/ martes 12 de enero de 2021

Tintero | No gusta, pero la transparencia es el reto

Quienes ostentan el poder siempre tienen tentaciones de incurrir en abusos y excesos. l entonces panista Vicente Fox Quesada, como presidente de México, tuvo la oportunidad de pasar a la historia, no solo como el hombre que terminó con 70 años de poder del Partido Revolucionario Institucional, sino como alguien quien daría una nueva forma vida a este país. No quiso o no pudo.

Pero si algo se le debe reconocer, aunque nunca compartí su forma de gobierno, es que impulsó el sistema de transparencia. Y lo padeció, pues fue exhibido porque usaba en Los Pinos, por imposición de su esposa Martha Sahagún, toallas con un valor de 400 mil dólares, cortinas eléctricas de 17 mil dólares y sábanas para la recámara por tres mil 500 dólares. Un exceso.

Todo esto se supo por el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales que ahora el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, promete desaparecer; incorporar a su gobierno y proporcionar, según él, la información sin reservas y en un plazo máximo de 72 horas. Eso no es confiable.

Es cierto, los organismos de transparencia, en muchos de los casos, se han convertido en un “cero a la izquierda”, pero deben de cumplir con su función pues si de algo está ávida la ciudadanía, es de gobiernos libres de corrupción.

Eso sí, independientemente de lo que haya decidido el Congreso de la Unión sobre el Sistema Nacional Anticorrupción, los funcionarios tlaxcaltecas tienen que hacer públicas sus declaraciones de patrimonio, pago de impuestos y de no conflicto de intereses. Y si no cumplen con ello, la gente puede exigirlo a través del Instituto Estatal de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.

Ya nadie cree en las promesas, ya que decir de que “la escalera se barre de arriba hacia abajo y con el ejemplo es como tenemos que demostrarlo”, no es suficiente. El presidente, como él mismo lo dice, es terco, no acepta errores y aun cuando le demuestran actos de corrupción, como el caso de su hermano Pío, siempre busca excusas y salidas “mágicas”.

El discurso suena romántico pero es evidente que, en este terreno, México y Tlaxcala padecen de la opacidad de sus autoridades.

Ya pasó más de una década desde que se dio el primer paso en Tlaxcala para intentar terminar con la opacidad, primero con la creación de la Comisión de Transparencia para el Estado de Tlaxcala, luego Caiptlax y ahora Iaip-Tlax, pero poco se ha logrado porque la mayoría de las autoridades todavía no percibe a la rendición de cuentas como un hecho que da certidumbre a la gente sobre el buen desempeño de sus gobiernos.

Instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México han reprobado, por opacas, a varias dependencias del gobierno. Muchos funcionarios han hecho negocios al amparo del poder.

Sin duda, los excesos son el “pan de todos los días”. Casos hay muchos y, a través del Iaip-Tlax, se pueden saber.

Por ejemplo, a través de ese sistema, se supo que Víctor Cánovas, otrora poderoso asesor en el gobierno Héctor Ortiz, usaba para los “shopping” de su esposa en el extranjero, el avión y el helicóptero del gobierno estatal. Hasta la bitácora de los vuelos se hizo pública. Quienes aspiran a gobernar Tlaxcala deben pensar muy bien lo que dicen y ofrecen en materia de transparencia que, a nadie le gusta. Bueno, el mejor ejemplo es López Obrador con su política de Luis XIV, de Francia, de que “el Estado soy yo”. El enorme reto para los próximos años es lograr que Tlaxcala sea una entidad transparente en el manejo del dinero público, pues renuencia, cinismo y complicidad, es lo que ya no quiere la gente. Es tiempo de pasar de la simulación a la realidad.

Nada grato es que, en materia de acceso a la información, la entidad siga siendo conocida en el ámbito nacional como una entidad opaca, La mayoría de los municipios de la entidad es verdadero “maestro” en el arte de la simulación de la transparencia, pues no cumple ni siquiera con colocar, en su página de internet, el mínimo de información que la ley exige. Cierto, el organismo en Tlaxcala se ha pasado la vida en pleitos y es tarea del Congreso corregirlos, el problema que lo siguen viendo como una agencia de colocación de empleos.

Pero desaparecer a los organismos de transparencia es el peor error en que puede incurrir el gobierno, es como cuando Manuel Bartlett, hoy brazo derecho de López Obrador, como secretario de Gobernación, decidía quién o no ganaba una elección. Inaceptable

Quienes ostentan el poder siempre tienen tentaciones de incurrir en abusos y excesos. l entonces panista Vicente Fox Quesada, como presidente de México, tuvo la oportunidad de pasar a la historia, no solo como el hombre que terminó con 70 años de poder del Partido Revolucionario Institucional, sino como alguien quien daría una nueva forma vida a este país. No quiso o no pudo.

Pero si algo se le debe reconocer, aunque nunca compartí su forma de gobierno, es que impulsó el sistema de transparencia. Y lo padeció, pues fue exhibido porque usaba en Los Pinos, por imposición de su esposa Martha Sahagún, toallas con un valor de 400 mil dólares, cortinas eléctricas de 17 mil dólares y sábanas para la recámara por tres mil 500 dólares. Un exceso.

Todo esto se supo por el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales que ahora el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, promete desaparecer; incorporar a su gobierno y proporcionar, según él, la información sin reservas y en un plazo máximo de 72 horas. Eso no es confiable.

Es cierto, los organismos de transparencia, en muchos de los casos, se han convertido en un “cero a la izquierda”, pero deben de cumplir con su función pues si de algo está ávida la ciudadanía, es de gobiernos libres de corrupción.

Eso sí, independientemente de lo que haya decidido el Congreso de la Unión sobre el Sistema Nacional Anticorrupción, los funcionarios tlaxcaltecas tienen que hacer públicas sus declaraciones de patrimonio, pago de impuestos y de no conflicto de intereses. Y si no cumplen con ello, la gente puede exigirlo a través del Instituto Estatal de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales.

Ya nadie cree en las promesas, ya que decir de que “la escalera se barre de arriba hacia abajo y con el ejemplo es como tenemos que demostrarlo”, no es suficiente. El presidente, como él mismo lo dice, es terco, no acepta errores y aun cuando le demuestran actos de corrupción, como el caso de su hermano Pío, siempre busca excusas y salidas “mágicas”.

El discurso suena romántico pero es evidente que, en este terreno, México y Tlaxcala padecen de la opacidad de sus autoridades.

Ya pasó más de una década desde que se dio el primer paso en Tlaxcala para intentar terminar con la opacidad, primero con la creación de la Comisión de Transparencia para el Estado de Tlaxcala, luego Caiptlax y ahora Iaip-Tlax, pero poco se ha logrado porque la mayoría de las autoridades todavía no percibe a la rendición de cuentas como un hecho que da certidumbre a la gente sobre el buen desempeño de sus gobiernos.

Instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de México han reprobado, por opacas, a varias dependencias del gobierno. Muchos funcionarios han hecho negocios al amparo del poder.

Sin duda, los excesos son el “pan de todos los días”. Casos hay muchos y, a través del Iaip-Tlax, se pueden saber.

Por ejemplo, a través de ese sistema, se supo que Víctor Cánovas, otrora poderoso asesor en el gobierno Héctor Ortiz, usaba para los “shopping” de su esposa en el extranjero, el avión y el helicóptero del gobierno estatal. Hasta la bitácora de los vuelos se hizo pública. Quienes aspiran a gobernar Tlaxcala deben pensar muy bien lo que dicen y ofrecen en materia de transparencia que, a nadie le gusta. Bueno, el mejor ejemplo es López Obrador con su política de Luis XIV, de Francia, de que “el Estado soy yo”. El enorme reto para los próximos años es lograr que Tlaxcala sea una entidad transparente en el manejo del dinero público, pues renuencia, cinismo y complicidad, es lo que ya no quiere la gente. Es tiempo de pasar de la simulación a la realidad.

Nada grato es que, en materia de acceso a la información, la entidad siga siendo conocida en el ámbito nacional como una entidad opaca, La mayoría de los municipios de la entidad es verdadero “maestro” en el arte de la simulación de la transparencia, pues no cumple ni siquiera con colocar, en su página de internet, el mínimo de información que la ley exige. Cierto, el organismo en Tlaxcala se ha pasado la vida en pleitos y es tarea del Congreso corregirlos, el problema que lo siguen viendo como una agencia de colocación de empleos.

Pero desaparecer a los organismos de transparencia es el peor error en que puede incurrir el gobierno, es como cuando Manuel Bartlett, hoy brazo derecho de López Obrador, como secretario de Gobernación, decidía quién o no ganaba una elección. Inaceptable