/ lunes 1 de abril de 2024

No es contra los hombres, es contra el sistema

Ruth Mace, profesora de antropología evolutiva en la University College de Londres (UCL), académica visitante en el Instituto de Estudios Avanzados en Toulouse (IAST) y editora en jefe de la revista Evolutionary Human Sciences, publicó en 2022 en “The Conversation”, un muy interesante artículo llamado “Cómo Comenzó el Patriarcado (y Cuán Posible es que la Evolución se Deshaga de Él)”.


En las sociedades nómadas, donde la riqueza material era escasa, el cuidado de los hijos se podía realizar por parte de la madre y de otros miembros de los clanes. Es decir, en la época de la caza-recolección, pocos incentivos había para que los hombres reclamasen la paternidad de su descendencia, pues no había traslado de bienes materiales que trascendiera sus propias generaciones y por ende, era sencillo para una mujer decidir dejar de vivir en una relación.


El sistema patriarcal nació cuando la agricultura y especialmente la ganadería, obligó a los grupos humanos a asentarse y luchar por la propiedad. Estas luchas eran regularmente físicas y por ello los hombres, biológicamente más fuertes que las mujeres, se fueron paulatinamente haciendo de la riqueza económica y patrimonial, lo que a lo largo de los años abrió la brecha entre las actividades que mujeres y hombres realizaban en sus sociedades.


La riqueza se fue concentrando en manos masculinas; ellos pagaban a las familias por mujeres jóvenes para asegurar la paternidad. Esto obligó a los padres a cuidar, recluir y valorar en alto grado la virginidad de sus hijas para que tuvieran mejor oportunidad de ser elegidas por hombres de mayor rango y riqueza y después vivir a su sombra como procreadora de sus herederos. Los hombres pobres inclusive podían mantenerse solteros; así se normalizó que la herencia se dejara a los hijos y no a las hijas.


El poder del hombre sobre la mujer se instauró transformando esa realidad -el traslado de la riqueza- a roles que se fueron interiorizando como dados por la naturaleza, donde el hombre se hace cargo de lo público y la mujer de lo privado. Pero no fue la naturaleza sino la el sistema patriarcal el que se impuso y echó raíces que dieron nacimiento al ejercicio inapropiado y por la fuerza del poder, es decir, a la violencia de género.


Tierra, ganado e hijos eran propiedad de los hombres. Eso hacía el divorcio materialmente imposible para las mujeres, quienes, al contrario, luchaban contra otras mujeres desde el ámbito doméstico por ser elegidas por los hombres más ricos y poderosos.


Pero la evolución no solo es biológica sino también esencialmente social y cultural. En muchas sociedades -no todas- las mujeres han tenido acceso a la píldora anticonceptiva, la educación formal, legislación que ampara igualdad de derechos. Lo anterior dio paso a que las mujeres decidieran sobre su reproducción y generaran su propia riqueza lo que ha cambiado los equilibrios de poder en las relaciones.


De hecho, muchos hombres hoy quieren ser parte de la vida de sus hijos y cada vez más parejas comparten e incluso deciden que sea él quien se haga cargo de la crianza y ellas se hacen de mayores posiciones de poder social. La libertad de la independencia económica es la kriptonita del patriarcado.


En palabras de la doctora Mace, “El patriarcado no es inevitable. Necesitamos instituciones que nos ayuden a resolver los problemas del mundo. Pero si las personas equivocadas llegan al poder, el patriarcado puede regenerarse”. Ojo: las personas equivocadas, esas que son eminentemente irrespetuosas de las mujeres. La lucha entonces no es contra los hombres, es contra el sistema.

Ruth Mace, profesora de antropología evolutiva en la University College de Londres (UCL), académica visitante en el Instituto de Estudios Avanzados en Toulouse (IAST) y editora en jefe de la revista Evolutionary Human Sciences, publicó en 2022 en “The Conversation”, un muy interesante artículo llamado “Cómo Comenzó el Patriarcado (y Cuán Posible es que la Evolución se Deshaga de Él)”.


En las sociedades nómadas, donde la riqueza material era escasa, el cuidado de los hijos se podía realizar por parte de la madre y de otros miembros de los clanes. Es decir, en la época de la caza-recolección, pocos incentivos había para que los hombres reclamasen la paternidad de su descendencia, pues no había traslado de bienes materiales que trascendiera sus propias generaciones y por ende, era sencillo para una mujer decidir dejar de vivir en una relación.


El sistema patriarcal nació cuando la agricultura y especialmente la ganadería, obligó a los grupos humanos a asentarse y luchar por la propiedad. Estas luchas eran regularmente físicas y por ello los hombres, biológicamente más fuertes que las mujeres, se fueron paulatinamente haciendo de la riqueza económica y patrimonial, lo que a lo largo de los años abrió la brecha entre las actividades que mujeres y hombres realizaban en sus sociedades.


La riqueza se fue concentrando en manos masculinas; ellos pagaban a las familias por mujeres jóvenes para asegurar la paternidad. Esto obligó a los padres a cuidar, recluir y valorar en alto grado la virginidad de sus hijas para que tuvieran mejor oportunidad de ser elegidas por hombres de mayor rango y riqueza y después vivir a su sombra como procreadora de sus herederos. Los hombres pobres inclusive podían mantenerse solteros; así se normalizó que la herencia se dejara a los hijos y no a las hijas.


El poder del hombre sobre la mujer se instauró transformando esa realidad -el traslado de la riqueza- a roles que se fueron interiorizando como dados por la naturaleza, donde el hombre se hace cargo de lo público y la mujer de lo privado. Pero no fue la naturaleza sino la el sistema patriarcal el que se impuso y echó raíces que dieron nacimiento al ejercicio inapropiado y por la fuerza del poder, es decir, a la violencia de género.


Tierra, ganado e hijos eran propiedad de los hombres. Eso hacía el divorcio materialmente imposible para las mujeres, quienes, al contrario, luchaban contra otras mujeres desde el ámbito doméstico por ser elegidas por los hombres más ricos y poderosos.


Pero la evolución no solo es biológica sino también esencialmente social y cultural. En muchas sociedades -no todas- las mujeres han tenido acceso a la píldora anticonceptiva, la educación formal, legislación que ampara igualdad de derechos. Lo anterior dio paso a que las mujeres decidieran sobre su reproducción y generaran su propia riqueza lo que ha cambiado los equilibrios de poder en las relaciones.


De hecho, muchos hombres hoy quieren ser parte de la vida de sus hijos y cada vez más parejas comparten e incluso deciden que sea él quien se haga cargo de la crianza y ellas se hacen de mayores posiciones de poder social. La libertad de la independencia económica es la kriptonita del patriarcado.


En palabras de la doctora Mace, “El patriarcado no es inevitable. Necesitamos instituciones que nos ayuden a resolver los problemas del mundo. Pero si las personas equivocadas llegan al poder, el patriarcado puede regenerarse”. Ojo: las personas equivocadas, esas que son eminentemente irrespetuosas de las mujeres. La lucha entonces no es contra los hombres, es contra el sistema.