/ jueves 14 de marzo de 2024

¡Ah que “Don Pantaleón”!...

¡Don Panta!… fue un político folclórico. Que desgobernó un municipio desértico en Chihuahua; se narra que estando en campaña, para ganar votos, prometió a sus futuros gobernados hasta imposibles. Los domingos, a la salida de misa, se trepaba en una caja de jabón y les “discurseaba” a sus escuchas que, si votaban por él, les “haría un puente”…, pero algún ciudadano burlón le gritó …“oye Pantaleón, acuérdate que no tenemos ríos para qué queremos el puente”… y aquel le contestó… “es cierto, entonces les prometo que haré un río”…, así de ignorante era el norteño personaje que, con tal de ser electo, prometía el oro y el moro.

Resulta que don Pantaleón había llegado al poder con el apoyo de un influyente compadre, que era “trapecista” en un circo y se la pasaba “brincando de un trapecio al otro” y cuando Pantaleón se instaló en el mando municipal, junto con su hijo “pantaco” y su hija “cariotides”, se dedicaron a robarse el presupuesto —lo que era su verdadero objetivo— y esto sucedió durante toda su administración; al cabo de la cual no encontraban cómo justificar el “saqueadero” y se les ocurrió construir una pequeña obra simbólica y de relumbrón idearon una céntrica fuente, que buena falta hacía para tener una poca de agua en ese pueblo norteño y reseco.

Para esto, contrataron a un cantero el cual, siguiendo el proyecto de un artista del pueblo, y a golpe de martillo y cincel, esculpió las pétreas piezas que darían forma a la fuente. Desde luego que no costearían la obra con dinero propio y para esto echaron mano de recursos que el pueblo resguardaba con celo en un fondo económico que un minero riquillo que, en el pasado, cansado de explotar la plata de la región y en el extremo de su vida, legó al pueblo para que con ello se costeara la sepultura de aquellos mineros, que no tuviesen lo necesario para sus funerales.

Pues bien, de ese fondo sufragaron la dichosa fuente, de tal forma que Don Pantaleón y sus dos vástagos, apurados por la proximidad del fin del trienio, una vez concluida la obra y para su inauguración buscaron a los mejores “discursiadores” de la localidad, e invitaron a sus compadres y amigos —nada más— a la radio y televisión y a los “notables”; llevaron una banda de viento que entonó melodías patrias y otras muy a propósito para el momento tan solemne como fue aquel en que don Pantaleón, micrófono en mano, traje fuera de moda y la corbata chueca, dirigió la palabra a sus “gobernados” y con voz engolada destacó que, … “con esa magna obra cerraba su trienio y así le tapaba la boca a los que decían que no hacía nada, porque así demostraba con la fuente que presidente como él no había habido ningún otro”…, y estando en ese acto sucedió, que no faltó el borrachito consuetudinario del pueblo que, cayéndose de ebrio y parado junto a la fuente, a todo lo que Don Pantaleón discursaba el otro abajo replicaba levantando en todo lo alto el pulgar… “me adhiero”… “me adhiero”…, en señal de aprobación, y resulta que este personaje por sus desordenes etílicos era cliente continuo de los separos municipales, de ahí que aprovechaba esa ocasión para quedar bien con el munícipe y en tanto el personaje seguía discurseando y justificándose, el amigo de la botella alzando la mano seguía diciendo… “me adhiero”… “me adhiero”…, pero estas frases don Pantaleón no las escuchó con claridad y en la confusión del momento y a voz en cuello gritó: “esas son chingaderas y si alguien agarra esta fuente de miadero, lo meto a la cárcel”….

Esta anécdota viene a colación porque en Tlaxcala, por estas semanas, abundan los personajes municipales que ya hicieron su “maletota” y les urge justificar sus errores, latrocinios, saqueos, arbitrariedades e incapacidades frente a su pueblo, y por eso les urge inaugurar pequeñas obras, vistosas y de “charol” con las que quieren tapar el sol con un dedo, pero a la vista de todos queda el enriquecimiento de su familia y por ello están apurados buscando mediáticas justificaciones. Pantaleones tlaxcaltecas encontraremos muchos y quedarán sin sanción porque este es un sistema de “tapaderas” de los corruptos y estoy cierto de que nadie habrá de castigarlos, como no sea el desprecio de su propio pueblo y su cochina conciencia, ya que será imposible en el futuro que luzcan su fisonomía en público sin que les recuerden su procedencia familiar.

Bueno, esa es la anécdota que, desde luego, nada tiene que ver con el pueblo de los textileros en donde con una reciente estatua a las hilanderas santaneras del pasado, se les está rindiendo merecido homenaje. Ellas en lo pretérito lavaban lana en el río, la limpiaban de impurezas, en sus ruecas la hilaban y la dejaban lista para el tejido; fueron dignas compañeras de los tejedores; esos artesanos que ennoblecieron y dignificaron a esta tierra de laneros y a ellos, es a quien falta que la memoria colectiva histórica les rinda homenaje. Y sin afán de ofender debe decirse que, si bien “chingaderas” e “hilanderas”, como palabras, se parecen se trata de conceptos diferentes, la primera es una ofensa en el lenguaje mexicano, y la segunda es la advocación de una mujer digna y laboriosa a quien es más que justo rendirle homenaje. Pero sigue faltando “tejer” el reconocimiento para los tejedores y no solo “tejer” disculpas y justificaciones, y si no se hace esa si sería una reverenda... “falta de justicia histórica”.


¡Don Panta!… fue un político folclórico. Que desgobernó un municipio desértico en Chihuahua; se narra que estando en campaña, para ganar votos, prometió a sus futuros gobernados hasta imposibles. Los domingos, a la salida de misa, se trepaba en una caja de jabón y les “discurseaba” a sus escuchas que, si votaban por él, les “haría un puente”…, pero algún ciudadano burlón le gritó …“oye Pantaleón, acuérdate que no tenemos ríos para qué queremos el puente”… y aquel le contestó… “es cierto, entonces les prometo que haré un río”…, así de ignorante era el norteño personaje que, con tal de ser electo, prometía el oro y el moro.

Resulta que don Pantaleón había llegado al poder con el apoyo de un influyente compadre, que era “trapecista” en un circo y se la pasaba “brincando de un trapecio al otro” y cuando Pantaleón se instaló en el mando municipal, junto con su hijo “pantaco” y su hija “cariotides”, se dedicaron a robarse el presupuesto —lo que era su verdadero objetivo— y esto sucedió durante toda su administración; al cabo de la cual no encontraban cómo justificar el “saqueadero” y se les ocurrió construir una pequeña obra simbólica y de relumbrón idearon una céntrica fuente, que buena falta hacía para tener una poca de agua en ese pueblo norteño y reseco.

Para esto, contrataron a un cantero el cual, siguiendo el proyecto de un artista del pueblo, y a golpe de martillo y cincel, esculpió las pétreas piezas que darían forma a la fuente. Desde luego que no costearían la obra con dinero propio y para esto echaron mano de recursos que el pueblo resguardaba con celo en un fondo económico que un minero riquillo que, en el pasado, cansado de explotar la plata de la región y en el extremo de su vida, legó al pueblo para que con ello se costeara la sepultura de aquellos mineros, que no tuviesen lo necesario para sus funerales.

Pues bien, de ese fondo sufragaron la dichosa fuente, de tal forma que Don Pantaleón y sus dos vástagos, apurados por la proximidad del fin del trienio, una vez concluida la obra y para su inauguración buscaron a los mejores “discursiadores” de la localidad, e invitaron a sus compadres y amigos —nada más— a la radio y televisión y a los “notables”; llevaron una banda de viento que entonó melodías patrias y otras muy a propósito para el momento tan solemne como fue aquel en que don Pantaleón, micrófono en mano, traje fuera de moda y la corbata chueca, dirigió la palabra a sus “gobernados” y con voz engolada destacó que, … “con esa magna obra cerraba su trienio y así le tapaba la boca a los que decían que no hacía nada, porque así demostraba con la fuente que presidente como él no había habido ningún otro”…, y estando en ese acto sucedió, que no faltó el borrachito consuetudinario del pueblo que, cayéndose de ebrio y parado junto a la fuente, a todo lo que Don Pantaleón discursaba el otro abajo replicaba levantando en todo lo alto el pulgar… “me adhiero”… “me adhiero”…, en señal de aprobación, y resulta que este personaje por sus desordenes etílicos era cliente continuo de los separos municipales, de ahí que aprovechaba esa ocasión para quedar bien con el munícipe y en tanto el personaje seguía discurseando y justificándose, el amigo de la botella alzando la mano seguía diciendo… “me adhiero”… “me adhiero”…, pero estas frases don Pantaleón no las escuchó con claridad y en la confusión del momento y a voz en cuello gritó: “esas son chingaderas y si alguien agarra esta fuente de miadero, lo meto a la cárcel”….

Esta anécdota viene a colación porque en Tlaxcala, por estas semanas, abundan los personajes municipales que ya hicieron su “maletota” y les urge justificar sus errores, latrocinios, saqueos, arbitrariedades e incapacidades frente a su pueblo, y por eso les urge inaugurar pequeñas obras, vistosas y de “charol” con las que quieren tapar el sol con un dedo, pero a la vista de todos queda el enriquecimiento de su familia y por ello están apurados buscando mediáticas justificaciones. Pantaleones tlaxcaltecas encontraremos muchos y quedarán sin sanción porque este es un sistema de “tapaderas” de los corruptos y estoy cierto de que nadie habrá de castigarlos, como no sea el desprecio de su propio pueblo y su cochina conciencia, ya que será imposible en el futuro que luzcan su fisonomía en público sin que les recuerden su procedencia familiar.

Bueno, esa es la anécdota que, desde luego, nada tiene que ver con el pueblo de los textileros en donde con una reciente estatua a las hilanderas santaneras del pasado, se les está rindiendo merecido homenaje. Ellas en lo pretérito lavaban lana en el río, la limpiaban de impurezas, en sus ruecas la hilaban y la dejaban lista para el tejido; fueron dignas compañeras de los tejedores; esos artesanos que ennoblecieron y dignificaron a esta tierra de laneros y a ellos, es a quien falta que la memoria colectiva histórica les rinda homenaje. Y sin afán de ofender debe decirse que, si bien “chingaderas” e “hilanderas”, como palabras, se parecen se trata de conceptos diferentes, la primera es una ofensa en el lenguaje mexicano, y la segunda es la advocación de una mujer digna y laboriosa a quien es más que justo rendirle homenaje. Pero sigue faltando “tejer” el reconocimiento para los tejedores y no solo “tejer” disculpas y justificaciones, y si no se hace esa si sería una reverenda... “falta de justicia histórica”.