/ lunes 10 de enero de 2022

Tiempos de Democracia | Periodismo y política

La siempre difícil relación de esa pareja indisoluble vive en Tlaxcala sus primeros desencuentros del sexenio. Anuladas las prebendas de antaño por el lopezbradorismo, toca ahora a la gobernadora Lorena Cuéllar precisar las nuevas normas con arreglo a las cuales habrá de discurrir el inevitable maridaje entre la prensa y el poder.

Carece de sustento razonable que, a cuatro meses y días de iniciada la gestión de Lorena Cuéllar haya opinadores que estén dedicados, desde ya, a dar por probada la incapacidad política de la gobernadora, la inoperatividad de sus colaboradores y la consecuente falta de solución de problemas complejos que, se sabe, vienen de tiempo atrás. No digo que no tengan derecho a hacerlo ni a abrigar las mismas reservas que pueda tener cualquier ciudadano respecto de quienes tienen hoy en sus manos la conducción de los asuntos del estado; lo que afirmo es que, tanto la mandataria como los integrantes de su equipo de trabajo apenas si han tenido tiempo de poner en marcha sus programas de trabajo. Y lo mismo sucede con las y los titulares de los organismos autónomos, asediados por una prensa inquisitoria que se ocupa más de recuperar sus viejos privilegios que de servir con la verdad a la comunidad para la que escriben.

Démosle, amigo lector, tiempo al tiempo

Cierto es que quienes en campaña ofrecieron “un mundo feliz” y sedujeron al electorado con promesas de realización imposible, en algún momento enfrentarán la realidad y el reclamo de los que creyeron el quimérico planteamiento de que, juntos, podrían escribir “una nueva historia”. Mas exigir resultados antes de cumplirse los plazos comprometidos sólo busca predisponer a la opinión pública contra quien tiene un mandato legal y legítimo. Esos que hoy se apresuran a reprobar al funcionariado lorenista ocultan sus verdaderas motivaciones y su imperiosa necesidad de hacerse notar. Vendrá el tiempo de rendir cuentas y, entonces sí, los rigurosos críticos de hoy -constituidos en fiscales acusadores si es que antes no mudan de criterio- expondrán a la sociedad sus argumentos. Pero no antes; solo cuando lleguemos a ese punto podrá hacerse un juicio equilibrado y justo del trabajo de Lorena Cuéllar al frente del gobierno de Tlaxcala.

Métodos perversos

Aunque lógicamente las críticas se centran en la figura de la titular del Ejecutivo, son varios las y los responsables de dependencias del gobierno -e incluso de organismos autónomos- que también están siendo blancos de la perfidia de un cierto tipo de prensa que, al perder sus canonjías, buscan recuperarlas aun al precio de manchar reputaciones respetables con notas insidiosas. Interesado en el tema, al azar escogí el caso de Jakqueline Ordóñez Brasdefer, presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, elegida hace apenas seis meses por el Congreso del Estado luego de superar un riguroso proceso de selección entre varios aspirantes. Tras revisar su curriculum vitae estoy en condiciones de afirmar que pocas veces he visto un historial académico y profesional tan extenso y brillante como el de la señora Ordóñez Brasdefer. Insto a sus críticos a que comparen su trayectoria con la de cualquiera de sus predecesores. Y como este caso hay otros, tristemente relativos en su mayoría a mujeres tlaxcaltecas ameritadas.

Periodo de aprendizaje y adiestramiento

La democracia trajo a México el pluripartidismo y la alternancia en el poder. Sólo que llegó acompañada de la súbita aparición de un extenso universo de personas sin experiencia en la política y la administración pública. Por otra parte, la equidad de género, recién incorporada a nuestros usos y a nuestras leyes, propició que las mujeres accedieran a actividades que en el pasado -por herencia de un medievalismo ignorante- les estaban casi totalmente vedadas. La aportación de ese valiosísimo contingente -ni más ni menos que a la otra mitad de la humanidad pensante- permitió constatar que el punto de vista femenino es ya imprescindible en cualquier foro político. En esas circunstancias era natural que las nuevas administraciones adscritas a la Cuarta Transformación, integradas en su mayoría con personal neófito de uno y otro sexo, deban cursar curvas de aprendizaje de mucha mayor duración que la habitual en la política del pasado. Es el precio a pagar por la profunda renovación conceptual implícita en todo cambio radical de régimen.

Para no extraviar el rumbo la mejor guía es la Constitución

Empero, ser recién llegados a la política y por tanto carecer de experiencia en tan compleja materia no exenta a nadie, hombre o mujer, de la obligación de llevar al cabo con honradez y eficacia la tarea que les ha sido confiada. Y tampoco los pone al margen de los críticos que llevan al cabo su función con pulcritud ética y que -bien entendida- les previene de errores y hasta de posibles ilícitos. Ser principiante no es salvoconducto para transgredir la norma ni otorga patente de corso alguna al que llega a un cargo público con el propósito de servirse de él. Reza un principio del Derecho que “..desconocer la ley no exime de su cumplimiento..”. La promulgación de la disposición le otorga plena vigencia; su aplicación es inmediata y da por supuesto que es de todos conocida. Su ignorancia no es eximente de responsabilidad, razón por la cual el mejor consejo que puede darse a quien hace sus primeras armas en tareas de gestión pública es conocer, antes que cualquier otra cosa, todos y cada uno de los artículos que componen nuestra Constitución.

Conclusión

López Obrador canceló de raíz las prebendas de que se valían gobiernos pasados para mantener a raya a periodistas molestos. Lorena Cuéllar, al frente de una administración heterogénea integrada mayoritariamente por funcionarios noveles, también está modificando las reglas del juego en Tlaxcala. Ojalá lo consiga sin perjuicio para su gestión.

La siempre difícil relación de esa pareja indisoluble vive en Tlaxcala sus primeros desencuentros del sexenio. Anuladas las prebendas de antaño por el lopezbradorismo, toca ahora a la gobernadora Lorena Cuéllar precisar las nuevas normas con arreglo a las cuales habrá de discurrir el inevitable maridaje entre la prensa y el poder.

Carece de sustento razonable que, a cuatro meses y días de iniciada la gestión de Lorena Cuéllar haya opinadores que estén dedicados, desde ya, a dar por probada la incapacidad política de la gobernadora, la inoperatividad de sus colaboradores y la consecuente falta de solución de problemas complejos que, se sabe, vienen de tiempo atrás. No digo que no tengan derecho a hacerlo ni a abrigar las mismas reservas que pueda tener cualquier ciudadano respecto de quienes tienen hoy en sus manos la conducción de los asuntos del estado; lo que afirmo es que, tanto la mandataria como los integrantes de su equipo de trabajo apenas si han tenido tiempo de poner en marcha sus programas de trabajo. Y lo mismo sucede con las y los titulares de los organismos autónomos, asediados por una prensa inquisitoria que se ocupa más de recuperar sus viejos privilegios que de servir con la verdad a la comunidad para la que escriben.

Démosle, amigo lector, tiempo al tiempo

Cierto es que quienes en campaña ofrecieron “un mundo feliz” y sedujeron al electorado con promesas de realización imposible, en algún momento enfrentarán la realidad y el reclamo de los que creyeron el quimérico planteamiento de que, juntos, podrían escribir “una nueva historia”. Mas exigir resultados antes de cumplirse los plazos comprometidos sólo busca predisponer a la opinión pública contra quien tiene un mandato legal y legítimo. Esos que hoy se apresuran a reprobar al funcionariado lorenista ocultan sus verdaderas motivaciones y su imperiosa necesidad de hacerse notar. Vendrá el tiempo de rendir cuentas y, entonces sí, los rigurosos críticos de hoy -constituidos en fiscales acusadores si es que antes no mudan de criterio- expondrán a la sociedad sus argumentos. Pero no antes; solo cuando lleguemos a ese punto podrá hacerse un juicio equilibrado y justo del trabajo de Lorena Cuéllar al frente del gobierno de Tlaxcala.

Métodos perversos

Aunque lógicamente las críticas se centran en la figura de la titular del Ejecutivo, son varios las y los responsables de dependencias del gobierno -e incluso de organismos autónomos- que también están siendo blancos de la perfidia de un cierto tipo de prensa que, al perder sus canonjías, buscan recuperarlas aun al precio de manchar reputaciones respetables con notas insidiosas. Interesado en el tema, al azar escogí el caso de Jakqueline Ordóñez Brasdefer, presidenta de la Comisión Estatal de Derechos Humanos, elegida hace apenas seis meses por el Congreso del Estado luego de superar un riguroso proceso de selección entre varios aspirantes. Tras revisar su curriculum vitae estoy en condiciones de afirmar que pocas veces he visto un historial académico y profesional tan extenso y brillante como el de la señora Ordóñez Brasdefer. Insto a sus críticos a que comparen su trayectoria con la de cualquiera de sus predecesores. Y como este caso hay otros, tristemente relativos en su mayoría a mujeres tlaxcaltecas ameritadas.

Periodo de aprendizaje y adiestramiento

La democracia trajo a México el pluripartidismo y la alternancia en el poder. Sólo que llegó acompañada de la súbita aparición de un extenso universo de personas sin experiencia en la política y la administración pública. Por otra parte, la equidad de género, recién incorporada a nuestros usos y a nuestras leyes, propició que las mujeres accedieran a actividades que en el pasado -por herencia de un medievalismo ignorante- les estaban casi totalmente vedadas. La aportación de ese valiosísimo contingente -ni más ni menos que a la otra mitad de la humanidad pensante- permitió constatar que el punto de vista femenino es ya imprescindible en cualquier foro político. En esas circunstancias era natural que las nuevas administraciones adscritas a la Cuarta Transformación, integradas en su mayoría con personal neófito de uno y otro sexo, deban cursar curvas de aprendizaje de mucha mayor duración que la habitual en la política del pasado. Es el precio a pagar por la profunda renovación conceptual implícita en todo cambio radical de régimen.

Para no extraviar el rumbo la mejor guía es la Constitución

Empero, ser recién llegados a la política y por tanto carecer de experiencia en tan compleja materia no exenta a nadie, hombre o mujer, de la obligación de llevar al cabo con honradez y eficacia la tarea que les ha sido confiada. Y tampoco los pone al margen de los críticos que llevan al cabo su función con pulcritud ética y que -bien entendida- les previene de errores y hasta de posibles ilícitos. Ser principiante no es salvoconducto para transgredir la norma ni otorga patente de corso alguna al que llega a un cargo público con el propósito de servirse de él. Reza un principio del Derecho que “..desconocer la ley no exime de su cumplimiento..”. La promulgación de la disposición le otorga plena vigencia; su aplicación es inmediata y da por supuesto que es de todos conocida. Su ignorancia no es eximente de responsabilidad, razón por la cual el mejor consejo que puede darse a quien hace sus primeras armas en tareas de gestión pública es conocer, antes que cualquier otra cosa, todos y cada uno de los artículos que componen nuestra Constitución.

Conclusión

López Obrador canceló de raíz las prebendas de que se valían gobiernos pasados para mantener a raya a periodistas molestos. Lorena Cuéllar, al frente de una administración heterogénea integrada mayoritariamente por funcionarios noveles, también está modificando las reglas del juego en Tlaxcala. Ojalá lo consiga sin perjuicio para su gestión.