Se cuenta que en aquella época, la iglesia no contaba con un sacerdote de cabecera que oficiara misas, así que el presbítero de Santa Ana Chiautempan, cumplía con ese deber cada domingo.
Para llegar al poblado, el sacerdote realizaba un largo recorrido por una estrecha vereda que lo conducía a su destino, no obstante, una mañana, ningún feligrés había acudido al llamado de las campanas.
El hecho molestó tanto al cura que, sin pensarlo dos veces, salió a toda prisa de la parroquia, se montó en su burro y emprendió el camino de regreso al municipio textilero.
Pero durante el trayecto escuchó unos rugidos de animales feroces que lo hicieron estremecer, sin embargo, se convenció de que aquellos ruidos eran producto de su imaginación, así que, aún enfurecido por la grosería de los feligreses, continuó su camino…
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