/ lunes 4 de diciembre de 2023

¡Las víctimas siempre son inocentes!

A lo largo de la historia, las mujeres han sido entendidas como seres humanos de segunda categoría frente al hombre. La fuerza física del hombre y por ende su imposición sobre la mujer y la exigencia que la maternidad implica para ellas, entre otras situaciones, fueron creando una cultura donde ellos se dedicaron predominantemente a lo público, a la guerra, al trabajo remunerado, al gobierno y a la generación de empresas, mientras ellas fueron circunscritas a lo privado, a la casa, a la crianza y como consecuencia, a la subordinación frente al hombre, quien se fue convirtiendo culturalmente en el jefe de la familia.

El romanticismo fue “suavizando” la brutalidad de esa desigualdad entre ambos miembros de la pareja y de los sexos en la comunidad poniendo apelativos como “reina del hogar”, “pilar de la familia”, “núcleo de la sociedad” a las mujeres, todo para mantenerlas en ese espacio privado sin derechos, independencia, libertad ni toma de decisiones propias.

A lo anterior, se le suma que la imposición por la fuerza del hombre sobre la mujer se cronifica en diversas y múltiples conductas que se van encuadrando en el término Violencia de Género, que es “cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause [a las mujeres] daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público”.

Ahora, en la Constitución General de la República, artículo cuarto, se indica claramente que “la mujer y el hombre son iguales ante la Ley. Esta protegerá la organización y desarrollo de la familia”. Pero, en la realidad las cifras registradas oficialmente por el Inegi de violencia contra las mujeres indican que de los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que hay en el país, 66.1 % (30.7 millones) ha enfrentado violencia de cualquier tipo y de cualquier agresor, alguna vez en su vida. Es decir, 7 de 10 mujeres no solo no viven en paz y sin violencia, sino que han sufrido daño en su dignidad humana por el simple hecho de haber nacido mujer.

De hecho, la forma más extrema de violencia machista es el feminicidio, delito por el que México ocupa el décimo lugar mundial con una tasa de 1.4 feminicidios por cada 100,000 habitantes; a ello, se debe agregar la tipificación de delitos como homicidio doloso, desaparición e inclusive suicidios que en muchas ocasiones son homicidios disfrazados o suicidios inducidos.

Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública dependiente de la Secretaría de Gobernación, solo de enero a octubre de 2023, han muerto de manera violenta 2,882 mujeres. De hecho, en 8 años desde que se reporta la violencia de género, las muertes violentas se han incrementado en 75.3 %, la violencia familiar en el mismo periodo ha crecido en 112.3 %; y, se reportan 72 personas violadas y 895 personas violentadas en su hogar cada día, convirtiendo al seno familiar en un espacio de riesgo y no de seguridad, como debiera ser.

Muchos años se ha pensado que la violencia que sucede dentro de la casa es cosa privada, que no hay que intervenir. La verdad es que las instituciones internacionales de derechos humanos han declarado a la violencia de género como un asunto de importancia y atención pública, es decir, que nos toca a todas y todos promover una cultura de denuncia, prevención, atención, sanción y erradicación de esto que es uno de los atentados más generalizados contra la dignidad y los derechos humanos en el planeta.

La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida de Violencia reconoce cinco tipos de violencia contra las mujeres, a saber: psicológica, física, patrimonial, económica y sexual. Los hijos e hijas son absolutamente reconocidos legalmente como víctimas de violencia porque son ellos quienes sufren las consecuencias de lo que viven sus madres o figuras maternas, marcándoles para siempre con dolor, culpa, rencor, resentimiento y otras emociones limitantes del pleno desarrollo del ser humano, su acceso al amor propio y la felicidad a la que todas y todos tenemos derecho.

Las víctimas nunca son las culpables. No se debe jamás negar, justificar o minimizar las acciones de un agresor. Cada quien es responsable de sus actos. Visibilizar esta realidad horrenda y contribuir a comprender y cambiar conductas nos toca a todas y todos. La violencia no será abatida por gobierno alguno sin que cambien los patrones familiares y las creencias machistas. ¿Y tú, te reconoces víctima, agresor o ser humano promotor de armonía y paz? Para la reflexión personal.


A lo largo de la historia, las mujeres han sido entendidas como seres humanos de segunda categoría frente al hombre. La fuerza física del hombre y por ende su imposición sobre la mujer y la exigencia que la maternidad implica para ellas, entre otras situaciones, fueron creando una cultura donde ellos se dedicaron predominantemente a lo público, a la guerra, al trabajo remunerado, al gobierno y a la generación de empresas, mientras ellas fueron circunscritas a lo privado, a la casa, a la crianza y como consecuencia, a la subordinación frente al hombre, quien se fue convirtiendo culturalmente en el jefe de la familia.

El romanticismo fue “suavizando” la brutalidad de esa desigualdad entre ambos miembros de la pareja y de los sexos en la comunidad poniendo apelativos como “reina del hogar”, “pilar de la familia”, “núcleo de la sociedad” a las mujeres, todo para mantenerlas en ese espacio privado sin derechos, independencia, libertad ni toma de decisiones propias.

A lo anterior, se le suma que la imposición por la fuerza del hombre sobre la mujer se cronifica en diversas y múltiples conductas que se van encuadrando en el término Violencia de Género, que es “cualquier acción u omisión, basada en su género, que les cause [a las mujeres] daño o sufrimiento psicológico, físico, patrimonial, económico, sexual o la muerte tanto en el ámbito privado como en el público”.

Ahora, en la Constitución General de la República, artículo cuarto, se indica claramente que “la mujer y el hombre son iguales ante la Ley. Esta protegerá la organización y desarrollo de la familia”. Pero, en la realidad las cifras registradas oficialmente por el Inegi de violencia contra las mujeres indican que de los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que hay en el país, 66.1 % (30.7 millones) ha enfrentado violencia de cualquier tipo y de cualquier agresor, alguna vez en su vida. Es decir, 7 de 10 mujeres no solo no viven en paz y sin violencia, sino que han sufrido daño en su dignidad humana por el simple hecho de haber nacido mujer.

De hecho, la forma más extrema de violencia machista es el feminicidio, delito por el que México ocupa el décimo lugar mundial con una tasa de 1.4 feminicidios por cada 100,000 habitantes; a ello, se debe agregar la tipificación de delitos como homicidio doloso, desaparición e inclusive suicidios que en muchas ocasiones son homicidios disfrazados o suicidios inducidos.

Según el Secretariado Ejecutivo del Sistema de Seguridad Pública dependiente de la Secretaría de Gobernación, solo de enero a octubre de 2023, han muerto de manera violenta 2,882 mujeres. De hecho, en 8 años desde que se reporta la violencia de género, las muertes violentas se han incrementado en 75.3 %, la violencia familiar en el mismo periodo ha crecido en 112.3 %; y, se reportan 72 personas violadas y 895 personas violentadas en su hogar cada día, convirtiendo al seno familiar en un espacio de riesgo y no de seguridad, como debiera ser.

Muchos años se ha pensado que la violencia que sucede dentro de la casa es cosa privada, que no hay que intervenir. La verdad es que las instituciones internacionales de derechos humanos han declarado a la violencia de género como un asunto de importancia y atención pública, es decir, que nos toca a todas y todos promover una cultura de denuncia, prevención, atención, sanción y erradicación de esto que es uno de los atentados más generalizados contra la dignidad y los derechos humanos en el planeta.

La Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida de Violencia reconoce cinco tipos de violencia contra las mujeres, a saber: psicológica, física, patrimonial, económica y sexual. Los hijos e hijas son absolutamente reconocidos legalmente como víctimas de violencia porque son ellos quienes sufren las consecuencias de lo que viven sus madres o figuras maternas, marcándoles para siempre con dolor, culpa, rencor, resentimiento y otras emociones limitantes del pleno desarrollo del ser humano, su acceso al amor propio y la felicidad a la que todas y todos tenemos derecho.

Las víctimas nunca son las culpables. No se debe jamás negar, justificar o minimizar las acciones de un agresor. Cada quien es responsable de sus actos. Visibilizar esta realidad horrenda y contribuir a comprender y cambiar conductas nos toca a todas y todos. La violencia no será abatida por gobierno alguno sin que cambien los patrones familiares y las creencias machistas. ¿Y tú, te reconoces víctima, agresor o ser humano promotor de armonía y paz? Para la reflexión personal.