/ martes 9 de agosto de 2022

Tintero | Ayuntamientos, el desorden financiero

Trienios van y bien y las cosas no cambian. En las comunas es donde se da el mayor movimiento irregular de los recursos económicos públicos.

Muchos alcaldes apenas alcanzan el puesto y se vuelven voraces. Atrás dejan sus promesas de conducirse con rectitud a la hora de aplicar el presupuesto que de por sí es exiguo, pues -como lo he precisado en otras ocasiones-, más del 95 % de las partidas que manejan para obras pública y programas de asistencia social, provienen de la Federación.

Pero nada o poco les importa. Observan en esos cargos la posibilidad de resolver su futuro económico. Qué más da si el municipio es el más grande o el de menor rango. Para la burbuja de poder que coordina el munícipe siempre habrá movilidad financiera.

Las últimas observaciones pusieron al descubierto que han perdido el pudor y tampoco les preocupa porque tiene más que clara una cosa: nunca son -como debería ser- castigados ni inhabilitados del cargo.

Todo sigue igual. Entregan a los diputados locales y al Órgano de Fiscalización Superior, documentos en los que supuestamente justifican obras que, en muchos de los casos, no ejecutan, en una sola palabra, son “fantasmas”, inflan costos con el apoyo de empresas, amén de que disponen a diestra y siniestra de prestaciones como gasolina, celular y automóviles para su uso personal y de sus familiares.

Las unidades automotoras, y ya ha sido demostrado, son usadas para llevar a los niños al colegio o para transportar la despensa familiar. O cómo se entiende que muchas veces han sido vistas en la Central de Abastos de Puebla.

Policías, desviando las funciones por los fueron nombradas, son empleados como choferes, “nanas” y mandaderos,

Los munícipes abusan de su poder y de la confianza que las personas les depositaron en las urnas.

El problema es que son protegidos por los congresistas por los propios compromisos que asumen y sus intereses políticos, principalmente porque son miembros de los partidos en los que militan y porque de las comunas reciben canonjías como apoyos sociales para promover su imagen para buscar nuevos cargos públicos, llámese gobernador, diputados locales, federales o Senador de la República.

Lo cierto es que han formado una “cofradía cómplice” donde el único propósito es ganar dinero. Generan un daño al patrimonio público y es en realidad por lo que la gran mayoría de los presidentes municipales se da a conoce. No les da vergüenza

Peor aún. No conforme con lo que hacen, cuando termina su función son finos para aplicar el “Año de Hidalgo” o como coloquialmente se dice: “que chingue a su madre el que deje algo". Inaceptable.

La supuesta austeridad es solo de dientes para afuera. El problema es que nadie cambiará en Tlaxcala si la autoridad a la que le compete esta situación no aplica la ley y sanciona los abusos de quienes representan a los municipios.

Ningún funcionario público debe seguir viviendo en la opulencia a costa del dinero de la gente. Los cargos públicos deben de dejar de ser vistos como el gran negocio económico, pero la tentación nunca ha terminado.

Los alcaldes tienen buenos salarios. De una u otra forma, al asumir el cargo, les cambia la vida, porque tienen en sus manos la responsabilidad de trabajar a favor de la gente y alcanzar un pleno desarrollo en sus localidades en todos los órdenes y eso les da presencia. Parafraseando al entonces gobernador Héctor Ortiz Ortiz, en la vida actual el “horno no está como para hacer bollos”.

Ya es tiempo de meter en orden a los alcaldes. No son totalmente autónomos pues les deben revisar, por ley, la forma en que operan sus oficinas. Si todo sigue igual, Tlaxcala irá de mal en peor. Al tiempo.


Trienios van y bien y las cosas no cambian. En las comunas es donde se da el mayor movimiento irregular de los recursos económicos públicos.

Muchos alcaldes apenas alcanzan el puesto y se vuelven voraces. Atrás dejan sus promesas de conducirse con rectitud a la hora de aplicar el presupuesto que de por sí es exiguo, pues -como lo he precisado en otras ocasiones-, más del 95 % de las partidas que manejan para obras pública y programas de asistencia social, provienen de la Federación.

Pero nada o poco les importa. Observan en esos cargos la posibilidad de resolver su futuro económico. Qué más da si el municipio es el más grande o el de menor rango. Para la burbuja de poder que coordina el munícipe siempre habrá movilidad financiera.

Las últimas observaciones pusieron al descubierto que han perdido el pudor y tampoco les preocupa porque tiene más que clara una cosa: nunca son -como debería ser- castigados ni inhabilitados del cargo.

Todo sigue igual. Entregan a los diputados locales y al Órgano de Fiscalización Superior, documentos en los que supuestamente justifican obras que, en muchos de los casos, no ejecutan, en una sola palabra, son “fantasmas”, inflan costos con el apoyo de empresas, amén de que disponen a diestra y siniestra de prestaciones como gasolina, celular y automóviles para su uso personal y de sus familiares.

Las unidades automotoras, y ya ha sido demostrado, son usadas para llevar a los niños al colegio o para transportar la despensa familiar. O cómo se entiende que muchas veces han sido vistas en la Central de Abastos de Puebla.

Policías, desviando las funciones por los fueron nombradas, son empleados como choferes, “nanas” y mandaderos,

Los munícipes abusan de su poder y de la confianza que las personas les depositaron en las urnas.

El problema es que son protegidos por los congresistas por los propios compromisos que asumen y sus intereses políticos, principalmente porque son miembros de los partidos en los que militan y porque de las comunas reciben canonjías como apoyos sociales para promover su imagen para buscar nuevos cargos públicos, llámese gobernador, diputados locales, federales o Senador de la República.

Lo cierto es que han formado una “cofradía cómplice” donde el único propósito es ganar dinero. Generan un daño al patrimonio público y es en realidad por lo que la gran mayoría de los presidentes municipales se da a conoce. No les da vergüenza

Peor aún. No conforme con lo que hacen, cuando termina su función son finos para aplicar el “Año de Hidalgo” o como coloquialmente se dice: “que chingue a su madre el que deje algo". Inaceptable.

La supuesta austeridad es solo de dientes para afuera. El problema es que nadie cambiará en Tlaxcala si la autoridad a la que le compete esta situación no aplica la ley y sanciona los abusos de quienes representan a los municipios.

Ningún funcionario público debe seguir viviendo en la opulencia a costa del dinero de la gente. Los cargos públicos deben de dejar de ser vistos como el gran negocio económico, pero la tentación nunca ha terminado.

Los alcaldes tienen buenos salarios. De una u otra forma, al asumir el cargo, les cambia la vida, porque tienen en sus manos la responsabilidad de trabajar a favor de la gente y alcanzar un pleno desarrollo en sus localidades en todos los órdenes y eso les da presencia. Parafraseando al entonces gobernador Héctor Ortiz Ortiz, en la vida actual el “horno no está como para hacer bollos”.

Ya es tiempo de meter en orden a los alcaldes. No son totalmente autónomos pues les deben revisar, por ley, la forma en que operan sus oficinas. Si todo sigue igual, Tlaxcala irá de mal en peor. Al tiempo.