/ domingo 3 de noviembre de 2019

Todo es historia | Nuestro primer embajador

Ortíz de Letona no alcanzó a llevar a cabo su misión. Sorprendido y aprehendido en el camino prefirió suicidarse antes que aportar pruebas que podrían perjudicar al movimiento.


Desde septiembre de 1810, tanto Hidalgo como luego Morelos y Rayón tenían una idea clara del papel que podrían jugar las demás naciones en su empresa independentista. Para ello vislumbraban tratados de alianza defensiva y ofensiva con países que, por sus recursos, posición e influencia podrían intervenir favorablemente en el curso de los acontecimientos.

La atención primera se fija en el país del norte; es la primera democracia del mundo; y además ha “jurado ayudar a todo aquel que luchara por la libertad”, de manera que en diciembre del mismo 1810 don Miguel Hidalgo y Costilla nombra como plenipotenciario y embajador ante el Congreso de los Estados Unidos, con facultades para ajustar y arreglar una alianza ofensiva y defensiva, tratados de comercio útiles para ambas naciones... a don Pascasio Ortíz de Letona.

Ortíz de Letona no alcanzó a llevar a cabo su misión. Sorprendido y aprehendido en el camino prefirió suicidarse antes que aportar pruebas que podrían perjudicar al movimiento. No menos adversa fue la suerte corrida por el licenciado Juan Aldama, nombrado para sustituirle pues, aprehendido junto con su secretario, el franciscano Juan Salazar, fue fusilado.

En marzo de 1811, estando don Miguel Hidalgo en la hacienda de Santa María, en las inmediaciones de Saltillo, se le presentó un ranchero acaudalado residente de Kamela, hoy Ciudad Guerrero, en Tamaulipas quien le expuso su entusiasmo por contribuir a la causa libertaria.

Su nombre era José Bernardo Gutiérrez de Lara. Y se manifestó dispuesto a cumplir con la encomienda que fuese útil a la lucha de Hidalgo.

En Los Precursores de la Diplomacia Mexicana, editado por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1926 se consigna que Hidalgo dio plenos poderes a Gutiérrez de Lara como plenipotenciario para gestionar ayuda material y moral a favor de la independencia mexicana, del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, país al que partió acompañado de catorce hombres ¡a caballo!

El culto historiógrafo y crítico, don Genaro Estrada cuenta la aventura de don Bernardo, quien “tuvo que atravesar al trote de las bestias, las vastas tierras de Texas, de Arkansas, de Tennessee, de Kentucky, de Virginia; escalar montañas, vadear ríos y pantanos y, tras mil dificultades para recorrer mil 400 leguas llegar a Washington. En la travesía de cuatro meses y medio, sin conocer el terreno, resistió dos ataques de los realistas y fue asechado por partidas de indios bárbaros”.

Recibido por el presidente James Madison, don Bernardo Gutiérrez de Lara llegó a la conclusión de que Estados Unidos “nunca dará nada por nada”. Un documento del entonces representante de España en Estados Unidos, don Luis de Onís hace saber que el entonces secretario de Estado James Monroe le dijo a Gutiérrez de Lara que su gobierno apoyaría con toda su fuerza la revolución de las provincias mexicanas, no solamente con armas y municiones, sino con veintisiete mil hombres de buena tropa pero que don Bernardo y los demás jefes de la revolución debían tratar de establecer una buena constitución (…) que deseaban que el nuevo gobierno adoptase la misma constitución que la de Estados Unidos y que entonces México sería admitido en la confederación y que con la agregación de las demás provincias americanas, formarían una potencia, la más formidable del mundo.

Don Luis de Onís agrega que Gutiérrez de Lara, quien había escuchado con bastante serenidad al secretario de Estado hasta su plan de agregación, se levantó furioso de su silla al oír semejante proposición y salió muy enojado del despacho de mister Monroe.

(El hecho es también citado por Alberto María Carreño, en “la Diplomacia Extraordinaria entre Estados Unidos y México”. Editorial Jus 1951.)

Gutiérrez de Lara regresó a México sin haber obtenido nada, pero con una advertencia muy seria de atención, que --muerto Hidalgo-- tomarían en cuenta quienes continuaron el movimiento de independencia.

El histórico Grito de Dolores no sólo despertó en el pueblo mexicano su espíritu libertario. El grito, y los principios que entrañaba, creció, corrió y alcanzó la Capitanía de Guatemala. La emancipación de los cinco países de América Central es consecuencia de la de México.

Prueba de ese impacto sería la decisión de esos países por unir su destino al de México por medio de un pacto político sancionado por el Acta de Unión del 5 de enero de 1822.

Nuestros Padres Fundadores tenían muy claro que, al mismo tiempo que daban al país independencia, ésta debía ser reconocida en el ámbito internacional; y tal reconocimiento entrañaba, si no apoyo en armas y dinero, sí cuando menos solidaridad.

Es entonces cuando los iniciadores del movimiento vuelven su mirada hacia el sur.

A pesar de la muerte de sus principales próceres, la independencia finalmente culmina en 1821 mediante el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. El triunfo se logra gracias al concepto de unión entre todos los mexicanos y entre éstos y los españoles. Gran acierto fue el declarar la religión católica como la única, sin tolerancia de ninguna otra. Porque si bien era cierto que todos los mexicanos eran católicos, no todos los católicos eran mexicanos.

Se trataba de conformar una nacionalidad, entonces todavía inexistente.

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Desde septiembre de 1810, tanto Hidalgo como luego Morelos y Rayón tenían una idea clara del papel que podrían jugar las demás naciones en su empresa independentista. Para ello vislumbraban tratados de alianza defensiva y ofensiva con países que, por sus recursos, posición e influencia podrían intervenir favorablemente en el curso de los acontecimientos.

La atención primera se fija en el país del norte; es la primera democracia del mundo; y además ha “jurado ayudar a todo aquel que luchara por la libertad”, de manera que en diciembre del mismo 1810 don Miguel Hidalgo y Costilla nombra como plenipotenciario y embajador ante el Congreso de los Estados Unidos, con facultades para ajustar y arreglar una alianza ofensiva y defensiva, tratados de comercio útiles para ambas naciones... a don Pascasio Ortíz de Letona.

Ortíz de Letona no alcanzó a llevar a cabo su misión. Sorprendido y aprehendido en el camino prefirió suicidarse antes que aportar pruebas que podrían perjudicar al movimiento. No menos adversa fue la suerte corrida por el licenciado Juan Aldama, nombrado para sustituirle pues, aprehendido junto con su secretario, el franciscano Juan Salazar, fue fusilado.

En marzo de 1811, estando don Miguel Hidalgo en la hacienda de Santa María, en las inmediaciones de Saltillo, se le presentó un ranchero acaudalado residente de Kamela, hoy Ciudad Guerrero, en Tamaulipas quien le expuso su entusiasmo por contribuir a la causa libertaria.

Su nombre era José Bernardo Gutiérrez de Lara. Y se manifestó dispuesto a cumplir con la encomienda que fuese útil a la lucha de Hidalgo.

En Los Precursores de la Diplomacia Mexicana, editado por la Secretaría de Relaciones Exteriores en 1926 se consigna que Hidalgo dio plenos poderes a Gutiérrez de Lara como plenipotenciario para gestionar ayuda material y moral a favor de la independencia mexicana, del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, país al que partió acompañado de catorce hombres ¡a caballo!

El culto historiógrafo y crítico, don Genaro Estrada cuenta la aventura de don Bernardo, quien “tuvo que atravesar al trote de las bestias, las vastas tierras de Texas, de Arkansas, de Tennessee, de Kentucky, de Virginia; escalar montañas, vadear ríos y pantanos y, tras mil dificultades para recorrer mil 400 leguas llegar a Washington. En la travesía de cuatro meses y medio, sin conocer el terreno, resistió dos ataques de los realistas y fue asechado por partidas de indios bárbaros”.

Recibido por el presidente James Madison, don Bernardo Gutiérrez de Lara llegó a la conclusión de que Estados Unidos “nunca dará nada por nada”. Un documento del entonces representante de España en Estados Unidos, don Luis de Onís hace saber que el entonces secretario de Estado James Monroe le dijo a Gutiérrez de Lara que su gobierno apoyaría con toda su fuerza la revolución de las provincias mexicanas, no solamente con armas y municiones, sino con veintisiete mil hombres de buena tropa pero que don Bernardo y los demás jefes de la revolución debían tratar de establecer una buena constitución (…) que deseaban que el nuevo gobierno adoptase la misma constitución que la de Estados Unidos y que entonces México sería admitido en la confederación y que con la agregación de las demás provincias americanas, formarían una potencia, la más formidable del mundo.

Don Luis de Onís agrega que Gutiérrez de Lara, quien había escuchado con bastante serenidad al secretario de Estado hasta su plan de agregación, se levantó furioso de su silla al oír semejante proposición y salió muy enojado del despacho de mister Monroe.

(El hecho es también citado por Alberto María Carreño, en “la Diplomacia Extraordinaria entre Estados Unidos y México”. Editorial Jus 1951.)

Gutiérrez de Lara regresó a México sin haber obtenido nada, pero con una advertencia muy seria de atención, que --muerto Hidalgo-- tomarían en cuenta quienes continuaron el movimiento de independencia.

El histórico Grito de Dolores no sólo despertó en el pueblo mexicano su espíritu libertario. El grito, y los principios que entrañaba, creció, corrió y alcanzó la Capitanía de Guatemala. La emancipación de los cinco países de América Central es consecuencia de la de México.

Prueba de ese impacto sería la decisión de esos países por unir su destino al de México por medio de un pacto político sancionado por el Acta de Unión del 5 de enero de 1822.

Nuestros Padres Fundadores tenían muy claro que, al mismo tiempo que daban al país independencia, ésta debía ser reconocida en el ámbito internacional; y tal reconocimiento entrañaba, si no apoyo en armas y dinero, sí cuando menos solidaridad.

Es entonces cuando los iniciadores del movimiento vuelven su mirada hacia el sur.

A pesar de la muerte de sus principales próceres, la independencia finalmente culmina en 1821 mediante el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba. El triunfo se logra gracias al concepto de unión entre todos los mexicanos y entre éstos y los españoles. Gran acierto fue el declarar la religión católica como la única, sin tolerancia de ninguna otra. Porque si bien era cierto que todos los mexicanos eran católicos, no todos los católicos eran mexicanos.

Se trataba de conformar una nacionalidad, entonces todavía inexistente.

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