/ jueves 21 de septiembre de 2017

"¿Qué es la generación cuando hay dolor?" jóvenes, clave en rescates tras sismo

La del 85 y la del 2017 son la misma; ambas vivieron dolor, muertos y la frustración los acompañó en la noche

"No hay generación". La del 85 y la del 2017 son la misma; ambas vivieron dolor, muertos y la frustración los acompañó en la noche. Sus padres les legaron la memoria de la destrucción; se mueven en el Metro, las calles de la Condesa y buscaron por Google Maps el camino a San Gregorio, Xochimilco.

"¿Qué es la generación cuando hay dolor? Si me preguntas qué pienso de eso, te puedo decir que nada. No lo piensas, ves que necesitan ayuda y te mueves", afirma con una sonrisa tensa Manuel de 18 años.

 

Manuel ha dormido por lapsos de tres horas y la noche de ayer fue la primera que durmió completa. "Por mí habría dormido menos, pero mi papá no me dejó ayudar en la madrugada. Tenía miedo de los rumores de asaltos, pero no lo entiendo. Él también ayudó y hoy se queda en el sillón reclamando".

 

Sus amigos Alejandro y Alan ayudaron a levantar los escombros desde el martes 19 de septiembre. Las luces de la Universidad CUGS chispeaban, la tierra les gritaba desde sus entrañas; se movieron entre nubes blancas, fugas de gas y al salir, vieron como se erigía sobre la desgracia una explosión. Sus rostros se quedaron en rictus. Alan se movió entre las personas y corrió hacia Medellín en la Roma Norte.

 

Sin equipo de protección se unió a una cadena humana para retirar los escombros. Los civiles; esperaron al ejército durante cuatro o cinco horas. Nadie lloraba ni se lamentaba; el acecho de la muerte los hizo moverse.

“Ese día sí me quedé hasta la madrugada. Se sentía tristeza, pero cuando sacaron a dos personas de los escombros se me olvidó, fue muy padre ver que salieron vivos y yo estuve ahí”.

 

Los tres compinches caminan hacia Parque México con un bulto de croquetas para los perros extraviados; saludan a los voluntarios y les entregan sandwiches.

En el stand de Mundo Patitas, José Antonio de 14 años recibe cobijas, medicinas y da informes del refugio improvisado para los animales de compañía; viene desde Chimalhucán, no recuerda las horas de camino. Sólo piensa en que uno de esos perros pudo ser suyo.

 

Enfrente del tumulto de gente se encuentra el acopio de la Marina; están totalmente cubiertos. A un lado, en el relego está Elizabeth con un puesto improvisado, sin lona para cubrirse del sol o lluvia:“Víveres para Morelos”.

La chica de 21 años esperaba en el paradero de Zacatenco-Politécnico; no tuvo tanto miedo al inicio, pero cuando llamó a su madre en Jojutla, sintió que su garganta se constriñó. “Qué bueno que no te tocó aquí, si no te hubieras espantado”; pero eso no era importante.

 

Los comercios y casas de sus amigos se diluyeron en humaredas. No ha podido dormir en dos días, entre sueños escucha la llamada telefónica con su madre: “Se están acabando los víveres; pronto nos vamos a quedar sin comida y la gente ya empezó a saquear las tiendas, no sé hasta cuando nos aguante”. Difundió su iniciativa por Facebook y Whats App; ya le ofrecieron una camioneta para llevar los víveres a Jojutla.

 

Manuel, Alejandro y Alan continúan su camino al albergue de Jalapa 230, para entregar juguetes a los niños. Hay un alboroto. Los brigadistas piden silencio; necesitan voluntarios con equipo para atender dos posibles derrumbes; uno en Simón Bolívar y otro en un Soriana que se derrumbó en la Roma.

 

Se miran entre sí, saben que los cuerpos de Alejandro y Alan son ñangos, pero Manuel es de hueso ancho: van a ayudar. Dejan los juguetes y se ponen fajas, chalecos y guantes. Saben que va a haber militares y les dirán nuevamente que no estorben, los correrán y menospreciarán, pero ellos van por los hermanos que no conocen. Manuel difunde el auxilio en Whats App y las redes sociales vibran en cadena de auxilio.

 

“La gente piensa que no nos importa nada, pero te puedo decir que ayer ninguno de los chavitos sacó el celular para sacar fotos; mejor gente de 40 se tomaba selfies entre los derrumbes. A otros se les salió el ego, nos mandaban y nadie resongó; nosotros a lo que íbamos”, relata Irene de 20 años, estudiante de coreografía en el Centro de Investigación Coreográfica de Bellas Artes.

 

“Los morros” llegan en bola, tienen entre 16 y 27 años. No entienden el sismo, pero es innegable que al igual que hace tres décadas, hay un antes y un después; las palabras son inexistentes. Hay una tragedia, sus pensamientos deambulan y aterrizan en picos, albergues y víveres.

 

"No hay generación". La del 85 y la del 2017 son la misma; ambas vivieron dolor, muertos y la frustración los acompañó en la noche. Sus padres les legaron la memoria de la destrucción; se mueven en el Metro, las calles de la Condesa y buscaron por Google Maps el camino a San Gregorio, Xochimilco.

"¿Qué es la generación cuando hay dolor? Si me preguntas qué pienso de eso, te puedo decir que nada. No lo piensas, ves que necesitan ayuda y te mueves", afirma con una sonrisa tensa Manuel de 18 años.

 

Manuel ha dormido por lapsos de tres horas y la noche de ayer fue la primera que durmió completa. "Por mí habría dormido menos, pero mi papá no me dejó ayudar en la madrugada. Tenía miedo de los rumores de asaltos, pero no lo entiendo. Él también ayudó y hoy se queda en el sillón reclamando".

 

Sus amigos Alejandro y Alan ayudaron a levantar los escombros desde el martes 19 de septiembre. Las luces de la Universidad CUGS chispeaban, la tierra les gritaba desde sus entrañas; se movieron entre nubes blancas, fugas de gas y al salir, vieron como se erigía sobre la desgracia una explosión. Sus rostros se quedaron en rictus. Alan se movió entre las personas y corrió hacia Medellín en la Roma Norte.

 

Sin equipo de protección se unió a una cadena humana para retirar los escombros. Los civiles; esperaron al ejército durante cuatro o cinco horas. Nadie lloraba ni se lamentaba; el acecho de la muerte los hizo moverse.

“Ese día sí me quedé hasta la madrugada. Se sentía tristeza, pero cuando sacaron a dos personas de los escombros se me olvidó, fue muy padre ver que salieron vivos y yo estuve ahí”.

 

Los tres compinches caminan hacia Parque México con un bulto de croquetas para los perros extraviados; saludan a los voluntarios y les entregan sandwiches.

En el stand de Mundo Patitas, José Antonio de 14 años recibe cobijas, medicinas y da informes del refugio improvisado para los animales de compañía; viene desde Chimalhucán, no recuerda las horas de camino. Sólo piensa en que uno de esos perros pudo ser suyo.

 

Enfrente del tumulto de gente se encuentra el acopio de la Marina; están totalmente cubiertos. A un lado, en el relego está Elizabeth con un puesto improvisado, sin lona para cubrirse del sol o lluvia:“Víveres para Morelos”.

La chica de 21 años esperaba en el paradero de Zacatenco-Politécnico; no tuvo tanto miedo al inicio, pero cuando llamó a su madre en Jojutla, sintió que su garganta se constriñó. “Qué bueno que no te tocó aquí, si no te hubieras espantado”; pero eso no era importante.

 

Los comercios y casas de sus amigos se diluyeron en humaredas. No ha podido dormir en dos días, entre sueños escucha la llamada telefónica con su madre: “Se están acabando los víveres; pronto nos vamos a quedar sin comida y la gente ya empezó a saquear las tiendas, no sé hasta cuando nos aguante”. Difundió su iniciativa por Facebook y Whats App; ya le ofrecieron una camioneta para llevar los víveres a Jojutla.

 

Manuel, Alejandro y Alan continúan su camino al albergue de Jalapa 230, para entregar juguetes a los niños. Hay un alboroto. Los brigadistas piden silencio; necesitan voluntarios con equipo para atender dos posibles derrumbes; uno en Simón Bolívar y otro en un Soriana que se derrumbó en la Roma.

 

Se miran entre sí, saben que los cuerpos de Alejandro y Alan son ñangos, pero Manuel es de hueso ancho: van a ayudar. Dejan los juguetes y se ponen fajas, chalecos y guantes. Saben que va a haber militares y les dirán nuevamente que no estorben, los correrán y menospreciarán, pero ellos van por los hermanos que no conocen. Manuel difunde el auxilio en Whats App y las redes sociales vibran en cadena de auxilio.

 

“La gente piensa que no nos importa nada, pero te puedo decir que ayer ninguno de los chavitos sacó el celular para sacar fotos; mejor gente de 40 se tomaba selfies entre los derrumbes. A otros se les salió el ego, nos mandaban y nadie resongó; nosotros a lo que íbamos”, relata Irene de 20 años, estudiante de coreografía en el Centro de Investigación Coreográfica de Bellas Artes.

 

“Los morros” llegan en bola, tienen entre 16 y 27 años. No entienden el sismo, pero es innegable que al igual que hace tres décadas, hay un antes y un después; las palabras son inexistentes. Hay una tragedia, sus pensamientos deambulan y aterrizan en picos, albergues y víveres.

 

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