/ lunes 11 de octubre de 2021

Una bella utopía (Parte 1)

Para AMLO y la 4T es imperioso concretar su Reforma Eléctrica a fin de: 1) restituir a la Nación la soberanía sobre sus recursos energéticos y, 2) abastecer todos sus requerimientos en la materia sin depender de intereses ajenos

Un ideal que compartimos muchos jóvenes durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado fue lograr que México fuera autosuficiente, soberano e independiente.

La esperanza la daba saber que la Nación poseía una enorme y en apariencia inagotable riqueza petrolera y que, además, disponía de agua suficiente para llenar las grandes presas construidas por los gobiernos de la revolución, generando en ellas el fluido eléctrico que ya exigía nuestro incipiente desarrollo urbano e industrial.

Como complemento de tan optimista visión, el campo que, por centurias se había valido de implementos rústicos para trabajar la tierra, empezaba ya a tecnificarse y a organizarse en formas de producción colectiva que -pensábamos- harían posible satisfacer las necesidades alimentarias básicas de la población.

Cuando las circunstancias permitían soñar

Sabíamos cómo extraer el hidrocarburo y cómo procesarlo para obtener sus múltiples subproductos, v. gr.: gasolinas y fertilizantes. Nos sentíamos además capaces de cubrir todo el territorio nacional con una gran red de distribución de electricidad que la llevaría del Sur donde se originaba hasta el último confín del país en que pudiera necesitarse.

En 1938 Pemex, empresa creada para ser la “única con licencia para explorar, extraer, transportar, almacenar, refinar y vender petróleo”, se sumaba a la Comisión Federal de Electricidad, de 1937, y luego, en 1960, a la Compañía de Luz y Fuerza, dotadas ambas de atribuciones para, en exclusiva, “generar, conducir, transformar, abastecer y distribuir energía eléctrica”, formando todo un monopolio estatal en materia de energía que funcionaba con razonable eficiencia.

Se delineaba entonces un México posible

En 1961 se fundó la Compañía Nacional de Subsistencias Populares -Conasupo por sus siglas-, un ente regulador del comercio del frijol y el maíz, amén de otros alimentos como arroz, atún, pan, galletas y sopas. Se creó -decía su decreto fundacional- para “defender a la gente pobre, mantener los precios de garantía a los campesinos y preservar la equidad en el mercado nacional”. Era la “tienda del pueblo”.

A la par de esas medidas se levantaban centros de salud, hospitales y escuelas. Ese era el México, deseado y deseable, en que creíamos y que, sesenta años después, quiere reconstruir el presidente López Obrador. Tiempos en que nos enfilábamos a un desarrollo equilibrado y justo, donde el estado sólo intervenía en los rubros que el mercado desatendía -o mal atendía- en perjuicio de las mayorías.

El individualismo y la avaricia nos desviaron de la ruta

Tristemente, se potenciaron vicios y prácticas que desvirtuaron las metas originales; periodos hubo en que el estado fabricó desde bicicletas hasta medias de mujer. La “economía mixta”, que marchaba con crecimientos superiores al 6%, se desquició al desdibujarse las fronteras de los espacios que, en buena lógica, le tocaban a la iniciativa privada.

El desorden de las finanzas gubernamentales trajo aparejada una inflación descontrolada con la que banqueros y comerciantes sin escrúpulos hacían su agosto. Se multiplicaron las raterías en las entidades del estado y se solapó a sindicatos y funcionarios que robaban a manos llenas y consentían la holgazanería de los trabajadores. La utopía comenzaba a derrumbarse, corroída por una impunidad irrefrenable que ningún presidente se atrevió a remediar.

Libertinaje sin ley

El fracaso del intervencionismo oficialista obligó a reconsiderar el sistema económico. Al neoliberalismo le abrió paso De la Madrid, y luego Salinas abusó del concepto. El mercado jugó sin control y la “rectoría del estado” se diluyó hasta desaparecer.

Las empresas paraestatales -incluyendo la banca expropiada por López Portillo- se subastaron entre postores elegidos a gusto del mandatario. De la noche a la mañana nacieron fortunas desorbitadas y la corrupción se desbordó.

La teoría harvardiana sostenía que la riqueza acumulada derramaría sus beneficios hasta la base misma de la pirámide social, lo que -según datos disponibles- jamás ocurrió: en treinta años de la era neoliberal, el crecimiento promedio anualizado no llegó al 2% y el producto interno per cápita fue el más bajo de cuantos se tienen registro.

De un mercado cerrado y paternalista a una apertura sin proteccionismos

De esa época datan los primeros tratados comerciales internacionales, destacadamente el que se pactó con Estados Unidos y Canadá.

Tras un inicio traumático para una industria nacional desacostumbrada a la competencia, el acuerdo ha supuesto un incremento extraordinario en el intercambio de mercaderías entre las tres naciones, fenómeno que paradójicamente contrasta con los elevados índices de pobreza que prevalecen en México y que sólo se explican por una injusta distribución de la riqueza que nos ubica entre los primeros lugares de la desigualdad en el mundo.

ANTENA NACIONAL

La Belisario Domínguez

Tanto a don Manuel Velasco Suárez como a Ifigenia Martínez, los dos personajes galardonados con la emblemática medalla, tuve el privilegio de tratarlos de manera cercana, al primero en 1963 durante la construcción del Instituto Nacional de Enfermedades Nerviosas en la que fungí como Sub-Residente de la Obra, y a la segunda en la campaña electoral que la llevó al Senado de la República en 1988. El próximo lunes me ocuparé in extenso de este tema.

Para AMLO y la 4T es imperioso concretar su Reforma Eléctrica a fin de: 1) restituir a la Nación la soberanía sobre sus recursos energéticos y, 2) abastecer todos sus requerimientos en la materia sin depender de intereses ajenos

Un ideal que compartimos muchos jóvenes durante buena parte de la segunda mitad del siglo pasado fue lograr que México fuera autosuficiente, soberano e independiente.

La esperanza la daba saber que la Nación poseía una enorme y en apariencia inagotable riqueza petrolera y que, además, disponía de agua suficiente para llenar las grandes presas construidas por los gobiernos de la revolución, generando en ellas el fluido eléctrico que ya exigía nuestro incipiente desarrollo urbano e industrial.

Como complemento de tan optimista visión, el campo que, por centurias se había valido de implementos rústicos para trabajar la tierra, empezaba ya a tecnificarse y a organizarse en formas de producción colectiva que -pensábamos- harían posible satisfacer las necesidades alimentarias básicas de la población.

Cuando las circunstancias permitían soñar

Sabíamos cómo extraer el hidrocarburo y cómo procesarlo para obtener sus múltiples subproductos, v. gr.: gasolinas y fertilizantes. Nos sentíamos además capaces de cubrir todo el territorio nacional con una gran red de distribución de electricidad que la llevaría del Sur donde se originaba hasta el último confín del país en que pudiera necesitarse.

En 1938 Pemex, empresa creada para ser la “única con licencia para explorar, extraer, transportar, almacenar, refinar y vender petróleo”, se sumaba a la Comisión Federal de Electricidad, de 1937, y luego, en 1960, a la Compañía de Luz y Fuerza, dotadas ambas de atribuciones para, en exclusiva, “generar, conducir, transformar, abastecer y distribuir energía eléctrica”, formando todo un monopolio estatal en materia de energía que funcionaba con razonable eficiencia.

Se delineaba entonces un México posible

En 1961 se fundó la Compañía Nacional de Subsistencias Populares -Conasupo por sus siglas-, un ente regulador del comercio del frijol y el maíz, amén de otros alimentos como arroz, atún, pan, galletas y sopas. Se creó -decía su decreto fundacional- para “defender a la gente pobre, mantener los precios de garantía a los campesinos y preservar la equidad en el mercado nacional”. Era la “tienda del pueblo”.

A la par de esas medidas se levantaban centros de salud, hospitales y escuelas. Ese era el México, deseado y deseable, en que creíamos y que, sesenta años después, quiere reconstruir el presidente López Obrador. Tiempos en que nos enfilábamos a un desarrollo equilibrado y justo, donde el estado sólo intervenía en los rubros que el mercado desatendía -o mal atendía- en perjuicio de las mayorías.

El individualismo y la avaricia nos desviaron de la ruta

Tristemente, se potenciaron vicios y prácticas que desvirtuaron las metas originales; periodos hubo en que el estado fabricó desde bicicletas hasta medias de mujer. La “economía mixta”, que marchaba con crecimientos superiores al 6%, se desquició al desdibujarse las fronteras de los espacios que, en buena lógica, le tocaban a la iniciativa privada.

El desorden de las finanzas gubernamentales trajo aparejada una inflación descontrolada con la que banqueros y comerciantes sin escrúpulos hacían su agosto. Se multiplicaron las raterías en las entidades del estado y se solapó a sindicatos y funcionarios que robaban a manos llenas y consentían la holgazanería de los trabajadores. La utopía comenzaba a derrumbarse, corroída por una impunidad irrefrenable que ningún presidente se atrevió a remediar.

Libertinaje sin ley

El fracaso del intervencionismo oficialista obligó a reconsiderar el sistema económico. Al neoliberalismo le abrió paso De la Madrid, y luego Salinas abusó del concepto. El mercado jugó sin control y la “rectoría del estado” se diluyó hasta desaparecer.

Las empresas paraestatales -incluyendo la banca expropiada por López Portillo- se subastaron entre postores elegidos a gusto del mandatario. De la noche a la mañana nacieron fortunas desorbitadas y la corrupción se desbordó.

La teoría harvardiana sostenía que la riqueza acumulada derramaría sus beneficios hasta la base misma de la pirámide social, lo que -según datos disponibles- jamás ocurrió: en treinta años de la era neoliberal, el crecimiento promedio anualizado no llegó al 2% y el producto interno per cápita fue el más bajo de cuantos se tienen registro.

De un mercado cerrado y paternalista a una apertura sin proteccionismos

De esa época datan los primeros tratados comerciales internacionales, destacadamente el que se pactó con Estados Unidos y Canadá.

Tras un inicio traumático para una industria nacional desacostumbrada a la competencia, el acuerdo ha supuesto un incremento extraordinario en el intercambio de mercaderías entre las tres naciones, fenómeno que paradójicamente contrasta con los elevados índices de pobreza que prevalecen en México y que sólo se explican por una injusta distribución de la riqueza que nos ubica entre los primeros lugares de la desigualdad en el mundo.

ANTENA NACIONAL

La Belisario Domínguez

Tanto a don Manuel Velasco Suárez como a Ifigenia Martínez, los dos personajes galardonados con la emblemática medalla, tuve el privilegio de tratarlos de manera cercana, al primero en 1963 durante la construcción del Instituto Nacional de Enfermedades Nerviosas en la que fungí como Sub-Residente de la Obra, y a la segunda en la campaña electoral que la llevó al Senado de la República en 1988. El próximo lunes me ocuparé in extenso de este tema.