/ lunes 18 de febrero de 2019

¡Yo difiero!

¡No! No se trató del “encuentro cultural de dos mundos”. Los hechos nos dicen que lo acontecido se debe encasillar bajo otro nombre, Quinientos años ha, que, a esta región de América, arribaron navíos españoles, movidos por la ambición y que buscaba el paso a la Indias Orientales, tierra de las especias que convirtiera en apetecible la insípida comida europea.

Aventureros sin intenciones de conquista cultural; los impulsaba la codicia a costa de lo que fuera. No seamos ingenuos, ni siquiera buscaban inculcarnos una nueva religión. Esta llegó como herramienta de sometimiento y porque conquistando el espíritu podían introyectar en el pensamiento indiano la callada obediencia; en nada les importaba la salvación del alma ajena, al indígena lo consideraban desprovisto de ella y hasta su nombre natural le quitaron para imponerle uno castizo.

En este año, se cumplen cinco siglos del mal llamado “encuentro de dos culturas”. En mi opinión esto es falaz, no se puede hablar así, cuando el avasallamiento de lo que dio por llamarse el “nuevo mundo”, sucedió en condiciones ventajosas de superioridad de tecnología guerrera; traían caballos, animal desconocido, armas que escupían fuego, casacas metálicas, tecnologías navales desarrolladas, diseminaron epidemias exterminantes. Se beneficiaron de la leyenda del retorno de Quetzalcóatl y de las desavenencias entre los pueblos originarios. ¡Sí! Fue un encuentro en el sentido de que militarmente chocaron dos fuerzas. Pero no un encuentro concertado y menos un recibimiento sino lo contrario. Fue una repulsa, un rechazo que dio paso a un brutal sojuzgamiento, por un guerrero sanguinario y astuto que se parapetó en los pueblos enemigos de los aztecas y a sangre y fuego conquistó, derrotó, arrasó, aniquiló, demolió una cultura para diseñar los cimientos de una nueva. A su caída, La gran Tenochtitlan casi fue derruida hasta sus cimientos, sus dioses arrojados a las lodosas aguas, sus templos saqueados para enriquecer a la metrópoli.

¡No! Nuestra razón nos obliga a pensar que no se trató de que dos culturas se encontraran. Los pueblos nativos para seguir adorando a sus dioses se vieron obligados a ocultarlos en los cimientos de los templos nuevos. Su posibilidad de sobrevivencia los empujó a las faldas de cerros y volcanes. Las mejores tierras fueron destinadas a los encomenderos y si el mestizaje se produjo no es porque ellos hayan querido mezclar sus genes con los nuestros, sino porque mujeres no traían y las nuestras se convirtieron en objetos sexuales. El pasado trató de ser borrado. Nos necesitaban para trabajar sus encomiendas, solo por ello y por la gracia de algunos evangelizadores, no fuimos exterminados o reducidos a reservaciones como los naturales de Norteamérica, pero nuestra riqueza natural comenzó a ser saqueada.

Taxco, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Hidalgo, entidades que hoy con ese nombre conocemos, aportaron las minas para sustraer oro y plata. La “Nueva España” pasó mundialmente a ser la productora número uno de plata. Un continuo de galeones se encargaba de llevar a Europa las riquezas. Hasta la fecha yacen en el golfo de México el “Santo niño de atocha” y el “Nuestra señora de los juncales”, como consecuencia de huracanes y peso excesivo.

Fueron trescientos años de servidumbre humillante, de cuasi esclavitud, de ser testigos de la destrucción de nuestra cultura. Los mayas a manos de Fray Diego de Landa miraron impotentes cómo ardían en publica pira miles de códices, perdiéndose para siempre inapreciables conocimientos. Cuauhtémoc, el último emperador azteca velardiano, fue esclavizado, torturado y muerto por Cortés, quien a la postre fue despojado por la corona española del nuevo reino que había “inventado”. Los europeos de ese siglo invadían, asesinaban, despojaban ya fuera en Asia, África o en América, el papa les dio “permiso” mediante una “bula”. La superioridad tecnológica en sus armas les dio la ventaja. Las guerras siempre las ganan quienes tienen mejores armas y ejércitos más disciplinados y por ello nos saquearon, apodándole “conquista” o como ahora se dice “encuentro cultural”.

Si algo debiera hacer el pueblo hispano, es ofrecer perdón al nuevo mundo. Fueron trescientos años de oprobio para nosotros, de parte de un pueblo que no conoce ni el perdón ni la comprensión y menos actitudes democráticas ya que son autoritarios, intolerantes y violadores de Derechos Humanos Fundamentales tal y como lo prueba el hecho de que actualmente, en Madrid, se juzga a doce dirigentes catalanes por un supuesto delito de “Rebelión”, “Malversación de recursos públicos y desobediencia”, esto porque Cataluña aspira a ser nación soberana y en un referendo, el noventa por ciento de ese pueblo determina ser una república independiente.

¡No! No se trató del “encuentro cultural de dos mundos”. Los hechos nos dicen que lo acontecido se debe encasillar bajo otro nombre, Quinientos años ha, que, a esta región de América, arribaron navíos españoles, movidos por la ambición y que buscaba el paso a la Indias Orientales, tierra de las especias que convirtiera en apetecible la insípida comida europea.

Aventureros sin intenciones de conquista cultural; los impulsaba la codicia a costa de lo que fuera. No seamos ingenuos, ni siquiera buscaban inculcarnos una nueva religión. Esta llegó como herramienta de sometimiento y porque conquistando el espíritu podían introyectar en el pensamiento indiano la callada obediencia; en nada les importaba la salvación del alma ajena, al indígena lo consideraban desprovisto de ella y hasta su nombre natural le quitaron para imponerle uno castizo.

En este año, se cumplen cinco siglos del mal llamado “encuentro de dos culturas”. En mi opinión esto es falaz, no se puede hablar así, cuando el avasallamiento de lo que dio por llamarse el “nuevo mundo”, sucedió en condiciones ventajosas de superioridad de tecnología guerrera; traían caballos, animal desconocido, armas que escupían fuego, casacas metálicas, tecnologías navales desarrolladas, diseminaron epidemias exterminantes. Se beneficiaron de la leyenda del retorno de Quetzalcóatl y de las desavenencias entre los pueblos originarios. ¡Sí! Fue un encuentro en el sentido de que militarmente chocaron dos fuerzas. Pero no un encuentro concertado y menos un recibimiento sino lo contrario. Fue una repulsa, un rechazo que dio paso a un brutal sojuzgamiento, por un guerrero sanguinario y astuto que se parapetó en los pueblos enemigos de los aztecas y a sangre y fuego conquistó, derrotó, arrasó, aniquiló, demolió una cultura para diseñar los cimientos de una nueva. A su caída, La gran Tenochtitlan casi fue derruida hasta sus cimientos, sus dioses arrojados a las lodosas aguas, sus templos saqueados para enriquecer a la metrópoli.

¡No! Nuestra razón nos obliga a pensar que no se trató de que dos culturas se encontraran. Los pueblos nativos para seguir adorando a sus dioses se vieron obligados a ocultarlos en los cimientos de los templos nuevos. Su posibilidad de sobrevivencia los empujó a las faldas de cerros y volcanes. Las mejores tierras fueron destinadas a los encomenderos y si el mestizaje se produjo no es porque ellos hayan querido mezclar sus genes con los nuestros, sino porque mujeres no traían y las nuestras se convirtieron en objetos sexuales. El pasado trató de ser borrado. Nos necesitaban para trabajar sus encomiendas, solo por ello y por la gracia de algunos evangelizadores, no fuimos exterminados o reducidos a reservaciones como los naturales de Norteamérica, pero nuestra riqueza natural comenzó a ser saqueada.

Taxco, Durango, Zacatecas, Guanajuato, Hidalgo, entidades que hoy con ese nombre conocemos, aportaron las minas para sustraer oro y plata. La “Nueva España” pasó mundialmente a ser la productora número uno de plata. Un continuo de galeones se encargaba de llevar a Europa las riquezas. Hasta la fecha yacen en el golfo de México el “Santo niño de atocha” y el “Nuestra señora de los juncales”, como consecuencia de huracanes y peso excesivo.

Fueron trescientos años de servidumbre humillante, de cuasi esclavitud, de ser testigos de la destrucción de nuestra cultura. Los mayas a manos de Fray Diego de Landa miraron impotentes cómo ardían en publica pira miles de códices, perdiéndose para siempre inapreciables conocimientos. Cuauhtémoc, el último emperador azteca velardiano, fue esclavizado, torturado y muerto por Cortés, quien a la postre fue despojado por la corona española del nuevo reino que había “inventado”. Los europeos de ese siglo invadían, asesinaban, despojaban ya fuera en Asia, África o en América, el papa les dio “permiso” mediante una “bula”. La superioridad tecnológica en sus armas les dio la ventaja. Las guerras siempre las ganan quienes tienen mejores armas y ejércitos más disciplinados y por ello nos saquearon, apodándole “conquista” o como ahora se dice “encuentro cultural”.

Si algo debiera hacer el pueblo hispano, es ofrecer perdón al nuevo mundo. Fueron trescientos años de oprobio para nosotros, de parte de un pueblo que no conoce ni el perdón ni la comprensión y menos actitudes democráticas ya que son autoritarios, intolerantes y violadores de Derechos Humanos Fundamentales tal y como lo prueba el hecho de que actualmente, en Madrid, se juzga a doce dirigentes catalanes por un supuesto delito de “Rebelión”, “Malversación de recursos públicos y desobediencia”, esto porque Cataluña aspira a ser nación soberana y en un referendo, el noventa por ciento de ese pueblo determina ser una república independiente.

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