/ viernes 26 de junio de 2020

¡Tragedia humana…!

2020, año de males, preñado de dolor, sin distingos acecha la muerte pandémica. Somos candidatos. La parca nos señala con canallesco índice desde lo abismal de su gélida mirada. Su asistencia inesperada, anonada y pasma.

En días transforma el escenario personal y familiar. La primera llamada es la dificultad de respirar, vendrá la hospitalaria internación e intubación y después quizá la muerte y la pira funeraria, que depositará en una urna, ceniciento recuerdo para los nuestros. No habrá despedidas corpóreas de quien se va, pero si la orfandad en el desolado corazón de quienes se quedan y con ello el drama se torna tragedia. Los entramados familiares bordados amorosamente en muchos años, se destejerán en horas de sórdida e ininteligible existencia sin respuestas a los porqués. Muertes covidianas que escapan a la cotidianidad. Lágrimas y dolor inesperado. El temor al contagio impide cercanía con los despojos. La tragedia enseñorea, la familia se deshace en amargura. La desventura ha tocado las entrañas del hogar. Con lo que ahora sucede, quizás alguna vez se escriban extensos anecdotarios de este año de desgracias.

Va una página: Clemente se llamó, fue destacado deportista del ciclismo. Obrero textil, conoció los campos canadienses buscando el sustento para su familia. Amoroso de sus hijos. Digno hijo de sus padres. Hombre de su tiempo. Con los defectos y errores de quienes vagamos por estas mundanas praderas. Ciudadano participativo. Sus alveolos, repletos de fibras textiles, ante la enfermedad disminuyeron su posibilidad respiratoria y vino la muerte. Se marchó al encuentro con sus antepasados con la serenidad dibujada en su rostro. Ya está en esa dimensión, en donde todos llegaremos alguna vez. En cinco días el libro de la vida familiar se alteró y hoy se escriben páginas con llanto y dolor. En su espacio existencial quedó la nada, donde los suyos buscan con la mirada sin encontrar al ser amado y se llora en el silencio. Hay desolación. Amarguras como esta, lastiman históricamente a un pueblo que mucho ha conocido del sufrimiento y la desgracia. La muerte invisible se ajetrea en nuestro tiempo. Las estadísticas reflejaran solo números, pero no las amarguras de tantos corazones destrozados detrás de aquellos portones con moño negro. Esta epidemia es un azote sin piedad. Acostumbramos burlarnos de la muerte, pero confraternizar con ella no es lo nuestro. La fantasmagórica "huesuda" con sus visitas, lacera profundamente las almas y por desgracia eso es lo cotidiano en el momento actual.

Una página más: sucedió en población cercana a la capital de Tlaxcala y de madrugada, hasta la recamara de la víctima ingresó un desalmado sujeto y a navajazos privó de la vida a una joven madre a la vista de su hijo, que días antes había recibido y conserva una bala en el cerebro, que lo privó en parte de sus facultades. De poco serviría conocer las razones, lo imperdonable es el drama de lo acontecido, que se recrudece por el desamparo y abandono que hoy sufre el menor, atenido a la caridad familiar. Cuantas historias de dolor tienen lugar en esta tragicomedia de pesadilla a la que todos asistimos.

En tanto, seguimos la creencia de que es un avión nocturno el cual desde los cielos esparce la maldad o que se trata de una invención política para deshacerse socialmente de los mayores. Aunque la tragedia de golpe nos detiene, nos ubica en la realidad y nulifica lo absurdo.

Somos posibles actores de este drama, a todos nos puede alcanzar el protagonismo. Mientras los gobernantes del planeta no logren un acuerdo que unificadamente y para todos sin distingo, produzca la vacuna, estamos expuestos. Vendrán tiempos mejores, en que respiremos sin cubrebocas, hagamos vida social sin temores, nos abigarremos en multitudes sin miedo al contagio. El mundo deberá cambiar la mezquindad por la bondad, deberá ser una etapa en que se enaltezcan los más caros valores éticos y morales y esto que hoy vivimos se recordara, pero el porvenir costará sangre y esfuerzos para que lleguemos a ese estadio de bienestar general en que la vida humana sea el epicentro de atención en lo político, social y económico del planeta.

Ayer la naturaleza nos sorprendió con un sismo. Los vientos continentales nos mandaron una tormenta de arena desde el Sahara. Mal y de malas, vendrán tiempos mejores.

2020, año de males, preñado de dolor, sin distingos acecha la muerte pandémica. Somos candidatos. La parca nos señala con canallesco índice desde lo abismal de su gélida mirada. Su asistencia inesperada, anonada y pasma.

En días transforma el escenario personal y familiar. La primera llamada es la dificultad de respirar, vendrá la hospitalaria internación e intubación y después quizá la muerte y la pira funeraria, que depositará en una urna, ceniciento recuerdo para los nuestros. No habrá despedidas corpóreas de quien se va, pero si la orfandad en el desolado corazón de quienes se quedan y con ello el drama se torna tragedia. Los entramados familiares bordados amorosamente en muchos años, se destejerán en horas de sórdida e ininteligible existencia sin respuestas a los porqués. Muertes covidianas que escapan a la cotidianidad. Lágrimas y dolor inesperado. El temor al contagio impide cercanía con los despojos. La tragedia enseñorea, la familia se deshace en amargura. La desventura ha tocado las entrañas del hogar. Con lo que ahora sucede, quizás alguna vez se escriban extensos anecdotarios de este año de desgracias.

Va una página: Clemente se llamó, fue destacado deportista del ciclismo. Obrero textil, conoció los campos canadienses buscando el sustento para su familia. Amoroso de sus hijos. Digno hijo de sus padres. Hombre de su tiempo. Con los defectos y errores de quienes vagamos por estas mundanas praderas. Ciudadano participativo. Sus alveolos, repletos de fibras textiles, ante la enfermedad disminuyeron su posibilidad respiratoria y vino la muerte. Se marchó al encuentro con sus antepasados con la serenidad dibujada en su rostro. Ya está en esa dimensión, en donde todos llegaremos alguna vez. En cinco días el libro de la vida familiar se alteró y hoy se escriben páginas con llanto y dolor. En su espacio existencial quedó la nada, donde los suyos buscan con la mirada sin encontrar al ser amado y se llora en el silencio. Hay desolación. Amarguras como esta, lastiman históricamente a un pueblo que mucho ha conocido del sufrimiento y la desgracia. La muerte invisible se ajetrea en nuestro tiempo. Las estadísticas reflejaran solo números, pero no las amarguras de tantos corazones destrozados detrás de aquellos portones con moño negro. Esta epidemia es un azote sin piedad. Acostumbramos burlarnos de la muerte, pero confraternizar con ella no es lo nuestro. La fantasmagórica "huesuda" con sus visitas, lacera profundamente las almas y por desgracia eso es lo cotidiano en el momento actual.

Una página más: sucedió en población cercana a la capital de Tlaxcala y de madrugada, hasta la recamara de la víctima ingresó un desalmado sujeto y a navajazos privó de la vida a una joven madre a la vista de su hijo, que días antes había recibido y conserva una bala en el cerebro, que lo privó en parte de sus facultades. De poco serviría conocer las razones, lo imperdonable es el drama de lo acontecido, que se recrudece por el desamparo y abandono que hoy sufre el menor, atenido a la caridad familiar. Cuantas historias de dolor tienen lugar en esta tragicomedia de pesadilla a la que todos asistimos.

En tanto, seguimos la creencia de que es un avión nocturno el cual desde los cielos esparce la maldad o que se trata de una invención política para deshacerse socialmente de los mayores. Aunque la tragedia de golpe nos detiene, nos ubica en la realidad y nulifica lo absurdo.

Somos posibles actores de este drama, a todos nos puede alcanzar el protagonismo. Mientras los gobernantes del planeta no logren un acuerdo que unificadamente y para todos sin distingo, produzca la vacuna, estamos expuestos. Vendrán tiempos mejores, en que respiremos sin cubrebocas, hagamos vida social sin temores, nos abigarremos en multitudes sin miedo al contagio. El mundo deberá cambiar la mezquindad por la bondad, deberá ser una etapa en que se enaltezcan los más caros valores éticos y morales y esto que hoy vivimos se recordara, pero el porvenir costará sangre y esfuerzos para que lleguemos a ese estadio de bienestar general en que la vida humana sea el epicentro de atención en lo político, social y económico del planeta.

Ayer la naturaleza nos sorprendió con un sismo. Los vientos continentales nos mandaron una tormenta de arena desde el Sahara. Mal y de malas, vendrán tiempos mejores.