/ viernes 2 de septiembre de 2022

El Dios en el que creo

El Dios en el que creo es Vida. La Vida infinita que se autoexpresa bajo innumerables formas en el Universo. Esta Vida, que es energía pura, no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Usted y yo somos esa Vida manifestándose en forma humana. Usted y yo, por lo tanto, no podemos morir. Es imposible. La Vida que es Dios en nosotros, desde luego, evoluciona, asciende, asume distintas formas, pero no muere. Por eso no hay que temer a la muerte pues no es mas que un brevísimo instante de transición, un momento de crecimiento y expansión. Lo que llamamos enfermedad es una creación de nuestras mentes que, llenas de temor, ansiedad y emociones negativas se manifiesta como reflejo y sombra. Pero lo único real, sustancial, permanente, que no se puede enfermar ni deteriorar es la Vida. Es el Ser Divino en mí, en usted, en todos.

El Dios en el que creo es Verdad. Mire usted, lo que nosotros percibimos a través de los sentidos es tan solo una ilusión, una apariencia. Ahora sabemos que lo que llamamos materia es en realidad energía en movimiento; protones, neutrones, electrones, partículas subatómicas. Entonces ¿Qué se esconde detrás de las apariencias? Eso que llamamos Dios. Detrás de la apariencia del desorden, la fealdad y el caos está Él, que es orden, armonía y belleza absoluta. Detrás de la apariencia de la tristeza y del dolor está Él, que es gozo y alegría sin límite. Detrás de la apariencia de la pobreza y la carencia está Él, que es abundancia y bienestar. ¿Desea usted sanar sus actuales circunstancias? ¿No le gusta su situación presente? Comience por reconocer la presencia de Dios, que es el bien infinito, detrás de cualquier apariencia. Y verá como Él empieza a manifestarse y a cambiarlo todo. Pero no puede hacerlo si usted no lo reconoce, si usted no lo “ve” con los ojos del alma.

El Dios en el que creo es Amor. El Amor consiste en desear y procurar el bien del ser amado, así de simple. Usted y yo somos la manifestación del Amor infinito. Cuando se sienta triste, abatido, derrotado, frustrado, lleno de rencor, atado al pasado y esclavo de sus circunstancias, ponga su mano sobre el pecho y sienta los latidos de su corazón. Cada uno de ellos es un “te amo” silencioso que le recuerda lo valioso y único que es usted. El Amor no castiga ni se alegra con el sufrimiento. El Amor todo lo sana. Reciba y transmita el Amor divino. No se arrepentirá.

El Dios en el que creo es Inteligencia. Basta con contemplar la Naturaleza, la Tierra, el Cielo, el Universo… basta con contemplarnos a nosotros mismos para darnos cuenta de que todo cuanto existe es la manifestación de una Inteligencia infinita y perfectísima y que, por lo tanto, nuestras vidas tienen un propósito único y sumamente especial. Usted y yo somos la Inteligencia divina actuando ahora mismo. Cuando se sienta torpe y piense que sus decisiones y actos no han sido los mejores, recuerde que Dios es Inteligencia y que en Él no puede haber error ni equivocación. Hágase uno con la Fuente divina. Déjese guiar por el increíble Poder que se encarga de mantener los planetas en su órbita y que todo lo gobierna con admirable precisión y majestuosidad. Porque usted y Él son uno.

El Dios en el que creo es Espíritu. Por lo tanto, es infinito e ilimitado y no está sujeto a las leyes de la materia. Ésta se deteriora, envejece, se diluye, pero el Espíritu no. Piense en Dios como en un inmenso fuego del que emanan innumerables chispas. Bueno, pues usted es una de esas chispas, poseedora de la la misma naturaleza del fuego central y puede expandirse hasta el infinito. Usted y yo somos el Espíritu divino encarnado como hombre, como mujer. Somos el Espíritu divino viviendo una experiencia humana temporal, y tarde o temprano tenemos que volver a la Fuente original de la que todo procede.

El Dios en el que creo es Unidad. Esto significa que todas las cosas que existen, que son incontables, en realidad son manifestaciones de un solo Ser. Por lo tanto, lo único real es la Unidad, mientras que la diversidad es solamente apariencia. Entonces todos somos hermanos, todos somos uno. Cada uno de nosotros es una rama distinta pero el árbol es el mismo. Por eso perdone a quienes le hicieron daño y haga con los demás como quiere que ellos hagan con usted. Si ofende o lastima a otro ser humano o a cualquier criatura en realidad está atentando contra usted mismo. Usted y yo somos uno con Dios, pero también con el Universo y con todo lo que existe. Recuérdelo bien: Detrás de la ilusión de la diversidad permanece la verdad de la Unidad.

Y por último, el Dios en el que creo es Ley o Principio. Usted conoce, por ejemplo, la ley de la gravedad y por lo tanto sabe que todo lo que sube tiene que bajar. Crea o no en esta ley, tenga por seguro que su cumplimiento es exacto. Pues bien, Dios es la Ley de la mente. ¿Cómo es esto? Fácil. Lo que usted piensa y siente, se manifiesta, sea bueno o malo. El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir. El Señor nos hace pobres o ricos; nos hace caer y nos levanta (1 Samuel 2:6-7). Como verá usted, es un mismo y único Poder el que lo hace todo. Usted decide si lo usa para sanar o para enfermar, para manifestar cosas buenas o cosas malas. Usted decide. Dios es la Ley de su mente que puede aportarle vida, libertad y felicidad.

Este es, pues, el Dios en el que creo. Y deseo compartirlo con usted. Como siempre, gracias por su atención.

*Comunicólogo y sacerdote anglicano.


El Dios en el que creo es Vida. La Vida infinita que se autoexpresa bajo innumerables formas en el Universo. Esta Vida, que es energía pura, no se crea ni se destruye, solamente se transforma. Usted y yo somos esa Vida manifestándose en forma humana. Usted y yo, por lo tanto, no podemos morir. Es imposible. La Vida que es Dios en nosotros, desde luego, evoluciona, asciende, asume distintas formas, pero no muere. Por eso no hay que temer a la muerte pues no es mas que un brevísimo instante de transición, un momento de crecimiento y expansión. Lo que llamamos enfermedad es una creación de nuestras mentes que, llenas de temor, ansiedad y emociones negativas se manifiesta como reflejo y sombra. Pero lo único real, sustancial, permanente, que no se puede enfermar ni deteriorar es la Vida. Es el Ser Divino en mí, en usted, en todos.

El Dios en el que creo es Verdad. Mire usted, lo que nosotros percibimos a través de los sentidos es tan solo una ilusión, una apariencia. Ahora sabemos que lo que llamamos materia es en realidad energía en movimiento; protones, neutrones, electrones, partículas subatómicas. Entonces ¿Qué se esconde detrás de las apariencias? Eso que llamamos Dios. Detrás de la apariencia del desorden, la fealdad y el caos está Él, que es orden, armonía y belleza absoluta. Detrás de la apariencia de la tristeza y del dolor está Él, que es gozo y alegría sin límite. Detrás de la apariencia de la pobreza y la carencia está Él, que es abundancia y bienestar. ¿Desea usted sanar sus actuales circunstancias? ¿No le gusta su situación presente? Comience por reconocer la presencia de Dios, que es el bien infinito, detrás de cualquier apariencia. Y verá como Él empieza a manifestarse y a cambiarlo todo. Pero no puede hacerlo si usted no lo reconoce, si usted no lo “ve” con los ojos del alma.

El Dios en el que creo es Amor. El Amor consiste en desear y procurar el bien del ser amado, así de simple. Usted y yo somos la manifestación del Amor infinito. Cuando se sienta triste, abatido, derrotado, frustrado, lleno de rencor, atado al pasado y esclavo de sus circunstancias, ponga su mano sobre el pecho y sienta los latidos de su corazón. Cada uno de ellos es un “te amo” silencioso que le recuerda lo valioso y único que es usted. El Amor no castiga ni se alegra con el sufrimiento. El Amor todo lo sana. Reciba y transmita el Amor divino. No se arrepentirá.

El Dios en el que creo es Inteligencia. Basta con contemplar la Naturaleza, la Tierra, el Cielo, el Universo… basta con contemplarnos a nosotros mismos para darnos cuenta de que todo cuanto existe es la manifestación de una Inteligencia infinita y perfectísima y que, por lo tanto, nuestras vidas tienen un propósito único y sumamente especial. Usted y yo somos la Inteligencia divina actuando ahora mismo. Cuando se sienta torpe y piense que sus decisiones y actos no han sido los mejores, recuerde que Dios es Inteligencia y que en Él no puede haber error ni equivocación. Hágase uno con la Fuente divina. Déjese guiar por el increíble Poder que se encarga de mantener los planetas en su órbita y que todo lo gobierna con admirable precisión y majestuosidad. Porque usted y Él son uno.

El Dios en el que creo es Espíritu. Por lo tanto, es infinito e ilimitado y no está sujeto a las leyes de la materia. Ésta se deteriora, envejece, se diluye, pero el Espíritu no. Piense en Dios como en un inmenso fuego del que emanan innumerables chispas. Bueno, pues usted es una de esas chispas, poseedora de la la misma naturaleza del fuego central y puede expandirse hasta el infinito. Usted y yo somos el Espíritu divino encarnado como hombre, como mujer. Somos el Espíritu divino viviendo una experiencia humana temporal, y tarde o temprano tenemos que volver a la Fuente original de la que todo procede.

El Dios en el que creo es Unidad. Esto significa que todas las cosas que existen, que son incontables, en realidad son manifestaciones de un solo Ser. Por lo tanto, lo único real es la Unidad, mientras que la diversidad es solamente apariencia. Entonces todos somos hermanos, todos somos uno. Cada uno de nosotros es una rama distinta pero el árbol es el mismo. Por eso perdone a quienes le hicieron daño y haga con los demás como quiere que ellos hagan con usted. Si ofende o lastima a otro ser humano o a cualquier criatura en realidad está atentando contra usted mismo. Usted y yo somos uno con Dios, pero también con el Universo y con todo lo que existe. Recuérdelo bien: Detrás de la ilusión de la diversidad permanece la verdad de la Unidad.

Y por último, el Dios en el que creo es Ley o Principio. Usted conoce, por ejemplo, la ley de la gravedad y por lo tanto sabe que todo lo que sube tiene que bajar. Crea o no en esta ley, tenga por seguro que su cumplimiento es exacto. Pues bien, Dios es la Ley de la mente. ¿Cómo es esto? Fácil. Lo que usted piensa y siente, se manifiesta, sea bueno o malo. El Señor quita la vida y la da; nos hace bajar al sepulcro y de él nos hace subir. El Señor nos hace pobres o ricos; nos hace caer y nos levanta (1 Samuel 2:6-7). Como verá usted, es un mismo y único Poder el que lo hace todo. Usted decide si lo usa para sanar o para enfermar, para manifestar cosas buenas o cosas malas. Usted decide. Dios es la Ley de su mente que puede aportarle vida, libertad y felicidad.

Este es, pues, el Dios en el que creo. Y deseo compartirlo con usted. Como siempre, gracias por su atención.

*Comunicólogo y sacerdote anglicano.