/ lunes 31 de agosto de 2020

Tiempos de Democracia | Perspectivas electorales -9-

Reanudo hoy lunes la larga saga de colaboraciones que destiné a revisar las posibilidades de los partidos mayores -y las de sus aspirantes a representarlos en los comicios de junio del 2021- en la lucha por suceder al gobernador Marco Mena

En los primeros días de marzo, cuando apenas asomaban en México las primeras nubes de la tormenta que en forma de pandemia habría de venírsenos encima, decidí suspender la publicación de una serie de artículos cuyo fin era -y es- analizar las expectativas electorales de los partidos, y las de sus aspirantes a representarlos en la batalla para suceder al gobernador Marco Mena. Íbamos ya por el octavo número de la saga y sólo faltaba el tema de Morena y el de sus probables abanderados. Mas como la vida sigue a pesar del inacabable torbellino de episodios trágicos en que estamos inmersos, hoy retomo la secuencia que interrumpí hace cinco meses. Y para hacerlo ordenada y comprensiblemente, juzgo pertinente iniciarla con una muy compacta recapitulación de los artículos que, sin entrar en detalles, contribuya a dar continuidad a lo que hasta entonces había escrito. Vamos pues al punto, amable lector, no sin antes advertir que el tiempo transcurrido confirmó los escenarios que se avizoraban en aquellos momentos, si bien en el ínterin surgieron por lo menos dos novedades que ilustran la elementalidad de nuestro quehacer político.

El PRI, partido herido y sin expectativas

Empecé con el PRI en razón de poseer como instituto político la titularidad del gobierno de Tlaxcala. Nacionalmente dirigido por “Alito”, “un político sin luces, discurso no ideas”, auguré que seguiría declinando hasta dejar de ser factor en la política del país. Las revelaciones que anticipé haría Lozoya en cuanto fuera extraditado de España lo hundieron aún más de lo que ya lo estaba luego de la elección del 2018. Y no obstante la alta calificación que dentro y fuera del estado ha merecido Marco Mena por su labor al frente del Ejecutivo local, aquí en nuestra entidad no pinta mejor el panorama al priísmo. Sin nadie relevante en sus filas, con Noé tratando vanamente de reconstruir sus desbaratadas estructuras territoriales; con Florentino ocupado en encarar el galimatías de la vuelta a clases por vía telemática, y con la confundida Anabel tocando puertas en otras formaciones para ser aceptada como candidata de una alianza partidista cada vez más evanescente, el PRI debía -y debe- reconocer que sólo asociándose con otros partidos podrá aspirar a su subsistencia. De jugar independientemente facilitaría a Morena -la fuerza dominante en el estado- su acceso al poder lo que, en términos de real politick, no es una opción descartable para los tricolores que sustentan una visión pragmática de las circunstancias políticas que se prevé prevalecerán en México durante un largo tiempo.

El PAN, único opositor sobreviviente

Luego seguí con el PAN. Aunque quedó debilitado tras la hecatombe del 2018, los votos que conservó me ratificaron en la percepción de que es el único partido que en Tlaxcala -aparte del desfalleciente PRD- mantiene su impronta de opositor a Morena, pese a la poco empática personalidad de su líder nacional, y a la nula de su dirigente estatal. Y también me dije y me digo convencido de que Adriana era y es la panista que mejor proyecta esa imagen, por encima de la de Minerva. El alcalde de Apizaco, Julio César Hernández, que a la sazón se enlistaba como precandidato a gobernador, desistió de esa aspiración que le venía grande y ahora está apuntado para la postulación por una curul federal. El cartel blanquiazul lo completaba -casi de manera anecdótica- Juan Carlos Sánchez, un empresario de la construcción que hizo fortuna en un sexenio de suerte y cuyo antecedente en la política es haber sido diputado local en una legislatura que no se distinguió por ser transparente en el manejo del dinero. Cinco meses “bien administrados” bastaron al interfecto para ubicarse a la cabeza de las preferencias panistas. Por lo menos eso dicen las encuestas que confeccionan, a satisfacción de quien las paga, los mercaderes de la demoscopía tlaxcalteca, distribuidas luego entre opinadores crédulos. El repentino ascenso del posicionamiento de Sánchez es una de esas novedades a las que aludí líneas arriba; la otra, que atañe a Morena, la abordaré en el siguiente y último artículo de la serie.

La alianza nonata

En la referida secuencia intercalé datos de distintas mediciones de la aceptación de López Obrador como presidente y de Morena como instituto político, destacando las causas de sus variaciones. El objetivo era estudiar la viabilidad de una alianza que pudiese equiparar su fuerza con la de la formación guinda. El análisis evidenció, entre otras cosas, que con independencia de la magnitud de las fluctuaciones, las diferencias relativas entre los índices del mandatario y los de Morena se mantenían constantes en alrededor del 20%. Así, cuando Andrés Manuel llegó al inédito rango de los 80´s, el partido alcanzó el de los 60´s. Sabemos, sí, que después, al irse conociendo la radicalidad extrema de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno, sobrevino la decepción y, de su mano, la deserción de los que, sin vínculos con el movimiento, participaron del entusiasmo que generó su triunfo. Las simpatías cayeron entonces hasta plantarse en un 50-60 para Andrés Manuel, y en un 30-40 para Morena, cifras que hoy sabemos corresponden al voto duro del lopezobradorismo leal y que, por tanto, son inamovibles. Pero remitámonos a Tlaxcala: afectando con esas variables los resultados morenistas del 2018 y contrastándolos con los de las formaciones opositoras, puede adelantarse que ni sumando todos, sería competitiva su nonata alianza. Si estas consideraciones son correctas, el interés se reduce a saber quien abanderará a Morena en la elección para suceder al gobernador Marco Mena, en tanto que entonces el de sus adversarios se limita a competir por las curules federales, las locales y las alcaldías que estarán en disputa.

Reanudo hoy lunes la larga saga de colaboraciones que destiné a revisar las posibilidades de los partidos mayores -y las de sus aspirantes a representarlos en los comicios de junio del 2021- en la lucha por suceder al gobernador Marco Mena

En los primeros días de marzo, cuando apenas asomaban en México las primeras nubes de la tormenta que en forma de pandemia habría de venírsenos encima, decidí suspender la publicación de una serie de artículos cuyo fin era -y es- analizar las expectativas electorales de los partidos, y las de sus aspirantes a representarlos en la batalla para suceder al gobernador Marco Mena. Íbamos ya por el octavo número de la saga y sólo faltaba el tema de Morena y el de sus probables abanderados. Mas como la vida sigue a pesar del inacabable torbellino de episodios trágicos en que estamos inmersos, hoy retomo la secuencia que interrumpí hace cinco meses. Y para hacerlo ordenada y comprensiblemente, juzgo pertinente iniciarla con una muy compacta recapitulación de los artículos que, sin entrar en detalles, contribuya a dar continuidad a lo que hasta entonces había escrito. Vamos pues al punto, amable lector, no sin antes advertir que el tiempo transcurrido confirmó los escenarios que se avizoraban en aquellos momentos, si bien en el ínterin surgieron por lo menos dos novedades que ilustran la elementalidad de nuestro quehacer político.

El PRI, partido herido y sin expectativas

Empecé con el PRI en razón de poseer como instituto político la titularidad del gobierno de Tlaxcala. Nacionalmente dirigido por “Alito”, “un político sin luces, discurso no ideas”, auguré que seguiría declinando hasta dejar de ser factor en la política del país. Las revelaciones que anticipé haría Lozoya en cuanto fuera extraditado de España lo hundieron aún más de lo que ya lo estaba luego de la elección del 2018. Y no obstante la alta calificación que dentro y fuera del estado ha merecido Marco Mena por su labor al frente del Ejecutivo local, aquí en nuestra entidad no pinta mejor el panorama al priísmo. Sin nadie relevante en sus filas, con Noé tratando vanamente de reconstruir sus desbaratadas estructuras territoriales; con Florentino ocupado en encarar el galimatías de la vuelta a clases por vía telemática, y con la confundida Anabel tocando puertas en otras formaciones para ser aceptada como candidata de una alianza partidista cada vez más evanescente, el PRI debía -y debe- reconocer que sólo asociándose con otros partidos podrá aspirar a su subsistencia. De jugar independientemente facilitaría a Morena -la fuerza dominante en el estado- su acceso al poder lo que, en términos de real politick, no es una opción descartable para los tricolores que sustentan una visión pragmática de las circunstancias políticas que se prevé prevalecerán en México durante un largo tiempo.

El PAN, único opositor sobreviviente

Luego seguí con el PAN. Aunque quedó debilitado tras la hecatombe del 2018, los votos que conservó me ratificaron en la percepción de que es el único partido que en Tlaxcala -aparte del desfalleciente PRD- mantiene su impronta de opositor a Morena, pese a la poco empática personalidad de su líder nacional, y a la nula de su dirigente estatal. Y también me dije y me digo convencido de que Adriana era y es la panista que mejor proyecta esa imagen, por encima de la de Minerva. El alcalde de Apizaco, Julio César Hernández, que a la sazón se enlistaba como precandidato a gobernador, desistió de esa aspiración que le venía grande y ahora está apuntado para la postulación por una curul federal. El cartel blanquiazul lo completaba -casi de manera anecdótica- Juan Carlos Sánchez, un empresario de la construcción que hizo fortuna en un sexenio de suerte y cuyo antecedente en la política es haber sido diputado local en una legislatura que no se distinguió por ser transparente en el manejo del dinero. Cinco meses “bien administrados” bastaron al interfecto para ubicarse a la cabeza de las preferencias panistas. Por lo menos eso dicen las encuestas que confeccionan, a satisfacción de quien las paga, los mercaderes de la demoscopía tlaxcalteca, distribuidas luego entre opinadores crédulos. El repentino ascenso del posicionamiento de Sánchez es una de esas novedades a las que aludí líneas arriba; la otra, que atañe a Morena, la abordaré en el siguiente y último artículo de la serie.

La alianza nonata

En la referida secuencia intercalé datos de distintas mediciones de la aceptación de López Obrador como presidente y de Morena como instituto político, destacando las causas de sus variaciones. El objetivo era estudiar la viabilidad de una alianza que pudiese equiparar su fuerza con la de la formación guinda. El análisis evidenció, entre otras cosas, que con independencia de la magnitud de las fluctuaciones, las diferencias relativas entre los índices del mandatario y los de Morena se mantenían constantes en alrededor del 20%. Así, cuando Andrés Manuel llegó al inédito rango de los 80´s, el partido alcanzó el de los 60´s. Sabemos, sí, que después, al irse conociendo la radicalidad extrema de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno, sobrevino la decepción y, de su mano, la deserción de los que, sin vínculos con el movimiento, participaron del entusiasmo que generó su triunfo. Las simpatías cayeron entonces hasta plantarse en un 50-60 para Andrés Manuel, y en un 30-40 para Morena, cifras que hoy sabemos corresponden al voto duro del lopezobradorismo leal y que, por tanto, son inamovibles. Pero remitámonos a Tlaxcala: afectando con esas variables los resultados morenistas del 2018 y contrastándolos con los de las formaciones opositoras, puede adelantarse que ni sumando todos, sería competitiva su nonata alianza. Si estas consideraciones son correctas, el interés se reduce a saber quien abanderará a Morena en la elección para suceder al gobernador Marco Mena, en tanto que entonces el de sus adversarios se limita a competir por las curules federales, las locales y las alcaldías que estarán en disputa.