/ lunes 1 de junio de 2020

Tiempos de Democracia | ¿Y si repensamos todo?

…nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…

Pablo Neruda

Es imperativo rectificar un camino que va en línea recta hacia la destrucción del planeta en el que vivimos. Paradójicamente, ha sido el ataque de un virus el que nos advirtió que los objetivos por los que hoy peleamos no son los esenciales para la vida.

Mientras pasan con circular lentitud los minutos y las horas en este enclaustramiento al que nos hemos sometido, en llamativa sincronía y por distintos confines del orbe crece el número y calidad de los pensadores que han llegado al unánime convencimiento de que, si no se corrige la actual estructura de valores que rigen las relaciones entre los seres humanos -y la de estos con la naturaleza-, dejará de ser viable el mundo, al menos en la forma en que lo hemos conocido. El inesperado remanso de obligada introspección y recogimiento al que nos llevó el aislarnos de nuestros semejantes creó -aunque por desgracia no para todos- un espacio libre del apremio de la vida diaria que ha resultado excepcionalmente apto para el desarrollo de las ideas y las cavilaciones filosóficas de la más diversa índole. Merced a esa circunstancia, los teóricos de la política están cayendo en la cuenta de que las instituciones que se procuraron las sociedades modernas no hacen sino propiciar desigualdades obscenas y grotescas contrahechuras que agravan las precarias condiciones de vida de miles de millones de desposeidos. De esa conclusión se sigue que, a partir del impacto psicológico con que la pandemia del Corona-Virus golpeó la mente y sensibilidad de la gente, el mundo civilizado está en la obligación de repensar su futuro de manera distinta y con una sola meta: sentar los principios de una convivencia ordenada que brinde oportunidades iguales a todos y evite las distorsiones que caracterizan a ese capitalismo salvaje y desenfrenado que genera pobreza, miseria, devastación y hambrunas indecibles en la base de la pirámide social, y astronómicas acumulaciones de riqueza en la cima de la misma. Con eso hay que acabar… ¡ya!

¡Si se puede…!

En nuestro país, la eliminación de las disparidades excesivas sólo podrá alcanzarse mediante un acuerdo nacional del que derive una política fiscal de aplicación progresiva que permita al estado: 1) aumentar los raquíticos caudales del erario; 2) reorientar el gasto público y dedicarlo sin distracciones a la búsqueda de un bienestar social compartido y, 3) cancelar las partidas destinadas a fines que, si bien pudieron tener justificación en el pasado, hoy, a la luz de las nuevas realidades, constituyen equivocaciones monumentales. No divago, amigo lector; de este punto le doy un ejemplo: de acuerdo a la preceptiva constitucional, las fuerzas armadas tienen como mandato defender la integridad del territorio y la soberanía nacional y, a ese menester, se canalizan cantidades ingentes de recursos. En un ejercicio mínimo de objetividad se tendría que retroceder siglo y medio para dar con los últimos eventos en que el ejército mexicano entró en combate con efectivos extranjeros. ¿Cuál pues podría ser en la actualidad ese “extraño enemigo” al que se refirió González Bocanegra en la letra de nuestro himno nacional? Es hora de traer a tiempo presente el sentido que originalmente se atribuyó a esos conceptos. Si, por una parte, la integridad territorial no está -ni estará- amenazada por nadie y, por la otra, la soberanía se ha vuelto un concepto flexible que da hasta para que el presidente de Estados Unidos sea el que define las tareas de la Guardia Nacional, enviándola de una a otra frontera de nuestro país conforme a su conveniencia. Para hacer valer sus principios, así como para salvaguardar su seguridad interior, a México le sobran tanques, bombas y artillería pesada. Mejor destino para ese dinero sería apoyar a la ciencia y la tecnología, abandonadas a su suerte por la 4T, y a un sector salud en total dejadez presupuestal. Las que siguen son algunas preguntas sobre otros tantos despropósitos: ¿se sabe cuanto se erogó en la recaptura del Chapo Guzmán? ¿o lo que cuesta seguir quemando plantíos de mariguana? Y si las drogas se trataran con una estrategia racional ¿cuánto disminuiría el gasto militar? Esos ahorros sí que encajarían en la lógica de una buena austeridad republicana.

Ni tan pronto… ni tan rápido

Cuando se habla de “vuelta a la normalidad” me temo que, la mayoría de quienes la anhelan, piensan en un retorno inmediato y sin restricciones a las prácticas y costumbres que seguía el común de la gente hasta hace sólo un par de meses. En esa visión precipitada y poco prudente que tienen amplios sectores de nuestra sociedad, cuando mucho incluyen llevar consigo gel antibacterial y un cubrebocas, empleable este último a bordo de un transporte público. Y no mucho más; si acaso lavarse las manos y, durante los primeros días de esa “recuperación de la libertad”, mostrarse menos efusivos en el saludo y en las señales de afecto. Pero no será así, o por lo menos, no será sólo así. Laboral y educativamente, los métodos de producción y de enseñanza experimentarán una tendencia hacia la mecanización y la comunicación telemática; los horarios de ingreso a fábricas y escuelas será escalonados y los recintos se ajustarán a protocolos rígidos y revisables; viajes y traslados observarán severas reglas de higienización de los vehículos y se limitará el número de pasajeros; los centros de espectáculos -cines, salas de fiesta, estadios, etc.- reducirán sus aforos, con el consiguiente aumento de precios al público asistente y la mengua salarial de actores, entretenedores y deportistas. Restaurantes y cafés restringirán la cantidad de comensales, subirá el coste de sus servicios, recortarán personal, disminuirán la variedad de sus menus y, al igual que los hoteles, tendrán constantemente que sanitizar sus espacios y someter a limpieza rigurosa su menaje. Habrá, no lo dudo, insensatos que incumplan esas disposiciones e inspectores que lo consientan. Su irresponsabilidad, ¡sépanlo bien!, cobrará vidas; allá ellos y su mala conciencia.

…nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos…

Pablo Neruda

Es imperativo rectificar un camino que va en línea recta hacia la destrucción del planeta en el que vivimos. Paradójicamente, ha sido el ataque de un virus el que nos advirtió que los objetivos por los que hoy peleamos no son los esenciales para la vida.

Mientras pasan con circular lentitud los minutos y las horas en este enclaustramiento al que nos hemos sometido, en llamativa sincronía y por distintos confines del orbe crece el número y calidad de los pensadores que han llegado al unánime convencimiento de que, si no se corrige la actual estructura de valores que rigen las relaciones entre los seres humanos -y la de estos con la naturaleza-, dejará de ser viable el mundo, al menos en la forma en que lo hemos conocido. El inesperado remanso de obligada introspección y recogimiento al que nos llevó el aislarnos de nuestros semejantes creó -aunque por desgracia no para todos- un espacio libre del apremio de la vida diaria que ha resultado excepcionalmente apto para el desarrollo de las ideas y las cavilaciones filosóficas de la más diversa índole. Merced a esa circunstancia, los teóricos de la política están cayendo en la cuenta de que las instituciones que se procuraron las sociedades modernas no hacen sino propiciar desigualdades obscenas y grotescas contrahechuras que agravan las precarias condiciones de vida de miles de millones de desposeidos. De esa conclusión se sigue que, a partir del impacto psicológico con que la pandemia del Corona-Virus golpeó la mente y sensibilidad de la gente, el mundo civilizado está en la obligación de repensar su futuro de manera distinta y con una sola meta: sentar los principios de una convivencia ordenada que brinde oportunidades iguales a todos y evite las distorsiones que caracterizan a ese capitalismo salvaje y desenfrenado que genera pobreza, miseria, devastación y hambrunas indecibles en la base de la pirámide social, y astronómicas acumulaciones de riqueza en la cima de la misma. Con eso hay que acabar… ¡ya!

¡Si se puede…!

En nuestro país, la eliminación de las disparidades excesivas sólo podrá alcanzarse mediante un acuerdo nacional del que derive una política fiscal de aplicación progresiva que permita al estado: 1) aumentar los raquíticos caudales del erario; 2) reorientar el gasto público y dedicarlo sin distracciones a la búsqueda de un bienestar social compartido y, 3) cancelar las partidas destinadas a fines que, si bien pudieron tener justificación en el pasado, hoy, a la luz de las nuevas realidades, constituyen equivocaciones monumentales. No divago, amigo lector; de este punto le doy un ejemplo: de acuerdo a la preceptiva constitucional, las fuerzas armadas tienen como mandato defender la integridad del territorio y la soberanía nacional y, a ese menester, se canalizan cantidades ingentes de recursos. En un ejercicio mínimo de objetividad se tendría que retroceder siglo y medio para dar con los últimos eventos en que el ejército mexicano entró en combate con efectivos extranjeros. ¿Cuál pues podría ser en la actualidad ese “extraño enemigo” al que se refirió González Bocanegra en la letra de nuestro himno nacional? Es hora de traer a tiempo presente el sentido que originalmente se atribuyó a esos conceptos. Si, por una parte, la integridad territorial no está -ni estará- amenazada por nadie y, por la otra, la soberanía se ha vuelto un concepto flexible que da hasta para que el presidente de Estados Unidos sea el que define las tareas de la Guardia Nacional, enviándola de una a otra frontera de nuestro país conforme a su conveniencia. Para hacer valer sus principios, así como para salvaguardar su seguridad interior, a México le sobran tanques, bombas y artillería pesada. Mejor destino para ese dinero sería apoyar a la ciencia y la tecnología, abandonadas a su suerte por la 4T, y a un sector salud en total dejadez presupuestal. Las que siguen son algunas preguntas sobre otros tantos despropósitos: ¿se sabe cuanto se erogó en la recaptura del Chapo Guzmán? ¿o lo que cuesta seguir quemando plantíos de mariguana? Y si las drogas se trataran con una estrategia racional ¿cuánto disminuiría el gasto militar? Esos ahorros sí que encajarían en la lógica de una buena austeridad republicana.

Ni tan pronto… ni tan rápido

Cuando se habla de “vuelta a la normalidad” me temo que, la mayoría de quienes la anhelan, piensan en un retorno inmediato y sin restricciones a las prácticas y costumbres que seguía el común de la gente hasta hace sólo un par de meses. En esa visión precipitada y poco prudente que tienen amplios sectores de nuestra sociedad, cuando mucho incluyen llevar consigo gel antibacterial y un cubrebocas, empleable este último a bordo de un transporte público. Y no mucho más; si acaso lavarse las manos y, durante los primeros días de esa “recuperación de la libertad”, mostrarse menos efusivos en el saludo y en las señales de afecto. Pero no será así, o por lo menos, no será sólo así. Laboral y educativamente, los métodos de producción y de enseñanza experimentarán una tendencia hacia la mecanización y la comunicación telemática; los horarios de ingreso a fábricas y escuelas será escalonados y los recintos se ajustarán a protocolos rígidos y revisables; viajes y traslados observarán severas reglas de higienización de los vehículos y se limitará el número de pasajeros; los centros de espectáculos -cines, salas de fiesta, estadios, etc.- reducirán sus aforos, con el consiguiente aumento de precios al público asistente y la mengua salarial de actores, entretenedores y deportistas. Restaurantes y cafés restringirán la cantidad de comensales, subirá el coste de sus servicios, recortarán personal, disminuirán la variedad de sus menus y, al igual que los hoteles, tendrán constantemente que sanitizar sus espacios y someter a limpieza rigurosa su menaje. Habrá, no lo dudo, insensatos que incumplan esas disposiciones e inspectores que lo consientan. Su irresponsabilidad, ¡sépanlo bien!, cobrará vidas; allá ellos y su mala conciencia.