/ lunes 25 de marzo de 2024

Ahora, después de la tempestad

Cuando la violencia se transforma en herramienta de protesta, entonces es obvio que algo o mucho anda mal; los Estados deben revalorar las estrategias encaminadas a la paz social, en todo caso, explicar lo que corresponde a cada quien como gobernados y gobernantes.

Serían las siete de la noche del siete de marzo cuando a la altura de la plaza de toros, “el ranchero Aguilar”, nos desvían hacia la calle guerrero, una patrulla se atraviesa; ya en el centro de la ciudad, vehículos de carga bajan láminas de acero, que cubrirán el palacio de gobierno, se preparan para la protesta del día siguiente.

La responsabilidad de procurar una paz social recae mayormente en el Estado, es claro que los ciudadanos tampoco son ajenos a tal objetivo, cada quien debe aportar lo que le corresponda. El Estado de derecho que se pretende y enuncia en los discursos, no corresponde a la realidad de una sociedad que en última instancia se ve en la necesidad de apoyase en exclamaciones fuertes y otras acciones.

La conmemoración de las mujeres se ha transformado en un día acusaciones contra el Estado y el género masculino. Las vemos marchar con el resentimiento hacia todo aquello que represente amenaza contra la mujer; gritan consignas contra las instituciones públicas, reclamando su falta de eficacia y por lo mismo los efectos de esa negligencia que encienden o alimentan su ira; muchas con el rostro de la verdad y otras con capuchas, obviamente no quieren ser vistas, con lonas y pancartas en mano exigen se cumpla con las investigaciones de desaparecidas, otras más que fueron secuestradas, asesinadas, igualmente de mujeres que se encuentran injustamente en la cárcel; fotografías en pancartas, muchos nombres que se gritan, pero todas coinciden, están hartas de los abusos y desinterés del orden público.

No hay declaraciones oficiales, los cuerpos policiacos están alerta, todos cuidando de todos y evitando ir al centro, “es un desmadre para pasar”, exclaman molestos los conductores, pero no puede ser de otra forma. Al paso del contingente va quedando el adorno multicolor de las pintas en muros de edificios, finalmente todas y todos tienen algo que decir y reclamar.

En la historia de la humanidad la mujer no pasa desapercibida en la evolución, cierto es que han sido más hombres que mujeres, pero ello no debe significar el no reconocer de la importancia de ambos géneros; la cultura machista no es la única responsable del inicio de las sumisiones, también lo ha sido esa herencia que muchas mujeres de “antes” dejan en sus descendientes, pretendiendo que el hombre siga determinando el destino de su familia de la manera que sea y la mujer asumir un rol de obediencia que lacera, lastima y humilla. Responsables todos aquellos, hombres y mujeres, que permiten determinada dominación obsoleta y hasta delictiva.

Cuando un recién nacido viene al mundo, este pequeño ser no sabe de violencia, no sabe diferenciar género, ni raza, ni posición social, claro es que a medida que va creciendo, su entorno familiar ira definiendo su carácter, valores, etc; niñas y niños se van a formar del mismo modo que lo ven en su casa, aun recibiendo valores en la escuela, desde preescolar, no habrá enseñanza más objetiva que la que está viviendo en su hogar. El menor se empieza a dar cuenta que lo que le indica su maestra o maestro respecto de respeto y otras acciones de convivencia familiar, no coinciden con la posible violencia que esté viviendo con su familia. Cierto es que la unión entre hombre y mujer se debe a múltiples causas, entre ellas, las de más riesgo, el formar familias prematuramente.

El origen de la desigualdad de género y otras, parte de la educación familiar, o sea de la misma formación de los padres; después, en un momento de la infancia, adolescencia o adultez, esa desigualdad posiblemente se transforme en violencia y delitos graves contra otras y otros, no exclusivamente contra la mujer. El orden público, en su innata intervención y competencia, se le dificulta obtener resultados positivos ante las demandas sociales. Las protestas son parte de esa impotencia que no logra obtener ese momento de paz, seguridad y tranquilidad. Los problemas se deben atender de raíz.

Todos, hombres y mujeres, debemos asumir con entera responsabilidad la parte que nos corresponde, desde los valores que hemos recibido en nuestro hogar, igualmente, los que habremos de heredar a los que vendrán. Las instituciones públicas operan bajo políticas de prevención e intervención sobre hechos consumados, eso no cambiará, cada sexenio así será; pero nosotros, los padres de familia, los adultos, como educadores naturales, nos corresponde en mayor medida asegurarnos que nuestros hijos están ciertos de la necesidad de convivir en un ambiente de paz, respeto, tolerancia y solidaridad, valores que no se deben corromper.

El descontento social busca culpables, con quien desquitarse del daño constante, del abuso, la indiferencia, el engaño, la omisión, la desesperación, de las palabras que se lleva el viento.

El origen de la desigualdad de género y otras, parte de la educación familiar, o sea de la misma formación de los padres; después, en un momento de la infancia, adolescencia o adultez, esa desigualdad posiblemente se transforme en violencia y delitos graves contra otras y otros, no exclusivamente contra la mujer.

Cuando la violencia se transforma en herramienta de protesta, entonces es obvio que algo o mucho anda mal; los Estados deben revalorar las estrategias encaminadas a la paz social, en todo caso, explicar lo que corresponde a cada quien como gobernados y gobernantes.

Serían las siete de la noche del siete de marzo cuando a la altura de la plaza de toros, “el ranchero Aguilar”, nos desvían hacia la calle guerrero, una patrulla se atraviesa; ya en el centro de la ciudad, vehículos de carga bajan láminas de acero, que cubrirán el palacio de gobierno, se preparan para la protesta del día siguiente.

La responsabilidad de procurar una paz social recae mayormente en el Estado, es claro que los ciudadanos tampoco son ajenos a tal objetivo, cada quien debe aportar lo que le corresponda. El Estado de derecho que se pretende y enuncia en los discursos, no corresponde a la realidad de una sociedad que en última instancia se ve en la necesidad de apoyase en exclamaciones fuertes y otras acciones.

La conmemoración de las mujeres se ha transformado en un día acusaciones contra el Estado y el género masculino. Las vemos marchar con el resentimiento hacia todo aquello que represente amenaza contra la mujer; gritan consignas contra las instituciones públicas, reclamando su falta de eficacia y por lo mismo los efectos de esa negligencia que encienden o alimentan su ira; muchas con el rostro de la verdad y otras con capuchas, obviamente no quieren ser vistas, con lonas y pancartas en mano exigen se cumpla con las investigaciones de desaparecidas, otras más que fueron secuestradas, asesinadas, igualmente de mujeres que se encuentran injustamente en la cárcel; fotografías en pancartas, muchos nombres que se gritan, pero todas coinciden, están hartas de los abusos y desinterés del orden público.

No hay declaraciones oficiales, los cuerpos policiacos están alerta, todos cuidando de todos y evitando ir al centro, “es un desmadre para pasar”, exclaman molestos los conductores, pero no puede ser de otra forma. Al paso del contingente va quedando el adorno multicolor de las pintas en muros de edificios, finalmente todas y todos tienen algo que decir y reclamar.

En la historia de la humanidad la mujer no pasa desapercibida en la evolución, cierto es que han sido más hombres que mujeres, pero ello no debe significar el no reconocer de la importancia de ambos géneros; la cultura machista no es la única responsable del inicio de las sumisiones, también lo ha sido esa herencia que muchas mujeres de “antes” dejan en sus descendientes, pretendiendo que el hombre siga determinando el destino de su familia de la manera que sea y la mujer asumir un rol de obediencia que lacera, lastima y humilla. Responsables todos aquellos, hombres y mujeres, que permiten determinada dominación obsoleta y hasta delictiva.

Cuando un recién nacido viene al mundo, este pequeño ser no sabe de violencia, no sabe diferenciar género, ni raza, ni posición social, claro es que a medida que va creciendo, su entorno familiar ira definiendo su carácter, valores, etc; niñas y niños se van a formar del mismo modo que lo ven en su casa, aun recibiendo valores en la escuela, desde preescolar, no habrá enseñanza más objetiva que la que está viviendo en su hogar. El menor se empieza a dar cuenta que lo que le indica su maestra o maestro respecto de respeto y otras acciones de convivencia familiar, no coinciden con la posible violencia que esté viviendo con su familia. Cierto es que la unión entre hombre y mujer se debe a múltiples causas, entre ellas, las de más riesgo, el formar familias prematuramente.

El origen de la desigualdad de género y otras, parte de la educación familiar, o sea de la misma formación de los padres; después, en un momento de la infancia, adolescencia o adultez, esa desigualdad posiblemente se transforme en violencia y delitos graves contra otras y otros, no exclusivamente contra la mujer. El orden público, en su innata intervención y competencia, se le dificulta obtener resultados positivos ante las demandas sociales. Las protestas son parte de esa impotencia que no logra obtener ese momento de paz, seguridad y tranquilidad. Los problemas se deben atender de raíz.

Todos, hombres y mujeres, debemos asumir con entera responsabilidad la parte que nos corresponde, desde los valores que hemos recibido en nuestro hogar, igualmente, los que habremos de heredar a los que vendrán. Las instituciones públicas operan bajo políticas de prevención e intervención sobre hechos consumados, eso no cambiará, cada sexenio así será; pero nosotros, los padres de familia, los adultos, como educadores naturales, nos corresponde en mayor medida asegurarnos que nuestros hijos están ciertos de la necesidad de convivir en un ambiente de paz, respeto, tolerancia y solidaridad, valores que no se deben corromper.

El descontento social busca culpables, con quien desquitarse del daño constante, del abuso, la indiferencia, el engaño, la omisión, la desesperación, de las palabras que se lleva el viento.

El origen de la desigualdad de género y otras, parte de la educación familiar, o sea de la misma formación de los padres; después, en un momento de la infancia, adolescencia o adultez, esa desigualdad posiblemente se transforme en violencia y delitos graves contra otras y otros, no exclusivamente contra la mujer.