/ lunes 29 de junio de 2020

Tiempos de Democracia | Saldos negativos de una visita improcedente

Ningún buen augurio puede hacerse cuando el presidente López Obrador va a la Casa Blanca (no se sabe si motu proprio u obligado por las circunstancias) a exponerse a los ex abruptos de su conflictivo e impredecible homólogo estadounidense

Respecto a la reunión que Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador sostendrán próximamente en Washington, los especialistas dedicados al estudio de las siempre escabrosas relaciones entre Estados Unidos y México coinciden en forma unánime en los siguientes dos puntos: 1) el beneficiario de la entrevista será el mandatario norteamericano y, 2) quien pagará los platos que se rompan durante el encuentro va a ser el presidente mexicano. Explican los observadores que Trump aprovechará la presencia en la Casa Blanca de Andrés Manuel para colmarlo de hipócritas halagos a fin de hacer patente el perfecto entendimiento que existe entre ambos mandatarios. El fin que persigue con tan burda estrategia es -según los expertos- allegarse la simpatía de por lo menos una parte de la comunidad hispana, manifiestamente renuente por obvias razones a apoyarlo en sus ansias reelecionistas. Son votos -argumentan los que saben-- que precisa para acortar la distancia que lo separa de Joe Biden, su adversario demócrata en noviembre.

Distintas visiones

Comparto la primera parte de esa hipótesis, pero disiento de la segunda. López Obrador, es cierto, va a Washington resignado a desempeñar el poco digno papel de coadyuvante en la batalla que por su reelección libra el presidente norteamericano que más injurias ha proferido públicamente contra México y los mexicanos. Mi discrepancia radica en que el bronco, belicoso y grosero personaje no busca el voto hispano que sabe de antemano perdido a causa del infame asedio que a cada poco somete a los jóvenes de origen mexicano que no han logrado regularizar su situación migratoria (los llamados "dreamers") y a la permanente persecución de inmigrantes que van a la Unión Americana sin papeles. ¿Qué hispano con derecho al voto se lo daría a quién fue capaz de separar a niños de sus padres y literalmente los enjauló? No nos engañemos: lo que Trump pretende al propiciar el controversial encuentro con Andrés Manuel es fortalecer su imagen de paladín del "American First", lema con el cual hace cuatro años consiguió excitar el espíritu retrógrado y patriotero del supremacismo blanco, lo que a la postre le valió para ganar la admiración de un sector que todavía es -aunque cueste trabajo aceptarlo- el mayoritario en aquel gran país de leyes y grandes hombres.

En la boca del lobo

En ese escenario que tan bien montado tiene Trump, exhibir con su habitual patanería a un presidente mexicano obediente a sus designios le representa ni más ni menos que la ratificación del respaldo de ese universo racista de votantes que lo llevó a la presidencia. Tal es la razón por la que pienso que -dominado por sus bajos instintos y su forma peculiar pero efectiva de hacer política- no resistirá la tentación de vanagloriarse urbi et urbi del control que ejerce sobre un empequeñecido López Obrador. Temo, por tanto, que se solazará humillándolo. Deseo equivocarme, pero creo que veremos un episodio más de los varios desagradables con los que ya nos ha obsequiado el ínclito Donald Trump. Al recordar su conducta cuando visitó a Peña Nieto en Los Pinos así como los discursos que pronunció a su regreso a Estados Unidos, se hace inevitable el pensar que está decidido a exprimir hasta el final su discurso de odio hacia los mexicanos durante todo el tiempo que dure la contienda electoral.

Víctima propiciatoria

Inclinado pues estoy a pensar que existe una muy alta probabilidad de que la personalidad de Trump avasalle a un Andrés Manuel sin experiencia ninguna en tratar directamente con personalidades de relieve mundial. Acostumbrado a jugar en casa y a responder a reporteros bien escogidos las preguntas a modo que le formulan en sus conferencias mañaneras, allá en Washington se las tendrá que ver con una prensa experimentada y libérrima, y con un político duro, desaprensivo y cabrón que le aguarda para desplegar ante su persona todas las perversas habilidades que obligaron al gobernante mexicano a satisfacer sus peticiones, por inconvenientes y onerosas que resultasen para nuestra nación. En esas circunstancias, un López Obrador sicológicamente disminuido, que no habla la lengua de su anfitrión, que se expresa con desesperante despaciosidad y que piensa que, en este mundo globalizado, "…la mejor política exterior es la política interior…", difícilmente saldrá bien librado de su tantas veces evitado debut en la arena internacional. Lo paradójico de todo este surrealista montaje es que fue el mismo, nuestro presidente, quien con su obsecuentes y efusivas muestras de agradecimiento hacia el Nerón estadounidense, fabricó la trampa en que está atrapado y a merced de un maltratador profesional como Trump. Por si algo faltara, su inoportuna visita a la Casa Blanca lo enemistará aún más con un Partido Demócrata que, según las encuestas, es amplio favorito para ganar las elecciones de noviembre. Ese será un precio más a pagar. Obscuro panorama, a fe mía.

Conclusión

A más de la desbordada criminalidad -¿qué tal el atentado contra el secretario de Seguridad de la CDMX?-, del imparable avance de la pandemia -210 mil contagiados y 28 mil fallecidos-, y de la crisis económica -decreceremos a razón de dos dígitos-, ahora deberá recomponerse las relaciones con el partido que seguramente gobernará al poderoso vecino del Norte. Y no es improbable que esa tarea lleve todo lo que le resta al mandato de López Obrador.

Ningún buen augurio puede hacerse cuando el presidente López Obrador va a la Casa Blanca (no se sabe si motu proprio u obligado por las circunstancias) a exponerse a los ex abruptos de su conflictivo e impredecible homólogo estadounidense

Respecto a la reunión que Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador sostendrán próximamente en Washington, los especialistas dedicados al estudio de las siempre escabrosas relaciones entre Estados Unidos y México coinciden en forma unánime en los siguientes dos puntos: 1) el beneficiario de la entrevista será el mandatario norteamericano y, 2) quien pagará los platos que se rompan durante el encuentro va a ser el presidente mexicano. Explican los observadores que Trump aprovechará la presencia en la Casa Blanca de Andrés Manuel para colmarlo de hipócritas halagos a fin de hacer patente el perfecto entendimiento que existe entre ambos mandatarios. El fin que persigue con tan burda estrategia es -según los expertos- allegarse la simpatía de por lo menos una parte de la comunidad hispana, manifiestamente renuente por obvias razones a apoyarlo en sus ansias reelecionistas. Son votos -argumentan los que saben-- que precisa para acortar la distancia que lo separa de Joe Biden, su adversario demócrata en noviembre.

Distintas visiones

Comparto la primera parte de esa hipótesis, pero disiento de la segunda. López Obrador, es cierto, va a Washington resignado a desempeñar el poco digno papel de coadyuvante en la batalla que por su reelección libra el presidente norteamericano que más injurias ha proferido públicamente contra México y los mexicanos. Mi discrepancia radica en que el bronco, belicoso y grosero personaje no busca el voto hispano que sabe de antemano perdido a causa del infame asedio que a cada poco somete a los jóvenes de origen mexicano que no han logrado regularizar su situación migratoria (los llamados "dreamers") y a la permanente persecución de inmigrantes que van a la Unión Americana sin papeles. ¿Qué hispano con derecho al voto se lo daría a quién fue capaz de separar a niños de sus padres y literalmente los enjauló? No nos engañemos: lo que Trump pretende al propiciar el controversial encuentro con Andrés Manuel es fortalecer su imagen de paladín del "American First", lema con el cual hace cuatro años consiguió excitar el espíritu retrógrado y patriotero del supremacismo blanco, lo que a la postre le valió para ganar la admiración de un sector que todavía es -aunque cueste trabajo aceptarlo- el mayoritario en aquel gran país de leyes y grandes hombres.

En la boca del lobo

En ese escenario que tan bien montado tiene Trump, exhibir con su habitual patanería a un presidente mexicano obediente a sus designios le representa ni más ni menos que la ratificación del respaldo de ese universo racista de votantes que lo llevó a la presidencia. Tal es la razón por la que pienso que -dominado por sus bajos instintos y su forma peculiar pero efectiva de hacer política- no resistirá la tentación de vanagloriarse urbi et urbi del control que ejerce sobre un empequeñecido López Obrador. Temo, por tanto, que se solazará humillándolo. Deseo equivocarme, pero creo que veremos un episodio más de los varios desagradables con los que ya nos ha obsequiado el ínclito Donald Trump. Al recordar su conducta cuando visitó a Peña Nieto en Los Pinos así como los discursos que pronunció a su regreso a Estados Unidos, se hace inevitable el pensar que está decidido a exprimir hasta el final su discurso de odio hacia los mexicanos durante todo el tiempo que dure la contienda electoral.

Víctima propiciatoria

Inclinado pues estoy a pensar que existe una muy alta probabilidad de que la personalidad de Trump avasalle a un Andrés Manuel sin experiencia ninguna en tratar directamente con personalidades de relieve mundial. Acostumbrado a jugar en casa y a responder a reporteros bien escogidos las preguntas a modo que le formulan en sus conferencias mañaneras, allá en Washington se las tendrá que ver con una prensa experimentada y libérrima, y con un político duro, desaprensivo y cabrón que le aguarda para desplegar ante su persona todas las perversas habilidades que obligaron al gobernante mexicano a satisfacer sus peticiones, por inconvenientes y onerosas que resultasen para nuestra nación. En esas circunstancias, un López Obrador sicológicamente disminuido, que no habla la lengua de su anfitrión, que se expresa con desesperante despaciosidad y que piensa que, en este mundo globalizado, "…la mejor política exterior es la política interior…", difícilmente saldrá bien librado de su tantas veces evitado debut en la arena internacional. Lo paradójico de todo este surrealista montaje es que fue el mismo, nuestro presidente, quien con su obsecuentes y efusivas muestras de agradecimiento hacia el Nerón estadounidense, fabricó la trampa en que está atrapado y a merced de un maltratador profesional como Trump. Por si algo faltara, su inoportuna visita a la Casa Blanca lo enemistará aún más con un Partido Demócrata que, según las encuestas, es amplio favorito para ganar las elecciones de noviembre. Ese será un precio más a pagar. Obscuro panorama, a fe mía.

Conclusión

A más de la desbordada criminalidad -¿qué tal el atentado contra el secretario de Seguridad de la CDMX?-, del imparable avance de la pandemia -210 mil contagiados y 28 mil fallecidos-, y de la crisis económica -decreceremos a razón de dos dígitos-, ahora deberá recomponerse las relaciones con el partido que seguramente gobernará al poderoso vecino del Norte. Y no es improbable que esa tarea lleve todo lo que le resta al mandato de López Obrador.