/ martes 27 de junio de 2017

El Chapo, el relato de un México que se pactó criminal

Por: Rodrigo ISLAS BRITO

Netflix ha respondido al anuncio de demanda de los abogados deJoaquín “El Chapo” Guzmán con una señal simple pero bastanteefectiva. En el icono del link que conduce a la serie ElChapo, con una primera temporada de nueve capítulos, hansustituido la foto, que desde que fue lanzada la serie mostraba ensolitario al actor que interpreta al líder del cártel de Sinaloa(Marco de la O) por otra fotografía donde mediante un trabajo dePhotoshop sigue apareciendo El Chapo, solo que ahora acompañadopor el histrión que en la serie interpreta a Carlos Salinas deGortari, presidente de México de 1988 a 1994.

Chapo y Salinas aparecen mirando de frente a la cámara, como silos dos estuvieran posando para foto de expediente policiaco. Unocon su camisa simple de criminal callado que cuando le preguntarona qué se dedicaba se autonombró campesino, el otro con sutricolor banda presidencial de criminal impune que una vez dijo quea sus enemigos ni los veía ni los oía. Los dos como las dos carasde esa misma moneda podrida que la serie, dirigida por losmexicanos Juan Manuel Cravioto y Ernesto Contreras, nos presentacon una prontitud sin acertijos. Con esta foto el poderosísimoNetflix parece responder que si hay demanda, nadie se va a irlimpio.

Como no se van en la serie coproducida por Univisión, ninarcos, ni presidentes, ni generales, ni policías, la que para losque vivimos los noventas y crecimos viendo las noticias con JacoboZabludovsky, significa un regreso al pasado entre lo que vimos y loque debimos ver. Básicamente El Chapo (México-EUA) nosdeja claro en sus primeros casi 500 minutos de duración que eneste México lindo y querido el narcotráfico siempre ha sido unafaceta del gobierno federal y viceversa.

Si no, ahí está el personaje de Carlos Salinas de Gortari (dequien en su presentación muestran su verdadera voz de vendedorinmobiliario) indicándole al todavía no sabemos qué tan ficticioConrado (Humberto Busto) que desde ahora se encargará de lacoordinación entre los narcos y el gobierno. Si no, ahí estáAmado Carrillo, El Señor de los Cielos (Rodrigo Abed), primeroarrestado cuando un general del Ejército mexicano hijo de lapatria sanguinaria (excelente Luis Rabago) le dice que el trato deno agresión se acaba, después puesto en libertad cuando elGobierno necesita de sus dotes de consigliere para aligerar elplomo entre dos bandos.

Si no, ahí está el mentado general Blanco, siniestro ymedianamente ficcionado, mano derecha presidencial capaz deintentar el clásico dos pájaros de un tiro sobre narcos ycardenales en aeropuertos repletos de gente que han de morir soloporque por ahí iban pasando. Si no, ahí están los oscuros mandosgabachos de la DEA hablando siempre en el inglés del hagan lo queles digo como se los digo o les dejo caer los 400 tentáculos delamerican dream encima.

Con la colaboración como guionista del periodista AlejandroAlmazán, formalmente El Chapo queda algo por debajo de sunotable modelo, la anterior creación de Netflix en este tema,Narcos (2016-2017), pero logra también forjar su propiapista. La creación de Cravioto (quien ya mostró su capacidad parael cine de género gansteril con Mexican Gangster) yContreras (quien aquí se aleja, al menos aparentemente, de sustemas bucólicos de siempre) se lanza a mostrar las rutinas de lasimulación y el enjuague que hoy tienen a México entero ardiendoen las llamas de la sangre de una tierra que ya no es de nadie,más que del horror y del caos.

Por lo menos aquí ya los gringos no son los únicos buenos dela película, sino absolutos reyes del pastel, quienes un díaarrestan a los narcos que empoderan y al siguiente empiezan unnuevo expediente para algún día bajar al que acaba de llegar. Porlo menos aquí El Chapo Guzmán ya no es más ese héroe de corridoserrano que, solito y haciendo acopio de su estado de hijo delpueblo, accedió a ser un millonario de Forbes, sino un matónvenido desde abajo que desató la guerra porque, tal como se lopredijo su padre, no lo querían pasar de ser un simple gato de losmeros patrones.

El Chapo es una serie, no una hipócrita y dañeranarconovela de narcos y buchonas. Con un competente trabajo actoralde una tropa compuesta en su gran mayoría por histrionesdesconocidos, con un cuarto capítulo magistral que confluye entiempos que se interceptan hasta el estallido, con un leitmotiv intrigante de autos lujosos que dan flores y cantancanciones de autoafirmación ranchera, El Chapo, en suprimera temporada, es el competente relato de los deveniressociales y criminales de un país que aspiraba a vivir por siempreen códigos de comportamiento cimentados en la nada.

De cómo toda esta enorme narco fosa en la que vivimos todos losdías, se empezó a cavar en 1985, cuando un tipo que quería serel jefe de jefes le apostó su vida a Pablo Escobar Gaviria, con lapromesa de que le podía pasar cinco toneladas de cocaína deColombia a Estados Unidos en 48 horas. En esa apuesta se empezó aconfigurar el narco túnel de nuestra desgracia.

Por: Rodrigo ISLAS BRITO

Netflix ha respondido al anuncio de demanda de los abogados deJoaquín “El Chapo” Guzmán con una señal simple pero bastanteefectiva. En el icono del link que conduce a la serie ElChapo, con una primera temporada de nueve capítulos, hansustituido la foto, que desde que fue lanzada la serie mostraba ensolitario al actor que interpreta al líder del cártel de Sinaloa(Marco de la O) por otra fotografía donde mediante un trabajo dePhotoshop sigue apareciendo El Chapo, solo que ahora acompañadopor el histrión que en la serie interpreta a Carlos Salinas deGortari, presidente de México de 1988 a 1994.

Chapo y Salinas aparecen mirando de frente a la cámara, como silos dos estuvieran posando para foto de expediente policiaco. Unocon su camisa simple de criminal callado que cuando le preguntarona qué se dedicaba se autonombró campesino, el otro con sutricolor banda presidencial de criminal impune que una vez dijo quea sus enemigos ni los veía ni los oía. Los dos como las dos carasde esa misma moneda podrida que la serie, dirigida por losmexicanos Juan Manuel Cravioto y Ernesto Contreras, nos presentacon una prontitud sin acertijos. Con esta foto el poderosísimoNetflix parece responder que si hay demanda, nadie se va a irlimpio.

Como no se van en la serie coproducida por Univisión, ninarcos, ni presidentes, ni generales, ni policías, la que para losque vivimos los noventas y crecimos viendo las noticias con JacoboZabludovsky, significa un regreso al pasado entre lo que vimos y loque debimos ver. Básicamente El Chapo (México-EUA) nosdeja claro en sus primeros casi 500 minutos de duración que eneste México lindo y querido el narcotráfico siempre ha sido unafaceta del gobierno federal y viceversa.

Si no, ahí está el personaje de Carlos Salinas de Gortari (dequien en su presentación muestran su verdadera voz de vendedorinmobiliario) indicándole al todavía no sabemos qué tan ficticioConrado (Humberto Busto) que desde ahora se encargará de lacoordinación entre los narcos y el gobierno. Si no, ahí estáAmado Carrillo, El Señor de los Cielos (Rodrigo Abed), primeroarrestado cuando un general del Ejército mexicano hijo de lapatria sanguinaria (excelente Luis Rabago) le dice que el trato deno agresión se acaba, después puesto en libertad cuando elGobierno necesita de sus dotes de consigliere para aligerar elplomo entre dos bandos.

Si no, ahí está el mentado general Blanco, siniestro ymedianamente ficcionado, mano derecha presidencial capaz deintentar el clásico dos pájaros de un tiro sobre narcos ycardenales en aeropuertos repletos de gente que han de morir soloporque por ahí iban pasando. Si no, ahí están los oscuros mandosgabachos de la DEA hablando siempre en el inglés del hagan lo queles digo como se los digo o les dejo caer los 400 tentáculos delamerican dream encima.

Con la colaboración como guionista del periodista AlejandroAlmazán, formalmente El Chapo queda algo por debajo de sunotable modelo, la anterior creación de Netflix en este tema,Narcos (2016-2017), pero logra también forjar su propiapista. La creación de Cravioto (quien ya mostró su capacidad parael cine de género gansteril con Mexican Gangster) yContreras (quien aquí se aleja, al menos aparentemente, de sustemas bucólicos de siempre) se lanza a mostrar las rutinas de lasimulación y el enjuague que hoy tienen a México entero ardiendoen las llamas de la sangre de una tierra que ya no es de nadie,más que del horror y del caos.

Por lo menos aquí ya los gringos no son los únicos buenos dela película, sino absolutos reyes del pastel, quienes un díaarrestan a los narcos que empoderan y al siguiente empiezan unnuevo expediente para algún día bajar al que acaba de llegar. Porlo menos aquí El Chapo Guzmán ya no es más ese héroe de corridoserrano que, solito y haciendo acopio de su estado de hijo delpueblo, accedió a ser un millonario de Forbes, sino un matónvenido desde abajo que desató la guerra porque, tal como se lopredijo su padre, no lo querían pasar de ser un simple gato de losmeros patrones.

El Chapo es una serie, no una hipócrita y dañeranarconovela de narcos y buchonas. Con un competente trabajo actoralde una tropa compuesta en su gran mayoría por histrionesdesconocidos, con un cuarto capítulo magistral que confluye entiempos que se interceptan hasta el estallido, con un leitmotiv intrigante de autos lujosos que dan flores y cantancanciones de autoafirmación ranchera, El Chapo, en suprimera temporada, es el competente relato de los deveniressociales y criminales de un país que aspiraba a vivir por siempreen códigos de comportamiento cimentados en la nada.

De cómo toda esta enorme narco fosa en la que vivimos todos losdías, se empezó a cavar en 1985, cuando un tipo que quería serel jefe de jefes le apostó su vida a Pablo Escobar Gaviria, con lapromesa de que le podía pasar cinco toneladas de cocaína deColombia a Estados Unidos en 48 horas. En esa apuesta se empezó aconfigurar el narco túnel de nuestra desgracia.

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