/ sábado 7 de octubre de 2023

Los avatares de nuestro tiempo | Procesos electorales con proyecto

Está vigente la presunción del vaciamiento de la política. Dicho fenómeno significa el decaimiento de las ideas en la competencia política y su sustitución con personajes y actores creados, envueltos en la parafernalia del show. Ahora hay políticos que aspiran a hacer espectáculo, abrir la privacidad de su vida al escrutinio por las redes, confeccionar frases hechas para “conectar” con el pueblo. Confunden a la población con un cuerpo uniforme espectador y demandante de personajes graciosos, groseros o hasta grotescos. Por tanto, vacían la política de contenido, piensan poco en los problemas públicos y las políticas que podrían incidir en su solución y –de manera perfectamente consciente– simulan y crean un personaje que está dispuesto a todo, menos a hablar con seriedad.

Dicho fenómeno está presente en prácticamente todo el mundo, pero parece más cercano en los países con regímenes políticos menos sólidos. Aquellos en los que la competencia política –además de ser un proceso político de organizaciones y movilización– son un concurso de popularidad en un contexto de baja participación política entre la población y de cultura políticas poco cívica. Esto no significa que, como una máxima coloquial, la sociedad tenga los políticos que merecen; más bien se comprende como una falla sustantiva de la política en países como México.

En realidad, debiera aspirarse a tener procesos electorales con proyecto. Es decir, que los políticos y demás actores que participan en la competencia democrática de acceso a poder realmente presentan propuestas, escuchen a la población y realicen planteamientos serios de políticas públicas, legislación, programas y debate político. No es una tarea sencilla, quienes aspiran al ejercicio del poder caen fácilmente en el consejo del consultor que –aparentemente– facilita “conectar” con las personas a partir de ser dicharachero o populachero. Sin embargo, el costo de la construcción de tales personajes y su potencial acceso a tareas de gobierno es altísimo.

En el corto plazo, para el caso mexicano, es importante para la ciudadanía el exigir –desde la vita activa como diría Arendt– procesos electorales con sustancia y políticos serios. Esos que deambulan por la informalidad, los chistes, la irreverencia y el bajo compromiso por discutir la realidad, debieran ser –más bien– los bufones de la política nacional. Sobre todo si se comprende que las tareas políticas están imbuidas en la más alta complejidad de resolver problemas públicas y dirigir –ante las adversidades– complejas sociedades con problemas constantes y retos vertiginosos.

A nivel local el escenario es peor: los personajes de tales características burlescas pululan cada vez en mayor número y –lo que es peor– logran acceder a espacios de alta responsabilidad. Si esto se suma a la baja profesionalización de cuadros políticos y administrativos, se vislumbra un gran reto político: desplazar la antipolítica (la de la improvisación y el desatino) y acercarnos a la seriedad y la rigurosidad para realmente desempeñar tareas públicas. Esa es la gran tarea de desarrollar procesos electorales con proyecto.


Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz

Twitter: @EnriqueBermC

Está vigente la presunción del vaciamiento de la política. Dicho fenómeno significa el decaimiento de las ideas en la competencia política y su sustitución con personajes y actores creados, envueltos en la parafernalia del show. Ahora hay políticos que aspiran a hacer espectáculo, abrir la privacidad de su vida al escrutinio por las redes, confeccionar frases hechas para “conectar” con el pueblo. Confunden a la población con un cuerpo uniforme espectador y demandante de personajes graciosos, groseros o hasta grotescos. Por tanto, vacían la política de contenido, piensan poco en los problemas públicos y las políticas que podrían incidir en su solución y –de manera perfectamente consciente– simulan y crean un personaje que está dispuesto a todo, menos a hablar con seriedad.

Dicho fenómeno está presente en prácticamente todo el mundo, pero parece más cercano en los países con regímenes políticos menos sólidos. Aquellos en los que la competencia política –además de ser un proceso político de organizaciones y movilización– son un concurso de popularidad en un contexto de baja participación política entre la población y de cultura políticas poco cívica. Esto no significa que, como una máxima coloquial, la sociedad tenga los políticos que merecen; más bien se comprende como una falla sustantiva de la política en países como México.

En realidad, debiera aspirarse a tener procesos electorales con proyecto. Es decir, que los políticos y demás actores que participan en la competencia democrática de acceso a poder realmente presentan propuestas, escuchen a la población y realicen planteamientos serios de políticas públicas, legislación, programas y debate político. No es una tarea sencilla, quienes aspiran al ejercicio del poder caen fácilmente en el consejo del consultor que –aparentemente– facilita “conectar” con las personas a partir de ser dicharachero o populachero. Sin embargo, el costo de la construcción de tales personajes y su potencial acceso a tareas de gobierno es altísimo.

En el corto plazo, para el caso mexicano, es importante para la ciudadanía el exigir –desde la vita activa como diría Arendt– procesos electorales con sustancia y políticos serios. Esos que deambulan por la informalidad, los chistes, la irreverencia y el bajo compromiso por discutir la realidad, debieran ser –más bien– los bufones de la política nacional. Sobre todo si se comprende que las tareas políticas están imbuidas en la más alta complejidad de resolver problemas públicas y dirigir –ante las adversidades– complejas sociedades con problemas constantes y retos vertiginosos.

A nivel local el escenario es peor: los personajes de tales características burlescas pululan cada vez en mayor número y –lo que es peor– logran acceder a espacios de alta responsabilidad. Si esto se suma a la baja profesionalización de cuadros políticos y administrativos, se vislumbra un gran reto político: desplazar la antipolítica (la de la improvisación y el desatino) y acercarnos a la seriedad y la rigurosidad para realmente desempeñar tareas públicas. Esa es la gran tarea de desarrollar procesos electorales con proyecto.


Facebook: Luis Enrique Bermúdez Cruz

Twitter: @EnriqueBermC