/ lunes 9 de diciembre de 2019

Tiempos de Democracia | Tratando de entender…

  • PRIMERA DE DOS PARTES

Pese a la notable capacidad persuasiva del presidente López Obrador y de la seguridad que tiene en su proyecto de cambio, transcurrido un año de su gobierno prevalecen las dudas sobre los objetivos verdaderos de su Cuarta Transformación.

Tal como aconteció en todas las elecciones presidenciales de los pasados treinta años, en las del 2018 ocurrió también que la mayoría sumada de los votos favorables a las oposiciones volvió a superar los emitidos en apoyo del partido gobernante, en esta ocasión con la particularidad de que la diferencia registrada fue abismal. De acuerdo al INE, el 84% de los sufragantes eligió una opción distinta a la oficialista. La recurrencia del fenómeno tiene varias lecturas pero, en lo esencial, se debe a: 1) la existencia de un multipartidismo que divide al voto entre diversos colores partidistas; 2) que, al no estar considerada la segunda vuelta en la ley electoral, una mayoría simple basta para ganar la Primera Magistratura y, 3) al desgaste atribuible al uso -y abuso- del poder, máxime cuando se ejerce de forma descaradamente corrupta. La tendencia a que aludo, convertida en regla prácticamente inalterable, parecía haber enviado al olvido el tiempo de las mayorías absolutas y los carros completos. Mas lo inesperado sucedió aquel histórico 1º de junio: uno sólo de los candidatos -uno sólo- capitalizó a su favor más de la mitad de las voluntades expresadas ese día en las urnas. Los encuestadores y expertos pronosticaban, sí, un triunfo holgado de López Obrador, más nunca pensaron que contabilizaría más boletas que las que habrían de emitirse en apoyo de todos los demás aspirantes… ¡juntos! Así, compitiendo contra los abanderados de dos coaliciones -una encabezada por el PAN y otra por el PRI-, y de un aspirante independiente, el representante de Morena obtuvo más de 30 millones de sufragios, equivalentes al 53% de la votación total, lo que le dio el triunfó en 31 de las 32 entidades federativas.

Dotes naturales e intuición política

Se trató sin ninguna duda de una victoria apoteósica que dio al actual presidente una legitimidad incontestable, y una fuerza política y social más que suficiente para acometer esa todavía nebulosa y un tanto imprecisa Cuarta Transformación que ofreció en campaña a los mexicanos. Pero… ¿de qué artes se valió Andrés Manuel para alcanzar esos números, tan asombrosos como irrepetibles?, ¿qué ofreció a la ciudadanía a cambio de su ilimitada confianza?, ¿qué prendas personales posee el predicador tabasqueño para que esa impresionante cantidad de personas creyese fervorosamente en su liderazgo? Y también es pertinente preguntarnos: ¿a qué fuerzas se unió para alcanzar tan aplastante superioridad electoral?, ¿de qué recursos retóricos se valió?, ¿a qué medios acudió para hacerse de tan amplio crédito social? ¿con quien hubo de aliarse para transitar sin tropiezos por el camino que lo llevó a la presidencia de la República? Ante la relativa proximidad de esos comicios intermedios del 2021 sobre los que ya se empieza a hablar y a especular, se hace imprescindible profundizar en el análisis de aquel proceso del 2018 a fin de que, con más elementos de juicio que los que a simple vista se tienen, intentemos dar respuesta a esas interrogantes y, de paso, escudriñar hasta donde nos sea posible adónde nos lleva ese cambio de régimen en el que está empeñado el mandatario.

Su ángel de la guardia

López Obrador es un político extraordinariamente intuitivo que entiende como pocos -quizá como nunca antes lo hizo nadie- al México profundo. Su discurso está poblado de palabras y expresiones sencillas que el pueblo usa, y por tanto comprende. Actúa, además, de un modo que cuadra con la forma de ser de las personas llanas. Su despaciosa manera de hablar no precisa de traductores; sus mensajes, claros y directos, calan en la sensibilidad de todo el que los oye. Sus seguidores están convencidos de que, con él, les va a ir bien; por eso lo siguen, lo quieren y, si fuera menester, lo protegerían. “…A mi me cuida el pueblo…”, insiste en sus arengas. Las multitudes que le siguen -y que le dieron su voto- se saben representadas por Andrés Manuel; creen religiosamente en su honestidad, valor que lo diferencia del resto de sus homólogos. Una frase que repite en sus intervenciones es: “…no somos iguales…”. En efecto, no lo es. Y un dato más a tener en cuenta: su conducta no ha cambiado: es el mismo como presidente que fue como candidato; no se distingue uno del otro. Con esos atributos, únicos e irrepetibles, y con sus políticas de apoyo social en beneficio de los olvidados de siempre, ha construido un escudo popular que lo blinda y pone a salvo de cualquier tipo de ataque político. Y si a lo anterior añadimos que tiene de su lado a las fuerzas armadas y a las iglesias…

Llegar… y mantenerse

Cuando se concibe un proyecto de cambio de las proporciones que plantea Andrés Manuel no sólo hay que llegar a Palacio Nacional investido de un poder sin precedentes sino, además, para mantenerse en él, tendrá que valerse de todos los recursos de que dispone un presidente. Los necesita para contrarrestar los embates que se están dejando sentir en su contra, proporcionales a la fuerza y diversidad de intereses que sus políticas han afectado. Si para conseguir su propósito de sentarse en la Silla del Aguila tuvo que pactar con Peña Nieto, para seguir en ella tendrá que acordar con el Diablo, con Trump, o con quien haga falta. Y mentirá si tiene que mentir; condescenderá con pillos si tiene que hacerlo, perdonará si tiene que perdonar, y se dejará en el empeño la salud, si tiene que dejarla. Está en su carácter y en su forma de entender la misión para la que se siente predestinado. Sabe que si concreta las metas de la 4T tendrá un lugar en la Historia similar al de Juárez, Madero, Zapata y Cárdenas. Su viejo lema “Por el bien de todos, primero los pobres” sigue vigente, así como su lucha contra la desigualdad, la corrupción y la injusticia social. Pero una cosa es que defienda principios que toda persona bien nacida comparte y, muy otra, es obligarnos a coincidir con los discutibles métodos que está siguiendo para hacerse de atribuciones y facultades que, conforme a la ley, no le corresponden y que, en rigor, no precisaría para lograr sus objetivos… salvo, claro, que tenga planes distintos a los que nos ha dado a conocer.

  • Cuando se concibe un proyecto de cambio de las proporciones que plantea Andrés Manuel no sólo hay que llegar a Palacio Nacional investido de un poder sin precedentes sino, además, para mantenerse en él, tendrá que valerse de todos los recursos de que dispone un presidente. Los necesita para contrarrestar los embates que se están dejando sentir en su contra, proporcionales a la fuerza y diversidad de intereses que sus políticas han afectado.

El pueblo, la Constitución… y López Obrador

Al referirse reiteradamente a un cambio de régimen verdadero, el presidente deja un amplio margen a la libre interpretación. ¿Cuál régimen? ¿el político acaso? ¿el social tal vez? López Obrador ha dicho repetidamente que sólo tiene un amo -el pueblo de México- y que las decisiones importantes de su gobierno las someterá siempre a su consideración. Aunque hasta ahora no ha propuesto modificar principios constitucionales fundamentales, el observador crítico no deja de pensar en aquellos que definen a México como “…una república representativa, democrática, federal y laica…”. Es cierto que a ese pueblo en el que “…reside esencial y originariamente la soberanía de la Nación…”, a ese pueblo, repito, con el que el mandatario mantiene una fluida y constante comunicación, no le ha pedido que haga uso de su “…inalianable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno…”. No obstante que de momento no hay señales que hagan suponer que el cambio verdadero alcance a esos conceptos torales de nuestra Ley Suprema, la mera posibilidad genera inquietud entre los ciudadanos que, simpatizando con sus ideas de índole social, no somos sus cofrades incondicionales, de la misma manera que no lo fuimos de ninguno de sus antecesores.

ANTENA ESTATAL

Del informe del gobernador Marco Mena

Las múltiples evidencias de los avances logrados así como los datos duros que los ratifican, van dejando sin argumentos a los detractores del gobierno de Marco Mena. Lo importante, en todo caso, es que en estos dos años de trabajo se han depuesto muchos de los numerosos obstáculos que impedían el progreso de la entidad. Están ya a la vista los cimientos para la construcción de una nueva Tlaxcala.

  • PRIMERA DE DOS PARTES

Pese a la notable capacidad persuasiva del presidente López Obrador y de la seguridad que tiene en su proyecto de cambio, transcurrido un año de su gobierno prevalecen las dudas sobre los objetivos verdaderos de su Cuarta Transformación.

Tal como aconteció en todas las elecciones presidenciales de los pasados treinta años, en las del 2018 ocurrió también que la mayoría sumada de los votos favorables a las oposiciones volvió a superar los emitidos en apoyo del partido gobernante, en esta ocasión con la particularidad de que la diferencia registrada fue abismal. De acuerdo al INE, el 84% de los sufragantes eligió una opción distinta a la oficialista. La recurrencia del fenómeno tiene varias lecturas pero, en lo esencial, se debe a: 1) la existencia de un multipartidismo que divide al voto entre diversos colores partidistas; 2) que, al no estar considerada la segunda vuelta en la ley electoral, una mayoría simple basta para ganar la Primera Magistratura y, 3) al desgaste atribuible al uso -y abuso- del poder, máxime cuando se ejerce de forma descaradamente corrupta. La tendencia a que aludo, convertida en regla prácticamente inalterable, parecía haber enviado al olvido el tiempo de las mayorías absolutas y los carros completos. Mas lo inesperado sucedió aquel histórico 1º de junio: uno sólo de los candidatos -uno sólo- capitalizó a su favor más de la mitad de las voluntades expresadas ese día en las urnas. Los encuestadores y expertos pronosticaban, sí, un triunfo holgado de López Obrador, más nunca pensaron que contabilizaría más boletas que las que habrían de emitirse en apoyo de todos los demás aspirantes… ¡juntos! Así, compitiendo contra los abanderados de dos coaliciones -una encabezada por el PAN y otra por el PRI-, y de un aspirante independiente, el representante de Morena obtuvo más de 30 millones de sufragios, equivalentes al 53% de la votación total, lo que le dio el triunfó en 31 de las 32 entidades federativas.

Dotes naturales e intuición política

Se trató sin ninguna duda de una victoria apoteósica que dio al actual presidente una legitimidad incontestable, y una fuerza política y social más que suficiente para acometer esa todavía nebulosa y un tanto imprecisa Cuarta Transformación que ofreció en campaña a los mexicanos. Pero… ¿de qué artes se valió Andrés Manuel para alcanzar esos números, tan asombrosos como irrepetibles?, ¿qué ofreció a la ciudadanía a cambio de su ilimitada confianza?, ¿qué prendas personales posee el predicador tabasqueño para que esa impresionante cantidad de personas creyese fervorosamente en su liderazgo? Y también es pertinente preguntarnos: ¿a qué fuerzas se unió para alcanzar tan aplastante superioridad electoral?, ¿de qué recursos retóricos se valió?, ¿a qué medios acudió para hacerse de tan amplio crédito social? ¿con quien hubo de aliarse para transitar sin tropiezos por el camino que lo llevó a la presidencia de la República? Ante la relativa proximidad de esos comicios intermedios del 2021 sobre los que ya se empieza a hablar y a especular, se hace imprescindible profundizar en el análisis de aquel proceso del 2018 a fin de que, con más elementos de juicio que los que a simple vista se tienen, intentemos dar respuesta a esas interrogantes y, de paso, escudriñar hasta donde nos sea posible adónde nos lleva ese cambio de régimen en el que está empeñado el mandatario.

Su ángel de la guardia

López Obrador es un político extraordinariamente intuitivo que entiende como pocos -quizá como nunca antes lo hizo nadie- al México profundo. Su discurso está poblado de palabras y expresiones sencillas que el pueblo usa, y por tanto comprende. Actúa, además, de un modo que cuadra con la forma de ser de las personas llanas. Su despaciosa manera de hablar no precisa de traductores; sus mensajes, claros y directos, calan en la sensibilidad de todo el que los oye. Sus seguidores están convencidos de que, con él, les va a ir bien; por eso lo siguen, lo quieren y, si fuera menester, lo protegerían. “…A mi me cuida el pueblo…”, insiste en sus arengas. Las multitudes que le siguen -y que le dieron su voto- se saben representadas por Andrés Manuel; creen religiosamente en su honestidad, valor que lo diferencia del resto de sus homólogos. Una frase que repite en sus intervenciones es: “…no somos iguales…”. En efecto, no lo es. Y un dato más a tener en cuenta: su conducta no ha cambiado: es el mismo como presidente que fue como candidato; no se distingue uno del otro. Con esos atributos, únicos e irrepetibles, y con sus políticas de apoyo social en beneficio de los olvidados de siempre, ha construido un escudo popular que lo blinda y pone a salvo de cualquier tipo de ataque político. Y si a lo anterior añadimos que tiene de su lado a las fuerzas armadas y a las iglesias…

Llegar… y mantenerse

Cuando se concibe un proyecto de cambio de las proporciones que plantea Andrés Manuel no sólo hay que llegar a Palacio Nacional investido de un poder sin precedentes sino, además, para mantenerse en él, tendrá que valerse de todos los recursos de que dispone un presidente. Los necesita para contrarrestar los embates que se están dejando sentir en su contra, proporcionales a la fuerza y diversidad de intereses que sus políticas han afectado. Si para conseguir su propósito de sentarse en la Silla del Aguila tuvo que pactar con Peña Nieto, para seguir en ella tendrá que acordar con el Diablo, con Trump, o con quien haga falta. Y mentirá si tiene que mentir; condescenderá con pillos si tiene que hacerlo, perdonará si tiene que perdonar, y se dejará en el empeño la salud, si tiene que dejarla. Está en su carácter y en su forma de entender la misión para la que se siente predestinado. Sabe que si concreta las metas de la 4T tendrá un lugar en la Historia similar al de Juárez, Madero, Zapata y Cárdenas. Su viejo lema “Por el bien de todos, primero los pobres” sigue vigente, así como su lucha contra la desigualdad, la corrupción y la injusticia social. Pero una cosa es que defienda principios que toda persona bien nacida comparte y, muy otra, es obligarnos a coincidir con los discutibles métodos que está siguiendo para hacerse de atribuciones y facultades que, conforme a la ley, no le corresponden y que, en rigor, no precisaría para lograr sus objetivos… salvo, claro, que tenga planes distintos a los que nos ha dado a conocer.

  • Cuando se concibe un proyecto de cambio de las proporciones que plantea Andrés Manuel no sólo hay que llegar a Palacio Nacional investido de un poder sin precedentes sino, además, para mantenerse en él, tendrá que valerse de todos los recursos de que dispone un presidente. Los necesita para contrarrestar los embates que se están dejando sentir en su contra, proporcionales a la fuerza y diversidad de intereses que sus políticas han afectado.

El pueblo, la Constitución… y López Obrador

Al referirse reiteradamente a un cambio de régimen verdadero, el presidente deja un amplio margen a la libre interpretación. ¿Cuál régimen? ¿el político acaso? ¿el social tal vez? López Obrador ha dicho repetidamente que sólo tiene un amo -el pueblo de México- y que las decisiones importantes de su gobierno las someterá siempre a su consideración. Aunque hasta ahora no ha propuesto modificar principios constitucionales fundamentales, el observador crítico no deja de pensar en aquellos que definen a México como “…una república representativa, democrática, federal y laica…”. Es cierto que a ese pueblo en el que “…reside esencial y originariamente la soberanía de la Nación…”, a ese pueblo, repito, con el que el mandatario mantiene una fluida y constante comunicación, no le ha pedido que haga uso de su “…inalianable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno…”. No obstante que de momento no hay señales que hagan suponer que el cambio verdadero alcance a esos conceptos torales de nuestra Ley Suprema, la mera posibilidad genera inquietud entre los ciudadanos que, simpatizando con sus ideas de índole social, no somos sus cofrades incondicionales, de la misma manera que no lo fuimos de ninguno de sus antecesores.

ANTENA ESTATAL

Del informe del gobernador Marco Mena

Las múltiples evidencias de los avances logrados así como los datos duros que los ratifican, van dejando sin argumentos a los detractores del gobierno de Marco Mena. Lo importante, en todo caso, es que en estos dos años de trabajo se han depuesto muchos de los numerosos obstáculos que impedían el progreso de la entidad. Están ya a la vista los cimientos para la construcción de una nueva Tlaxcala.