/ lunes 26 de octubre de 2020

Tiempos de Democracia | Los problemas de México -2 de 2-

El daño originado por la gestion antisocial y corrupta de pasadas administraciones, sumado al que causa la ineptitud e impericia de la actual, amenazan llevarnos a una anarquía política, social y económica de secuelas imprevisibles.

México no va bien, escribí en el anterior artículo de esta corta serie. Y aduje que la pobreza crece, en tanto que los programas asistenciales que se hallan en marcha aún no han dado -ni lo darán en breve- el resultado que de ellos espera el gobierno. Y luego dije que la austeridad republicana en la interpretación lopezobradorista ha descoyuntado el funcionamiento de la burocracia federal, de suyo lenta, ineficiente y tradicionalmente corrupta. Y hablé también de una distribución presupuestal esquizofrénica que, por citar un ejemplo entre muchos, castiga la investigación científica, dejándola huérfana de recursos con el objetivo -dice Hacienda- de canalizarlos a contener la pandemia, no obstante que todas las evidencias apuntan a que irán a parar en ese pozo sin fondo que es Pemex y/o a obras de cuestionable rentabilidad. Abordé asímismo la herida abierta de la inseguridad, cuyo control se confió -sin provecho hasta ahora- a militares supuestamente insobornables, evanescente virtud puesta en entredicho tras la aprehensión del general Cienfuegos en Estados Unidos. Y me referí, cómo no, a la justicia en sus distintos niveles y ámbitos de competencia, ratificando de ella lo que todo mexicano sabe: el fiel de su balanza se inclina -quizá hoy más que antes- a favor de quien posee influencias y dinero. Por último, paciente lector, aludí a la falta de acuerdos entre inversores privados y un gobierno incapaz de separar con claridad las áreas que a cada parte corresponde desarrollar, causa y efecto del estancamiento económico que padecemos. Hasta ahí lo escrito el pasado lunes, aclarando que obviamente existen muchos otros pendientes, como el de la salud, por citar el más acuciante del momento, aunque también está el de la relación con el vecino del Norte que, profundamente dividido por culpa de un presidente demente, afronta la elección más trascendente de su historia reciente y, el último de este abreviado recuento, no menor por cierto: el incumplimiento denunciado de las obligaciones asumidas por nuestro país en el T-Mec. Todos ellos enredan el presente de México y obscurecen su futuro. Mas quiero acercarme ya al asunto que juzgo más preocupante de todos y que, obligado a la concisión periodística, sintetizo de esta manera: de no detenerse la deriva que observa el país hacia escenarios de odios y confrontación, estaríamos aproximándonos a ser protagonistas de una batalla irracional de ricos contra pobres.

Tiempo de reconsideraciones

El presidente ha mostrado ser un político hábil de ideas firmes… y no pocas ocurrencias. Puede improvisar sobre la marcha, casi siempre con acierto aunque, hay que decirlo, no siempre da en el blanco. Accedió al poder investido de una gran legitimidad proveniente de 30 millones de votos emitidos a su favor; no obstante, sabía que, más temprano que tarde, el respaldo de la ciudadanía pobre podría desvanecerse si no cumplía con los apoyos ofrecidos. Al efecto, instrumentó con expedición la entrega directa de dinero, destinando a ese fin porciones importantes del presupuesto. Por otro lado, determinado a separar el poder económico del político, procedió a su divorcio sin contemplaciones ni miramientos legales, afectando intereses que, nadie mejor que él, sabe que pueden movilizar voluntades en su contra, creándole conflictos sociales mediante procedimientos probados con éxito en otras naciones del continente. Salvador Allende cayó, no sólo merced al cacelorismo de las clases medias sino sobre todo a que las fuerzas armadas chilenas, en contubernio con USA, traicionaron la institucionalidad del país sureño. López Obrador sabía la lección y, por eso, procuró la cercanía y lealtad del Ejército y la Armada a su investidura y, más señaladamente, a su persona. Para el efecto, colmó de elogios, atribuciones y beneficios a sus comandantes y, en eso íbamos cuando, de pronto, el guión presidencial descarriló a causa de la detención de Cienfuegos, presunto responsable de tres delitos vinculados al narcotráfico y otro de lavado de dinero cuando era el secretario de Defensa en el sexenio de Peña Nieto. ¡Un secretario de Defensa, con todo lo que ello conlleva! Obviamente, si se prueba la responsabilidad del militar, la relación entre Presidencia y fuerzas armadas tendrá que replantearse en profundidad y demandará un análisis detenido de cuál debe ser la función que ha de jugar el Ejército y la Marina en naciones como México, en este mundo de tan enormes complejidades. Este tema lo abordé en enero del 2019, justo al inicio del gobierno de López Obrador y cuando ya se especulaba en torno a la creación de una Guardia Nacional como fórmula para enfrentar el gravísimo problema de la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico. El caso es que, hoy, conocidas ya las limitaciones de esa fuerza en ciernes y convencido de que llevará años su maduración, se impone que el mandatario se detenga a pensar en el papel que, en adelante, deberán tener los cuerpos de seguridad y en si procede o no legalizar los estupefacientes.

ANTENA ESTATAL

Luto en Tlaxcala por el deceso del Prof. Joel Molina

Acabamos siendo buenos amigos. El profesor y yo vivimos los primeros lances predemocráticos que conoció Tlaxcala en la época moderna. Fue durante la formativa experiencia en que ambos participamos en el primer consejo electoral ciudadanizado que tuvo la entidad y, pese a las diferencias ideológicas, dirimimos con lealtad los disensos que surgían en aquel inédito espacio deliberativo. Cabe ahora señalar que su inesperada y triste partida simplifica el panorama del Movimiento de Regeneración Nacional, al dejar a Ana Lilia Rivera como su única carta, lógica y coherente, para la sucesión gubernamental tlaxcalteca. Descanse en paz el profesor Joel Molina; lo recordaré siempre con afecto.



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El daño originado por la gestion antisocial y corrupta de pasadas administraciones, sumado al que causa la ineptitud e impericia de la actual, amenazan llevarnos a una anarquía política, social y económica de secuelas imprevisibles.

México no va bien, escribí en el anterior artículo de esta corta serie. Y aduje que la pobreza crece, en tanto que los programas asistenciales que se hallan en marcha aún no han dado -ni lo darán en breve- el resultado que de ellos espera el gobierno. Y luego dije que la austeridad republicana en la interpretación lopezobradorista ha descoyuntado el funcionamiento de la burocracia federal, de suyo lenta, ineficiente y tradicionalmente corrupta. Y hablé también de una distribución presupuestal esquizofrénica que, por citar un ejemplo entre muchos, castiga la investigación científica, dejándola huérfana de recursos con el objetivo -dice Hacienda- de canalizarlos a contener la pandemia, no obstante que todas las evidencias apuntan a que irán a parar en ese pozo sin fondo que es Pemex y/o a obras de cuestionable rentabilidad. Abordé asímismo la herida abierta de la inseguridad, cuyo control se confió -sin provecho hasta ahora- a militares supuestamente insobornables, evanescente virtud puesta en entredicho tras la aprehensión del general Cienfuegos en Estados Unidos. Y me referí, cómo no, a la justicia en sus distintos niveles y ámbitos de competencia, ratificando de ella lo que todo mexicano sabe: el fiel de su balanza se inclina -quizá hoy más que antes- a favor de quien posee influencias y dinero. Por último, paciente lector, aludí a la falta de acuerdos entre inversores privados y un gobierno incapaz de separar con claridad las áreas que a cada parte corresponde desarrollar, causa y efecto del estancamiento económico que padecemos. Hasta ahí lo escrito el pasado lunes, aclarando que obviamente existen muchos otros pendientes, como el de la salud, por citar el más acuciante del momento, aunque también está el de la relación con el vecino del Norte que, profundamente dividido por culpa de un presidente demente, afronta la elección más trascendente de su historia reciente y, el último de este abreviado recuento, no menor por cierto: el incumplimiento denunciado de las obligaciones asumidas por nuestro país en el T-Mec. Todos ellos enredan el presente de México y obscurecen su futuro. Mas quiero acercarme ya al asunto que juzgo más preocupante de todos y que, obligado a la concisión periodística, sintetizo de esta manera: de no detenerse la deriva que observa el país hacia escenarios de odios y confrontación, estaríamos aproximándonos a ser protagonistas de una batalla irracional de ricos contra pobres.

Tiempo de reconsideraciones

El presidente ha mostrado ser un político hábil de ideas firmes… y no pocas ocurrencias. Puede improvisar sobre la marcha, casi siempre con acierto aunque, hay que decirlo, no siempre da en el blanco. Accedió al poder investido de una gran legitimidad proveniente de 30 millones de votos emitidos a su favor; no obstante, sabía que, más temprano que tarde, el respaldo de la ciudadanía pobre podría desvanecerse si no cumplía con los apoyos ofrecidos. Al efecto, instrumentó con expedición la entrega directa de dinero, destinando a ese fin porciones importantes del presupuesto. Por otro lado, determinado a separar el poder económico del político, procedió a su divorcio sin contemplaciones ni miramientos legales, afectando intereses que, nadie mejor que él, sabe que pueden movilizar voluntades en su contra, creándole conflictos sociales mediante procedimientos probados con éxito en otras naciones del continente. Salvador Allende cayó, no sólo merced al cacelorismo de las clases medias sino sobre todo a que las fuerzas armadas chilenas, en contubernio con USA, traicionaron la institucionalidad del país sureño. López Obrador sabía la lección y, por eso, procuró la cercanía y lealtad del Ejército y la Armada a su investidura y, más señaladamente, a su persona. Para el efecto, colmó de elogios, atribuciones y beneficios a sus comandantes y, en eso íbamos cuando, de pronto, el guión presidencial descarriló a causa de la detención de Cienfuegos, presunto responsable de tres delitos vinculados al narcotráfico y otro de lavado de dinero cuando era el secretario de Defensa en el sexenio de Peña Nieto. ¡Un secretario de Defensa, con todo lo que ello conlleva! Obviamente, si se prueba la responsabilidad del militar, la relación entre Presidencia y fuerzas armadas tendrá que replantearse en profundidad y demandará un análisis detenido de cuál debe ser la función que ha de jugar el Ejército y la Marina en naciones como México, en este mundo de tan enormes complejidades. Este tema lo abordé en enero del 2019, justo al inicio del gobierno de López Obrador y cuando ya se especulaba en torno a la creación de una Guardia Nacional como fórmula para enfrentar el gravísimo problema de la violencia, el crimen organizado y el narcotráfico. El caso es que, hoy, conocidas ya las limitaciones de esa fuerza en ciernes y convencido de que llevará años su maduración, se impone que el mandatario se detenga a pensar en el papel que, en adelante, deberán tener los cuerpos de seguridad y en si procede o no legalizar los estupefacientes.

ANTENA ESTATAL

Luto en Tlaxcala por el deceso del Prof. Joel Molina

Acabamos siendo buenos amigos. El profesor y yo vivimos los primeros lances predemocráticos que conoció Tlaxcala en la época moderna. Fue durante la formativa experiencia en que ambos participamos en el primer consejo electoral ciudadanizado que tuvo la entidad y, pese a las diferencias ideológicas, dirimimos con lealtad los disensos que surgían en aquel inédito espacio deliberativo. Cabe ahora señalar que su inesperada y triste partida simplifica el panorama del Movimiento de Regeneración Nacional, al dejar a Ana Lilia Rivera como su única carta, lógica y coherente, para la sucesión gubernamental tlaxcalteca. Descanse en paz el profesor Joel Molina; lo recordaré siempre con afecto.



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