/ lunes 28 de octubre de 2019

Tiempos de Democracia | Indicios y perspectivas

Todo hecho incidental, imprevisto o inesperado distrae la atención del consumidor de noticias. Aunque el evento sea irrelevante y trivial, incendia las redes y para las prensas, aún a sabiendas de que pronto será olvidado. Lo urgente -ya se sabe- desplaza a lo trascendente. Así es el periodismo, se nutre de lo estridente, del chisme diario y de lo que da la nota. Ausente de México por largas cinco semanas y aislado por propia voluntad de su acontecer cotidiano, escribí el artículo de opinión que, este lunes, amigo lector, tiene usted ante sus ojos.


Así sea temporalmente, alejarte de vez en cuando de tus lugares y querencias contribuye a serenar el ánimo y aclarar el entendimiento. No es mala cosa poner en perspectiva lo sabido y aprendido a lo largo de la vida, dando orden y reposo a los indicios que hoy tienes a la vista. Las ramas -se ha dicho mil veces y es cierto- impiden ver el bosque, de suerte que, si no tienes al alcance de tu mirada más que una de sus partes, no puedes calcular su tamaño, valorar su salud ni apreciar su evolución y posible deriva. Para eso hay que alzarse y tomar distancia; sólo así, escudriñando la arboleda toda desde una atalaya remota es viable apreciar el conjunto. Lo ha escrito el poeta: dichas y desdichas se perciben de modo más real cuando se las observa con otra luz y con un cristal distinto. Y al parangonarlas con vivencias de pueblos con más largo recorrido histórico que el nuestro es posible atisbar el camino que falta por andar, los peligros que hay que evitar y los puertos a los que buscamos arribar. No aludo a directrices exactas, pero sí a pistas que anticipen las variables políticas, sociales y económicas a las que inevitablemente nos enfrentaremos en el futuro próximo. Sí, lector amigo, me refiero a México y a lo que será del país, gobernado por Andrés Manuel López Obrador, un político diferente al resto de la fauna autóctona. El hoy presidente de la República tiene como meta atenuar la desigualdad y erradicar la corrupción y, para ese fin, está empeñado en afincar su gobierno sobre cimientos sólidos que le permitan lograr sus objetivos. Dispone ya de varios, a saber: 1) el casi total control que ejerce sobre el Poder Legislativo; 2) su creciente influencia en el Judicial y, 3) el sojuzgamiento político a que tiene sometido los otros dos niveles de gobierno -estatales y municipales- por medio de la distribución del presupuesto federal. Sin embargo, aún no consigue otros indispensables que se le están resistiendo. Los cito a continuación.

Discurso y estilo

El arma estelar de su ultraeficiente estrategia de comunicación han sido sus diarias conferencias. Pausadas, reiterativas y abiertas a todo el mundo, constituyen un elemento propagandístico excepcionalmente útil a los propósitos de la 4T. El lenguaje que emplea, sencillo, llano y desprovisto de tecnicismos, explica la amplitud y diversidad del auditorio que las sigue. Contiene mensajes, directos y claros, que marcan la agenda del día, pese a no ser siempre ciertos ni comprobables. El presidente es el árbitro y el juzgador de sí mismo, de sus palabras y sus decisiones; encaja mal y sin disimulo la discrepancia, aun la que proviene de críticos de probada buena fe. No oculta su aversión a los expertos, a los que califica despectiva y genéricamente de tecnócratas sin sensibilidad social. Rechaza cualquier relación con personas de la sociedad civil organizada, en tanto las considera obstructoras de sus ideas y programas. Sus peroratas mañaneras le valen para estar en vivo y continuo contacto con sus gobernados; en ellas hace reflexiones históricas, replica a sus críticos, intimida a sus censores, fustiga a sus adversarios e inicia polémicas que le conviene encender. Aunque cierra sus alocuciones con frases y gestos de amor y paz, con sus arengas profundiza deliberadamente la brecha que separa a la sociedad, distinguiendo en ella a los progresistas buenos de los conservadores malos. Su palabra la salpimenta con expresiones coloquiales que la gente acepta divertida y hace extensiva a las más diversas cuestiones. Creó una jerga, dialecto o caló, exclusivo de su peculiar discurso, logro populachero que, sumado al efecto que tienen las ayudas directas a millones de beneficiarios de sus diversos programas sociales, mucho tiene que ver con los altos índices de aceptación que registran las encuestas.

Elementos imprescindibles pàra la gobernabilidad

En sus años de opositor, López Obrador no fue precisamente un panegirista de las fuerzas castrenses. Durante ese tiempo, desestimó su uso para enfrentar al narcotrafico, señaló sus excesos y ofreció volverlas a sus cuarteles en un plazo perentorio si alcanzaba la presidencia. Mas una vez en ella y no obstante la indiscutible legitimidad de sus 30 millones de votos, la realidad le obligó a reconsiderar su promesa. Así, su primer paso fue acordar con el Ejército y la Marina Armada la más estrecha alianza que ha tenido ningún otro mandatario desde la época en que el sistema político mexicano circunscribió al sector militar a las funciones que la ley le señala, adoptando al civilismo como la vía única de llegar al poder. Luego de revisar los diversos factores implicados en la gobernabilidad del país que había ignorado o lastimado durante la campaña, inició con ellos acercamientos conciliatorios a efecto de conseguir adhesiones para su gestión transformadora. A la lealtad de los militares siguió afianzar la empatía de Iglesias de distintos credos, tarea sencilla para alguien como Andrés Manuel, naturalmente inclinado a la espiritualidad, a la preceptiva bíblica y a los rituales prehispánicos. La siguiente fase fue intentar agregar, a fusiles y crucifijos, el respaldo de los inversores y del periodismo nacional. Un acuerdo con la oligarquía económica del país significaría inversión, desarrollo y crecimiento, a cambio, eso sí, de condonaciones fiscales y contratos. Y una cordial relación con los medios de comunicación aseguraría, silencio en los tropiezos y aplausos en los aciertos, a trueque, claro, de publicidad oficial y de buen trato impositivo. Más a pesar de su evidente urgencia, a la fecha no hay entendimientos puntuales; la clase pudiente se muestra reticente a aceptar las reglas de la 4T y el presidente, por su parte, no cede en su idea de separar el poder económico del político. Y con los informadores, insumisos por naturaleza y decididos a defender sus libertades, sostiene una muy intensa puja. El caso es que, de no concretarse ambos pactos, nada bueno puede esperarse de ese juego de vencidas. En este recuento faltan los Estados Unidos, nuestro principalísimo socio comercial, actualmente gobernado por un impredecible y visceral Donald Trump. Sin alternativa posible, López Obrador ha optado por someterse a sus exigencias, capoteándolas como mejor puede.

Insuficiencia presupuestaria, inseguridad y migración

Muchos son los problemas que enfrenta la 4T. Destacan a mi juicio los tres que dan título al presente apartado. Los programas sociales, leit motiv del lopezobradorismo, demandan cantidades ingentes de un dinero que no tiene, por lo menos en la magnitud que requiere. En sentido contrario a esa necesidad actúa la típica curva de aprendizaje de toda burocracia debutante, responsable de la ralentización del flujo de fondos públicos y el consecuente entorpecimiento de la prestación de servicios básicos -v.gr. los de salud- en perjuicio de la población. El fenómeno se agudizó este primer año de administración debido a que los mandos financieros federales pasaron de un partido político a otro, sobre todo -como es el caso- cuando el gasto cambia de destino y se orienta en su mayor parte a la entrega de apoyos directos a la población, lo que exige nuevos censos y diferentes métodos de dispersión del dinero. A este respecto nada ayuda la contracción que sufre la economía nacional e internacional. Otra asunto de trascendencia, cuyo enfoque original cambió diametral y repentinamente de sentido, fue el trato a la migración centroamericana, aceptada de buen grado en principio y contenida a la fuerza después, a fin de eludir los aranceles con los que amenazó Trump a México. El efecto, moral y presupuestal del viraje, fue nefasto, en tanto supuso destinar más de 20 mil efectivos de la Guardia Nacional a contener el paso de personas en tránsito hacia la frontera con Estados Unidos. Termino refiriéndome a la inseguridad, sin duda el tema que más agobia a la ciudadanía, para el cual no parece tener el gobierno una estrategia definida y en marcha. El episodio recién vivido en Culiacán demostró una vez más -¿y van cuantas?- que ubicar al mercado de las drogas en la ilegalidad no resuelve sino agrava la violencia. ¿Se hablará por fin en serio de regularizar su producción, venta y consumo, abriendo espacios para que, quienes a ello se dedican, dejen de ser considerados delincuentes? ¿Continuaremos ignorando la enorme base social que tienen las bandas proscritas? ¿O seguiremos con dubitaciones absurdas que acabarán por crear condiciones para la entrega en los hechos del Estado al crimen organizado?

Todo hecho incidental, imprevisto o inesperado distrae la atención del consumidor de noticias. Aunque el evento sea irrelevante y trivial, incendia las redes y para las prensas, aún a sabiendas de que pronto será olvidado. Lo urgente -ya se sabe- desplaza a lo trascendente. Así es el periodismo, se nutre de lo estridente, del chisme diario y de lo que da la nota. Ausente de México por largas cinco semanas y aislado por propia voluntad de su acontecer cotidiano, escribí el artículo de opinión que, este lunes, amigo lector, tiene usted ante sus ojos.


Así sea temporalmente, alejarte de vez en cuando de tus lugares y querencias contribuye a serenar el ánimo y aclarar el entendimiento. No es mala cosa poner en perspectiva lo sabido y aprendido a lo largo de la vida, dando orden y reposo a los indicios que hoy tienes a la vista. Las ramas -se ha dicho mil veces y es cierto- impiden ver el bosque, de suerte que, si no tienes al alcance de tu mirada más que una de sus partes, no puedes calcular su tamaño, valorar su salud ni apreciar su evolución y posible deriva. Para eso hay que alzarse y tomar distancia; sólo así, escudriñando la arboleda toda desde una atalaya remota es viable apreciar el conjunto. Lo ha escrito el poeta: dichas y desdichas se perciben de modo más real cuando se las observa con otra luz y con un cristal distinto. Y al parangonarlas con vivencias de pueblos con más largo recorrido histórico que el nuestro es posible atisbar el camino que falta por andar, los peligros que hay que evitar y los puertos a los que buscamos arribar. No aludo a directrices exactas, pero sí a pistas que anticipen las variables políticas, sociales y económicas a las que inevitablemente nos enfrentaremos en el futuro próximo. Sí, lector amigo, me refiero a México y a lo que será del país, gobernado por Andrés Manuel López Obrador, un político diferente al resto de la fauna autóctona. El hoy presidente de la República tiene como meta atenuar la desigualdad y erradicar la corrupción y, para ese fin, está empeñado en afincar su gobierno sobre cimientos sólidos que le permitan lograr sus objetivos. Dispone ya de varios, a saber: 1) el casi total control que ejerce sobre el Poder Legislativo; 2) su creciente influencia en el Judicial y, 3) el sojuzgamiento político a que tiene sometido los otros dos niveles de gobierno -estatales y municipales- por medio de la distribución del presupuesto federal. Sin embargo, aún no consigue otros indispensables que se le están resistiendo. Los cito a continuación.

Discurso y estilo

El arma estelar de su ultraeficiente estrategia de comunicación han sido sus diarias conferencias. Pausadas, reiterativas y abiertas a todo el mundo, constituyen un elemento propagandístico excepcionalmente útil a los propósitos de la 4T. El lenguaje que emplea, sencillo, llano y desprovisto de tecnicismos, explica la amplitud y diversidad del auditorio que las sigue. Contiene mensajes, directos y claros, que marcan la agenda del día, pese a no ser siempre ciertos ni comprobables. El presidente es el árbitro y el juzgador de sí mismo, de sus palabras y sus decisiones; encaja mal y sin disimulo la discrepancia, aun la que proviene de críticos de probada buena fe. No oculta su aversión a los expertos, a los que califica despectiva y genéricamente de tecnócratas sin sensibilidad social. Rechaza cualquier relación con personas de la sociedad civil organizada, en tanto las considera obstructoras de sus ideas y programas. Sus peroratas mañaneras le valen para estar en vivo y continuo contacto con sus gobernados; en ellas hace reflexiones históricas, replica a sus críticos, intimida a sus censores, fustiga a sus adversarios e inicia polémicas que le conviene encender. Aunque cierra sus alocuciones con frases y gestos de amor y paz, con sus arengas profundiza deliberadamente la brecha que separa a la sociedad, distinguiendo en ella a los progresistas buenos de los conservadores malos. Su palabra la salpimenta con expresiones coloquiales que la gente acepta divertida y hace extensiva a las más diversas cuestiones. Creó una jerga, dialecto o caló, exclusivo de su peculiar discurso, logro populachero que, sumado al efecto que tienen las ayudas directas a millones de beneficiarios de sus diversos programas sociales, mucho tiene que ver con los altos índices de aceptación que registran las encuestas.

Elementos imprescindibles pàra la gobernabilidad

En sus años de opositor, López Obrador no fue precisamente un panegirista de las fuerzas castrenses. Durante ese tiempo, desestimó su uso para enfrentar al narcotrafico, señaló sus excesos y ofreció volverlas a sus cuarteles en un plazo perentorio si alcanzaba la presidencia. Mas una vez en ella y no obstante la indiscutible legitimidad de sus 30 millones de votos, la realidad le obligó a reconsiderar su promesa. Así, su primer paso fue acordar con el Ejército y la Marina Armada la más estrecha alianza que ha tenido ningún otro mandatario desde la época en que el sistema político mexicano circunscribió al sector militar a las funciones que la ley le señala, adoptando al civilismo como la vía única de llegar al poder. Luego de revisar los diversos factores implicados en la gobernabilidad del país que había ignorado o lastimado durante la campaña, inició con ellos acercamientos conciliatorios a efecto de conseguir adhesiones para su gestión transformadora. A la lealtad de los militares siguió afianzar la empatía de Iglesias de distintos credos, tarea sencilla para alguien como Andrés Manuel, naturalmente inclinado a la espiritualidad, a la preceptiva bíblica y a los rituales prehispánicos. La siguiente fase fue intentar agregar, a fusiles y crucifijos, el respaldo de los inversores y del periodismo nacional. Un acuerdo con la oligarquía económica del país significaría inversión, desarrollo y crecimiento, a cambio, eso sí, de condonaciones fiscales y contratos. Y una cordial relación con los medios de comunicación aseguraría, silencio en los tropiezos y aplausos en los aciertos, a trueque, claro, de publicidad oficial y de buen trato impositivo. Más a pesar de su evidente urgencia, a la fecha no hay entendimientos puntuales; la clase pudiente se muestra reticente a aceptar las reglas de la 4T y el presidente, por su parte, no cede en su idea de separar el poder económico del político. Y con los informadores, insumisos por naturaleza y decididos a defender sus libertades, sostiene una muy intensa puja. El caso es que, de no concretarse ambos pactos, nada bueno puede esperarse de ese juego de vencidas. En este recuento faltan los Estados Unidos, nuestro principalísimo socio comercial, actualmente gobernado por un impredecible y visceral Donald Trump. Sin alternativa posible, López Obrador ha optado por someterse a sus exigencias, capoteándolas como mejor puede.

Insuficiencia presupuestaria, inseguridad y migración

Muchos son los problemas que enfrenta la 4T. Destacan a mi juicio los tres que dan título al presente apartado. Los programas sociales, leit motiv del lopezobradorismo, demandan cantidades ingentes de un dinero que no tiene, por lo menos en la magnitud que requiere. En sentido contrario a esa necesidad actúa la típica curva de aprendizaje de toda burocracia debutante, responsable de la ralentización del flujo de fondos públicos y el consecuente entorpecimiento de la prestación de servicios básicos -v.gr. los de salud- en perjuicio de la población. El fenómeno se agudizó este primer año de administración debido a que los mandos financieros federales pasaron de un partido político a otro, sobre todo -como es el caso- cuando el gasto cambia de destino y se orienta en su mayor parte a la entrega de apoyos directos a la población, lo que exige nuevos censos y diferentes métodos de dispersión del dinero. A este respecto nada ayuda la contracción que sufre la economía nacional e internacional. Otra asunto de trascendencia, cuyo enfoque original cambió diametral y repentinamente de sentido, fue el trato a la migración centroamericana, aceptada de buen grado en principio y contenida a la fuerza después, a fin de eludir los aranceles con los que amenazó Trump a México. El efecto, moral y presupuestal del viraje, fue nefasto, en tanto supuso destinar más de 20 mil efectivos de la Guardia Nacional a contener el paso de personas en tránsito hacia la frontera con Estados Unidos. Termino refiriéndome a la inseguridad, sin duda el tema que más agobia a la ciudadanía, para el cual no parece tener el gobierno una estrategia definida y en marcha. El episodio recién vivido en Culiacán demostró una vez más -¿y van cuantas?- que ubicar al mercado de las drogas en la ilegalidad no resuelve sino agrava la violencia. ¿Se hablará por fin en serio de regularizar su producción, venta y consumo, abriendo espacios para que, quienes a ello se dedican, dejen de ser considerados delincuentes? ¿Continuaremos ignorando la enorme base social que tienen las bandas proscritas? ¿O seguiremos con dubitaciones absurdas que acabarán por crear condiciones para la entrega en los hechos del Estado al crimen organizado?