/ jueves 9 de mayo de 2024

“…Pachangón electoral…”

La República de “Tlaxcallan” padece ahora golpes de calor y de un tsunami electoral, de imposturas, falsedades y mentiras; abundan las mentalidades “rengas”, que ahora se disfrazan de demócratas, humildes, honrados y de “muy cuates”. Época esta, de botargas y mentiras. Los que se sueñan políticos locales o nacionales, igual se han disfrazado de lo que no son. Pero al verdadero pueblo poco le importa.

El pueblo trabaja y observa los desfiguros de aquellos. En lonas colgantes, bardas pintarrajeadas, autos con pegatinas, fotografías de jetas espantosas; ofrecimientos y promesas de que “ellos sí pueden”, que nunca cumplirán —porque intenciones no tienen— y todos esos “campañosos” ponen de parapeto y de personaje central al “pueblo” —mítica figura, alrededor de la cual la historia humana a bordado teorías democráticas sin fin— que como persona física jamás veremos, pero que siempre será pretexto.

En su nombre, se ejercita esta fingida democracia de claxonazos y marchas, de banderolas y visitas domiciliarias. El pueblo, en nombre del cual se pronuncian infinidad de mentiras y promesas. El pueblo, que con sus impuestos engorda al presupuesto que ahora es motivo de las ambiciones de los vivales; cada tres años es lo mismo; las mismas promesas: “lo bueno está por venir”, “yo si puedo”, “para que siga lo bueno”, “yo lo se hacer”, “yo soy la respuesta”, “todo cambiará”, “solo levanta esta banderola y fórmate conmigo”, “y ya sabes que al final, te esperamos para que comas tu torta de jamón y tu vaso de jamaica”. “Pavimentaré tu calle”, “le daré trabajo a tu hijo y a ti también”, “no faltará el agua potable”, “habrá alumbrado público”, “vivirás con seguridad”, “la policía ya no te robará”, “yo no robaré el presupuesto, tampoco mi familia”.

Y en ese orden, los ofrecimientos son infinitos y la actitud de los candidatos, ahora es “de cuates”; ya no es Rafael ahora es el “fito”, el “pochis” y así, con tal de ser populares, emplean apodos; y en sus afanes por convencer, caminan largas distancias —porque hay barbudos que pusieron en moda esa práctica—, regalan cachuchas y playeras, servilletas y tortilleros y más vale —mi gente— que los tomes, porque será lo único que te toque, ya que el goce de los dineros municipales será para unos cuántos, para uno solo y su familia; cada tres años sucede, entran al cargo bien jodidos y salen enriquecidos, con sus maletas repletas y repartiendo moches sustanciosos a quienes lo auditan, para que ellos no calienten “cemento”.

A la tropa de pie solo le toca cargar la pancarta y aplaudir, repartir volantes o instrumentar la guerra negra en las redes sociales, pero este pueblo nuestro aun conserva la esperanza de que “ahora sí”. El ciudadano de a pie —cuando aquellos triunfen— será testigo de los carros nuevos, las casas, los vestuarios y la buena vida para quienes “la lograron”.

Y a la ciudadanía, les tocará padecer a los “municipales”, uniformados, en patrullados y soberbios, dispuestos a repartir garrotazos y prepotencias, — “a ver si, aunque sea de “cuico” me toca”—. Gira en estos días la ruleta de las ambiciones “y el que no apuesta no gana”, aunque el pueblo verdadero siempre pierda.

Son tan obtusos nuestros politicastros, que no perciben que el pueblo auténtico ya no cree en ellos, que los mira incrédulos desde la banqueta y no asiste ni aplaude, no lambisconea ni se forma, ni arrebata camisetas ni gorras; ese pueblo que parece inerte, es ya un descreído porque sabe que se trata de renovar rateros trienales que atracarán el presupuesto y por eso andan campañosos.

Lo han decepcionado tanto, que ya no existe la mínima creencia en ellos, porque los que ahora se disfrazan de honestos y de “manos limpias”, en tres años se irán a escondidas y enriquecidos. Yo quisiera me contaran cuándo en Tlaxcala un munícipe ha parado en la cárcel por sus ladronerías, aunque el pueblo sabe de sus desmanes, los únicos que lo ignoran, son los procuradores, ministerios públicos y jueces.

Por eso, la creencia ciudadana agoniza. Todos aguardamos a que una revolución silenciosa que nazca en las conciencias del votante, ubique al pueblo auténtico en la cúspide del poder social y a esta caterva de saqueadores en la cárcel; todos quisiéramos que ningún conductor noticioso nos quiera pastorear, ni tampoco las redes sociales, en que la gente valiosa y honrada llegue al poder y los jetones y pillos paren en la cárcel. Yo guardo la creencia de que este es el tiempo en que el pueblo verdadero sabrá votar escogiendo al menos malo, porque en este aquelarre que resulta de la etapa electoral, existe la infinita propuesta de muchos que ya han robado, pero codician más.


La República de “Tlaxcallan” padece ahora golpes de calor y de un tsunami electoral, de imposturas, falsedades y mentiras; abundan las mentalidades “rengas”, que ahora se disfrazan de demócratas, humildes, honrados y de “muy cuates”. Época esta, de botargas y mentiras. Los que se sueñan políticos locales o nacionales, igual se han disfrazado de lo que no son. Pero al verdadero pueblo poco le importa.

El pueblo trabaja y observa los desfiguros de aquellos. En lonas colgantes, bardas pintarrajeadas, autos con pegatinas, fotografías de jetas espantosas; ofrecimientos y promesas de que “ellos sí pueden”, que nunca cumplirán —porque intenciones no tienen— y todos esos “campañosos” ponen de parapeto y de personaje central al “pueblo” —mítica figura, alrededor de la cual la historia humana a bordado teorías democráticas sin fin— que como persona física jamás veremos, pero que siempre será pretexto.

En su nombre, se ejercita esta fingida democracia de claxonazos y marchas, de banderolas y visitas domiciliarias. El pueblo, en nombre del cual se pronuncian infinidad de mentiras y promesas. El pueblo, que con sus impuestos engorda al presupuesto que ahora es motivo de las ambiciones de los vivales; cada tres años es lo mismo; las mismas promesas: “lo bueno está por venir”, “yo si puedo”, “para que siga lo bueno”, “yo lo se hacer”, “yo soy la respuesta”, “todo cambiará”, “solo levanta esta banderola y fórmate conmigo”, “y ya sabes que al final, te esperamos para que comas tu torta de jamón y tu vaso de jamaica”. “Pavimentaré tu calle”, “le daré trabajo a tu hijo y a ti también”, “no faltará el agua potable”, “habrá alumbrado público”, “vivirás con seguridad”, “la policía ya no te robará”, “yo no robaré el presupuesto, tampoco mi familia”.

Y en ese orden, los ofrecimientos son infinitos y la actitud de los candidatos, ahora es “de cuates”; ya no es Rafael ahora es el “fito”, el “pochis” y así, con tal de ser populares, emplean apodos; y en sus afanes por convencer, caminan largas distancias —porque hay barbudos que pusieron en moda esa práctica—, regalan cachuchas y playeras, servilletas y tortilleros y más vale —mi gente— que los tomes, porque será lo único que te toque, ya que el goce de los dineros municipales será para unos cuántos, para uno solo y su familia; cada tres años sucede, entran al cargo bien jodidos y salen enriquecidos, con sus maletas repletas y repartiendo moches sustanciosos a quienes lo auditan, para que ellos no calienten “cemento”.

A la tropa de pie solo le toca cargar la pancarta y aplaudir, repartir volantes o instrumentar la guerra negra en las redes sociales, pero este pueblo nuestro aun conserva la esperanza de que “ahora sí”. El ciudadano de a pie —cuando aquellos triunfen— será testigo de los carros nuevos, las casas, los vestuarios y la buena vida para quienes “la lograron”.

Y a la ciudadanía, les tocará padecer a los “municipales”, uniformados, en patrullados y soberbios, dispuestos a repartir garrotazos y prepotencias, — “a ver si, aunque sea de “cuico” me toca”—. Gira en estos días la ruleta de las ambiciones “y el que no apuesta no gana”, aunque el pueblo verdadero siempre pierda.

Son tan obtusos nuestros politicastros, que no perciben que el pueblo auténtico ya no cree en ellos, que los mira incrédulos desde la banqueta y no asiste ni aplaude, no lambisconea ni se forma, ni arrebata camisetas ni gorras; ese pueblo que parece inerte, es ya un descreído porque sabe que se trata de renovar rateros trienales que atracarán el presupuesto y por eso andan campañosos.

Lo han decepcionado tanto, que ya no existe la mínima creencia en ellos, porque los que ahora se disfrazan de honestos y de “manos limpias”, en tres años se irán a escondidas y enriquecidos. Yo quisiera me contaran cuándo en Tlaxcala un munícipe ha parado en la cárcel por sus ladronerías, aunque el pueblo sabe de sus desmanes, los únicos que lo ignoran, son los procuradores, ministerios públicos y jueces.

Por eso, la creencia ciudadana agoniza. Todos aguardamos a que una revolución silenciosa que nazca en las conciencias del votante, ubique al pueblo auténtico en la cúspide del poder social y a esta caterva de saqueadores en la cárcel; todos quisiéramos que ningún conductor noticioso nos quiera pastorear, ni tampoco las redes sociales, en que la gente valiosa y honrada llegue al poder y los jetones y pillos paren en la cárcel. Yo guardo la creencia de que este es el tiempo en que el pueblo verdadero sabrá votar escogiendo al menos malo, porque en este aquelarre que resulta de la etapa electoral, existe la infinita propuesta de muchos que ya han robado, pero codician más.