/ lunes 15 de febrero de 2021

Tiempos de Democracia | Horas decisivas

Cada día sin vacunas se multiplica el riesgo de contagio y, por lo tanto, de muerte. Mas de un millar de personas en promedio perdieron la vida cada veinticuatro horas en México el mes de enero pasado, a la espera de la llegada del remedio milagroso.

El planeta todo libra una guerra a muerte contra el corona-virus. No hay en este aserto hipérbole ni licencia alguna; dos millones y medio de víctimas acreditan la dimensión de los daños hasta ahora causados por ese nocivo y elusivo asesino que aparece, aquí y allá, con nuevas y más letales mutaciones, capaces de burlar las vacunas que la ciencia -apremiada como nunca antes- recién ha descubierto. Abiertos están frentes de batalla por doquier; en uno que otro la humanidad avanza; en los más, retrocede. Naciones hay que, con líderes más lúcidos y mejor pertrechadas que otras, mantienen al patógeno a raya; empero, en el polo opuesto, se halla la gran mayoría que, sin conocimientos, experiencia ni recursos, aguarda inerme el embate de esta peste del siglo XXI. Un drama al que no se le ve fin.

Panorama espantoso

Mientras no se avance en la vacunación, el aislamiento es la única protección eficaz conocida. Mas confinarse supone paralizar la economía por un período de tiempo que, de prolongarse, será causa segura de desestabilización social. De llegar a esa clase de escenarios, todas las salidas apuntan a un caos que, aunque pareciera de ficción, podríamos vivirlo en la realidad. El guion de esa imaginaria película lo conocemos: el consumo se desploma, la producción de bienes y la generación de servicios se frenan, las empresas cierran y la gente, al perder su empleo, se queda sin casa, sin dinero y, en el extremo, sin alimentos. Ausentes ayudas y apoyos oficiales, el necesitado sólo puede acudir a la caridad o -estremece pensarlo- a la delincuencia, las dos rutas visibles por donde transitar hacia su sobrevivencia.

De la pobreza a la indigencia

Por circunstancias que no es del caso contar, estoy -y estaré unos días más- en una de las más pobladas y prósperas poblaciones del Sur de Estados Unidos. No hace frontera con México pero, aún así, hay en ella muchísimos paisanos. Cito el hecho profundamente perturbado tras ver como, a ambos lados de las arterias de alta velocidad que cruzan la gran ciudad, se amontonan decenas -quizá centenas- de miles de indigentes que pululan entre láminas de cartón, basura y muebles viejos. No hace falta hacer periodismo de investigación para acercarse y observar sus condiciones de vida; la miseria está a la vista de todos. Hasta en algunos barrios de la eufemísticamente llamada clase alta, se ven familias enteras en situación de calle, acampadas sobre las banquetas jardinadas de esas áreas de lujo.

La tragedia no hace distingos

Nuestro acompañante -médico eminente, experto en epidemiología y conocedor de las raíces sociológicas de esa región estadounidense- nos precisa que, en esa masa ingente de menesterosos no predomina -aunque también los hay- el indocumentado, mexicano o centroamericano, sino… ¡el norteamericano blanco con residencia legal! Y suena lógica su explicación: ante una emergencia como la que aquí se vive, en que la gente muere de enfermedad, frío y hambre, el hispano sin papeles toma el camino de vuelta a su lugar de origen que, aunque pobre, en él halla familia, techo y comida. En contraste, el blanco indigente, con un concepto distinto al del clan latino y sin estar protegido por algún servicio de asistencia social, simplemente no tiene adonde ir. Y ahí yace, en espera de un auxilio que no llega.

La visión de Biden…

Biden entendió el drama y operó rápido para vencer la Covid-19 e incentivar la economía. Sabe que, una guerra como esta la tiene que ganar a cualquier precio. Por eso dispuso que una cantidad casi inimaginable de dinero -un billón novecientos mil millones de dólares- se canalice a ayudas a quienes la necesiten. “…Una crisis de sufrimiento humano está a la vista -dijo el mandatario- y no hay tiempo que perder. Tenemos que actuar y tenemos que actuar ahora…”. Y añadió: “…la salud misma de nuestra nación está en juego…”. En una correcta jerarquización de valores, Biden priorizó lo esencial, a sabiendas de que luego deberá enfrentar el desajuste financiero que traerá la excepcional derrama de dinero. Pero eso vendrá después, tras vacunar a toda la población y rescatar de la miseria a los relegados.

… y la de López Obrador

Estrategia distinta sigue López Obrador. Cierto: por ser México un país de idiosincrasia, cultura y potencial diferente no es fácil establecer patrones de comparación, ni con Estados Unidos ni con otras naciones que adoptaron políticas económicas extraordinariamente expansivas. Mas aún así, el irredento optimismo del presidente genera no pocas dudas por estar sustentado en supuestos de imposible constatación directa. Argumenta que el consumo no ha caído debido: 1) a las ayudas que, desde el inicio de su gestión, hace llegar a 20 millones de familias y, 2) a las remesas que reciben 10 millones de hogares mexicanos. Las primeras -según su estimación- alcanzan en promedio 3 mil 500 pesos mensuales, y las segundas 350 dólares, unos 7 mil pesos que llegan cada treinta días a casa de connacionales pobres con parientes en Estados Unidos. En la suma de ambas -afirma López Obrador- está la explicación de que la estabilidad se ha mantenido sin quebranto y de que no se han visto escenas como las que narré ocurren hoy día en el país más rico del mundo. ¿Tesis fantasiosa o razonamiento fundado? Con las elecciones intermedias en puerta, los factores que, además de los mencionados, definirán el futuro inmediato de su gobierno -y por tanto de México como nación- van a ser: 1) la prontitud con que lleguen las vacunas y, 2) la eficacia de la campaña para su aplicación.

Cada día sin vacunas se multiplica el riesgo de contagio y, por lo tanto, de muerte. Mas de un millar de personas en promedio perdieron la vida cada veinticuatro horas en México el mes de enero pasado, a la espera de la llegada del remedio milagroso.

El planeta todo libra una guerra a muerte contra el corona-virus. No hay en este aserto hipérbole ni licencia alguna; dos millones y medio de víctimas acreditan la dimensión de los daños hasta ahora causados por ese nocivo y elusivo asesino que aparece, aquí y allá, con nuevas y más letales mutaciones, capaces de burlar las vacunas que la ciencia -apremiada como nunca antes- recién ha descubierto. Abiertos están frentes de batalla por doquier; en uno que otro la humanidad avanza; en los más, retrocede. Naciones hay que, con líderes más lúcidos y mejor pertrechadas que otras, mantienen al patógeno a raya; empero, en el polo opuesto, se halla la gran mayoría que, sin conocimientos, experiencia ni recursos, aguarda inerme el embate de esta peste del siglo XXI. Un drama al que no se le ve fin.

Panorama espantoso

Mientras no se avance en la vacunación, el aislamiento es la única protección eficaz conocida. Mas confinarse supone paralizar la economía por un período de tiempo que, de prolongarse, será causa segura de desestabilización social. De llegar a esa clase de escenarios, todas las salidas apuntan a un caos que, aunque pareciera de ficción, podríamos vivirlo en la realidad. El guion de esa imaginaria película lo conocemos: el consumo se desploma, la producción de bienes y la generación de servicios se frenan, las empresas cierran y la gente, al perder su empleo, se queda sin casa, sin dinero y, en el extremo, sin alimentos. Ausentes ayudas y apoyos oficiales, el necesitado sólo puede acudir a la caridad o -estremece pensarlo- a la delincuencia, las dos rutas visibles por donde transitar hacia su sobrevivencia.

De la pobreza a la indigencia

Por circunstancias que no es del caso contar, estoy -y estaré unos días más- en una de las más pobladas y prósperas poblaciones del Sur de Estados Unidos. No hace frontera con México pero, aún así, hay en ella muchísimos paisanos. Cito el hecho profundamente perturbado tras ver como, a ambos lados de las arterias de alta velocidad que cruzan la gran ciudad, se amontonan decenas -quizá centenas- de miles de indigentes que pululan entre láminas de cartón, basura y muebles viejos. No hace falta hacer periodismo de investigación para acercarse y observar sus condiciones de vida; la miseria está a la vista de todos. Hasta en algunos barrios de la eufemísticamente llamada clase alta, se ven familias enteras en situación de calle, acampadas sobre las banquetas jardinadas de esas áreas de lujo.

La tragedia no hace distingos

Nuestro acompañante -médico eminente, experto en epidemiología y conocedor de las raíces sociológicas de esa región estadounidense- nos precisa que, en esa masa ingente de menesterosos no predomina -aunque también los hay- el indocumentado, mexicano o centroamericano, sino… ¡el norteamericano blanco con residencia legal! Y suena lógica su explicación: ante una emergencia como la que aquí se vive, en que la gente muere de enfermedad, frío y hambre, el hispano sin papeles toma el camino de vuelta a su lugar de origen que, aunque pobre, en él halla familia, techo y comida. En contraste, el blanco indigente, con un concepto distinto al del clan latino y sin estar protegido por algún servicio de asistencia social, simplemente no tiene adonde ir. Y ahí yace, en espera de un auxilio que no llega.

La visión de Biden…

Biden entendió el drama y operó rápido para vencer la Covid-19 e incentivar la economía. Sabe que, una guerra como esta la tiene que ganar a cualquier precio. Por eso dispuso que una cantidad casi inimaginable de dinero -un billón novecientos mil millones de dólares- se canalice a ayudas a quienes la necesiten. “…Una crisis de sufrimiento humano está a la vista -dijo el mandatario- y no hay tiempo que perder. Tenemos que actuar y tenemos que actuar ahora…”. Y añadió: “…la salud misma de nuestra nación está en juego…”. En una correcta jerarquización de valores, Biden priorizó lo esencial, a sabiendas de que luego deberá enfrentar el desajuste financiero que traerá la excepcional derrama de dinero. Pero eso vendrá después, tras vacunar a toda la población y rescatar de la miseria a los relegados.

… y la de López Obrador

Estrategia distinta sigue López Obrador. Cierto: por ser México un país de idiosincrasia, cultura y potencial diferente no es fácil establecer patrones de comparación, ni con Estados Unidos ni con otras naciones que adoptaron políticas económicas extraordinariamente expansivas. Mas aún así, el irredento optimismo del presidente genera no pocas dudas por estar sustentado en supuestos de imposible constatación directa. Argumenta que el consumo no ha caído debido: 1) a las ayudas que, desde el inicio de su gestión, hace llegar a 20 millones de familias y, 2) a las remesas que reciben 10 millones de hogares mexicanos. Las primeras -según su estimación- alcanzan en promedio 3 mil 500 pesos mensuales, y las segundas 350 dólares, unos 7 mil pesos que llegan cada treinta días a casa de connacionales pobres con parientes en Estados Unidos. En la suma de ambas -afirma López Obrador- está la explicación de que la estabilidad se ha mantenido sin quebranto y de que no se han visto escenas como las que narré ocurren hoy día en el país más rico del mundo. ¿Tesis fantasiosa o razonamiento fundado? Con las elecciones intermedias en puerta, los factores que, además de los mencionados, definirán el futuro inmediato de su gobierno -y por tanto de México como nación- van a ser: 1) la prontitud con que lleguen las vacunas y, 2) la eficacia de la campaña para su aplicación.