La cartelera de esta semana cumplió la máxima de que “entre más expectación, peor es la decepción”. “Aquaman 2” se estrella en taquilla con uno de los peores estrenos de DC y no es para menos.
Cuando circularon las primeras imágenes de la segunda parte de Aquaman, la atención se centró en sus extraordinarios efectos especiales, el resurgir de importantes personajes y lo entrañable del mundo acuático donde se desarrolla la historia. Desafortunadamente, nadie consideró que la innecesaria secuela tendría un alto costo en cuanto a desarrollo del personaje.
“El reino perdido” nos devuelve el rostro del rey de Atlantis. Obligado a dejar atrás sus diferencias para proteger a su reino, Aquaman recurre a su hermano y antiguo soberano de los mares: Orm.
Juntos se sumergen en una misión para salvar a su familia y al mundo de una destrucción irreversible provocada por el cambio climático y por Black Metal, el villano que despierta un antiguo poder atlanteano para cumplir una venganza que le prometió a su padre momentos antes de morir.
Hasta este punto, se trata de una proeza para el sello de DC hablar desde la emergencia ecológica global desde el carisma y la no confrontación, sin embargo, la cinta se vio terriblemente afectada por una narrativa que no funcionó de principio a fin.
Si bien hay momentos dramáticos donde las emociones destacan el gran trabajo de fotografía de la producción a través del uso de interesantes paletas teatrales, no “despegó” nunca el argumento. Narrativa plana, chistes forzados y escenas innecesarias son solo algunos de los problemas a los que se enfrenta esta cinta.
Sus secuencias de acción básicamente son lo que se rescata a regañadientes. Cada una de las batallas devuelven al gran titán un poco de la heroicidad que pierde con el libreto simplón y cabizbajo que le fue otorgado.
En suma, la segunda parte de Aquaman es una desilusión para quienes vivieron y disfrutaron la intensidad de su precuela. Poco recomendable para disfrutar una buena historia de superhéroes, pero altamente efectiva para entretenerse brevemente en un reino que dejó de estar perdido.