/ martes 8 de diciembre de 2020

Tintero | Subestimar al contricante, el peor error

Si bien las alianzas de partido no son una garantía de triunfo tampoco deben desestimarse.

Tiene razón la senadora Beatriz Paredes Rangel cuando sostiene que son algo común porque “el momento de la vida política nacional requiere de esfuerzos de unidad” aunque, en 1998, no se pensaba lo mismo. Cuando José Antonio Álvarez Lima envío una iniciativa de ley al Congreso local y ordenó a la entonces coordinadora Argelia Arenas Corona operar y aprobar a como dé lugar la “candidatura común”, en el propio PRI, en el que militaba, el entonces titular del Ejecutivo fue tachado de traidor con el argumento de que ponía en “charola de plata” la gubernatura –ya en puerta- a la oposición.

En días pasados, PRI, PAN, PRD, PAC y PS concretaron la mega alianza “Unidos por Tlaxcala”, cuyo principal objetivo –aunque sus dirigentes no lo establecieron así- es evitar a toda costa que Movimiento Regeneración Nacional se apodere de la gubernatura de Tlaxcala, que habrá de renovarse el próximo año.

Y los encargados de Morena, como era de esperarse, desestimaron la alianza y presumieron que a pesar de ella, ganarán la primera magistratura. Mal comienzo porque en política nada está escrito y todo puede pasar. La historia así lo dice. En 1998, el priista Joaquín Cisneros Fernández minimizó la “gran alianza” formada por varios partidos de oposición y decidió no hacer acuerdos con mini-institutos que pudieron haberle dado los votos suficientes para ganar los comicios de ese año.

El tricolor se confió porque, en un principio, el PRD presumía como sus “cartas fuertes” a Fabián Pérez Flores y al empresario José Vicente Sáiz Tejero y estaba confiado de que ninguno de ellos era “gallo” para Cisneros, cuyas encuestas de la Universidad de Guadalajara –ahora sabemos que siempre fueron manipuladas- daban al partido en el poder y a su abanderado una ventaja de tres a uno sobre cualquiera que fuera ungido candidato de la “candidatura común”.

Pero nunca reparó en que saldría un “tercer tirador”. Sin cortesía alguna, el PRD “bajó del caballo” a Pérez Flores y a Sáiz Tejero y entregó la candidatura a Alfonso Sánchez Anaya quien, tras 38 años de militancia priista, renunciaba a las filas de ese partido en protesta porque la designación del abanderado había sido producto de la “manipulación y el engaño”. Ya en campaña, otra vez Cisneros subestimó la alianza opositora y perdió las votaciones.

En la elección de hace casi cuatro años, cargando con la “maldición política”, a Lorena Cuéllar Cisneros, quien hoy aspira a ser candidata de Morena al gobierno estatal, sucedió algo similar.

En la ciudad de México, a unas horas del cierre para registrar alianzas, Cuéllar Cisneros, entonces abanderada del PRD, se negó a firmar acuerdos con el Partido del Trabajo (PT), instituto que en los comicios en los que ganó el priista Marco Antonio Mena Rodríguez, hoy gobernador de Tlaxcala, pudo haberle dado el triunfo.

Confirmado por presentes en las negociaciones, en un lujoso hotel de Reforma, pactando la alianza PRD-PT, Cuéllar explotó cuando el líder estatal del “partido de la estrella”, Silvano Garay Ulloa, pidió, a cambio de la alianza la titularidad de las secretarías de Gobierno, de Educación Pública, de Finanzas y de Desarrollo Económico.

-¿Pero, cómo crees? Eso es mucho, espetó Cuéllar.

-Pues eso es lo que queremos- respondió el hoy diputado federal.

En el estira y afloja y con el tiempo encima, un dirigente nacional perredista llamó –a un extremo del restaurante a Cuéllar- y le soltó: “firma todo, cuando seas gobernadora no le das nada”.

Pero Cuéllar dijo que no y argumentó que sola podía ganar a Mena y, aunque después, cuando los tiempos en el Instituto Tlaxcalteca de Elecciones habían fenecido, Garay le bajó “dos rayitas al tigre” (la lista de peticiones disminuyó en un 70 %), llamó vía telefónica a Cuéllar y acordó una alianza “de facto”, que sirvió para dos cosas: para nada porque los votos de ambos partidos no hicieron sumatoria. El PRI, hábil, llevaba a sus partidos “satélites” y, al final, venció.

Eso no significa que la alianza de cinco partidos tenga “un cheque en blanco” en la bolsa, pues ya veremos cómo será la rebatinga a la hora de decidir quién la encabezará y si la ganadora (o) contará con el apoyo de todos, algo que se antoja casi imposible.

Pero lo cierto es que subestimar al contrario es el peor error que puede cometer un político, sobre todo porque, en competencias donde hay más de un aspirante al mismo cargo, el que pierde acumula rencores y el que gana, la mayoría de las veces, se pierde en la soberbia. Al tiempo.

Si bien las alianzas de partido no son una garantía de triunfo tampoco deben desestimarse.

Tiene razón la senadora Beatriz Paredes Rangel cuando sostiene que son algo común porque “el momento de la vida política nacional requiere de esfuerzos de unidad” aunque, en 1998, no se pensaba lo mismo. Cuando José Antonio Álvarez Lima envío una iniciativa de ley al Congreso local y ordenó a la entonces coordinadora Argelia Arenas Corona operar y aprobar a como dé lugar la “candidatura común”, en el propio PRI, en el que militaba, el entonces titular del Ejecutivo fue tachado de traidor con el argumento de que ponía en “charola de plata” la gubernatura –ya en puerta- a la oposición.

En días pasados, PRI, PAN, PRD, PAC y PS concretaron la mega alianza “Unidos por Tlaxcala”, cuyo principal objetivo –aunque sus dirigentes no lo establecieron así- es evitar a toda costa que Movimiento Regeneración Nacional se apodere de la gubernatura de Tlaxcala, que habrá de renovarse el próximo año.

Y los encargados de Morena, como era de esperarse, desestimaron la alianza y presumieron que a pesar de ella, ganarán la primera magistratura. Mal comienzo porque en política nada está escrito y todo puede pasar. La historia así lo dice. En 1998, el priista Joaquín Cisneros Fernández minimizó la “gran alianza” formada por varios partidos de oposición y decidió no hacer acuerdos con mini-institutos que pudieron haberle dado los votos suficientes para ganar los comicios de ese año.

El tricolor se confió porque, en un principio, el PRD presumía como sus “cartas fuertes” a Fabián Pérez Flores y al empresario José Vicente Sáiz Tejero y estaba confiado de que ninguno de ellos era “gallo” para Cisneros, cuyas encuestas de la Universidad de Guadalajara –ahora sabemos que siempre fueron manipuladas- daban al partido en el poder y a su abanderado una ventaja de tres a uno sobre cualquiera que fuera ungido candidato de la “candidatura común”.

Pero nunca reparó en que saldría un “tercer tirador”. Sin cortesía alguna, el PRD “bajó del caballo” a Pérez Flores y a Sáiz Tejero y entregó la candidatura a Alfonso Sánchez Anaya quien, tras 38 años de militancia priista, renunciaba a las filas de ese partido en protesta porque la designación del abanderado había sido producto de la “manipulación y el engaño”. Ya en campaña, otra vez Cisneros subestimó la alianza opositora y perdió las votaciones.

En la elección de hace casi cuatro años, cargando con la “maldición política”, a Lorena Cuéllar Cisneros, quien hoy aspira a ser candidata de Morena al gobierno estatal, sucedió algo similar.

En la ciudad de México, a unas horas del cierre para registrar alianzas, Cuéllar Cisneros, entonces abanderada del PRD, se negó a firmar acuerdos con el Partido del Trabajo (PT), instituto que en los comicios en los que ganó el priista Marco Antonio Mena Rodríguez, hoy gobernador de Tlaxcala, pudo haberle dado el triunfo.

Confirmado por presentes en las negociaciones, en un lujoso hotel de Reforma, pactando la alianza PRD-PT, Cuéllar explotó cuando el líder estatal del “partido de la estrella”, Silvano Garay Ulloa, pidió, a cambio de la alianza la titularidad de las secretarías de Gobierno, de Educación Pública, de Finanzas y de Desarrollo Económico.

-¿Pero, cómo crees? Eso es mucho, espetó Cuéllar.

-Pues eso es lo que queremos- respondió el hoy diputado federal.

En el estira y afloja y con el tiempo encima, un dirigente nacional perredista llamó –a un extremo del restaurante a Cuéllar- y le soltó: “firma todo, cuando seas gobernadora no le das nada”.

Pero Cuéllar dijo que no y argumentó que sola podía ganar a Mena y, aunque después, cuando los tiempos en el Instituto Tlaxcalteca de Elecciones habían fenecido, Garay le bajó “dos rayitas al tigre” (la lista de peticiones disminuyó en un 70 %), llamó vía telefónica a Cuéllar y acordó una alianza “de facto”, que sirvió para dos cosas: para nada porque los votos de ambos partidos no hicieron sumatoria. El PRI, hábil, llevaba a sus partidos “satélites” y, al final, venció.

Eso no significa que la alianza de cinco partidos tenga “un cheque en blanco” en la bolsa, pues ya veremos cómo será la rebatinga a la hora de decidir quién la encabezará y si la ganadora (o) contará con el apoyo de todos, algo que se antoja casi imposible.

Pero lo cierto es que subestimar al contrario es el peor error que puede cometer un político, sobre todo porque, en competencias donde hay más de un aspirante al mismo cargo, el que pierde acumula rencores y el que gana, la mayoría de las veces, se pierde en la soberbia. Al tiempo.