/ martes 9 de julio de 2019

Tristeza que mata

Lupita abrió los ojos preguntándose para qué seguía con vida. Era su cumpleaños número 20 y su familia cantó las mañanitas a coro, listos para hacerle pasar un día hermoso.

Estaban preocupados por ella desde hacía meses…tal vez años. Había estado triste, muy triste, tan triste que tenían mucho miedo que se convirtiese en una más de esos 6285 casos de suicidio registrados en 2016; la segunda causa de muerte entre jóvenes en México solo después de accidentes. La familia no sabía que ella padecía depresión.

Lupita no siempre vivió sintiendo que no valía o que al resto del mundo le era indiferente su existencia. Solo era una muchacha de 15 años cuando le dieron una copa, luego un cigarro de marihuana; al sentir su efecto también sintió que todos los problemas se esfumaban; el divorcio de sus padres dejaba de doler, sus notas en la escuela eran asunto secundario, la muerte de su abuela no la ponía triste, y que no importaba, que con las sustancias su pensamiento era brillante y sus sentimientos desagradables desaparecían.

Paulatinamente ingirió más. Algo más de alcohol, algo más de mota, de esa que sus amigos le decían que no hacía daño porque era medicinal (¿de qué estaría enferma para requerir medicina?) El uso se hizo cotidiano. Ya no era solo en una fiesta, en un concierto o con amigos; cada vez más era sola, había robado para comprar, había mentido y peleado con su familia. Del alcohol y la mota había pasado a cocaína y ácidos…al principio la hacían feliz, luego la traicionaban: jamás se volvió a sentir como esa primera vez y el agujero negro en el que se iba su alegría de vivir crecía y se hacía más profundo.

Lupita fue cambiando. Tenía episodios maniacos y depresivos separados por tiempo de estado de ánimo normal. A veces estaba irritable, con el ánimo muy elevado, hiperactiva y hablando en exceso y de forma desordenada, con la autoestima muy alta y sin necesidad de dormir. Otros días no sentía interés por nada y parecía haber perdido la capacidad de disfrutar la vida. No tenía energía sino para apenas respirar. Estaba atrapada. Padecía depresión en su modalidad de Trastorno Afectivo Bipolar. ¡Necesitaba ayuda!

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el planeta más de 300 millones de personas padecen depresión y es la causa número uno de discapacidad. Aunque afecta más a la mujer, cualquiera que haya pasado un trauma psicológico como luto, desempleo, adicciones y un largo etcétera son susceptibles de padecerla. No es solo tristeza, ¡es una enfermedad! Debe tratarse por un psiquiatra o profesional de salud capacitado y el paciente requiere el apoyo de su familia y grupo social para salir adelante.

Lupita está en tratamiento. Sabe que no puede sola, pero también que la Providencia que es el amor puro de su Ser Superior la está llenando de ángeles vestidos de personas que la aceptan, abrazan y acompañan. Ella no se quitará la vida…está aprendiendo a construir una vida útil y feliz.

Lupita abrió los ojos preguntándose para qué seguía con vida. Era su cumpleaños número 20 y su familia cantó las mañanitas a coro, listos para hacerle pasar un día hermoso.

Estaban preocupados por ella desde hacía meses…tal vez años. Había estado triste, muy triste, tan triste que tenían mucho miedo que se convirtiese en una más de esos 6285 casos de suicidio registrados en 2016; la segunda causa de muerte entre jóvenes en México solo después de accidentes. La familia no sabía que ella padecía depresión.

Lupita no siempre vivió sintiendo que no valía o que al resto del mundo le era indiferente su existencia. Solo era una muchacha de 15 años cuando le dieron una copa, luego un cigarro de marihuana; al sentir su efecto también sintió que todos los problemas se esfumaban; el divorcio de sus padres dejaba de doler, sus notas en la escuela eran asunto secundario, la muerte de su abuela no la ponía triste, y que no importaba, que con las sustancias su pensamiento era brillante y sus sentimientos desagradables desaparecían.

Paulatinamente ingirió más. Algo más de alcohol, algo más de mota, de esa que sus amigos le decían que no hacía daño porque era medicinal (¿de qué estaría enferma para requerir medicina?) El uso se hizo cotidiano. Ya no era solo en una fiesta, en un concierto o con amigos; cada vez más era sola, había robado para comprar, había mentido y peleado con su familia. Del alcohol y la mota había pasado a cocaína y ácidos…al principio la hacían feliz, luego la traicionaban: jamás se volvió a sentir como esa primera vez y el agujero negro en el que se iba su alegría de vivir crecía y se hacía más profundo.

Lupita fue cambiando. Tenía episodios maniacos y depresivos separados por tiempo de estado de ánimo normal. A veces estaba irritable, con el ánimo muy elevado, hiperactiva y hablando en exceso y de forma desordenada, con la autoestima muy alta y sin necesidad de dormir. Otros días no sentía interés por nada y parecía haber perdido la capacidad de disfrutar la vida. No tenía energía sino para apenas respirar. Estaba atrapada. Padecía depresión en su modalidad de Trastorno Afectivo Bipolar. ¡Necesitaba ayuda!

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el planeta más de 300 millones de personas padecen depresión y es la causa número uno de discapacidad. Aunque afecta más a la mujer, cualquiera que haya pasado un trauma psicológico como luto, desempleo, adicciones y un largo etcétera son susceptibles de padecerla. No es solo tristeza, ¡es una enfermedad! Debe tratarse por un psiquiatra o profesional de salud capacitado y el paciente requiere el apoyo de su familia y grupo social para salir adelante.

Lupita está en tratamiento. Sabe que no puede sola, pero también que la Providencia que es el amor puro de su Ser Superior la está llenando de ángeles vestidos de personas que la aceptan, abrazan y acompañan. Ella no se quitará la vida…está aprendiendo a construir una vida útil y feliz.