/ viernes 24 de enero de 2020

“Cambio de época”

  • Y habló una voz autorizada, el economista David Ibarra Muñoz es esa voz. Tal personaje no puede ser acusado de ser personero de la Organización Mundial del Comercio, del Banco Mundial o de algún otro de esos organismos que han sido instituidos por los orquestadores mundiales de la economía y que, de vez en cuando, se apersonan en una Nación para “dictar cátedra” de “qué hacer” con la pretensión de que los gobiernos locales la sigan, so pena de extraviar el rumbo o de tener una reprobación por los organismos mundiales.

David Ibarra Muñoz fue secretario de Hacienda durante dos sexenios, y de alguna forma es el artífice de lo que se conoce aún como el “desarrollo estabilizador”. Cuya comprensión es simple: es el crecimiento de una Nación con la distribución de la riqueza de manera social, para garantizar la estabilidad política del país y lo milagroso de este tipo de conducción económica es que México en esa época crecía a ritmos del cinco y seis por ciento anual y ahora si bien nos va lo hacemos solamente al dos, aunque este año parece ser que ni siquiera eso alcanzaremos.

Vale preguntarnos qué fue lo que pasó, porque de haber sido una economía ejemplar en la escena mundial, en la etapa neoliberal, caímos a bajísimos niveles. Hace algunos días, ante los ricos del país, David Ibarra Muñoz, con noventa años a cuestas, dictó catedra del por qué caímos en este “cráter” y qué debiésemos hacer para recuperarnos de la devastación económica en que nos encontramos.

Explicó que nuestros “genios” del gobierno neoliberal en México admitieron hace treinta años que la inflación era la causa del “mal fundamental del orden mundial”. Para ello instituyeron un banco central entre cuyas tareas estaba la distribución de los ingresos. Pero este tipo de bancos creados en todo el mundo capitalista no distribuyeron el ingreso y en cambio sí tomaron como tarea fundamental corregir las tasas de interés cuando iban a la baja y confiaron en que los mercados mundiales corrigieran la inflación. La consecuencia es que existen en México trabajadores y sindicatos con una notoria debilidad, que se encuentran imposibilitados para oponerse a “la concentración universal del ingreso”. Concentración que es la causa de que ahora seis mexicanos detenten el cincuenta por ciento de la riqueza de México. Claro que esto no es justicia social, además en la lucha por mantener precios estables abandonaron el crecimiento histórico de la economía y en cambio, el esfuerzo se centró en la producción industrial para substituir exportaciones y para “incursionar en los mercados externos”, pero nuestra principal moneda de intercambio en ellos fue la mano de obra barata y mal pagada. La industria meramente nacional no estuvo en posibilidades, ya que para competir en el mercado mundial se requieren tres condiciones: calidad, eficiencia y precios competitivos. Pero más aún, algunos estados como Puebla y Nuevo León, buscando atraer capitales e industrias externas, les regalaron enormes predios y los exentaron de pagar impuestos hasta por treinta años, lo que empobreció las finanzas públicas y con ello, la imposibilidad de invertir para el bienestar de nuestro pueblo.

Las consecuencias están a la vista, no hay empleos y los que existen son mal pagados, le hicieron un irreparable daño al país. Y respecto del capitalismo, por todo el planeta se oyen exclamaciones de que esa política debe cambiar. México, aconseja David Ibarra debe “intentar la construcción de un futuro con menos creencias neoliberales, con nuestro ingenio y trabajo puestos en diseñar una política propia que a la par de democrática, resulte más autónoma e igualitaria”. “Esa tarea es y será pausada, difícil en la atmosfera de desasosiego, de intensa polarización distributiva que prevalece en México”.

Y concluye David Ibarra en que esta es la enorme tarea que confronta el “nuevo tiempo mexicano”. Rolando Cordera le añade que “esto implica una época de cambios, pero sobre todo un cambio de época”.

Semejante tarea reclama la unidad nacional que, sin gazmoñerías partidistas, ni egoísmos de especie alguna, permita la consecución de tales objetivos

  • Y habló una voz autorizada, el economista David Ibarra Muñoz es esa voz. Tal personaje no puede ser acusado de ser personero de la Organización Mundial del Comercio, del Banco Mundial o de algún otro de esos organismos que han sido instituidos por los orquestadores mundiales de la economía y que, de vez en cuando, se apersonan en una Nación para “dictar cátedra” de “qué hacer” con la pretensión de que los gobiernos locales la sigan, so pena de extraviar el rumbo o de tener una reprobación por los organismos mundiales.

David Ibarra Muñoz fue secretario de Hacienda durante dos sexenios, y de alguna forma es el artífice de lo que se conoce aún como el “desarrollo estabilizador”. Cuya comprensión es simple: es el crecimiento de una Nación con la distribución de la riqueza de manera social, para garantizar la estabilidad política del país y lo milagroso de este tipo de conducción económica es que México en esa época crecía a ritmos del cinco y seis por ciento anual y ahora si bien nos va lo hacemos solamente al dos, aunque este año parece ser que ni siquiera eso alcanzaremos.

Vale preguntarnos qué fue lo que pasó, porque de haber sido una economía ejemplar en la escena mundial, en la etapa neoliberal, caímos a bajísimos niveles. Hace algunos días, ante los ricos del país, David Ibarra Muñoz, con noventa años a cuestas, dictó catedra del por qué caímos en este “cráter” y qué debiésemos hacer para recuperarnos de la devastación económica en que nos encontramos.

Explicó que nuestros “genios” del gobierno neoliberal en México admitieron hace treinta años que la inflación era la causa del “mal fundamental del orden mundial”. Para ello instituyeron un banco central entre cuyas tareas estaba la distribución de los ingresos. Pero este tipo de bancos creados en todo el mundo capitalista no distribuyeron el ingreso y en cambio sí tomaron como tarea fundamental corregir las tasas de interés cuando iban a la baja y confiaron en que los mercados mundiales corrigieran la inflación. La consecuencia es que existen en México trabajadores y sindicatos con una notoria debilidad, que se encuentran imposibilitados para oponerse a “la concentración universal del ingreso”. Concentración que es la causa de que ahora seis mexicanos detenten el cincuenta por ciento de la riqueza de México. Claro que esto no es justicia social, además en la lucha por mantener precios estables abandonaron el crecimiento histórico de la economía y en cambio, el esfuerzo se centró en la producción industrial para substituir exportaciones y para “incursionar en los mercados externos”, pero nuestra principal moneda de intercambio en ellos fue la mano de obra barata y mal pagada. La industria meramente nacional no estuvo en posibilidades, ya que para competir en el mercado mundial se requieren tres condiciones: calidad, eficiencia y precios competitivos. Pero más aún, algunos estados como Puebla y Nuevo León, buscando atraer capitales e industrias externas, les regalaron enormes predios y los exentaron de pagar impuestos hasta por treinta años, lo que empobreció las finanzas públicas y con ello, la imposibilidad de invertir para el bienestar de nuestro pueblo.

Las consecuencias están a la vista, no hay empleos y los que existen son mal pagados, le hicieron un irreparable daño al país. Y respecto del capitalismo, por todo el planeta se oyen exclamaciones de que esa política debe cambiar. México, aconseja David Ibarra debe “intentar la construcción de un futuro con menos creencias neoliberales, con nuestro ingenio y trabajo puestos en diseñar una política propia que a la par de democrática, resulte más autónoma e igualitaria”. “Esa tarea es y será pausada, difícil en la atmosfera de desasosiego, de intensa polarización distributiva que prevalece en México”.

Y concluye David Ibarra en que esta es la enorme tarea que confronta el “nuevo tiempo mexicano”. Rolando Cordera le añade que “esto implica una época de cambios, pero sobre todo un cambio de época”.

Semejante tarea reclama la unidad nacional que, sin gazmoñerías partidistas, ni egoísmos de especie alguna, permita la consecución de tales objetivos

ÚLTIMASCOLUMNAS