Cuenta la leyenda que a mediados del siglo pasado vivía con su mujer un humilde zapatero en una pobre choza ubicada en lo que hoy es la calle de Reforma Norte (antes Iturbide) de la ciudad de Huamantla, Tlaxcala, estado ubicado al centro de México. La extremada pobreza en la que vivía este matrimonio causaba que la mujer desesperada reprochara a su marido, “si nuestra miseria se prolonga, va a resultar que nos vamos a ‘pelar de hambre”, decía.
El pobre zapatero, peor se desesperaba al escuchar los continuos reproches, y después blasfemaba enfurecido: ¡maldita suerte! Yo me rajo el cuero trabajando día y noche y no puedo salir avante; te juro que, si el diablo me diera dinero, al diablo mismo yo le vendería mi alma.
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Decían las personas que Ramón (así se llamaba aquel zapatero) un día empezó a salir de noche a lugares ignorados en donde se aseguraba que hablaba con satanás. Días después montaba un buen caballo en el que hacia sus incursiones nocturnas y regresaba, según la versión popular, con algunas bolsas repletas de dinero.
De aquellos días en adelante la vida de aquel matrimonio cambio notablemente; de parte de la mujer pararon los reproches y del hombre la desesperación; vestían y comían mejor, el hombre trabajaba menos y se emborrachaba más. Pero… todo tiene su límite. Un día Ramón cayó en cama delicadamente enfermo, y pronto murió. Su mujer le compro elegante ataúd y mando hacer una buena comida para agasajar a los acompañantes que asistirían al sepelio.
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Salió el cortejo fúnebre con dirección al templo del dulce nombre en cuyo cementerio anexo seria sepultado el zapatero, e iban entrando a la plazuela que hay frente a este templo cuando súbitamente por todos fue escuchando a cierta distancia un estruendoso ruido producido por un torbellino que arrancaba ramas a los árboles y techos a algunas casas.
Momentos después cruzo aquel fenómeno sobre el numeroso conjunto que acompañaba al finado a su última morada. El fuerte impacto que ese remolino produjo sobre los cuatro cargadores del cadáver, hizo que estos se tambalearan desconcertados teniendo que suspender los cánticos fúnebres que todos entonaban en coro.
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Algunos de los que oportunamente cerraron los ojos para protegerse de los efectos del polvo y del fuerte viento, al mirar hacia el curso que llevaba aquel torbellino, pudieron notar en las alturas una extraña silueta que remolineando se semejaba la figura de un ser humano, creyendo que aquello sería una ropa varonil que había sido arrancada de algún tendedero.
Después de haberse repuesto un poco del escalofriante impacto del viento que los llenó de terror, los cargadores, por alguna circunstancia tuvieron la necesidad de descansar el cadáver en aquella plazuela, habiendo notado como verdadera sorpresa que el peso de este había disminuido considerablemente.
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La viuda y algunos familiares del muerto procedieron a abrir aquel ataúd para despedirse del ser querido contemplándolo por última vez. Pero… ¡Qué sorpresa! Ante el asombro de todos los presentes se dieron cuenta de que el cadáver había desaparecido, y que solo había en el interior de la caja mortuoria algunas talegas al parecer con monedas de oro, de donde salía un repugnante aroma.
Todos los integrantes de aquel cortejo abandonaron el ataúd y a gran prisa se alejaron horrorizados unidos en sus meditaciones y conjeturas. Algunos comentaron el caso en voz baja, otros exploraban con la mirada sobre el cielo el curso que había seguido el torbellino… y una mujer que se alejaba meditabunda, a la vez que reflejando en su rostro el asombro, santiguándose exclamó: ¡lo arrastró el diablo en cuerpo y alma!
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