/ lunes 2 de marzo de 2020

Tiempos de Democracia | Perspectivas electorales

-6-

Ni siquiera la actitud distante del presidente López Obrador respecto de los feminicidios parece haber afectado sus altos niveles de aceptación. Ello refuerza la idea de que sólo con un frente amplio podrá la oposición presentar al electorado tlaxcalteca una propuesta competitiva. De concretarse esa alianza, los números y la lógica apuntan a que sea el PAN quien deba encabezarla

Tan sorpresivo por lo inesperadamente cuantioso fue el caudal de sufragios emitidos a favor de los candidatos de Morena en la elección del 2018, como lo fue también el cicatero apoyo que la ciudadanía brindó a los abanderados del PRI, del PAN y del PRD. La diferencia entre aquellos y estos fue de tal magnitud que prácticamente todos los cargos en disputa fueron a parar a manos de los oportunistas -¿o visionarios?- que se montaron en la ola amloísta. En esas circunstancias, habiendo rozado el techo máximo a que puede aspirarse en una contienda multipartidista, no es esperable que en el 2021 Morena supere o siquiera iguale aquellos datos. Exactamente el razonamiento contrario puede hacerse respecto del zarandeado capital electoral de tricolores, blanquiazules y amarillos, que en los comicios de referencia rondó el piso mínimo de sus respectivas cifras históricas. Así pues, lo lógico es que la votación del partido que avasalló en el 2018 propenda a decrecer, en tanto que el de los avasallados tienda a recuperarse.

Elementos imprevisibles

Esa tendencia sería la normal; empero, aparte de los distintos factores que ya han sido analizados en esta serie de artículos no debe descartarse la posibilidad de que surjan otros temas con potencial disruptivo suficiente como para alterar significativamente las anteriores consideraciones. Cito tres: 1) si fracasan las negociaciones para conformar un frente con los partidos que discrepan de los principios de la Cuarta Transformación, el interés de la elección se reducirá a saber quien será el candidato morenista; 2) si en cambio se concreta la alianza, entonces cobrará capital importancia la designación de su liderazgo, mismo que deberá recaer en una personalidad con experiencia política, capaz de cohesionar y dar unidad a tan diversa amalgama de ideologías, y 3) revelaciones inesperadas que golpeen las expectativas electorales de los partidos; por ejemplo, el juicio que se le sigue en Estados Unidos a García Luna -secretario de Seguridad del gobierno panista de Calderón-, o el que se le instruirá a Lozoya -director de Pemex en la gestión priísta de Peña Nieto- que se llevará al cabo en tribunales mexicanos una vez que se concrete su extradición.

Acción Nacional, el menos débil de los partidos opositores

Veo dos razones para que el PAN sea la cabeza de esa hipotética entente partidista: 1) sus cifras electorales del 2018, aunque pobres, no alcanzaron el nivel de desastre que tuvieron las del PRI, equiparables en su paupérrima cuantía a las conseguidas por el PRD y, 2) es la formación política cuyo ADN conservador más se contrapone a los programas progresistas de la Cuarta Transformación. Por otra parte, el blanquiazul se repuso antes que el tricolor del pasmo en que cayó la oposición toda tras los hechos que a punto estuvieron de significar su conversión en partidos residuales. A los dos, PAN y PRI, los une la necesidad de sumar sus capitales, so pena de volver a ser arrollados en el 2021. Aunque políticamente han caminado de la mano en no pocas ocasiones, fue siempre a través de acuerdos soterrados; nunca antes lo habían hecho mediante un pacto formal. Mas la realidad obliga; bien claro tienen ambos institutos -y a ellos sumo lo que queda del sol azteca- que acudiendo sólos a la cita del 2021, dejarían libre paso a un amloísmo consolidado como una fuerza dominante intemporal que impondrá su hegemonía indefinidamente.

Liderazgos estatales enclenques

No percibo a José Gilberto Temoltzin, líder estatal de Acción Nacional, con la capacidad que se requiere para calibrar la gravedad del trance que afrontará su partido en el 2021, y aún menos lo veo apto para conducir negociaciones de alta complejidad política. Se le nota, eso sí, ocupado en preservar su facultad estatutaria de repartir candidaturas a diputaciones locales y alcaldías; lo demás, por ejemplo la nominación a la gubernatura, lo excede ampliamente. Temoltzin posee una visión limitada de la función histórica que le tocó enfrentar; basta observar su notoria pasividad para promover conversaciones con dirigentes de otros partidos a fin de explorar la posibilidad de construir acuerdos que unifiquen a las corrientes antilopezobradoristas del estado. Si finalmente hubiera algún pacto al respecto, estoy seguro que no será en el nivel de las direcciones estatales de los partidos donde se genere el entendimiento.

Adriana, la eterna aspirante panista

Mas pase lo que pasare al respecto, lo que sigue es ocuparnos de los aspirantes que han manifestado interés en la candidatura panista. Vuelve a encabezar la relación Adriana Dávila, la tlaxcalteca de mayor prestancia y peso político de su partido, tanto por la experiencia adquirida en sus dos pasados intentos por llegar a la gubernatura como por su ininterrumpida actividad como legisladora federal. A distancia de la apizaquense aparece otra vez Minerva Hernández, la también parlamentaria que, cuando candidata fallida a gobernar el estado, sobrevoló sin rubor ninguno por todo el espectro ideológico, desde la izquierda perredista hasta la derecha panista, a instancias de Jesús Ortega, un político reptante y convenenciero donde los haya. Y con una hoja curricular mucho más modesta que el de las damas citadas, completan el elenco Julio César Hernández, alcalde de la ciudad rielera, y Juan Carlos Sánchez, un empresario de la construcción aficionado a la política. El próximo lunes profundizaremos en sus respectivas trayectorias.

-6-

Ni siquiera la actitud distante del presidente López Obrador respecto de los feminicidios parece haber afectado sus altos niveles de aceptación. Ello refuerza la idea de que sólo con un frente amplio podrá la oposición presentar al electorado tlaxcalteca una propuesta competitiva. De concretarse esa alianza, los números y la lógica apuntan a que sea el PAN quien deba encabezarla

Tan sorpresivo por lo inesperadamente cuantioso fue el caudal de sufragios emitidos a favor de los candidatos de Morena en la elección del 2018, como lo fue también el cicatero apoyo que la ciudadanía brindó a los abanderados del PRI, del PAN y del PRD. La diferencia entre aquellos y estos fue de tal magnitud que prácticamente todos los cargos en disputa fueron a parar a manos de los oportunistas -¿o visionarios?- que se montaron en la ola amloísta. En esas circunstancias, habiendo rozado el techo máximo a que puede aspirarse en una contienda multipartidista, no es esperable que en el 2021 Morena supere o siquiera iguale aquellos datos. Exactamente el razonamiento contrario puede hacerse respecto del zarandeado capital electoral de tricolores, blanquiazules y amarillos, que en los comicios de referencia rondó el piso mínimo de sus respectivas cifras históricas. Así pues, lo lógico es que la votación del partido que avasalló en el 2018 propenda a decrecer, en tanto que el de los avasallados tienda a recuperarse.

Elementos imprevisibles

Esa tendencia sería la normal; empero, aparte de los distintos factores que ya han sido analizados en esta serie de artículos no debe descartarse la posibilidad de que surjan otros temas con potencial disruptivo suficiente como para alterar significativamente las anteriores consideraciones. Cito tres: 1) si fracasan las negociaciones para conformar un frente con los partidos que discrepan de los principios de la Cuarta Transformación, el interés de la elección se reducirá a saber quien será el candidato morenista; 2) si en cambio se concreta la alianza, entonces cobrará capital importancia la designación de su liderazgo, mismo que deberá recaer en una personalidad con experiencia política, capaz de cohesionar y dar unidad a tan diversa amalgama de ideologías, y 3) revelaciones inesperadas que golpeen las expectativas electorales de los partidos; por ejemplo, el juicio que se le sigue en Estados Unidos a García Luna -secretario de Seguridad del gobierno panista de Calderón-, o el que se le instruirá a Lozoya -director de Pemex en la gestión priísta de Peña Nieto- que se llevará al cabo en tribunales mexicanos una vez que se concrete su extradición.

Acción Nacional, el menos débil de los partidos opositores

Veo dos razones para que el PAN sea la cabeza de esa hipotética entente partidista: 1) sus cifras electorales del 2018, aunque pobres, no alcanzaron el nivel de desastre que tuvieron las del PRI, equiparables en su paupérrima cuantía a las conseguidas por el PRD y, 2) es la formación política cuyo ADN conservador más se contrapone a los programas progresistas de la Cuarta Transformación. Por otra parte, el blanquiazul se repuso antes que el tricolor del pasmo en que cayó la oposición toda tras los hechos que a punto estuvieron de significar su conversión en partidos residuales. A los dos, PAN y PRI, los une la necesidad de sumar sus capitales, so pena de volver a ser arrollados en el 2021. Aunque políticamente han caminado de la mano en no pocas ocasiones, fue siempre a través de acuerdos soterrados; nunca antes lo habían hecho mediante un pacto formal. Mas la realidad obliga; bien claro tienen ambos institutos -y a ellos sumo lo que queda del sol azteca- que acudiendo sólos a la cita del 2021, dejarían libre paso a un amloísmo consolidado como una fuerza dominante intemporal que impondrá su hegemonía indefinidamente.

Liderazgos estatales enclenques

No percibo a José Gilberto Temoltzin, líder estatal de Acción Nacional, con la capacidad que se requiere para calibrar la gravedad del trance que afrontará su partido en el 2021, y aún menos lo veo apto para conducir negociaciones de alta complejidad política. Se le nota, eso sí, ocupado en preservar su facultad estatutaria de repartir candidaturas a diputaciones locales y alcaldías; lo demás, por ejemplo la nominación a la gubernatura, lo excede ampliamente. Temoltzin posee una visión limitada de la función histórica que le tocó enfrentar; basta observar su notoria pasividad para promover conversaciones con dirigentes de otros partidos a fin de explorar la posibilidad de construir acuerdos que unifiquen a las corrientes antilopezobradoristas del estado. Si finalmente hubiera algún pacto al respecto, estoy seguro que no será en el nivel de las direcciones estatales de los partidos donde se genere el entendimiento.

Adriana, la eterna aspirante panista

Mas pase lo que pasare al respecto, lo que sigue es ocuparnos de los aspirantes que han manifestado interés en la candidatura panista. Vuelve a encabezar la relación Adriana Dávila, la tlaxcalteca de mayor prestancia y peso político de su partido, tanto por la experiencia adquirida en sus dos pasados intentos por llegar a la gubernatura como por su ininterrumpida actividad como legisladora federal. A distancia de la apizaquense aparece otra vez Minerva Hernández, la también parlamentaria que, cuando candidata fallida a gobernar el estado, sobrevoló sin rubor ninguno por todo el espectro ideológico, desde la izquierda perredista hasta la derecha panista, a instancias de Jesús Ortega, un político reptante y convenenciero donde los haya. Y con una hoja curricular mucho más modesta que el de las damas citadas, completan el elenco Julio César Hernández, alcalde de la ciudad rielera, y Juan Carlos Sánchez, un empresario de la construcción aficionado a la política. El próximo lunes profundizaremos en sus respectivas trayectorias.