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Durante las fases finales de la Primera Guerra Mundial y Revolución Mexicana, apareció una epidemia que causó graves estragos: hambre, luto, dolor y desesperanza marcaron para siempre a los sobrevivientes de la influenza española registrada a finales de 1918, enfermedad que arrebató la vida de alrededor de cinco mil personas en Tlaxcala, estado ubicado al centro de México.
Se calcula que tan solo en los municipios de Apizaco y Huamantla había más de mil enfermos. El gobernador del estado en turno, Máximo Rojas, lanzó una dramática petición de auxilio al Departamento de Salubridad del gobierno federal, señalando que la influenza arrasaba pueblos completos y que eran contadas las personas que se salvaban, que había lugares en que ya no quedaba un habitantes sanos y en otros se morían de manera alarmante. Pero lo peor era que se desconocía el origen y la naturaleza del mal.
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