/ lunes 13 de julio de 2020

Tiempos de Democracia | Una extraña alianza

Alto fue el precio que pagó el presidente López Obrador para evitar ser zarandeado públicamente por Trump. Sus alabanzas al desquiciado mandatario estadounidense humillaron a estudiantes y trabajadores mexicanos que sufren de su constante acoso

Cuando el opinador se va a referir a una figura presidencial ha de ser cauto en la elección de los adjetivos que elija para calificar su conducta, máxime cuando, como en este caso, se dan las siguientes tres circunstancias: 1) que es el mandatario de tu país el cual, aunque desigual, injusto y en proceso de incipiente desarrollo, es el que tenemos; 2) que fue a jugar en cancha ajena y a medir sus fuerzas con Donald Trump, un energúmeno reconocido, atrabiliario e impredecible que -para desgracia de México y del mundo entero- es el titular del Poder Ejecutivo de la nación más poderosa del orbe y, 3) que toca la casualidad que esa nación es nuestra vecina, y que de la voluntad de su presidente depende, en buena medida, que puedan aliviarse las penurias económicas que padecemos. Así las cosas, y pasado el rato amargo de su visita a la capital del imperio, puede decirse que López Obrador salió provisionalmente indemne de su debut en las lides de las relaciones internacionales…, por lo menos en lo que a su persona atañe.

Decepción aquí y allá

  • Pese a que no fuimos pocos los que temíamos que sería objeto de escarnio público por parte del abusador y mendaz mandatario estadounidense, López Obrador domó a la fiera con la que había aceptado reunirse.

Endulzándole el oído con lisonjas fuera de toda realidad y proporción, indujo a su montaraz interlocutor a corresponderle con expresiones igualmente adulatorias, convirtiendo el encuentro en un intercambio de zalamerías y falsedades cuyo precio, en sus respectivas popularidades, habrá de serles cobrado, al de allá por sus anti-inmigrantes, racistas y discriminadores seguidores, y al de acá, por sus injuriados y perseguidos paisanos. Tal derroche de interesadas y huecas cortesías -propias de una diplomacia sin principios ni valores- desencantó a quienes esperaban, de Trump en Estados Unidos, una andanada más de vitriólicos ataques contra los trabajadores de origen hispano, y de López Obrador en México, una actitud, prudente sí, pero claramente reivindicatoria de los derechos humanos de sus lastimados connacionales.

Ebrard, orquestador de la reunión

La entrevista Trump-López Obrador en Washington puso de relieve que Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano, brilla como un sol junto a sus opacos e impreparados colegas de gabinete, sobre todo cuando se le pone cerca de los identificados con el ala radical de la 4T. Ebrard negoció los términos de la reunión con su homólogo estadounidense, el secretario de Estado Mike Pompeo, y con el yerno “multiusos” Jared Kushner, para que el evento en sus distintas etapas discurriese sin tensiones. Los pulcros discursos que hicieron leer a sus respectivos jefes prescindieron de términos agraviantes y de eventuales reclamos de disculpas por ofensas inflingidas en el pasado. Se optó por dar preferencia a los beneficios que las dos naciones disfrutarán gracias al T-MEC -“…el más hermoso tratado jamás suscrito…”- si, y sólo si, se sigue privilegiando la colaboración y el buen entendimiento entre ambas. Ebrard queda en inmejorable posición para lo que ocurra en marzo del 2022, si López Obrador supera la revocación de mandato, o para después, en el 2024, si mantiene su actual rango de vicepresidente de facto.

Apuestas equivocadas

Un envite, el de Trump, que para conquistar un esquivo voto hispano que no olvida insultos y vejaciones erró al hacer público su fingido afecto por el presidente de México, sin considerar que, con su tácito beneplácito a los migrantes mexicanos sin papeles (“…son increíbles, gente trabajadora…”) menguaría el apoyo que el supremacismo blanco le brindó hace cuatro años para llevarlo a la Casa Blanca. Su caída en las encuestas es consecuencia, por una parte, de los dramáticos episodios de dolor que hoy viven en Estados Unidos a causa del Corona-Virus, y por otra, de que hasta sus partidarios más fieles perciben como inevitable la derrota el próximo noviembre de su endiosado líder. Y la otra apuesta, la de López Obrador, que al apoyar la campaña de Trump con su presencia y su discurso (“…estoy aquí para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto…”), lastimó la sensibilidad de los mexicanos y afectó su popularidad -actualmente en fase declinante-, dañando de paso la relación futura de su gobierno con el partido demócrata y su abanderado Joe Biden.

Para el anecdotario

Al precisarle a una reportera qué lo había movido para, por fin, acceder a realizarse la prueba a la que fue siempre renuente para saber si estaba o no infectado por el virus, el presidente López Obrador dijo habérsela practicado porque “…habría sido irresponsable ir enfermo a Estados Unidos…”. Esa sabia consideración no tuvo la prudencia de hacérsela antes de que, el pasado 1º de junio y en plena pandemia, viajara a Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo a dar el banderazo de salida a las obras de tres o cuatro tramos del Tren Maya. En esas ceremonias -y en otras parecidas, como la montada para supervisar la refinería de Dos Bocas- el mandatario nunca usó tapabocas; sólo empezó a ponerselo en el momento que documentó su vuelo y abordó la aeronave comercial norteamericana que lo llevaría a Washington, con escala en Atlanta. Un comportamiento -hay que decirlo- semejante al que observan muchos mexicanos que, de este lado de la frontera, ignoran medidas de orden, higiene y limpieza urbana y, del otro lado, en cuanto pisan territorio estadounidense, mantienen una impecable conducta cívica. Este es otro caso más.

Alto fue el precio que pagó el presidente López Obrador para evitar ser zarandeado públicamente por Trump. Sus alabanzas al desquiciado mandatario estadounidense humillaron a estudiantes y trabajadores mexicanos que sufren de su constante acoso

Cuando el opinador se va a referir a una figura presidencial ha de ser cauto en la elección de los adjetivos que elija para calificar su conducta, máxime cuando, como en este caso, se dan las siguientes tres circunstancias: 1) que es el mandatario de tu país el cual, aunque desigual, injusto y en proceso de incipiente desarrollo, es el que tenemos; 2) que fue a jugar en cancha ajena y a medir sus fuerzas con Donald Trump, un energúmeno reconocido, atrabiliario e impredecible que -para desgracia de México y del mundo entero- es el titular del Poder Ejecutivo de la nación más poderosa del orbe y, 3) que toca la casualidad que esa nación es nuestra vecina, y que de la voluntad de su presidente depende, en buena medida, que puedan aliviarse las penurias económicas que padecemos. Así las cosas, y pasado el rato amargo de su visita a la capital del imperio, puede decirse que López Obrador salió provisionalmente indemne de su debut en las lides de las relaciones internacionales…, por lo menos en lo que a su persona atañe.

Decepción aquí y allá

  • Pese a que no fuimos pocos los que temíamos que sería objeto de escarnio público por parte del abusador y mendaz mandatario estadounidense, López Obrador domó a la fiera con la que había aceptado reunirse.

Endulzándole el oído con lisonjas fuera de toda realidad y proporción, indujo a su montaraz interlocutor a corresponderle con expresiones igualmente adulatorias, convirtiendo el encuentro en un intercambio de zalamerías y falsedades cuyo precio, en sus respectivas popularidades, habrá de serles cobrado, al de allá por sus anti-inmigrantes, racistas y discriminadores seguidores, y al de acá, por sus injuriados y perseguidos paisanos. Tal derroche de interesadas y huecas cortesías -propias de una diplomacia sin principios ni valores- desencantó a quienes esperaban, de Trump en Estados Unidos, una andanada más de vitriólicos ataques contra los trabajadores de origen hispano, y de López Obrador en México, una actitud, prudente sí, pero claramente reivindicatoria de los derechos humanos de sus lastimados connacionales.

Ebrard, orquestador de la reunión

La entrevista Trump-López Obrador en Washington puso de relieve que Marcelo Ebrard, el secretario de Relaciones Exteriores del gobierno mexicano, brilla como un sol junto a sus opacos e impreparados colegas de gabinete, sobre todo cuando se le pone cerca de los identificados con el ala radical de la 4T. Ebrard negoció los términos de la reunión con su homólogo estadounidense, el secretario de Estado Mike Pompeo, y con el yerno “multiusos” Jared Kushner, para que el evento en sus distintas etapas discurriese sin tensiones. Los pulcros discursos que hicieron leer a sus respectivos jefes prescindieron de términos agraviantes y de eventuales reclamos de disculpas por ofensas inflingidas en el pasado. Se optó por dar preferencia a los beneficios que las dos naciones disfrutarán gracias al T-MEC -“…el más hermoso tratado jamás suscrito…”- si, y sólo si, se sigue privilegiando la colaboración y el buen entendimiento entre ambas. Ebrard queda en inmejorable posición para lo que ocurra en marzo del 2022, si López Obrador supera la revocación de mandato, o para después, en el 2024, si mantiene su actual rango de vicepresidente de facto.

Apuestas equivocadas

Un envite, el de Trump, que para conquistar un esquivo voto hispano que no olvida insultos y vejaciones erró al hacer público su fingido afecto por el presidente de México, sin considerar que, con su tácito beneplácito a los migrantes mexicanos sin papeles (“…son increíbles, gente trabajadora…”) menguaría el apoyo que el supremacismo blanco le brindó hace cuatro años para llevarlo a la Casa Blanca. Su caída en las encuestas es consecuencia, por una parte, de los dramáticos episodios de dolor que hoy viven en Estados Unidos a causa del Corona-Virus, y por otra, de que hasta sus partidarios más fieles perciben como inevitable la derrota el próximo noviembre de su endiosado líder. Y la otra apuesta, la de López Obrador, que al apoyar la campaña de Trump con su presencia y su discurso (“…estoy aquí para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto…”), lastimó la sensibilidad de los mexicanos y afectó su popularidad -actualmente en fase declinante-, dañando de paso la relación futura de su gobierno con el partido demócrata y su abanderado Joe Biden.

Para el anecdotario

Al precisarle a una reportera qué lo había movido para, por fin, acceder a realizarse la prueba a la que fue siempre renuente para saber si estaba o no infectado por el virus, el presidente López Obrador dijo habérsela practicado porque “…habría sido irresponsable ir enfermo a Estados Unidos…”. Esa sabia consideración no tuvo la prudencia de hacérsela antes de que, el pasado 1º de junio y en plena pandemia, viajara a Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo a dar el banderazo de salida a las obras de tres o cuatro tramos del Tren Maya. En esas ceremonias -y en otras parecidas, como la montada para supervisar la refinería de Dos Bocas- el mandatario nunca usó tapabocas; sólo empezó a ponerselo en el momento que documentó su vuelo y abordó la aeronave comercial norteamericana que lo llevaría a Washington, con escala en Atlanta. Un comportamiento -hay que decirlo- semejante al que observan muchos mexicanos que, de este lado de la frontera, ignoran medidas de orden, higiene y limpieza urbana y, del otro lado, en cuanto pisan territorio estadounidense, mantienen una impecable conducta cívica. Este es otro caso más.