/ jueves 13 de octubre de 2022

Las mujeres del 68: Sororidad en el movimiento estudiantil

Conoce la historia de Mirtocleya González, la primera mujer en el centro de estudios “Wilfrido Massieu” del IPN y una de las últimas voces que resonaron antes de la masacre del 2 de octubre

El movimiento y la matanza estudiantil de 1968 es una historia muy conocida que resistió el paso del tiempo a pesar de la censura. A poco más de medio siglo, hay un papel que aún falta rescatar de los escombros de la memoria: el de las mujeres. Estudiantes, enfermeras, trabajadoras, madres y luchadoras sociales: todas valientes, todas invisibilizadas.

La historiadora Gabriela Cano considera que el movimiento estudiantil fue la antesala de la que floreció la segunda ola del feminismo mexicano al consagrar los primeros grupos militantes de feministas, por lo que rescatar testimonios es de gran valía para la cronología mexicana.

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La historia de Mirtocleya González

En Ecos del 68, del periodista Arturo Rodríguez, se proponen trayectos de análisis y reflexión del movimiento desde diversas aristas, de ahí se retoma la ruta trazada por Mirtocleya González, representante del Consejo Nacional de Huelga en el centro de estudios “Wilfrido Massieu” del Instituto Politécnico Nacional (IPN).

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Su relato, sin proponérselo, es una conmovedora historia de la lucha de las mujeres por conquistar condiciones de igualdad y también, de la solidaridad de género.

En medio de una sociedad históricamente machista, la joven estudiante tuvo un buen recibimiento en el grupo y considera que nunca se sintió excluida de las actividades. Sin embargo, al ser la primera mujer de su escuela, tenía claro que su labor no estaba en la cocina y, durante todo el movimiento, se resistió a las labores de género que solían designar a las compañeras: preparación de alimentos, envíos de documentos entre grupos y demás “mandados”.

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Mirtocleya vivió en carne propia todas las manifestaciones y narra que las mujeres del Consejo comprendían apenas el 5% del total de miembros, por lo que fue nombrada por la asamblea del 2 de octubre como maestra de ceremonias para darle un foco a la voz femenina que, a su vez, fue una de las últimas que resonaron antes de la masacre.

En medio del caos, la separaron del contingente y la detuvieron en diversas partes de la ciudad. No fue hasta su llegada al Hospital de Traumatología que la enfermera Ana María Monroy le cambió su ropa, la escondió y le ayudó a escapar del proceso legal por el que se encontraba asechada llevándola a lugares seguros fuera de la ciudad. Ese arriesgado acto de sororidad fue el que le salvó la vida y permitió que esta historia fuera contada.

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Meses después de su retorno a casa, Mirtocleya vivió escondida. No podía salir a la escuela ni frecuentar establecimientos más allá de su domicilio. Tuvieron que pasar años para recuperar un poco de estabilidad. A la fecha, la sobreviviente tiene 77 años y no alcanza una vida para testificar la película de terror que ha sido su vida.

La historia de Mirtocleya está dotada de un cambio de paradigma del siglo XX donde las mujeres comenzaron a conquistar los micrófonos con el desafiante eco de lo que tanto tiempo les fue negado: sus cuerpos, las calles y las universidades.

RECURSO

Las mujeres del Consejo Nacional de Huelga eran apenas el 5% del total de miembros

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La historiadora Gabriela Cano considera que el movimiento estudiantil fue la antesala de la que floreció la segunda ola del feminismo mexicano al consagrar los primeros grupos militantes de feministas, por lo que rescatar testimonios es de gran valía para la cronología mexicana.

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La historia de Mirtocleya González

En Ecos del 68, del periodista Arturo Rodríguez, se proponen trayectos de análisis y reflexión del movimiento desde diversas aristas, de ahí se retoma la ruta trazada por Mirtocleya González, representante del Consejo Nacional de Huelga en el centro de estudios “Wilfrido Massieu” del Instituto Politécnico Nacional (IPN).

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Su relato, sin proponérselo, es una conmovedora historia de la lucha de las mujeres por conquistar condiciones de igualdad y también, de la solidaridad de género.

En medio de una sociedad históricamente machista, la joven estudiante tuvo un buen recibimiento en el grupo y considera que nunca se sintió excluida de las actividades. Sin embargo, al ser la primera mujer de su escuela, tenía claro que su labor no estaba en la cocina y, durante todo el movimiento, se resistió a las labores de género que solían designar a las compañeras: preparación de alimentos, envíos de documentos entre grupos y demás “mandados”.

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Mirtocleya vivió en carne propia todas las manifestaciones y narra que las mujeres del Consejo comprendían apenas el 5% del total de miembros, por lo que fue nombrada por la asamblea del 2 de octubre como maestra de ceremonias para darle un foco a la voz femenina que, a su vez, fue una de las últimas que resonaron antes de la masacre.

En medio del caos, la separaron del contingente y la detuvieron en diversas partes de la ciudad. No fue hasta su llegada al Hospital de Traumatología que la enfermera Ana María Monroy le cambió su ropa, la escondió y le ayudó a escapar del proceso legal por el que se encontraba asechada llevándola a lugares seguros fuera de la ciudad. Ese arriesgado acto de sororidad fue el que le salvó la vida y permitió que esta historia fuera contada.

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Meses después de su retorno a casa, Mirtocleya vivió escondida. No podía salir a la escuela ni frecuentar establecimientos más allá de su domicilio. Tuvieron que pasar años para recuperar un poco de estabilidad. A la fecha, la sobreviviente tiene 77 años y no alcanza una vida para testificar la película de terror que ha sido su vida.

La historia de Mirtocleya está dotada de un cambio de paradigma del siglo XX donde las mujeres comenzaron a conquistar los micrófonos con el desafiante eco de lo que tanto tiempo les fue negado: sus cuerpos, las calles y las universidades.

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