/ sábado 17 de febrero de 2024

Los avatares de nuestro tiempo | El Democracy Index de The Economist y el mito de la objetividad

Las mediciones y rankings internacionales sobre asuntos políticos tienen una agenda de interés. Resulta contraproducente que los analistas intenten argumentar que la objetividad plena es realizable; también es un error argüir a la inversa e indicar que los estudios y análisis internacionales sobre problemas económicos, políticos y sociales son meras reverberaciones ideológicas -prácticamente panfletos. En estos se posicionan en favor o en contra de regímenes cómodos o rijosos para intereses de diferente tipo y origen.

El debate sobre cómo impactan los estudios internacionales sobre situaciones políticas es relevante. Ciertamente es necesario que las realidades nacionales atiendan y consideren lo que se dice -en muchos sentidos, tanto negativo como positivo- desde los organismos multilaterales, las organizaciones de la sociedad civil internacional y los grupos de interés empresariales o políticos. Ahí, el reporte “Democracy Index 2023” publicado por The Economist, abre la discusión global sobre cuál es el estado actual de la democracia en el mundo, cuáles son los riesgos y amenazas principales y, qué países enfrentan mayores obstáculos y problemas estructurales o de coyuntura para salvaguardar los derechos y libertades democráticas.

El Índice registra que -del total de 167 países analizados- solamente el 14.4 % son democracias consolidadas; el 29.9 % son democracias con deficiencias; el 20.4 % regímenes híbridos y el 35.3 % regímenes autoritarios. Este escenario internacional parece suponer que, aunque los valores democráticos son casi universalizados y tienen gran aceptación como aspiración política entre la población del mundo, son varios los casos en los que se enfrentan dificultades para lograr su implementación plena y su protección. A pesar de lo discutible que puede ser la metodología del índice, ofrece algunos visos de cómo el mundo enfrenta el viejo dilema político entre democracia y otras formas de gobierno y organización política.

Una crítica posible a esta publicación periódica de The Economist es cómo la medición está imbuida en la influencia ideológica de EUA. Si se observa el mapa que se presenta en el documento, es evidente cómo los regímenes con mejores relaciones con el bloque hegemónico occidental son mejor evaluados. Cabe preguntarse sobre la posibilidad de que -cambiando el origen de la medición- quizás los resultados también tendrían una variación significativa. En adición, una fortaleza del análisis es la identificación de los puntos más severos de formas autoritarias de organización política, por ejemplo, el caso de Rusia.

Es muy difícil lograr que la medición sobre -lo que la historia identifica como un asunto verdaderamente complejo como la democracia- asuntos públicos y políticos escape de los sesgos individuales, ideológicos y políticos. Sin embargo, sí es deleznable hacerlo pasar por conocimiento, hallazgos objetivos y verdades irrefutables; y -simultáneamente- utilizarlas como bandera política y consignas. En el caso de México esto ha ocurrido frecuentemente, se utiliza este tipo de mediciones internacionales para construir agendas políticas, criticar sin más base analítica más que la de ofrecer datos “respaldados” por agencias internacionales más bien vinculadas a intereses económicos y se genera conflicto político en aras de “la protección de la democracia”. Esto, evidentemente es irrisorio, pero también preocupante.

Es necesario que se realicen esfuerzos nacionales de pedagogía política, construcción de ciudadanía que difícilmente caiga en las falacias envueltas en datos. Sin embargo, es positivo que estos falsos argumentos salgan en el debate público para observarlos, analizarlos y criticarlos.


Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz


X: @EnriqueBermC


Las mediciones y rankings internacionales sobre asuntos políticos tienen una agenda de interés. Resulta contraproducente que los analistas intenten argumentar que la objetividad plena es realizable; también es un error argüir a la inversa e indicar que los estudios y análisis internacionales sobre problemas económicos, políticos y sociales son meras reverberaciones ideológicas -prácticamente panfletos. En estos se posicionan en favor o en contra de regímenes cómodos o rijosos para intereses de diferente tipo y origen.

El debate sobre cómo impactan los estudios internacionales sobre situaciones políticas es relevante. Ciertamente es necesario que las realidades nacionales atiendan y consideren lo que se dice -en muchos sentidos, tanto negativo como positivo- desde los organismos multilaterales, las organizaciones de la sociedad civil internacional y los grupos de interés empresariales o políticos. Ahí, el reporte “Democracy Index 2023” publicado por The Economist, abre la discusión global sobre cuál es el estado actual de la democracia en el mundo, cuáles son los riesgos y amenazas principales y, qué países enfrentan mayores obstáculos y problemas estructurales o de coyuntura para salvaguardar los derechos y libertades democráticas.

El Índice registra que -del total de 167 países analizados- solamente el 14.4 % son democracias consolidadas; el 29.9 % son democracias con deficiencias; el 20.4 % regímenes híbridos y el 35.3 % regímenes autoritarios. Este escenario internacional parece suponer que, aunque los valores democráticos son casi universalizados y tienen gran aceptación como aspiración política entre la población del mundo, son varios los casos en los que se enfrentan dificultades para lograr su implementación plena y su protección. A pesar de lo discutible que puede ser la metodología del índice, ofrece algunos visos de cómo el mundo enfrenta el viejo dilema político entre democracia y otras formas de gobierno y organización política.

Una crítica posible a esta publicación periódica de The Economist es cómo la medición está imbuida en la influencia ideológica de EUA. Si se observa el mapa que se presenta en el documento, es evidente cómo los regímenes con mejores relaciones con el bloque hegemónico occidental son mejor evaluados. Cabe preguntarse sobre la posibilidad de que -cambiando el origen de la medición- quizás los resultados también tendrían una variación significativa. En adición, una fortaleza del análisis es la identificación de los puntos más severos de formas autoritarias de organización política, por ejemplo, el caso de Rusia.

Es muy difícil lograr que la medición sobre -lo que la historia identifica como un asunto verdaderamente complejo como la democracia- asuntos públicos y políticos escape de los sesgos individuales, ideológicos y políticos. Sin embargo, sí es deleznable hacerlo pasar por conocimiento, hallazgos objetivos y verdades irrefutables; y -simultáneamente- utilizarlas como bandera política y consignas. En el caso de México esto ha ocurrido frecuentemente, se utiliza este tipo de mediciones internacionales para construir agendas políticas, criticar sin más base analítica más que la de ofrecer datos “respaldados” por agencias internacionales más bien vinculadas a intereses económicos y se genera conflicto político en aras de “la protección de la democracia”. Esto, evidentemente es irrisorio, pero también preocupante.

Es necesario que se realicen esfuerzos nacionales de pedagogía política, construcción de ciudadanía que difícilmente caiga en las falacias envueltas en datos. Sin embargo, es positivo que estos falsos argumentos salgan en el debate público para observarlos, analizarlos y criticarlos.


Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz


X: @EnriqueBermC