferente al dilema: o se está con López Obrador o se está en su contra. O se es liberal o se es conservador. Los juicios ponderados son la excepción; sobreexcitadas las partes, en la discusión domina un pobre y muy limitado argumentario. Cualquier diferencia deriva en insultos. Consúltense las redes sociales y véase el nivel. A la cita de casos de ineptitud o corrupción del pasado, se oponen otros tantos de la actualidad, cual si esos ejemplos pueriles fueran claves para abatir al oponente. La temática de fondo se disuelve y extravía frente a la obsesión de hacer prevalecer el criterio propio. El rechazo a la reflexión del otro o, por lo menos, a considerarla, empobrece el pensamiento. No hay respeto a la opinión ajena que, no por diversa, está necesariamente privada de razón. No se escucha, sólo se sentencia. Al desairar la idea del contrario, el entendimiento se hace imposible. Planteada desde trincheras inamovibles, la polémica se torna estéril e interminable. Todo acercamiento se asimila a una claudicación y es motivo de vergüenza. Se rehúye la coincidencia cual si equivaliese a ceder terreno al debatiente o a admitir la derrota. La discrepancia, al final, se asume como rompimiento. Y la armonía social se resquebraja.

Experimento sugerente

Recuerdo que, allá en mi tiempo de preparatoriano, llevábamos al cabo un experimento aleccionador en el laboratorio de Física. Aunque son recuerdos imprecisos en los que no deben buscarse exactitudes, trataré de describirlo: a una solución preparada exprofeso se aplicaba una corriente eléctrica que la agitaba, disgregando las partículas de que estaba compuesto aquel medio acuoso, dividiéndolas primero y agrupándolas luego en torno a uno u otro polo de los dos colocados en extremos opuestos del recipiente dentro del cual tenía lugar el fenómeno. Mientras prevalecía la carga, las dichas partículas permanecían apiñadas conforme a sus distintos signos eléctricos. Mas en cuanto cesaba la corriente, se separaban de los polos que las magnetizaban y volvían a distribuirse en santa paz por el recipiente, mientras la solución recobraba su previa tranquilidad. A saber por qué, percibo una curiosa y muy sugerente similitud entre aquel experimento y los acontecimientos políticos que hoy vivimos en México. ¿Usted no la ve, amable lector?

Más allá de su habitual letanía lindante con la demagogia, la ilusión y la realidad virtual, lo que el presidente López Obrador no nos ha revelado cuál es el final del camino por el que está llevando a México. Cabe incluso la posibilidad que él mismo lo ignore

Para entender la gestión de López Obrador no valen los parámetros que sirvieron para calificar la de sus antecesores. El propio presidente rechaza que el resultado de las acciones de su gobierno se valore con los indicadores que se usan para medir el desarrollo de un país, particularmente el que cuantifica su Producto Interno Bruto. Sostiene -no sin razón- que ese dato no está directamente vinculado al estado de bienestar y felicidad de la gente que, en última instancia, es la meta de todo buen gobierno. Habrá quien, ante lo que parece un despropósito, pase página, se cierre a escuchar argumentos y se plante en un antagonismo irreductible. La brecha entre ambas visiones de la economía se ahonda más con el discurso polarizante y agresivo del Ejecutivo. Así, en ausencia de un intercambio constructivo de ideas y puntos de vista que maticen las discrepancias, México corre el riesgo de abismarse en un clima de tensión creciente que eventualmente podría desembocar en enfrentamientos indeseables. La opinión de este escribidor es que los intransigentes de uno y otro lado deben considerar que: 1) López Obrador tiene un mandato, legal y legítimo, que ha de cumplir íntegramente, sujetándose en todo momento a las limitaciones y controles que la Constitución establece para el Poder que encabeza y, 2) que los reclamos de grupos sociales, gremiales, académicos o de cualquier otra índole con las políticas del presidente se tienen que conducir por los cauces previstos en la ley.

Un nuevo Contrato Social en ciernes

Si de un lado atendemos a lo que el mandatario asevera y, de otro, repasamos sus actos de gobierno, no queda duda ninguna de que, en efecto, el presidente edifica un régimen radicalmente distinto que carece de precedente en México y que rompe con viejos paradigmas. "…Ya no es igual…", repite con insistencia. De acuerdo: estamos ante un cambio verdadero, mas la pregunta cuya respuesta no conocemos es... ¿hacia dónde nos lleva? Sabemos lo que quedó atrás y no nos gustaba, pero… ¿cuál es ahora el puerto de destino? Nadie lo sabe… salvo él mismo. ¿Pretende acaso que la sociedad le otorgue poderes plenos? El punto es que, pese a la confrontación que sus planes transformadores mantienen con la realidad y con las adversas e imprevistas circunstancias que ha tenido que enfrentar, López Obrador no se ha movido un milímetro de sus planteamientos originales, cuya concreción obviamente se le facilitaría si dispusiera de un poder absoluto que la Constitución no prevé. No lo ha expresado pero, en los hechos, está poniendo sobre la mesa un nuevo contrato social que los mexicanos habremos de aceptar o rechazar en las dos citas sucesivas que tenemos con las urnas: la primera, en la elección del 2021 y, la segunda, en el referéndum revocatorio del 2022.

México, un país partido

Toca a la ciudadanía valorar la situación con justeza y equilibrio emocional para, llegado el momento, emitir el sufragio con conocimiento de causa. No es tarea fácil, dadas las invectivas y provocaciones que desde el Ejecutivo profiere continuamente su titular y que, por virtud o desgracia, han permeado todos los niveles de la pirámide social. La polarización y la consiguiente división que genera es contagiosa y nos afecta a todos. Rompe lazos familiares y tensa amistades. Nadie es indiferente al dilema: o se está con López Obrador o se está en su contra. O se es liberal o se es conservador. Los juicios ponderados son la excepción; sobreexcitadas las partes, en la discusión domina un pobre y muy limitado argumentario. Cualquier diferencia deriva en insultos. Consúltense las redes sociales y véase el nivel. A la cita de casos de ineptitud o corrupción del pasado, se oponen otros tantos de la actualidad, cual si esos ejemplos pueriles fueran claves para abatir al oponente. La temática de fondo se disuelve y extravía frente a la obsesión de hacer prevalecer el criterio propio. El rechazo a la reflexión del otro o, por lo menos, a considerarla, empobrece el pensamiento. No hay respeto a la opinión ajena que, no por diversa, está necesariamente privada de razón. No se escucha, sólo se sentencia. Al desairar la idea del contrario, el entendimiento se hace imposible. Planteada desde trincheras inamovibles, la polémica se torna estéril e interminable. Todo acercamiento se asimila a una claudicación y es motivo de vergüenza. Se rehúye la coincidencia cual si equivaliese a ceder terreno al debatiente o a admitir la derrota. La discrepancia, al final, se asume como rompimiento. Y la armonía social se resquebraja.

Experimento sugerente

Recuerdo que, allá en mi tiempo de preparatoriano, llevábamos al cabo un experimento aleccionador en el laboratorio de Física. Aunque son recuerdos imprecisos en los que no deben buscarse exactitudes, trataré de describirlo: a una solución preparada exprofeso se aplicaba una corriente eléctrica que la agitaba, disgregando las partículas de que estaba compuesto aquel medio acuoso, dividiéndolas primero y agrupándolas luego en torno a uno u otro polo de los dos colocados en extremos opuestos del recipiente dentro del cual tenía lugar el fenómeno. Mientras prevalecía la carga, las dichas partículas permanecían apiñadas conforme a sus distintos signos eléctricos. Mas en cuanto cesaba la corriente, se separaban de los polos que las magnetizaban y volvían a distribuirse en santa paz por el recipiente, mientras la solución recobraba su previa tranquilidad. A saber por qué, percibo una curiosa y muy sugerente similitud entre aquel experimento y los acontecimientos políticos que hoy vivimos en México. ¿Usted no la ve, amable lector?