/ lunes 9 de agosto de 2021

Tiempos de Democracia | Primer balance de la gestión del gobernador Marco Mena

Ninguno de sus antecesores enfrentó un cúmulo tan grande de adversidades políticas, sanitarias y económicas. Pese a ellas, entrega a Tlaxcala una serie de realizaciones que la ponen en la ruta del progreso y el crecimiento

No podía ser de otra manera. Tanto por su sobrio estilo personal -apegado siempre a la corrección- como por las circunstancias que derivaron de los dos pasados procesos electorales, la rendición del último informe del gobernador Marco Mena tenía que ser -como lo fue- puntual y exento de matices triunfalistas.

El mandatario, sabedor de que en Tlaxcala los reflectores apuntan a otros espacios del espectro político, acertó al pronunciar un discurso breve y esencialmente prudente con el que puso anticipado punto final a su gestión al frente del Ejecutivo Estatal.

Precisó, eso sí, que entregará este próximo 31 de agosto un estado en paz, con más empleo del que había cuatro años atrás y con grandes obras totalmente terminadas que le cambiaron el rostro a la entidad y la encaminan hacia un futuro de modernidad y progreso.

Durante ese periodo, la inversión privada creció como nunca antes, consecuencia de una activa estrategia promocional que generó indicadores económicos en constante y dinámico crecimiento.

En el rubro de la educación, el estudiantado joven recibió becas y apoyos sin precedentes y es un hecho confirmado que el Instituto Politécnico Nacional impartirá, en un céntrico inmueble capitalino acondicionado para el efecto, carreras que mucho le hacen falta al estado para alcanzar un desarrollo integral.

La inesperada y trágica intromisión de la Covid-19

En condiciones normales los logros enumerados habrían sido por sí mismos merecedores de encendidos elogios. Empero, la violenta irrupción del letal virus Sars-Cov-2 alteró los escenarios originalmente previstos, modificando las prioridades de casi todos los gobiernos del mundo.

Entre las excepciones se contó el de México, cuyo presidente juzgó suficientes los programas asistenciales que desde el inicio de su gestión presta a la población.

Por su parte, y siguiendo una línea parecida, el gobierno estatal hizo lo propio. El caso es que ni uno ni otro adoptó medidas anticíclicas de fondo para contrarrestar una crisis que se iba a potenciar con el confinamiento y las restricciones a la movilidad que todos hubimos de asumir.

No se hizo, o si se hizo no se aportaron recursos en la cuantía que se precisaba. Cierto, no hubo insurreciones populares pero la miseria creció como nunca, castigando con dureza particularmente a una Tlaxcala que apenas empezaba a superar su pobreza ancestral. Ante el dilema, Marco Mena prefirió terminar las obras prometidas y mantener en ceros la deuda pública del estado, moviendo los presupuestos pre-pandémicos sólo lo indispensable para atender la contingencia sanitaria.

Sin recursos extraordinarios para atajarla, la pobreza rebasó las peores expectativas

La información publicada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social -Coneval por sus siglas- revela que las políticas económicas restrictivas no fueron las más adecuadas.

Tal como se sospechaba, la pobreza en México creció a extremos alarmantes. ¿Qué tanto? En el año 2020, el aumento de la cifra de pobres fue de 3.8 millones que, agregados a los que se tenían en 2018, arroja la cantidad de… ¡55.7 millones de mexicanos!, equivalente al 43.9 % de toda la población del país.

Pero el dato que más duele es el de la pobreza extrema que, en la última medición, sumó 2.1 millones más que, añadidos a los 8.7 de dos años antes, da un total de 10.8 millones de mexicanos que “…disponen de un ingreso tan bajo que, aún si lo dedicasen por completo a la adquisición de alimentos, no podrían adquirir los nutrientes necesarios para tener una vida sana…”.

No son apreciaciones sin sustento; los datos provienen de los métodos estadísticos matemáticos de que se vale el organismo público descentralizado encargado de ponderar las políticas de Desarrollo Social, aplicados a la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares levantada por el Inegi.

Había que hacer más para evitar la expansión de la miseria

Ahora bien, ignorar que la política social del régimen lopezobradorista palió en buena parte los efectos de la crisis es alejarse de la objetividad a que obliga la ética periodística.

Adviértense sin embargo en ella dos fallas que mermaron su efectividad: la insuficiencia de los fondos asignados originalmente ante al agravamiento de las carencias de la gente y la deficiencia de los padrones de beneficiarios, elaborados más con criterios político-electorales que con los meramente técnicos que para su levantamiento debieron utilizarse.

En justicia tambien han de mencionarse los programas de emergencia que instrumentó el gobierno de Marco Mena para atenuar el sufrimiento de las familias tlaxcaltecas más desfavorecidas.

No obstante, sin desconocer repito la importancia de ambas contribuciones -la federal y la estatal-, ante la frialdad de las cifras de la pobreza, ha de admitirse que pudieron por lo menos aminorarse si ambos gobiernos, en proporción a sus distintas capacidades, hubieran acudido a recursos crediticios extraordinarios para establecer, por ejemplo, el tan requerido salario mínimo vital.

Conclusiones provisionales

En el recortado periodo que le tocó gobernar Tlaxcala, Marco Mena hubo de encarar toda una serie de cuestiones de muy difícil resolución. Recién llegado al poder libró su primera batalla para liberarse del yugo caciquil al que pretendió uncirlo su predecesor.

Seguido de ello, sobrevino el tsunami electoral amloista que no sólo expulsó de Los Pinos al PRI sino que impuso condiciones a toda la oposición, con especial rigor a los gobernadores tricolores y panistas de los estados.

Mena entendió con claridad el nuevo y adverso escenario en que habría de desempeñarse y, pese a hallarse en absoluta soledad política, consiguió convivir armoniosamente con el nuevo régimen, lo que le permitió cumplir los compromisos que asumió con sus gobernados en su campaña.

El tercero y último episodio que habría de enfrentar tenía un desenlace cantado: le tocaría entregar el poder a cualquiera que hubiera sido el candidato o la candidata morenista.

Ni el escaso tiempo de que dispuso ni las inéditas eventualidades políticas, sanitarias y económicas con las que tuvo que lidiar le permitieron acometer otros emprendimientos que a buen seguro tenía en mente, y que podrían haber redundado en darle un mayor impulso al despegue de Tlaxcala. Deja, eso sí, una asignatura pendiente: la lucha contra la corrupción, pasada y presente.

Ninguno de sus antecesores enfrentó un cúmulo tan grande de adversidades políticas, sanitarias y económicas. Pese a ellas, entrega a Tlaxcala una serie de realizaciones que la ponen en la ruta del progreso y el crecimiento

No podía ser de otra manera. Tanto por su sobrio estilo personal -apegado siempre a la corrección- como por las circunstancias que derivaron de los dos pasados procesos electorales, la rendición del último informe del gobernador Marco Mena tenía que ser -como lo fue- puntual y exento de matices triunfalistas.

El mandatario, sabedor de que en Tlaxcala los reflectores apuntan a otros espacios del espectro político, acertó al pronunciar un discurso breve y esencialmente prudente con el que puso anticipado punto final a su gestión al frente del Ejecutivo Estatal.

Precisó, eso sí, que entregará este próximo 31 de agosto un estado en paz, con más empleo del que había cuatro años atrás y con grandes obras totalmente terminadas que le cambiaron el rostro a la entidad y la encaminan hacia un futuro de modernidad y progreso.

Durante ese periodo, la inversión privada creció como nunca antes, consecuencia de una activa estrategia promocional que generó indicadores económicos en constante y dinámico crecimiento.

En el rubro de la educación, el estudiantado joven recibió becas y apoyos sin precedentes y es un hecho confirmado que el Instituto Politécnico Nacional impartirá, en un céntrico inmueble capitalino acondicionado para el efecto, carreras que mucho le hacen falta al estado para alcanzar un desarrollo integral.

La inesperada y trágica intromisión de la Covid-19

En condiciones normales los logros enumerados habrían sido por sí mismos merecedores de encendidos elogios. Empero, la violenta irrupción del letal virus Sars-Cov-2 alteró los escenarios originalmente previstos, modificando las prioridades de casi todos los gobiernos del mundo.

Entre las excepciones se contó el de México, cuyo presidente juzgó suficientes los programas asistenciales que desde el inicio de su gestión presta a la población.

Por su parte, y siguiendo una línea parecida, el gobierno estatal hizo lo propio. El caso es que ni uno ni otro adoptó medidas anticíclicas de fondo para contrarrestar una crisis que se iba a potenciar con el confinamiento y las restricciones a la movilidad que todos hubimos de asumir.

No se hizo, o si se hizo no se aportaron recursos en la cuantía que se precisaba. Cierto, no hubo insurreciones populares pero la miseria creció como nunca, castigando con dureza particularmente a una Tlaxcala que apenas empezaba a superar su pobreza ancestral. Ante el dilema, Marco Mena prefirió terminar las obras prometidas y mantener en ceros la deuda pública del estado, moviendo los presupuestos pre-pandémicos sólo lo indispensable para atender la contingencia sanitaria.

Sin recursos extraordinarios para atajarla, la pobreza rebasó las peores expectativas

La información publicada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social -Coneval por sus siglas- revela que las políticas económicas restrictivas no fueron las más adecuadas.

Tal como se sospechaba, la pobreza en México creció a extremos alarmantes. ¿Qué tanto? En el año 2020, el aumento de la cifra de pobres fue de 3.8 millones que, agregados a los que se tenían en 2018, arroja la cantidad de… ¡55.7 millones de mexicanos!, equivalente al 43.9 % de toda la población del país.

Pero el dato que más duele es el de la pobreza extrema que, en la última medición, sumó 2.1 millones más que, añadidos a los 8.7 de dos años antes, da un total de 10.8 millones de mexicanos que “…disponen de un ingreso tan bajo que, aún si lo dedicasen por completo a la adquisición de alimentos, no podrían adquirir los nutrientes necesarios para tener una vida sana…”.

No son apreciaciones sin sustento; los datos provienen de los métodos estadísticos matemáticos de que se vale el organismo público descentralizado encargado de ponderar las políticas de Desarrollo Social, aplicados a la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares levantada por el Inegi.

Había que hacer más para evitar la expansión de la miseria

Ahora bien, ignorar que la política social del régimen lopezobradorista palió en buena parte los efectos de la crisis es alejarse de la objetividad a que obliga la ética periodística.

Adviértense sin embargo en ella dos fallas que mermaron su efectividad: la insuficiencia de los fondos asignados originalmente ante al agravamiento de las carencias de la gente y la deficiencia de los padrones de beneficiarios, elaborados más con criterios político-electorales que con los meramente técnicos que para su levantamiento debieron utilizarse.

En justicia tambien han de mencionarse los programas de emergencia que instrumentó el gobierno de Marco Mena para atenuar el sufrimiento de las familias tlaxcaltecas más desfavorecidas.

No obstante, sin desconocer repito la importancia de ambas contribuciones -la federal y la estatal-, ante la frialdad de las cifras de la pobreza, ha de admitirse que pudieron por lo menos aminorarse si ambos gobiernos, en proporción a sus distintas capacidades, hubieran acudido a recursos crediticios extraordinarios para establecer, por ejemplo, el tan requerido salario mínimo vital.

Conclusiones provisionales

En el recortado periodo que le tocó gobernar Tlaxcala, Marco Mena hubo de encarar toda una serie de cuestiones de muy difícil resolución. Recién llegado al poder libró su primera batalla para liberarse del yugo caciquil al que pretendió uncirlo su predecesor.

Seguido de ello, sobrevino el tsunami electoral amloista que no sólo expulsó de Los Pinos al PRI sino que impuso condiciones a toda la oposición, con especial rigor a los gobernadores tricolores y panistas de los estados.

Mena entendió con claridad el nuevo y adverso escenario en que habría de desempeñarse y, pese a hallarse en absoluta soledad política, consiguió convivir armoniosamente con el nuevo régimen, lo que le permitió cumplir los compromisos que asumió con sus gobernados en su campaña.

El tercero y último episodio que habría de enfrentar tenía un desenlace cantado: le tocaría entregar el poder a cualquiera que hubiera sido el candidato o la candidata morenista.

Ni el escaso tiempo de que dispuso ni las inéditas eventualidades políticas, sanitarias y económicas con las que tuvo que lidiar le permitieron acometer otros emprendimientos que a buen seguro tenía en mente, y que podrían haber redundado en darle un mayor impulso al despegue de Tlaxcala. Deja, eso sí, una asignatura pendiente: la lucha contra la corrupción, pasada y presente.