/ lunes 21 de junio de 2021

Tiempos de Democracia | Reflexiones para después de la elección -Parte 3-

Negar que el escenario político registró variantes significativas el 6 de junio equivale a ignorar una realidad que puede estarse configurando y que nos enfrentaría a situaciones inéditas, como la revocación de un mandato o la relección de un presidente

Pasada la agitación que produce toda elección, toca ahora poner la mirada, antes que en el 2024, en la consulta para la revocación del mandato del Primer Mandatario, prevista para marzo del 2022. El tema merece examinarse por cuanto la decisión que tome la ciudadanía podría darle un vuelco a la política y, si se me apura, diría que también a la estabilidad social de la República. Previamente, el 31 de agosto próximo, habrá que salvar un distractor que otra vez nos llevará a las urnas: el desahogo -financiado con mil 500 millones de pesos de nuestros impuestos- de la peregrina ocurrencia presidencial de preguntarle al pueblo si se debe juzgar a los ex mandatarios, desde Salinas hasta Peña Nieto. Ignoremos de momento tan monumental como inútil perogrullada, y aboquémonos a imaginar lo que ocurriría en México si López Obrador no termina el sexenio para el que fue elegido. Por improbable que pudiera parecerlo, la posibilidad existe y hay que considerarla, sobre todo a raíz de los números que arrojaron los comicios del 6 de junio y que introdujeron en la ecuación política variables que no veíamos o no habíamos tomado en serio.

Parteaguas histórico, la irrupción de Morena como opción electoral

El presente artículo parte del convencimiento de que el sistema de partidos, tal como hasta ahora lo hemos conocido, sufre una crisis que tiene todos los visos de ser terminal. Como se sabe, las formaciones que de treinta años para acá representaban con cierta claridad el pensamiento de derecha, de centro y de izquierda, eran el PAN, el PRI y el PRD. Con esos institutos se estructuró un tripartidismo encaminado a tener larga y saludable vida. Ellos hegemonizaban la mayoría de los cargos públicos, aunque en algunos espacios regionales partidos menores -el PT, el Verde y MC- conseguían figurar, si bien en pequeña escala y casi siempre asociados a partidos mayores. Adicionalmente, la apertura de las leyes electorales dio paso en distintos tiempos a nuevas agrupaciones, todas ellas de vida efímera en razón de que ninguna fue capaz de superar los mínimos de votación establecidos. Así iba la política en México hasta que el INE, en julio del 2014, reconoció el registro de Morena, una escisión del PRD que devino en movimiento popular.

Elementos para especular sobre el futuro

López Obrador, el fundador y líder nato del movimiento, llegó a la Presidencia de la República en 2018 y convirtió a Morena en el partido dominante en la Cámara de Diputados, gracias a un alud sin precedente de votos con los que arrolló a todos los demás partidos, reduciéndolos a la insignificancia política. Merced a esa incuestionable legitimidad y a su abrumadora mayoría en el Poder Legislativo, reformó la Constitución tantas veces como quiso y tiempo le dio, extendiendo su creciente influencia hasta la mismísima Suprema Corte de Justicia de la Nación. En los hechos, López Obrador ejerció durante el primer trienio de su mandato poderes cuasidictatoriales. Para frenar la línea absolutista que seguía el presidente, los empequeñecidos partidos opositores conformaron una alianza electoral ideológicamente heterogénea que, a costa de diluir sus identidades, consiguieron su objetivo en San Lázaro pero no pudieron detener la expansión territorial de Morena que vio ampliado su control político a diecisiete entidades federativas. Estos son, los antecedentes escuetos; lo que sigue es la particular visión del opinador de lo que podría estar por venir.

La opción siempre presente de la reelección

Pese a su corta vida, Morena está sumida en disensos idénticos a los que llevaron al hundimiento del PRD, su matriz de origen. Su permanencia en el poder está claramente encadenada a la de su líder; él mismo, López Obrador, en su fiebre centralizadora, no comparte con nadie su gran capital político. A sus colaboradores los maneja como fichas en su tablero; cierto, a algunos los protege, pero a condición de que se muestren obedientes a sus dictados. La tragedia del Metro capitalino en Tláhuac mostró la extrema fragilidad política de sus presuntos herederos. En lo personal yo no participo de la idea que, al sumar más nombres a la baraja cardenalicia, López Obrador reedita el tapadismo de los años dorados del PRI con que sus predecesores tricolores manejaron sus sucesiones. Y no la comparto porque desdeñan un hecho irrefutable: los votos del 6 de junio ya no aseguran que, al aspirante que unja candidato, llegará en automático a Palacio. Aquí aventuro una hipótesis alternativa: si el presidente, por un lado, no consigue negociar en San Lázaro la mayoría calificada que para modificar la Constitución no pudo alcanzar en las urnas su partido y, por otro, en la consulta para revocarle el mandato el electorado le ratifica el respaldo que a él -no a los candidatos de Morena- le entregó el 2018, entonces aguardaría a finales del 2023 para, con su habilidad reconocida, inducir las condiciones propicias para que sus seguidores reclamen en manifestaciones multitudinarias que siga indefinidamente en el poder hasta que él, y sólo él, consolide la Cuarta Transformación y plasme sus principios en nuestra ley de leyes.

El papel potencialmente definitorio de las clases medias

Una intentona de esa naturaleza obviamente violentaría la legalidad y, muy particularmente, el sacrosanto precepto mexicano de la “No Reelección”. Ningún otro presidente se atrevió con el tema, pese a que varios estuvieron tentados. Mas también es verdad que ninguno tuvo el apoyo genuinamente popular con que cuenta López Obrador ni el apoyo tan decidido y ostensible de las fuerzas armadas. La expectativa de su reelección hará, amigo lector, determinante la participación de las clases medias en la consulta de la revocación del mandato. Pueden ser el fiel de la balanza.

Negar que el escenario político registró variantes significativas el 6 de junio equivale a ignorar una realidad que puede estarse configurando y que nos enfrentaría a situaciones inéditas, como la revocación de un mandato o la relección de un presidente

Pasada la agitación que produce toda elección, toca ahora poner la mirada, antes que en el 2024, en la consulta para la revocación del mandato del Primer Mandatario, prevista para marzo del 2022. El tema merece examinarse por cuanto la decisión que tome la ciudadanía podría darle un vuelco a la política y, si se me apura, diría que también a la estabilidad social de la República. Previamente, el 31 de agosto próximo, habrá que salvar un distractor que otra vez nos llevará a las urnas: el desahogo -financiado con mil 500 millones de pesos de nuestros impuestos- de la peregrina ocurrencia presidencial de preguntarle al pueblo si se debe juzgar a los ex mandatarios, desde Salinas hasta Peña Nieto. Ignoremos de momento tan monumental como inútil perogrullada, y aboquémonos a imaginar lo que ocurriría en México si López Obrador no termina el sexenio para el que fue elegido. Por improbable que pudiera parecerlo, la posibilidad existe y hay que considerarla, sobre todo a raíz de los números que arrojaron los comicios del 6 de junio y que introdujeron en la ecuación política variables que no veíamos o no habíamos tomado en serio.

Parteaguas histórico, la irrupción de Morena como opción electoral

El presente artículo parte del convencimiento de que el sistema de partidos, tal como hasta ahora lo hemos conocido, sufre una crisis que tiene todos los visos de ser terminal. Como se sabe, las formaciones que de treinta años para acá representaban con cierta claridad el pensamiento de derecha, de centro y de izquierda, eran el PAN, el PRI y el PRD. Con esos institutos se estructuró un tripartidismo encaminado a tener larga y saludable vida. Ellos hegemonizaban la mayoría de los cargos públicos, aunque en algunos espacios regionales partidos menores -el PT, el Verde y MC- conseguían figurar, si bien en pequeña escala y casi siempre asociados a partidos mayores. Adicionalmente, la apertura de las leyes electorales dio paso en distintos tiempos a nuevas agrupaciones, todas ellas de vida efímera en razón de que ninguna fue capaz de superar los mínimos de votación establecidos. Así iba la política en México hasta que el INE, en julio del 2014, reconoció el registro de Morena, una escisión del PRD que devino en movimiento popular.

Elementos para especular sobre el futuro

López Obrador, el fundador y líder nato del movimiento, llegó a la Presidencia de la República en 2018 y convirtió a Morena en el partido dominante en la Cámara de Diputados, gracias a un alud sin precedente de votos con los que arrolló a todos los demás partidos, reduciéndolos a la insignificancia política. Merced a esa incuestionable legitimidad y a su abrumadora mayoría en el Poder Legislativo, reformó la Constitución tantas veces como quiso y tiempo le dio, extendiendo su creciente influencia hasta la mismísima Suprema Corte de Justicia de la Nación. En los hechos, López Obrador ejerció durante el primer trienio de su mandato poderes cuasidictatoriales. Para frenar la línea absolutista que seguía el presidente, los empequeñecidos partidos opositores conformaron una alianza electoral ideológicamente heterogénea que, a costa de diluir sus identidades, consiguieron su objetivo en San Lázaro pero no pudieron detener la expansión territorial de Morena que vio ampliado su control político a diecisiete entidades federativas. Estos son, los antecedentes escuetos; lo que sigue es la particular visión del opinador de lo que podría estar por venir.

La opción siempre presente de la reelección

Pese a su corta vida, Morena está sumida en disensos idénticos a los que llevaron al hundimiento del PRD, su matriz de origen. Su permanencia en el poder está claramente encadenada a la de su líder; él mismo, López Obrador, en su fiebre centralizadora, no comparte con nadie su gran capital político. A sus colaboradores los maneja como fichas en su tablero; cierto, a algunos los protege, pero a condición de que se muestren obedientes a sus dictados. La tragedia del Metro capitalino en Tláhuac mostró la extrema fragilidad política de sus presuntos herederos. En lo personal yo no participo de la idea que, al sumar más nombres a la baraja cardenalicia, López Obrador reedita el tapadismo de los años dorados del PRI con que sus predecesores tricolores manejaron sus sucesiones. Y no la comparto porque desdeñan un hecho irrefutable: los votos del 6 de junio ya no aseguran que, al aspirante que unja candidato, llegará en automático a Palacio. Aquí aventuro una hipótesis alternativa: si el presidente, por un lado, no consigue negociar en San Lázaro la mayoría calificada que para modificar la Constitución no pudo alcanzar en las urnas su partido y, por otro, en la consulta para revocarle el mandato el electorado le ratifica el respaldo que a él -no a los candidatos de Morena- le entregó el 2018, entonces aguardaría a finales del 2023 para, con su habilidad reconocida, inducir las condiciones propicias para que sus seguidores reclamen en manifestaciones multitudinarias que siga indefinidamente en el poder hasta que él, y sólo él, consolide la Cuarta Transformación y plasme sus principios en nuestra ley de leyes.

El papel potencialmente definitorio de las clases medias

Una intentona de esa naturaleza obviamente violentaría la legalidad y, muy particularmente, el sacrosanto precepto mexicano de la “No Reelección”. Ningún otro presidente se atrevió con el tema, pese a que varios estuvieron tentados. Mas también es verdad que ninguno tuvo el apoyo genuinamente popular con que cuenta López Obrador ni el apoyo tan decidido y ostensible de las fuerzas armadas. La expectativa de su reelección hará, amigo lector, determinante la participación de las clases medias en la consulta de la revocación del mandato. Pueden ser el fiel de la balanza.