/ lunes 3 de enero de 2022

Tiempos de Democracia | Frustración con el presente… y temor ante el porvenir

La razón por la que el mundo observa con prevención y recelo el futuro inmediato de México no alude a los fines que tiene la 4T sino a los medios antidemocráticos de que se vale el presidente López Obrador para concretarlos.

Al cabo de los años transcurridos, de la mucha tinta empleada en pergeñar papeles y de un millar largo de artículos escritos en apoyo de principios que por convicción y herencia profeso, tiempo es ya de examinar si aquellos afanes, compartidos con miles de compatriotas, rindieron los frutos deseados, si la democracia que se tenía por meta arraigó en mi país y si sus lineamientos básicos son ya de aplicación rutinaria. Crítico que fui del autoritarismo del PRI, recibí con cauta esperanza el surgimiento de una Corriente Democrática al interior de la monolítica formación que, política y socialmente, se había ido degradando por efecto del paso del tiempo y por haber perseguido toda competencia ideológica hasta el punto de terminar siendo el partido “casi único” de México. Junto con mi familia y amistades afines nos sumamos a aquella causa que -aunque en principio no se lo propuso- terminó siendo, no una fisura en la estructura del arcaico aparato del partido sino una ruptura en toda forma y una nueva visión de república. A ese movimiento lo animaban personajes a los que, en aquella época, se les identificaba como pertenecientes al sector de avanzada del viejo tricolor y a los que, por avatares diversos de la vida, acabé tratando de manera más o menos cercana.

Arranque prometedor de políticas inspiradas en la justicia social

Al inicio del sexenio de López Obrador se habría apostado a que la democracia mexicana iba rumbo a su definitiva consolidación. Mas los hechos no confirmaron el presagio; hoy, a la mitad de su gestión, asistimos a una regresión que tiene más visos de ser autocrática que democrática. En el 2018 avizorábamos un panorama halagüeño: ascendía al poder un gobierno progresista, respaldado por una amplia mayoría ciudadana que le permitiría resistir sin problemas cualquier reacción de un conservadurismo resentido luego de sufrir una derrota electoral sin precedentes. Con esa confianza, Andrés Manuel se abocó a materializar su anunciado propósito de prestar atención a las zonas marginadas del sur-sureste y a instaurar programas sociales orientados a atenuar las dramáticas diferencias económicas, ciertamente preexistentes en nuestra sociedad pero profundizadas hasta lo intolerable por el neoliberalismo.

Cambio radical e inesperado en los modos de operar del lopezobradorismo

Contando con tan positivos augurios, es difícil explicarse el porqué de la deriva del presidente hacia el autoritarismo, su compulsión por subyugar a los poderes e instituciones del estado -incluyendo el amedrentamiento constante a su funcionariado- y su tendencia a preferir a los militares y a desdeñar a los sectores civiles de la sociedad. ¿Acaso piensa que para materializar sus políticas tiene que pasar por encima de todo tipo de obstáculo, incluido el acatamiento al marco legal que rige la vida de la república? Si transcurridos los primeros cien días de gobierno superaba ya el 80% de aceptación, muy superior al 54% con que había ganado la elección, ¿qué necesidad tenía de violentar las premisas fundamentales de la democracia? Si su gobierno navegaba con el viento a su favor con rumbo al puerto prometido y en torno a su figura existía un consenso a nivel nacional casi unánime de respaldo y aprobación, cabe preguntar qué lo motivó a adoptar métodos similares a los que históricamente han caracterizado a los regímenes totalitarios.

La fría realidad de la demoscopia… y sus preocupantes inferencias

De acuerdo con las últimas encuestas del año que acabamos de despedir -coincidentes en su mayoría-, el presidente cerró el 2021 con una aprobación del 65%, inferior sí al 80% de 2018 pero todavía una cifra considerablemente alta. Los datos apuntan a que su mandato no corre riesgo de ser revocado en abril próximo; a que su voto duro se ha incrementado por lo menos un 10% por encima del que lo llevó al triunfo en el 2018 y a que, por último, el trasiego de la clase media legítimamente aspiracionista -estimada en un 20% de la lista nominal- hacia las filas lopezobradoristas fue un fenómeno efímero; arrepentida de su arrebato ha vuelto a sus posiciones originales, opuestas como se sabe a toda forma de radicalismo. Abundemos en esos tres puntos: 1) la consulta de revocación se llevará a cabo contra viento y marea, y su resultado es totalmente previsible; 2) los programas asistenciales cumplen a cabalidad con sus fines electoreros y se reflejan en el afianzamiento de las bases del movimiento popular que apoya al presidente y, 3) coincido punto por punto con Jesús Silva Herzog Márquez cuando sostiene que “la crítica al agresivo proyecto autocrático de López Obrador no puede fundarse en la nostalgia de lo inmediato ni en la idealización de un pasado que no nos dio ley ni prosperidad ni cohesión.” En otras palabras: la oposición, unida o por separado, carece de ideas y propuestas; Movimiento Ciudadano es, hoy por hoy, el único partido político que parece haber advertido la existencia de un camino alternativo con el que hacer frente al totalitarismo seudopaternalista que se cierne sobre México.

Atemorizante expectativa

Al término del fatídico 2021, mi postura ante el tema es distinta a la de 2018: hoy es dubitativa y está llena de reservas. Si la salud de un estado democrático depende del equilibrio entre sus poderes, el actual titular del Ejecutivo ha hecho todo lo posible por destruirlo, socavando con compulsiva eficacia la autonomía del Legislativo y el Judicial. Vulnerado el principio de separación y concentradas todas las decisiones en una persona, al régimen resultante se le denomina dictadura, lo opuesto a aquello por lo que pugnamos hace treinta años. La culminación de esa política está siendo el ataque sistemático a que todos los días somete a la institución que hizo realidad en México que los votos se contaran.

La razón por la que el mundo observa con prevención y recelo el futuro inmediato de México no alude a los fines que tiene la 4T sino a los medios antidemocráticos de que se vale el presidente López Obrador para concretarlos.

Al cabo de los años transcurridos, de la mucha tinta empleada en pergeñar papeles y de un millar largo de artículos escritos en apoyo de principios que por convicción y herencia profeso, tiempo es ya de examinar si aquellos afanes, compartidos con miles de compatriotas, rindieron los frutos deseados, si la democracia que se tenía por meta arraigó en mi país y si sus lineamientos básicos son ya de aplicación rutinaria. Crítico que fui del autoritarismo del PRI, recibí con cauta esperanza el surgimiento de una Corriente Democrática al interior de la monolítica formación que, política y socialmente, se había ido degradando por efecto del paso del tiempo y por haber perseguido toda competencia ideológica hasta el punto de terminar siendo el partido “casi único” de México. Junto con mi familia y amistades afines nos sumamos a aquella causa que -aunque en principio no se lo propuso- terminó siendo, no una fisura en la estructura del arcaico aparato del partido sino una ruptura en toda forma y una nueva visión de república. A ese movimiento lo animaban personajes a los que, en aquella época, se les identificaba como pertenecientes al sector de avanzada del viejo tricolor y a los que, por avatares diversos de la vida, acabé tratando de manera más o menos cercana.

Arranque prometedor de políticas inspiradas en la justicia social

Al inicio del sexenio de López Obrador se habría apostado a que la democracia mexicana iba rumbo a su definitiva consolidación. Mas los hechos no confirmaron el presagio; hoy, a la mitad de su gestión, asistimos a una regresión que tiene más visos de ser autocrática que democrática. En el 2018 avizorábamos un panorama halagüeño: ascendía al poder un gobierno progresista, respaldado por una amplia mayoría ciudadana que le permitiría resistir sin problemas cualquier reacción de un conservadurismo resentido luego de sufrir una derrota electoral sin precedentes. Con esa confianza, Andrés Manuel se abocó a materializar su anunciado propósito de prestar atención a las zonas marginadas del sur-sureste y a instaurar programas sociales orientados a atenuar las dramáticas diferencias económicas, ciertamente preexistentes en nuestra sociedad pero profundizadas hasta lo intolerable por el neoliberalismo.

Cambio radical e inesperado en los modos de operar del lopezobradorismo

Contando con tan positivos augurios, es difícil explicarse el porqué de la deriva del presidente hacia el autoritarismo, su compulsión por subyugar a los poderes e instituciones del estado -incluyendo el amedrentamiento constante a su funcionariado- y su tendencia a preferir a los militares y a desdeñar a los sectores civiles de la sociedad. ¿Acaso piensa que para materializar sus políticas tiene que pasar por encima de todo tipo de obstáculo, incluido el acatamiento al marco legal que rige la vida de la república? Si transcurridos los primeros cien días de gobierno superaba ya el 80% de aceptación, muy superior al 54% con que había ganado la elección, ¿qué necesidad tenía de violentar las premisas fundamentales de la democracia? Si su gobierno navegaba con el viento a su favor con rumbo al puerto prometido y en torno a su figura existía un consenso a nivel nacional casi unánime de respaldo y aprobación, cabe preguntar qué lo motivó a adoptar métodos similares a los que históricamente han caracterizado a los regímenes totalitarios.

La fría realidad de la demoscopia… y sus preocupantes inferencias

De acuerdo con las últimas encuestas del año que acabamos de despedir -coincidentes en su mayoría-, el presidente cerró el 2021 con una aprobación del 65%, inferior sí al 80% de 2018 pero todavía una cifra considerablemente alta. Los datos apuntan a que su mandato no corre riesgo de ser revocado en abril próximo; a que su voto duro se ha incrementado por lo menos un 10% por encima del que lo llevó al triunfo en el 2018 y a que, por último, el trasiego de la clase media legítimamente aspiracionista -estimada en un 20% de la lista nominal- hacia las filas lopezobradoristas fue un fenómeno efímero; arrepentida de su arrebato ha vuelto a sus posiciones originales, opuestas como se sabe a toda forma de radicalismo. Abundemos en esos tres puntos: 1) la consulta de revocación se llevará a cabo contra viento y marea, y su resultado es totalmente previsible; 2) los programas asistenciales cumplen a cabalidad con sus fines electoreros y se reflejan en el afianzamiento de las bases del movimiento popular que apoya al presidente y, 3) coincido punto por punto con Jesús Silva Herzog Márquez cuando sostiene que “la crítica al agresivo proyecto autocrático de López Obrador no puede fundarse en la nostalgia de lo inmediato ni en la idealización de un pasado que no nos dio ley ni prosperidad ni cohesión.” En otras palabras: la oposición, unida o por separado, carece de ideas y propuestas; Movimiento Ciudadano es, hoy por hoy, el único partido político que parece haber advertido la existencia de un camino alternativo con el que hacer frente al totalitarismo seudopaternalista que se cierne sobre México.

Atemorizante expectativa

Al término del fatídico 2021, mi postura ante el tema es distinta a la de 2018: hoy es dubitativa y está llena de reservas. Si la salud de un estado democrático depende del equilibrio entre sus poderes, el actual titular del Ejecutivo ha hecho todo lo posible por destruirlo, socavando con compulsiva eficacia la autonomía del Legislativo y el Judicial. Vulnerado el principio de separación y concentradas todas las decisiones en una persona, al régimen resultante se le denomina dictadura, lo opuesto a aquello por lo que pugnamos hace treinta años. La culminación de esa política está siendo el ataque sistemático a que todos los días somete a la institución que hizo realidad en México que los votos se contaran.