/ lunes 27 de enero de 2020

Tiempos de Democracia | Perspectivas electorales

-2-

  • Solo con un frente electoral unitario bien armado se podrá hacer frente a un lopezobradorismo al que ni la incompetencia ni la falta de oficio político de quienes con sus colores llegaron al poder han logrado quebrantar el arrastre popular de su movimiento

El esquema que con ligeras variaciones se venía siguiendo desde 1988 en los comicios mexicanos era el de tres coaliciones partidistas distintas que enlazaban los intereses electorales de diversas formaciones políticas, sin reparar demasiado en la coincidencia o discrepancia de sus respectivas líneas ideológicas. Ese planteamiento, habitual en el México multipartidista pre-lopezobradorista, va a cambiar en el 2021. La lucha que el próximo año se librará se dará desde su arranque entre sólo dos bloques antagónicos, perfectamente distinguibles y radicalmente opuestos. En el primero se agrupará el morenismo con sus afines y simpatizantes, y en el segundo alinearán los anti-morenistas, sin distingo de color, credo ni pensamiento, unidos en la aversión a Andrés Manuel y a la orientación política, económica y social que está dando a la nación. Morena -o mejor dicho, su líder real- tiene como meta obtener, en la elección intermedia, las curules necesarias en la Cámara de Diputados federal para asegurarse la mayoría absoluta. Aspira también a hacerse del control político de los estados, ganando la mayoría de las gubernaturas y los congresos locales que estarán en disputa. Por su parte, sus adversarios tratarán de evitar que se cumplan esos propósitos, defendiendo las posiciones que aún permanecen en sus manos. Por demás está decir que todo partido que no se integre a uno de esos dos frentes en conflicto será ignorado por el votante y arrostrará el riesgo de desaparecer. Dicho de otra forma: cualquier agrupación que pretenda ir a la elección fiado a sólo sus fuerzas irá camino a su segura inmolación.

Indicadores tlaxcaltecas del 2018

Aunque a estas alturas todo pronóstico tiene por fuerza un alto componente especulativo, puede anticiparse que el frente morenista, (en adelante el Frente-Pro) lo integrará por supuesto Morena (con 237,642 sufragios en 2018 y 39.12% de la votación en Tlaxcala), el PT (52,535 y 8.64%), el Verde (30,858 y 5.85%) y el PES (23,461 y 3.86%), partido este último que para esas fechas ya habrá renovado el registro que perdió en la última contienda. En el frente antimorenista (en adelante el Frente-Anti) se formaría con el PAN (70,302 y 11.57%), el PRD (32,461 y 5.34%) y el PRI (34,690 y 5.71%). La incógnita será saber hacia cual de las dos opcionres se inclinará la nueva versión de Nueva Alianza (33,520 y 5.51%), también en trance de renovar su registro, y Movimiento Ciudadano (32,847y 5.40%), que acostumbraba sumarse a la izquierda pero que, una discrepancia con Andrés Manuel, lo empujó a la derecha. El Frente-Pro obtuvo, en 2018 y, repito, en Tlaxcala, un total de 344,496 votos, y el Frente-Anti, sólo 137,453. En la hipótesis de que esos resultados se repitieran tal cual en 2021, la diferencia sería de 207,043 sufragios. La pregunta es: ¿qué factores podrían acortar esa enorme desventaja? Aún suponiendo que Nueva Alianza y Movimiento Ciudadano le endosarán sus adeptos al Frente-Anti, la brecha apenas si se acortaría a 140,676 boletas, todavía demasiado amplia como para considerarla salvable. Y si, amigo lector, estoy en el entendido que esos son datos de la pasada elección y que, por tanto, son parte de una historia que no tiene porqué repetirse de manera semejante.

Las variables del 2021

El guión seguido en 2018 por el votante no será necesariamente el mismo que el de 2021. Incluso puede anticiparse que quizá ni parecido sea; basta traer a cuentas la cuestionable conducta del morenismo tlaxcalteca para augurar que las cifras van a cambiar. Pero… ¿en qué proporción se modificarán? ¿alcanzaran en todo caso para revertir aquellos resultados? ¿o acaso sólo servirán para ratificarlos? Hasta aquí, amigo lector, estas consideraciones se han fundamentado en la última elección que, aunque de casi veinte meses atrás, es la única encuesta real firmada por la ciudadanía. Lo que sigue es aventurarse en el resbaloso terreno de las elucubraciones, sin más guía que la propia intuición del opinador. Mas como de eso se trata mi encomienda, asumo el riesgo de equivocarme. Inicio conjeturando que, sin perjuicio de reconocer que es muy difícil que se altere el patrón de apoyo a Morena seguido en 2018 por sus más fieles seguidores, lo cierto es que la opinión pública tlaxcalteca ha conocido hechos reprobables que bien podrían inducir una reversión en la tendencia del voto, sobre todo el de ese sector más analítico de la sociedad que, habiendo sufragado por López Obrador, hoy está arrepentido y ya no le refrenderá su respaldo. No es pues improbable que una parte de ese sector -estimado arbitrariamente en el 20% del total de sus sufragios- pueda incluso decantarse por la opción contraria. Si así fuera, y aún cuando el voto duro lopezobradorista se viese reforzado por efecto de las ayudas sociales, su ventaja sufriría una reducción importante. ¿A qué hechos aludo? Los enumero: 1) la ausencia de identidad y cohesión ideológica de su bancada en el Congreso local; 2) su grotesca incompetencia como legisladora y, 3) su avorazamiento para hacerse de recursos públicos, treta que se pretendió camuflar trás una seudogestoría social que nadie ve y en la que nadie cree. En el mismo sentido negativo incide el confuso trabajo de una todavía más confusa Lorena Cuéllar, que no acierta a entender el rol que le fue conferido como delegada del gobierno federal y que interfirió flagrantemente en el fallido proceso de integración de los comités de Morena, proyectando una imagen de desunión, desorden e incapacidad para organizarse como formación política confiable. A lo anterior hay que agregar un factor de peso: López Obrador no aparecerá en la boleta, lo que disuará a no pocos simpatizantes a salir de casa para votar por morenistas que no han hecho nada por ganar su confianza. Seguimos el próximo lunes.

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  • Solo con un frente electoral unitario bien armado se podrá hacer frente a un lopezobradorismo al que ni la incompetencia ni la falta de oficio político de quienes con sus colores llegaron al poder han logrado quebrantar el arrastre popular de su movimiento

El esquema que con ligeras variaciones se venía siguiendo desde 1988 en los comicios mexicanos era el de tres coaliciones partidistas distintas que enlazaban los intereses electorales de diversas formaciones políticas, sin reparar demasiado en la coincidencia o discrepancia de sus respectivas líneas ideológicas. Ese planteamiento, habitual en el México multipartidista pre-lopezobradorista, va a cambiar en el 2021. La lucha que el próximo año se librará se dará desde su arranque entre sólo dos bloques antagónicos, perfectamente distinguibles y radicalmente opuestos. En el primero se agrupará el morenismo con sus afines y simpatizantes, y en el segundo alinearán los anti-morenistas, sin distingo de color, credo ni pensamiento, unidos en la aversión a Andrés Manuel y a la orientación política, económica y social que está dando a la nación. Morena -o mejor dicho, su líder real- tiene como meta obtener, en la elección intermedia, las curules necesarias en la Cámara de Diputados federal para asegurarse la mayoría absoluta. Aspira también a hacerse del control político de los estados, ganando la mayoría de las gubernaturas y los congresos locales que estarán en disputa. Por su parte, sus adversarios tratarán de evitar que se cumplan esos propósitos, defendiendo las posiciones que aún permanecen en sus manos. Por demás está decir que todo partido que no se integre a uno de esos dos frentes en conflicto será ignorado por el votante y arrostrará el riesgo de desaparecer. Dicho de otra forma: cualquier agrupación que pretenda ir a la elección fiado a sólo sus fuerzas irá camino a su segura inmolación.

Indicadores tlaxcaltecas del 2018

Aunque a estas alturas todo pronóstico tiene por fuerza un alto componente especulativo, puede anticiparse que el frente morenista, (en adelante el Frente-Pro) lo integrará por supuesto Morena (con 237,642 sufragios en 2018 y 39.12% de la votación en Tlaxcala), el PT (52,535 y 8.64%), el Verde (30,858 y 5.85%) y el PES (23,461 y 3.86%), partido este último que para esas fechas ya habrá renovado el registro que perdió en la última contienda. En el frente antimorenista (en adelante el Frente-Anti) se formaría con el PAN (70,302 y 11.57%), el PRD (32,461 y 5.34%) y el PRI (34,690 y 5.71%). La incógnita será saber hacia cual de las dos opcionres se inclinará la nueva versión de Nueva Alianza (33,520 y 5.51%), también en trance de renovar su registro, y Movimiento Ciudadano (32,847y 5.40%), que acostumbraba sumarse a la izquierda pero que, una discrepancia con Andrés Manuel, lo empujó a la derecha. El Frente-Pro obtuvo, en 2018 y, repito, en Tlaxcala, un total de 344,496 votos, y el Frente-Anti, sólo 137,453. En la hipótesis de que esos resultados se repitieran tal cual en 2021, la diferencia sería de 207,043 sufragios. La pregunta es: ¿qué factores podrían acortar esa enorme desventaja? Aún suponiendo que Nueva Alianza y Movimiento Ciudadano le endosarán sus adeptos al Frente-Anti, la brecha apenas si se acortaría a 140,676 boletas, todavía demasiado amplia como para considerarla salvable. Y si, amigo lector, estoy en el entendido que esos son datos de la pasada elección y que, por tanto, son parte de una historia que no tiene porqué repetirse de manera semejante.

Las variables del 2021

El guión seguido en 2018 por el votante no será necesariamente el mismo que el de 2021. Incluso puede anticiparse que quizá ni parecido sea; basta traer a cuentas la cuestionable conducta del morenismo tlaxcalteca para augurar que las cifras van a cambiar. Pero… ¿en qué proporción se modificarán? ¿alcanzaran en todo caso para revertir aquellos resultados? ¿o acaso sólo servirán para ratificarlos? Hasta aquí, amigo lector, estas consideraciones se han fundamentado en la última elección que, aunque de casi veinte meses atrás, es la única encuesta real firmada por la ciudadanía. Lo que sigue es aventurarse en el resbaloso terreno de las elucubraciones, sin más guía que la propia intuición del opinador. Mas como de eso se trata mi encomienda, asumo el riesgo de equivocarme. Inicio conjeturando que, sin perjuicio de reconocer que es muy difícil que se altere el patrón de apoyo a Morena seguido en 2018 por sus más fieles seguidores, lo cierto es que la opinión pública tlaxcalteca ha conocido hechos reprobables que bien podrían inducir una reversión en la tendencia del voto, sobre todo el de ese sector más analítico de la sociedad que, habiendo sufragado por López Obrador, hoy está arrepentido y ya no le refrenderá su respaldo. No es pues improbable que una parte de ese sector -estimado arbitrariamente en el 20% del total de sus sufragios- pueda incluso decantarse por la opción contraria. Si así fuera, y aún cuando el voto duro lopezobradorista se viese reforzado por efecto de las ayudas sociales, su ventaja sufriría una reducción importante. ¿A qué hechos aludo? Los enumero: 1) la ausencia de identidad y cohesión ideológica de su bancada en el Congreso local; 2) su grotesca incompetencia como legisladora y, 3) su avorazamiento para hacerse de recursos públicos, treta que se pretendió camuflar trás una seudogestoría social que nadie ve y en la que nadie cree. En el mismo sentido negativo incide el confuso trabajo de una todavía más confusa Lorena Cuéllar, que no acierta a entender el rol que le fue conferido como delegada del gobierno federal y que interfirió flagrantemente en el fallido proceso de integración de los comités de Morena, proyectando una imagen de desunión, desorden e incapacidad para organizarse como formación política confiable. A lo anterior hay que agregar un factor de peso: López Obrador no aparecerá en la boleta, lo que disuará a no pocos simpatizantes a salir de casa para votar por morenistas que no han hecho nada por ganar su confianza. Seguimos el próximo lunes.