/ lunes 19 de octubre de 2020

Tiempos de Democracia | Los problemas de México -1 de 2-

El daño causado por las gestiones antisociales y corruptas de pasadas administraciones, sumado a la desesperante ineptitud de la actual, amenazan con llevarnos a una anarquía política, social y económica de secuelas imprevisibles

México no va bien. No, amigo lector, las cosas no van por buen camino en nuestro país. A cualquier sitio donde usted dirija la mirada encontrará aspectos esenciales de la vida cotidiana, alterados, sin resolver y, peor aún, en contínua, franca y comprobable degradación. Si reparamos por ejemplo en la evolución de la pobreza, las evidencias nos saltan a la vista… y no son alentadoras. Los programas asistencialistas puestos en práctica por el gobierno tardan demasiado en dar los resultados que de ellos se esperaban. En tanto, el hambre y la miseria acorralan a millones de mexicanos. La pandemia, fenómeno epidemiológico del que nadie -excepto el virus- es culpable, exacerbó males que arrastramos casi ancestralmente. Verdad es, repito, que a nadie se puede inculpar de la pérdida de miles vidas pero, admitámoslo, paises hay que han gestionado lo irremediable con mayor acierto que el nuestro. Analícese esta paradoja: mientras México por un lado canceló de tajo el financiamiento que a través de fideicomisos proporcionaba a ciencia, tecnología e investigación, por el otro aporta cantidades ingentes de recursos a un fondo internacional cuyo objetivo es financiar centros científicos que, en diferentes partes del orbe, están en vías de producir la ansiada vacuna que podrá poner fin al drama en que estamos inmersos. Se entiende, sí, que la necesidad obliga y que, de otra suerte, quedaríamos al final de la fila de las naciones subdesarrolladas para la compra de la fórmula que nos inmunizará contra el virus. Y luego esperaremos, otra vez pasivos, a que llegue otra variante de la que tampoco sabremos defendernos. Se repite aquello de “…que inventen otros…”, la desafortunada frase de Unamuno que rezagó a España un siglo respecto de Europa. Con medidas de esa naturaleza, México se cierra a la posibilidad de ser parte algún día del primer mundo.

¿Cómo confiar en quienes tienen la misión de cuidarnos?

Pero me extiendo y el espacio es corto. En seguridad y orden el derrotero es también muy incierto. Alentada por la situación de excepción por la que atravesamos, la violencia en sus diferentes modalidades avanza sin que se halle forma de detenerla. Ninguna fórmula ha funcionado, ni siquiera detiene su avance la inconstitucional militarización de la Guardia Nacional en labores policíacas. Asesinatos, feminicidios, violaciones, secuestros, asaltos, bloqueos, etc., asedian a la sociedad, en tanto que las organizaciones delicuenciales gozan de impunidad. El desaliento social cunde conforme se sabe de las redes de complicidades que permiten la diversificación y crecimiento de los grupos criminales. El nombre del general Cienfuegos -secretario de Defensa con Peña Nieto- se agrega ahora al del también general Gutiérrez Rebollo -el “zar antidrogas” de la época de Zedillo-, dándonos cuenta de la penetración del crimen organizado en los altos estamentos del Ejército. El ciudadano además se pregunta, con justificada suspicia: ¿por qué las pesquisas que comprometen a la jerarquía política y a la castrense vienen del exterior, casi siempre de Estados Unidos, aunque a veces -caso Lozoya- se originan en Brasil? Fiscalías y procuradurías mexicanas… no más mirando.

Jueces y magistrados sin credibilidad

El máximo órgano de control de la norma constitucional acaba de exhibir sin rubor su subordinación al Ejecutivo en un asunto cuyo desahogo, de tan obvio y natural, hacía ociosa la pretendida consulta. Mas suponiendo que hubiese existido duda al respecto, aquí sí que habría bastado una encuesta para confirmar que el pueblo abrumadoramente se inclina en apoyo a la propuesta de López Obrador para procesar a los últimos cinco presidentes de México. Tanto el penoso papel que jugaron en ese sainete seis magistrados de la Corte -su presidente incluido- como el tema y la consulta misma, no merecen más comentario. Y de ahí para abajo: toda una perla japonesa -¿se acordará alguien de Nikito Nipongo?- la confusa y contradictoria conducta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, no sólo en el asunto del registro de nuevos partidos sino también en el de su indebida intrusión en asuntos internos de un partido, al imponerle la realización de encuestas como método de elección de sus dirigentes. Surrealismo puro; tal pareciera que ese cuerpo colegiado encargado de impartir justicia electoral tiene como función enmendar la plana por sistema al Instituto Nacional de Elecciones, eso sí, siguiendo fielmente las señales que emanan de la Presidencia de la República. Y en lo que concierne a la justicia cotidiana, tanto a la civil como a la penal y la administrativa, las cosas en México siguen igual o peor que antes: en unos casos por incompetencia y en otros por simple y vulgar corrupción, en esas barandillas sólo quien tiene dinero o influencias tiene acceso a un trato digno y apegado a Derecho.

Negros nubarrones sobre una economía estancada

En economía ningún pronóstico favorece su futura buena marcha. Nadie objetó al gobierno la erradicación de los gastos suntuosos de anteriores administraciones y ni la eliminación de la carga de personal y puestos improductivos que lastraba al aparato gubernamental. Pero su adelgazamiento súbito y desaprensivo no ha erradicado la corrupción y si en cambio ha afectado su funcionamiento, trabando hasta los trámites más sencillos y rutinarios. Por otro lado, la separación del poder político del económico era y es tarea fundamental que debe acometerse, pero fijando criterios y ritmos adecuados a una realidad estrechamente dependiente de la inversión privada a la que, hay que reconocerlo, se la ha atropellado en no pocos casos, pasando por alto de manera unilateral compromisos contractuales. Así, en una atmósfera de desconfianza mutua, el país sigue varado en espera de acuerdos que hasta ahora no han llegado.



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El daño causado por las gestiones antisociales y corruptas de pasadas administraciones, sumado a la desesperante ineptitud de la actual, amenazan con llevarnos a una anarquía política, social y económica de secuelas imprevisibles

México no va bien. No, amigo lector, las cosas no van por buen camino en nuestro país. A cualquier sitio donde usted dirija la mirada encontrará aspectos esenciales de la vida cotidiana, alterados, sin resolver y, peor aún, en contínua, franca y comprobable degradación. Si reparamos por ejemplo en la evolución de la pobreza, las evidencias nos saltan a la vista… y no son alentadoras. Los programas asistencialistas puestos en práctica por el gobierno tardan demasiado en dar los resultados que de ellos se esperaban. En tanto, el hambre y la miseria acorralan a millones de mexicanos. La pandemia, fenómeno epidemiológico del que nadie -excepto el virus- es culpable, exacerbó males que arrastramos casi ancestralmente. Verdad es, repito, que a nadie se puede inculpar de la pérdida de miles vidas pero, admitámoslo, paises hay que han gestionado lo irremediable con mayor acierto que el nuestro. Analícese esta paradoja: mientras México por un lado canceló de tajo el financiamiento que a través de fideicomisos proporcionaba a ciencia, tecnología e investigación, por el otro aporta cantidades ingentes de recursos a un fondo internacional cuyo objetivo es financiar centros científicos que, en diferentes partes del orbe, están en vías de producir la ansiada vacuna que podrá poner fin al drama en que estamos inmersos. Se entiende, sí, que la necesidad obliga y que, de otra suerte, quedaríamos al final de la fila de las naciones subdesarrolladas para la compra de la fórmula que nos inmunizará contra el virus. Y luego esperaremos, otra vez pasivos, a que llegue otra variante de la que tampoco sabremos defendernos. Se repite aquello de “…que inventen otros…”, la desafortunada frase de Unamuno que rezagó a España un siglo respecto de Europa. Con medidas de esa naturaleza, México se cierra a la posibilidad de ser parte algún día del primer mundo.

¿Cómo confiar en quienes tienen la misión de cuidarnos?

Pero me extiendo y el espacio es corto. En seguridad y orden el derrotero es también muy incierto. Alentada por la situación de excepción por la que atravesamos, la violencia en sus diferentes modalidades avanza sin que se halle forma de detenerla. Ninguna fórmula ha funcionado, ni siquiera detiene su avance la inconstitucional militarización de la Guardia Nacional en labores policíacas. Asesinatos, feminicidios, violaciones, secuestros, asaltos, bloqueos, etc., asedian a la sociedad, en tanto que las organizaciones delicuenciales gozan de impunidad. El desaliento social cunde conforme se sabe de las redes de complicidades que permiten la diversificación y crecimiento de los grupos criminales. El nombre del general Cienfuegos -secretario de Defensa con Peña Nieto- se agrega ahora al del también general Gutiérrez Rebollo -el “zar antidrogas” de la época de Zedillo-, dándonos cuenta de la penetración del crimen organizado en los altos estamentos del Ejército. El ciudadano además se pregunta, con justificada suspicia: ¿por qué las pesquisas que comprometen a la jerarquía política y a la castrense vienen del exterior, casi siempre de Estados Unidos, aunque a veces -caso Lozoya- se originan en Brasil? Fiscalías y procuradurías mexicanas… no más mirando.

Jueces y magistrados sin credibilidad

El máximo órgano de control de la norma constitucional acaba de exhibir sin rubor su subordinación al Ejecutivo en un asunto cuyo desahogo, de tan obvio y natural, hacía ociosa la pretendida consulta. Mas suponiendo que hubiese existido duda al respecto, aquí sí que habría bastado una encuesta para confirmar que el pueblo abrumadoramente se inclina en apoyo a la propuesta de López Obrador para procesar a los últimos cinco presidentes de México. Tanto el penoso papel que jugaron en ese sainete seis magistrados de la Corte -su presidente incluido- como el tema y la consulta misma, no merecen más comentario. Y de ahí para abajo: toda una perla japonesa -¿se acordará alguien de Nikito Nipongo?- la confusa y contradictoria conducta del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, no sólo en el asunto del registro de nuevos partidos sino también en el de su indebida intrusión en asuntos internos de un partido, al imponerle la realización de encuestas como método de elección de sus dirigentes. Surrealismo puro; tal pareciera que ese cuerpo colegiado encargado de impartir justicia electoral tiene como función enmendar la plana por sistema al Instituto Nacional de Elecciones, eso sí, siguiendo fielmente las señales que emanan de la Presidencia de la República. Y en lo que concierne a la justicia cotidiana, tanto a la civil como a la penal y la administrativa, las cosas en México siguen igual o peor que antes: en unos casos por incompetencia y en otros por simple y vulgar corrupción, en esas barandillas sólo quien tiene dinero o influencias tiene acceso a un trato digno y apegado a Derecho.

Negros nubarrones sobre una economía estancada

En economía ningún pronóstico favorece su futura buena marcha. Nadie objetó al gobierno la erradicación de los gastos suntuosos de anteriores administraciones y ni la eliminación de la carga de personal y puestos improductivos que lastraba al aparato gubernamental. Pero su adelgazamiento súbito y desaprensivo no ha erradicado la corrupción y si en cambio ha afectado su funcionamiento, trabando hasta los trámites más sencillos y rutinarios. Por otro lado, la separación del poder político del económico era y es tarea fundamental que debe acometerse, pero fijando criterios y ritmos adecuados a una realidad estrechamente dependiente de la inversión privada a la que, hay que reconocerlo, se la ha atropellado en no pocos casos, pasando por alto de manera unilateral compromisos contractuales. Así, en una atmósfera de desconfianza mutua, el país sigue varado en espera de acuerdos que hasta ahora no han llegado.



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