/ martes 19 de mayo de 2020

Tintero | Un sistema educativo anacrónico

La contingencia sanitaria provocada por el Coronavirus puso al descubierto la fragilidad del sistema educativo mexicano y evidenció que es inadaptado y hasta anacrónico. De hecho, en casi 60 días, el mortal virus mostró que lo que siempre presumieron las autoridades, de que el educativo era un rubro fuerte y consolidado, es más falso que un billete de dos mil pesos.

La Covid-19 obligó a la mayoría de los mexicanos a cumplir una cuarentena y a mantener, con familiares y amigos, pero sobre todo en las calles, una sana distancia.

Ante el alarmante número de muertes, el gobierno de la República –que originalmente minimizó el problema- se vio obligado a suspender clases en todos los planteles educativos del país, públicos, privados y de todos los niveles. Y entonces salió a relucir que, en materia educativa y en el uso de la tecnología en este rubro, el sistema está más que perdido y atrasado.

Cierto, nadie estaba listo para enfrentar una situación de esta naturaleza, pero tampoco las autoridades hicieron un análisis estructural prospectivo para prever que, algún día no muy lejano (que ya llegó), se tendrían que dar clases a través de internet y vía televisión.

En México, solo el Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, operaba -desde hace varios años- las clases a distancia con una visión avanzada.

El problema es que aunque se vive en la era de la tecnología, la mayoría de los estudiantes solo la usa para postear banalidades en Facebook, Twitter, Instagram y otros sistemas de comunicación digital existentes.

La realidad es visible. La educación en México y evidentemente en Tlaxcala, atraviesa por una severa crisis. Las clases en línea son un verdadero fracaso pues no tienen la suficiente consistencia para suplir a las presenciales. No hay planeación y están mal diseñadas.

No digo que son todos, pero un gran porcentaje de mentores solo envía materiales de trabajo, tareas y espera que los estudiantes los resuelven como "Dios les da a entender". Tampoco les importa que los niños y adolescentes estén sometidos, por el encierro, a elevados niveles de estrés, depresión, tristeza y ansiedad, lo que limita su capacidad de aprendizaje.

Los estudiantes no entienden a sus maestros y cómo estarán las cosas que todavía existen maestros que ni siquiera cuentan con celular. Entonces ¿cómo pretenden comunicarse con los alumnos si es que, en muchos casos, es la única forma de tener contacto directo?

De qué sirve que el mundo esté dominado por "jóvenes tecnológicos" si todavía persisten las autoridades educativas anacrónicas que están más ocupadas en cumplir caprichos de sindicatos obsoletos y codiciosos como el SNTE, en lugar de trabajar por tener una educación de calidad en los hechos y no solo en el discurso.

Lo cierto es que las autoridades nunca miraron a futuro y, como era de esperarse, tampoco diseñaron un plan "B" para no frenar de golpe, ante una emergencia, el proceso de enseñanza-aprendizaje de los alumnos.

De momento, el regreso a clases es incierto como lo es el sistema de evaluación que aplicarán los docentes aunque, en cualquier circunstancia, será injusto en estados como Tlaxcala donde todavía predomina la desigualdad social entre quienes poseen todas las herramientas digitales para trabajar y entre aquellos estudiantes, cuyas familias, o usan el poco dinero que tienen para comprar alimentos o lo destinan para contratar un sistema de internet.

Es tiempo de que las autoridades educativas se pongan las pilas. La pandemia si bien puso al descubierto las fallas estructurales del sistema educativo, también da la oportunidad de corregirlas.

El reto es aprender a vivir con la tecnología como una forma para resolver problemas y no para agrandarlos y lograr un mayor compromiso de los maestros con la profesión, pero sobre todo, romper de tajo esa "relación enfermiza" de autoridades-sindicatos que mucho daño le ha hecho a la educación. Al tiempo

La contingencia sanitaria provocada por el Coronavirus puso al descubierto la fragilidad del sistema educativo mexicano y evidenció que es inadaptado y hasta anacrónico. De hecho, en casi 60 días, el mortal virus mostró que lo que siempre presumieron las autoridades, de que el educativo era un rubro fuerte y consolidado, es más falso que un billete de dos mil pesos.

La Covid-19 obligó a la mayoría de los mexicanos a cumplir una cuarentena y a mantener, con familiares y amigos, pero sobre todo en las calles, una sana distancia.

Ante el alarmante número de muertes, el gobierno de la República –que originalmente minimizó el problema- se vio obligado a suspender clases en todos los planteles educativos del país, públicos, privados y de todos los niveles. Y entonces salió a relucir que, en materia educativa y en el uso de la tecnología en este rubro, el sistema está más que perdido y atrasado.

Cierto, nadie estaba listo para enfrentar una situación de esta naturaleza, pero tampoco las autoridades hicieron un análisis estructural prospectivo para prever que, algún día no muy lejano (que ya llegó), se tendrían que dar clases a través de internet y vía televisión.

En México, solo el Tecnológico de Monterrey, en Nuevo León, operaba -desde hace varios años- las clases a distancia con una visión avanzada.

El problema es que aunque se vive en la era de la tecnología, la mayoría de los estudiantes solo la usa para postear banalidades en Facebook, Twitter, Instagram y otros sistemas de comunicación digital existentes.

La realidad es visible. La educación en México y evidentemente en Tlaxcala, atraviesa por una severa crisis. Las clases en línea son un verdadero fracaso pues no tienen la suficiente consistencia para suplir a las presenciales. No hay planeación y están mal diseñadas.

No digo que son todos, pero un gran porcentaje de mentores solo envía materiales de trabajo, tareas y espera que los estudiantes los resuelven como "Dios les da a entender". Tampoco les importa que los niños y adolescentes estén sometidos, por el encierro, a elevados niveles de estrés, depresión, tristeza y ansiedad, lo que limita su capacidad de aprendizaje.

Los estudiantes no entienden a sus maestros y cómo estarán las cosas que todavía existen maestros que ni siquiera cuentan con celular. Entonces ¿cómo pretenden comunicarse con los alumnos si es que, en muchos casos, es la única forma de tener contacto directo?

De qué sirve que el mundo esté dominado por "jóvenes tecnológicos" si todavía persisten las autoridades educativas anacrónicas que están más ocupadas en cumplir caprichos de sindicatos obsoletos y codiciosos como el SNTE, en lugar de trabajar por tener una educación de calidad en los hechos y no solo en el discurso.

Lo cierto es que las autoridades nunca miraron a futuro y, como era de esperarse, tampoco diseñaron un plan "B" para no frenar de golpe, ante una emergencia, el proceso de enseñanza-aprendizaje de los alumnos.

De momento, el regreso a clases es incierto como lo es el sistema de evaluación que aplicarán los docentes aunque, en cualquier circunstancia, será injusto en estados como Tlaxcala donde todavía predomina la desigualdad social entre quienes poseen todas las herramientas digitales para trabajar y entre aquellos estudiantes, cuyas familias, o usan el poco dinero que tienen para comprar alimentos o lo destinan para contratar un sistema de internet.

Es tiempo de que las autoridades educativas se pongan las pilas. La pandemia si bien puso al descubierto las fallas estructurales del sistema educativo, también da la oportunidad de corregirlas.

El reto es aprender a vivir con la tecnología como una forma para resolver problemas y no para agrandarlos y lograr un mayor compromiso de los maestros con la profesión, pero sobre todo, romper de tajo esa "relación enfermiza" de autoridades-sindicatos que mucho daño le ha hecho a la educación. Al tiempo