POR EMMANUEL RUIZ
Famoso por haber salvado la vida de 27 personas en la tragediaque causó el sismo de 1985 en la Ciudad de México, a sus 74 añosde edad y con dificultades para caminar y escuchar, Marcos EfrénZariñana, La Pulga, ha dejado atrás su pasado como rescatista,maratonista y conferencista para dedicarse a empacar productos ensupermercado en Cautla
“Todo por servir se acaba”, lamenta don Marcos, depositandosu viejo auxiliar auditivo en un pequeño estuche azul, donde aúnlo conserva con la esperanza de conseguir el dinero que necesitapara mandarlo a reparar. A sus 74 años de edad, con dificultadespara caminar y escuchar, Marcos Efrén Zariñana, La Pulga, hadejado atrás su pasado como rescatista, maratonista yconferencista. Vive prácticamente en el olvido.
Famoso por haber salvado la vida de 27 personas en la tragediaque causó el sismo de 1985 en la Ciudad de México, el señorZariñana sigue viviendo en la casa que le regaló el ex presidenteMiguel de la Madrid en Cuautla, Morelos, en agradecimiento por elservicio que prestó a la nación. Hoy trabaja como cerillo en unsúpermercado.
Al lado de su esposa María Guadalupe y de su perro Pacquiao, suvida transcurre entre las pequeñas alegrías del hogar y la grannostalgia que encierran sus paredes, repletas de fotografías yreconocimientos de sus años como rescatista en México, Nicaragua,El Salvador, Colombia, Estados Unidos y Turquía, países quellegó a pisar y de los que guarda decenas de recuerdos. EL PRECIODE SER UN HÉROE
Criado en Cuautla, Marcos Efrén Zariñana asistió de niño ala primaria Hermenegildo Galeana, que en aquellos años seencontraba a las espaldas del Palacio Municipal. Fue allí dondeadquirió el mote con el que décadas después sería conocido anivel internacional:
“Por mi apellido, me tocaba sentarme hasta el final, en unrincón del salón, y cuando la maestra Antonia Alanís pedíacualquier trabajo o tarea para poder salir al recreo, yo mebrincaba los mesa-bancos para salir antes que los demás, hasta queun día me dijo: ‘ay, Zariñana, pareces una pulga’, y allíempezó la historia”.
El 19 de septiembre de 1985, Zariñana, entonces de 42 años deedad, había llegado al Distrito Federal para recoger su número ycamiseta con los que correría el maratón a celebrarse tres díasdespués, el 22 de septiembre. A las 7:19 horas de aquel día, elcorazón del país sufrió un infarto del que sólo llegaría arecuperarse gracias al valor de personas como Zariñana, héroes dela cotidianeidad que lo dejaron todo para sumergirse en losescombros e ir en busca de los supervivientes.
Clavado de rodillas en los cascajos, buscando señales de vidaen la oscuridad, La Pulga ignoró las heridas que él mismo sufrióy el ruido insoportable que hacían las máquinas desde lasuperficie. Sólo al cabo de los años y de nuevas tragediasdescubrió el precio de sus hazañas: además de su deficienciaauditiva, los problemas de sus rodillas lo obligaron a retirarse delos maratones cuando aún no estaba listo para hacerlo.
“Sentí tan feo que me puse a llorar”, recuerda. Y vuelve allorar. LAS SECUELAS
Marcos Efrén Zariñana preferiría no hablar sobre aquellosaños. Después de todas las entrevistas que concedió en el tiempoque sucedió al terremoto, tras las cuales su nombre y su rostroaparecían en numerosos libros y revistas, los médicos leprohibieron revivir esos episodios con cualquier persona,incluyendo, y quizá con mayor énfasis, a los reporteros.
En la mesa central de su sala, cubierta con una manta turca,lucen ahora las fotografías que más atesora. Junto con varioslibros y revistas, las conserva dentro de un maletín negro, queabre en muy contadas ocasiones. Pasaportes, postales, documentosoficiales: algunos de sus objetos más preciados están allí. Alverlos, sus ojos brillan al otro lado de las gafas. EL HÉROEOLVIDADO
Marcos Efrén Zariñana no ha podido olvidar el dolor queexperimentó en sus años como rescatista. Aunque en su memoria hayimágenes satisfactorias, como los rostros de la gente a la quearrancó de las entrañas del suelo, otras son escenas crudas, demuerte y desesperación, envueltas en la oscuridad de latragedia.
Para evitar que se apoderen de él, las combate condistracciones, bordando en sus ratos libres, tocando la armónicapara que Pacquiao le cante, y, recientemente, trabajando comocerillo en un supermercado del Centro Histórico, donde suscompañeros de trabajo son otros hombres de su edad y algunosestudiantes.
“Yo me siento super contento y feliz de haber puesto la parteque me correspondía”, afirma, momentos antes de despedirse en lapuerta de su casa.
“Creo que vienen cosas más peligrosas y duras todavía parael mundo. Por más que yo quisiera estar presente, no sé si pueda,pero mientras pueda estar aquí sentadito, bordando, le pediré aDios que no pase nada”, es lo último que pronuncia, antes devolver al patio.